Claudio Katz 1
El autoritarismo reaccionario es el concepto que mejor define la actual oleada
ultraderechista. Retrata como se pretende estrangular las conquistas democráticas dentro de los
regímenes político actuales, para criminalizar las protestas populares y someter a los opositores
(Urban, 2024: 24-59).
Trump ejemplifica esa tendencia. Desembarca en la Casa Blanca con una agenda
autoritaria y un paquete de decretos para purgar figuras adversas y asegurar la preeminencia de
sus funcionarios en los estamentos claves del Estado. El denominado Proyecto 2025 incluye
detalladas medidas para consumar esa remodelación (Majfud, 2024).
A diferencia de su primer mandato, el magnate tiene el control del Senado y la Cámara de
Representantes, cuenta con la mayoría conservadora de la Corte Suprema y ha reforzado su
dominio del Partido Republicano. Sus pretensiones despóticas quedaron transparentadas en la
toma del Congreso que tantearon sus seguidores. Ahora designó un equipo de halcones para
relanzar la gestión bonapartista, que no pudo consumar en su mandato anterior. Seguramente ese
operativo desatará conflictos, que podrían reavivar las 34 causas judiciales del presidente
convicto.
Milei transita por el mismo sendero. En una gestión signada por su evidente inestabilidad
emocional, desenvuelve un metódico plan de gobierno tiránico. Atemoriza a la oposición para
administrar el país con decretos, disciplina a la Justicia y maneja el Congreso con minorías
activas y mayorías de ocasión.
En los dos casos el autoritarismo presenta un carácter retrógrado, porque recurre a
míticos idearios del pasado para desconocer derechos o logros progresistas. Con esa finalidad
Trump convoca a engrandecer a los Estados Unidos. Su lacayo del Cono Sur exalta un
imaginario paraíso de principio del siglo XX, que estuvo signado por el enriquecimiento de la
oligarquía y el afianzamiento de subdesarrollo.
EL SENDERO DE LA FASCISTIZACIÓN
La ultraderecha en boga no recrea el fascismo clásico, que a mitad del siglo XX instauró
regímenes totalitarios y precipitó guerras mundiales, para zanjar competencias interimperialistas
y detener el avance del socialismo. Esa pesadilla concluyó con millones de muertos, devastó a
Europa y legó una perdurable identificación de Hitler y Mussolini como las mayores desgracias
de la humanidad.
Trump y Milei son inscriptos en esa nefasta tradición. Pero actúan en un contexto muy
diferente a la centuria pasada, que no incluye hasta ahora amenazas de revolución, protagonismo
del proletariado, centralidad política del comunismo y guerras generales entre potencias
imperiales equivalentes. Es importante registrar esa distinción para evitar el uso abusivo del
término fascista. También se requiere precisar el contenido de los prefijos o complementos (pos,
neo, semi) que se añaden a ese concepto (Katz, 2024: 119-131).
Estos agregados son útiles cuando destacan la dinámica potencial de un proceso de
fascistización derivado del autoritarismo reaccionario. Ese desemboque podría concretarse si se
generaliza el uso de la violencia y el despliegue del terror.
Varios anticipos de ese curso, despuntan en la acción las bandas criminales que orbitan en
torno a la ultraderecha. Hasta ahora mantienen un alcance marginal, pero con las modalidades
paramilitares de las milicias han consumado en Estados Unidos numerosos atentados
(Vandepitte, 2024). También en Europa arrastran una larga tradición de acciones armadas y
preservan un aceitado nivel de organización subterránea. Las conexiones de Bolsonaro con los
grupos armados son a su vez tan visibles, como la influencia de la prédica derechista en la banda
que intentó ultimar en Argentina a Cristina Kirchner.
Desde la presidencia Milei no solo protege a ese universo de organizaciones extremas.
También apuntala su credo con retóricas y estéticas copiadas de Mussolini. Organiza actos para
auspiciar un brazo armado de su partido, despliega una violencia verbal que incentiva la agresión
física y sube el tono de sus insultos contra los opositores.
