Camilo Andrés Garzón/Julio Yepes Harker
La Silla Vacía, 4-7-2022
Los vicepresidentes en Colombia suelen estar bajo la sombra del Presidente, y no suelen generar mucha conversación por su cuenta. No es el caso de Francia Márquez, que despertó un entusiasmo como figura política en las 780 mil personas que votaron por ella, y que la pusieron en el segundo lugar del Pacto Histórico, y ahora en las 11 millones que la catapultaron a ella y a Petro al poder.
Las razones de este entusiasmo son muchas: se trata de la primera vicepresidenta afro del país. Una mujer que trabajó en las minas de oro artesanales del norte del Cauca, que fue madre a