Los grupos que emergen de esas convocatorias cuentan con el sostén financiero de
importantes grupos capitalistas. Han retomado los emblemas reaccionarios que enaltecen la
¨propiedad, la patria y la familia¨, alegando la protección de las ¨fuerzas de cielo¨ para su batalla
contra ¨los zurdos degenerados”. Reclutan ex militares, propagandizan la práctica de tiro y
propician el insulto racista contra los empobrecidos. Sin conformar una estructura fascista
explícita, ya incluyen varios ingredientes potenciales de esas formaciones.
Trump y Milei idolatran, además, al principal referente actual de las masacres
neofascistas. Netanyahu consuma esa barbarie en Gaza a la vista de todo el mundo. Incontables
niños figuran entre los 40.000 despedazados por sus bombardeos, que en una semana superaron
todas las descargas anuales de Estados Unidos en Afganistán. La catástrofe humanitaria afecta a
dos millones de desplazados privados de remedios y alimentos, en medio de un genocidio
perfeccionado con el uso de la Inteligencia Artificial para perpetrar matanzas personalizadas.
VALORACIONES Y CONFUSIONES
Algunas caracterizaciones de la ultraderecha destacan su familiaridad con otras fuerzas
conservadoras, señalando que emergen del mismo proceso de globalización. Resaltan esas
semejanzas y subrayan la existencia de una disputa por tajadas de los beneficios generados por
esa internacionalización del capital (Robinson, 2024)
Pero esta mirada olvida que la ultraderecha despunta como reacción a los desequilibrios
suscitados por la mundialización y es sostenida por sectores dominantes afectados por ese
rumbo. Ese enfoque subraya correctamente el carácter antipopular y regresivo de la marea
marrón, pero sin registrar las significativas diferencias que separan al americanismo de Trump
del globalismo de Biden. Ese error proviene de una incomprensión de la globalización y de su
inviable perspectiva de gestar clases dominantes y estados transnacionalizados.
Otras visiones desconocen (o relativizan) las diferencias que separan a la ultraderecha del
espectro político restante. Con esa equiparación omiten la tremenda amenaza que representan
esas organizaciones. Minimizan ese peligro, al suponer que son semejantes a los adversarios
convencionales de la izquierda. (Katz, 2024: 215-230).
Esa mirada desconoce el principio del enemigo principal, que en la izquierda se utiliza
para distinguir a los contrincantes corrientes de los oponentes que amenazan la supervivencia del
movimiento popular. No es lo mismo confrontar con los antagonistas habituales de los
trabajadores que, con las fuerzas empeñadas en aniquilar las conquistas democráticas, pulverizar
la soberanía o facilitar incluso la propia desaparición de un país.
El reconocimiento de esa diferencia fue la gran enseñanza política de la lucha contra el
fascismo en el siglo XX. La presentación de los adversarios nacionalistas o socialdemócratas
como equivalentes al enemigo central (¨nacional-fascistas¨, ¨social-fascistas¨), fue el desacierto
que sepultó por décadas a varias organizaciones de izquierda.
El debate sobre la ultraderecha actual también incluye equívocos inversos, de las miradas
que observan con simpatía el perfil nacionalista y proteccionista del trumpismo. Reivindican esa
impronta, como un mérito contra globalismo neoliberal. En Argentina subrayan esa
contraposición, para contrastar el negativo librecambismo de Milei con el positivo
intervencionismo de Trump. De ese contrapunto surge la reiterada presentación del magnate
como un equivalente del peronismo en el mundo desarrollado (Moreno, 2017).
Esa visión transforma lo secundario en esencial, al omitir que Trump y Milei forman
parte de la misma marea ultraderechista, que trabaja para debilitar organizaciones populares y
demoler derechos al servicio del gran capital. También ignoran que el nacionalismo imperialista
del magnate estadounidense es tan (o más) regresivo, que el ultraliberalismo de su cipayo
argentino. Las diferencias entre ambos obedecen a la dominación que ejerce el Departamento de
Estado sobre la Casa Rosada y no a la existencia de algún ingrediente positivo en el
americanismo de Trump.
Gran parte de las confusiones que rodean a las caracterizaciones del trumpismo derivan
de la utilización del vago concepto de populismo para clasificar ese fenómeno. En una aplicación
de ese evasivo término, Milei es presentado como la cuarta marea plebeya de Argentina, que
sucedería al debut (irigoyenismo), desarrollo (peronismo) y expansión (autogestión en la rebelión
del 2001) de esa tradición (Achdjian, 2024).
Pero en los hechos, Milei no representa, ni continúa ninguna trayectoria de protestas por
abajo. Expresa, por el contrario, la irrupción de procesos reaccionarios para sofocar movimientos
conectados con aspiraciones populares. En vez de consagrar derechos pretende demolerlos y por
eso retoma la trayectoria de opresión inaugurada por la oligarquía, afianzada por el gorilismo y
coronada por las dictaduras.
Estas evidencias quedan oscurecidas cuando se ubica en un mismo casillero a los
exponentes y oponentes de la ultraderecha. Ese equívoco deriva de la confusa utilización del
populismo, como concepto explicativo de procesos políticos actuales.
Esa noción no logra situar el problema que pretende esclarecer porque sustituye el
análisis de clase por el registro de identidades. Ese desacierto se acentúa con el reemplazo
analítico de las confrontaciones políticas por lecturas de sujetos indistintos. Al disolver la
contraposición entre derecha e izquierda se pierde, además, toda posibilidad de caracterizar en
forma acertada el escenario actual.
AGENDA DE AGRESIONES
Trump es un exponente de la ultraderecha, que intentará revertir el declive económico de
Estados Unidos, para recomponer el erosionado liderazgo mundial de la primera potencia.
Auspiciará ese contragolpe con un manual americanista que privilegia el mercado interno y la
industria local.
Pero no logró en su anterior presidencia mejores resultados que sus denostados
adversarios globalistas. El proteccionismo del magnate ha sido tan infructuoso como el
librecambismo de Clinton, el neoliberalismo de Obama y el fallido neo keynesianismo de Biden.
El magnate volverá a la carga en su confrontación comercial contra China y habrá que ver
si dispone el fulminante incremento de aranceles que anticipa. Su rival podría responder con la
misma vara, generando peligrosas consecuencias para la economía estadounidense. Si el
proteccionismo dispara la inflación y los prometidos recortes de impuestos incrementan el déficit
presupuestario, el aumento de las tasas de interés que dispondría la FED podría suscitar graves
efectos.
El peligro de un boomerang sobrevuela nuevamente sobre Washington, porque en los
últimos años todas las agresiones contra los rivales, redundaron en impactos adversos para los
propios yanquis (Torres López, 2024). Las sanciones financieras a Rusia reforzaron el eje
Moscú-Beijing y el hostigamiento a los BRICS apuntaló las iniciativas de los bloques
comerciales y monetarios contrapuestos al mandato estadounidense.
Trump seguirá la norma de todos sus antecesores, que han buscado contrarrestar el
deterioro económico con mayor belicismo. La convocatoria a ¨engrandecer nuevamente a
América¨ es otra variante del intento de compensar la pérdida de competitividad, con ofensivas
geopolíticas y militares. El magnate propicia la modernización del arsenal atómico con creciente
uso de la inteligencia artificial y exigirá un compromiso financiero superior de los socios de la
OTAN.
A diferencia de Clinton, Obama o Biden, no disfrazará esa agresividad con desgastados
palabreríos sobre la democracia y la libertad. Exigirá mayor subordinación de Europa y Japón
con un lenguaje descarnado, que sintoniza con la militarización creciente de todo el planeta. Ese
belicismo ha modificado especialmente el rostro de Europa, que es una región crecientemente
sometida al clima de búnkeres, reservistas y propuestas de retomar el servicio militar obligatorio.
Trump espera amoldar los operativos militares a su prioridad de doblegar a China, pero
nadie sabe cómo efectivizaría esa adaptación en los dos grandes conflictos en curso. En Medio
Oriente mantendrá el sostén a Israel y al consiguiente incendio que desató Netanyahu. Pero la
inesperada caída del gobierno sirio y la probable balcanización de ese territorio han introducido
un gran cambio en el tablero.
Habrá que ver si ese sorpresivo viraje altera el plan de Trump de suscribir un acuerdo con
Putin en torno a Ucrania, para congelar la guerra con la división del país y el repliegue de la
OTAN, junto a garantías para los negocios y ventas de armas del Pentágono.
En cualquier desenlace, Trump continuará exacerbando los gastos militares
improductivos que corroen a la economía estadounidense. Esa hipertrofia es conocida por el
establishment de Washington, que no tiene otra opción para intentar preservar la primacía
internacional.
Trump enfrentará ahora, los dilemas que pospuso con verborragia durante la campaña
electoral. En pocas semanas quedará disuelta la ridícula ilusión de resolver los grandes conflictos
internacionales mediante su sola presencia. La creencia de que su figura bastará para favorecer a
Estados Unidos chocará con la dura realidad. El recuerdo de los fracasos que signaron su primer
mandato volverá a primer plano.
Si el magnate repite ese antecedente toda su política exterior estará signada por el caos, la
improvisación y las bravuconadas, que lo indujeron presentar como grandes éxitos sus fallidas
negociaciones con Irán, Corea del Norte y Rusia. El trasfondo del problema radica en que Trump
no está en condiciones de pulsear con Ji Xin Ping, dar carta libre a Netanyahu y arreglar con
Putin. Afronta los límites que el declive impone a la primera potencia. A diferencia del 2017
ahora debe lidiar con un escenario de conflictos bélicos de inciertas consecuencias.
EL GUION PARA AMERICA LATINA
Trump desprecia a Latinoamérica y en la campaña electoral volvió a insultar a varios
países de la región. Se dispone a retomar su despótica postura con exigencias de mayor
subordinación del Patio Trasero a la Casa Blanca. Con los embajadores reclutados en Miami, el
magnate redoblará las presiones golpistas contra Venezuela, Bolivia y Cuba y los operativos de
desestabilización en Brasil, Colombia, Guatemala, Honduras y México.
Su programa proteccionista incluye una renegociación del tratado de libre comercio con
México, para fomentar la relocalización de la producción en el suelo estadounidense. Intentará
evitar el ingreso a ese territorio de los productos fabricados por empresas europeas o asiáticas al
otro lado de la frontera. Nadie sabe cuál es el grado de veracidad de su prometida elevación de
impuestos aduaneros a México y Canadá, que extendería la guerra arancelaria a las propias
orillas de su país.
Con el resto del continente priorizará la apropiación de los recursos naturales, que es el
gran botín apetecido por Estados Unidos. La primera potencia no puede retomar predominio
mundial sin controlar por completo a sus vecinos del Sur y por eso prepara la actualización de la
doctrina Monroe contra el competidor chino. Contener la penetración del gigante asiático en
América Latina es una obsesión de todos los mandatarios yanquis, que Trump convertirá en
ultimátum.
Pero las dificultades de su primera gestión reaparecerán en su retorno a la Casa Blanca.
Mientras que la Ruta de la Seda se consolida en toda la región, el proyecto competidor de
América Crece continúa estancado. La brutal política trumpista para forzar exportaciones y
contraer importaciones no facilitará el desapunte de esa alicaída iniciativa.
El magnate ha nombrado al virulento anticubano Marc Rubio en la primera línea de la
cancillería, para multiplicar la arremetida contra los gobiernos progresistas. Ya prepara una
cumbre conservadora con presidentes afines para recomponer el Grupo de Lima, que articuló esa
ofensiva durante su primer mandato. Ahora socavará a Lula para favorecer el retorno del
bolsonarismo, aceitará los golpes institucionales contra Petro y descargará una intensa artillería
contra Claudia Sheinbaum mediante la deportación de inmigrantes.
Pero también aquí conviene recordar los decepcionantes resultados de su embestida
anterior. La restauración conservadora que propició con tanta intensidad, precipitó la oleada
progresista del 2019-2023 que neutralizó todos sus proyectos.
Venezuela es el país más vilipendiado en los encuentros trumpistas. Corina Machado se
exhibe como la elegida, para encabezar otra ¨secuencia Guaidó¨ de ataques contra el proceso
bolivariano. Pero las desgastadas denuncias al chavismo por violaciones de la democracia suenan
ridículas en boca de Trump. El auspiciante de la toma del Congreso -que proclamó el
desconocimiento de cualquier resultado adverso frente a Harris en los recientes comicios- no
tiene autoridad para hablar de fraude electoral en Venezuela. Promociona la nueva norma de la
ultraderecha mundial, que solo acepta competir en las urnas cuando tiene garantizado el triunfo.
Con su desparpajo habitual, Trump proclamó su intención de apropiarse del petróleo
venezolano y acusó a sus rivales de tibieza en lo concreción de esa usurpación. No oculta la
conveniencia de las sanciones y el robo de empresas (como CITGO), para consumar esa
confiscación. El magnate no hubiera vacilado en repetir la demolición de Irak o Libia para forzar
la privatización de PDVESA, pero no pudo intentar esa destrucción en su primer mandato y
tampoco parece factible esa agresión en el inicio de su segunda estancia en Washington.
Tratará de doblegar a un gobierno que ha demostrado gran firmeza en la defensa de la
soberanía e intentará erosionar con bloqueos, la importante recuperación de la economía
venezolana y el significativo resurgimiento del Poder Comunal. Ya incentiva otra campaña
internacional de desinformación sobre lo que sucede en ese país.
La desarticulación de Venezuela es el punto partida para retomar las presiones golpistas
en Bolivia y acentuar el acoso a la revolución cubana. Con ese embate a los gobiernos radicales
espera atemorizar, disciplinar y neutralizar a los vacilantes mandatarios de Colombia y Brasil,
para reforzar la sujeción de su par chileno y condicionar a los nuevos presidentes de México y
Uruguay. Por esa vía espera lograr la desaparición o congelamiento de UNASUR y la CELAC.
No duda cabe que Trump utilizará a Milei para su agenda reaccionaria global. Su peón
del Cono Sur ya actúa como vocero del Capitolio en todos los eventos mundiales. Promociona el
negacionismo climático, enaltece las masacres del sionismo y exalta la desigualdad social. Milei
será una pieza importante tanto en las presiones contra Petro, Lula y Scheiman, como en las
provocaciones contra Maduro y Díaz Canel. Será empoderado desde la Casa Blanca para esos
operativos y caerá en desgracia (como su par Zelesky), si pierde funcionalidad en esa misión.
Milei recibió con algarabía el triunfo de Trump y lo festejó como un cipayo leal. Forma
parte de la misma oleada y pretende eliminar todas las conquistas conseguidas en la región,
durante el ciclo progresista de la década pasada. Para frustrar el reinicio de ese rumbo, despliega
una furibunda campaña de venganza contra ese proceso. El anarcocapitalista criollo tampoco
oculta su fascinación con el golpe criminal consumado en Perú. Reivindica a las dictaduras del
Cono Sur y exalta al neoliberalismo extremo.
Pero su triunfalismo choca con la dinámica pendular de los acortados procesos político de
la región. Basta recordar que en el 2008 prevalecían en América Latina los gobiernos
centroizquierda y que en el 2019 esa primacía se había invertido por completo. La restauración
conservadora que comandó esa sustitución quedó a su vez agotada en el 2022 y ahora se dirime
una nueva disputa con resultados abiertos.
POSTURAS BASICAS
La caracterización de la ultraderecha contribuye a precisar la estrategia para derrotar a
ese enemigo. Es importante definir si es autoritaria, fascista o neofascista para determinar
rumbos que permitan frenar su expansión. Será más fructífero evaluar en el futuro que
performance tuvo como experiencia frustrada, que lamentar las consecuencias de sus gobiernos.
La continuidad del alud derechista mundial no es un devenir inevitable y se ha
demostrado que puede ser derrotado en las calles y en las urnas, si despunta una acción decidida
para doblegarlo. La arremetida reaccionaria no pudo perpetrar la secesión de Santa Cruz en
Bolivia, falló su asonada en Brasil para impedir el ascenso de Lula y perdió este año en
Venezuela una partida decisiva.
Es importante observar también las lecciones que aporta Francia a esa resistencia. Allí se
logró un gran alivio en la elección que auguraba la victoria de Le Pen y concluyó con el éxito de
la izquierda. Fue una ironía de la historia, que el sistema electoral forjado para impedir ese
resultado haya facilitado la derrota de la ultraderecha.
Para ese logro fue determinante la movilización popular, la rápida creación de un frente y
el acierto de unificar candidatos. También fue decisivo el programa antineoliberal que difundió la
izquierda, con planteos radicales de Asamblea Constituyente e impuestos a las grandes fortunas
para financiar las pensiones. En la campaña se consiguió efectivizar un contrapeso eficaz a los
medios de comunicación que diabolizaban a Melanchon.
Para doblegar a las corrientes reaccionarias no alcanza con la movilización. La
ultraderecha también utiliza ese instrumento y ha logrado una significativa presencia callejera.
En Brasil consiguió canalizar, por ejemplo, gran parte del descontento que sucedió a las protestas
del 2016.
La disputa por la primacía en las calles tiende a ser complementada por confrontaciones
de votos, que definen si las ascendentes corrientes ultraderechistas acceden o no al gobierno. Esa
disyuntiva queda zanjada frecuentemente en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales,
donde se ha impuesto un consenso mayoritario en la izquierda para votar contra los candidatos
de la reacción. La victoria de vacilantes candidatos progresistas o meros exponentes del status
quo, permite generar escenarios más favorables que el triunfo de figuras explícitamente
empeñadas en la represión y el ajuste.
Esa diferenciación ha sido entendida por grueso de la izquierda latinoamericana, que en
los balotajes convocó a votar contra Hernández, Kast y Bolsonaro, en Colombia, Chile y Brasil.
Esa definición estratégica no tuvo la misma unanimidad contra Milei, Novoa o Corina Machado,
en Argentina, Ecuador y Venezuela. El ABC de lucha contra la derecha fue en esos casos
olvidado, obstruyendo la obtención de resultados positivos en la principal batalla en curso
INTERNACIONAL REACCIONARIA
La oleada reaccionaria impacta sobre todo el planeta, en una dinámica transversal que se
verifica en numerosos países. Trump conduce ese proceso y cuenta con el concurso de Le Pen y
Meloni. Pero la misma zaga se verifica con Modi, Milei, Bolsonaro y Orban en el polo opuesto.
No existe una divisoria entre Norte Global reaccionario y Sur Global progresista.
La ultraderecha actúa con cierta sintonía a nivel mundial y en forma muy coordinada a
escala regional. Realiza periódicos y frecuentes encuentros, desde que Milei convirtió a Buenos
Aires en un centro de peregrinación cotidiano del franquista Abascal, el pinochetista Kast y toda
la familia Bolsonaro.
El invariable padrinazgo trumpista se verifica en la gravitación regional de la Conferencia
Política de Acción Conservadora (CPAC), que desde los años 60 encabezó la cruzada contra los
derechos civiles de los afroamericanos. Con esa bandera aglutinó a las principales fracciones
reaccionarias de Estados Unidos y ahora extiende su labor por el resto del mundo (Majfud, 2022)
Milei auspicia el rejunte de esos retrógrados para desenvolver su batalla cultural contra
los ¨zurdos de mierda¨. No registra la contradicción de librar esa confrontación con insultos, que
desmienten la mera intención de contraponer ideas. En realidad, solo justifica la preparación de
una arremetida más violenta, que es el lenguaje más conocido y practicado por los reaccionarios.
Pretenden disimular esa virulencia usurpando emblemas de Gramsci (conquista de la
hegemonía) e invocando a Lenin para forjar una Internacional derechista, simétrica a la red
mundial del comunismo que construyó el líder bolchevique. Esa confiscación de términos fue
muy usual el siglo XX, pero asume un perfil desfachatado en la oleada reaccionaria actual.
La primacía financiera, política e instrumental del trumpismo en todos esos
emprendimientos, es coherente con la supremacía estadounidense en el sistema imperial. El
magnate yanqui no ha logrado someter aún a sus socios europeos, pero ya forjó un inédito nivel
de coordinación de la ultraderecha globalizada. Para el Patio Trasero delega el libreto ideológico
de esa operación en el tradicionalismo hispánico, que invoca a Cristo Rey con el mismo
oscurantismo que desplegó en la era de las dictaduras (La Jornada, 2022).
AGENDAS CONTRAPUESTAS
Todos los cónclaves de la ultraderecha desenvuelven la misma agenda de odio, violencia,
venganza y entrega. Para confrontar con esa arremetida, la izquierda debe promover un programa
contrapuesto de paz, igualdad, soberanía y hermandad entre los pueblos. Esa alternativa se
forjará en explícito contraste con los enemigos derechistas.
Cuando ellos aplauden la espantosa masacre del sionismo en Palestina, corresponde
reforzar la protesta contra ese genocidio, exigiendo la ruptura de convenios y relaciones con
Israel. Cuando ellos promueven la militarización de Europa, el despliegue de misiles y el
reforzamiento de OTAN se impone reivindicar la solución negociada del conflicto de Ucrania.
La misma oposición se extiende al proyecto autoritario de restringir derechos y
criminalizar las protestas, que debe ser contrastado con novedosas iniciativas para expandir y
defender la democracia. El intento de control totalitario de las redes con discursos de rabia,
prácticas de discriminación y desconocimiento de las soberanías nacionales debe ser neutralizado
con exigencias de regulación y democratización del universo digital.
Corresponde también contraponer el punitivismo -que penaliza a los pobres y protege a
los ladrones de guante blanco- con el derecho al trabajo y la educación de los jóvenes
desamparados. El antifeminismo debe ser neutralizado consolidando lo obtenido y exigiendo el
cumplimiento de las demandas pendientes.
La ultraderecha fomenta explícitamente la desigualdad y observa a la justicia social como
una aberración. Contra ese despropósito se impone transitar por el camino opuesto de drásticos
impuestos a los 3000 individuos más ricos del mundo, que solo tributan el 0,3% de sus fortunas.
Los ultraderechistas incentivan en muchos países el nacionalismo retrógrado. Recrean el
resentimiento contra los extranjeros para enaltecer el pasado y endiosar la identidad, con mitos
que enfrentan a los pueblos y benefician a los dominadores. Contra esa nociva segmentación
corresponde recordar que ninguna cultura, religión o nacionalidad es superior a otra y que los
pueblos deben luchar en forma mancomunada por sus intereses, mediante una acción hermanada
contra los opresores capitalistas.
IDEOLOGÍA Y ACCIÒN
La ultraderecha está empeñada en una contrarrevolución cultural para uniformar la
enseñanza escolar, erradicar la pluralidad de opiniones y empobrecer el arte. Desenvuelve esa
batalla, introduciendo una tónica más reaccionaria a los rudimentos conceptuales que propagó
neoliberalismo. En cada país articulan con pragmatismo, la ensalada de conceptos más funcional
a ese operativo.
Milei extrema ese eclecticismo, asignando siempre primacía a los rasgos más regresivos
de las concepciones derechistas. Retoma de Hayek la crítica a la idea de justicia social y de
Nozick o Rothbard, la celebración de los derechos de propiedad como norma rectora de la
sociedad (Soly, 2024).
También descarta los aspectos parcialmente revulsivos del libertarismo, que en nombre
del puro individualismo convalida a veces el uso de las drogas. Con ese mismo cimiento
personalista acepta en ciertas vertientes el derecho al aborto, para impedir interferencias estatales
al manejo de cada mujer con su cuerpo (Dardot, 2024). Pero desde la Casa Rosada y en su
confluencia con el conservadurismo tradicional, Milei reniega de esos postulados y archiva las
proclamas libertarias, que anteriormente auspiciaba en su rol de exótico personaje televisivo.
Ha optado también por reforzar el uso del término de libertario, que utiliza como
denominación de su organización (La Libertad Avanza) y como grito de cierre de todas sus
apariciones (¨viva la libertad carajo¨). Pero en los hechos ha consumado una usurpación y
cotidianamente contradice el sentido de ese concepto.
La única libertad que Milei defiende es la facultad de los capitalistas para explotar a los
trabajadores y enriquecerse a costa del grueso de la sociedad. La libertad de trabajar, progresar,
mejorar los ingresos, ampliar los conocimientos o acrecentar la cultura es frontalmente negada
por su gobierno. Ha perpetrado un brutal ajuste que es sinónimo de opresión y antónimo de
libertad.
El anarco-capitalista se autoconsidera como un topo destructor del Estado, para que la
sociedad pueda desembarazarse de la dominación ejercida por ese organismo. Pero en los hechos
demuele las funciones de protección social de esa institución y refuerza su accionar represivo.
Como es un simple servidor de los poderosos, nunca podría erosionar el soporte que brinda el
Estado al enriquecimiento de los acaudalados. Jamás afectaría la protección que asegura esa
institución al puñado de millonarios que controla la economía.
Toda la verborragia anti estatista de Milei es un fuego de artificio, puesto que el
capitalismo no podría subsistir ni un minuto sin el sostén del Estado. Por esa razón, su
anarcocapitalismo excluye cualquier elemento de anarquismo e incluye todos ingredientes del
capitalismo. El único proyecto efectivamente comprometido con alguna meta de eliminar la
opresión estatal es el planteo comunista, que Milei detesta con su enfermizo macartismo.
Ese imaginario no define tiempos, ni modalidades de un devenir genuinamente libertario,
pero destaca que la progresiva desaparición de la desigualdad y el consiguiente antagonismo de
las clases es la insoslayable condición para erradicar los componentes opresivos del Estado. El
ideal que enarbola Milei solo podría efectivizarse en algún futuro con tránsitos al comunismo,
que exigirían erradicar previamente todos los resabios de la pesadilla ultraderechista.
El auge de esta última vertiente paradójicamente confirma la utilidad política de exponer
y defender horizontes de largo plazo. La idealización del mercado y la impúdica defensa del
capitalismo, no han obstruido el avance de las corrientes reaccionarias. Han empalmado más
bien con el fastidio que genera la duplicidad de los políticos convencionales. Esa banda suele
amoldar su discurso a las inclinaciones de cada público y a las sugerencias de las cambiantes
encuestas. La oleada derechista navega en el rechazo a esa manipulación.
Pero curiosamente apuntala un escenario propicio para exponer ideas, programas y
propuestas socialistas sin ningún titubeo. La juventud -que desconfía del oportunismo de los
políticos convencionales- tiende a premiar los mensajes auténticos, que no disfrazan su
contenido. Por esa razón, la frontalidad es el mejor consejo para batallar contra la ultraderecha.
Si se exponen los ideales socialistas sin vergüenza, ni ocultamiento, quedará clarificada
cuál es la verdadera alternativa al desastre que provoca el ascenso de la reacción. En última
instancia, el ideal socialista es mucho menos utópico que todas las fantasías de capitalismo
próspero que promociona la ultraderecha.
Hay que librar la batalla ideológica con el propio acervo del marxismo porque Engels,
Lenin, Luxemburg o Mariátegui son indispensables para refutar a Von Mises, Hayek y Rothbard.
A su vez, el antiimperialismo y la tradición radical latinoamericana son insoslayables para
polemizar con la escuela austriaca, el neoliberalismo y el nacionalismo conservador. Frente a una
derecha que ensalza el colonialismo y el ¨día de la raza¨ hay que reivindicar la resistencia de los
pueblos originarios y la Independencia de América (Liaudat, 2024).
Ese contrapunto de ideas requiere organización. Resulta impensable una confrontación
con la ultraderecha que maneja fortunas, Estados y medios de comunicación, sin apuntalar un
agrupamiento de la izquierda, que presente batalla en todos los terrenos. El punto de partida de
esa opción es constituir organismos con alguna capacidad para encarar el monumental desafío
actual.
La reciente celebración de un Congreso Mundial Antifascista en Caracas aporta el primer
basamento para esa acción. Debutó con numerosas iniciativas de solidaridad práctica con la
causa palestina, adoptando acertadamente como propia la principal bandera de un movimiento
global contra el fascismo (Declaración, 2024).
Los planteos adoptados en los encuentros de ese naciente organismo, inauguran un
camino que podría retomar la trayectoria de los Foros Sociales, que impugnaron la globalización
en la década pasada. La lucha contra la ultraderecha ha comenzado y las distintas expresiones la
izquierda ya tienen un primer instrumento para organizar esa confrontación.
3-1-2025
RESUMEN
La actual oleada ultraderechista expande el autoritarismo reaccionario e incluye rasgos de
fascistización. Involucra a los enemigos principales y no a los adversarios corrientes de la
izquierda. Trump encabeza ese lote, con agresiones que amoldan la acción militar a la
confrontación económica y exigen la total subordinación de América Latina. Hay que combinar
la lucha callejera y electoral, gestando alternativas globales a la Internacional derechista y
promoviendo programas contrapuestos. Con audacia y decisión se puede triunfar.
REFERENCIAS
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1 Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es:
www.lahaine.org/katz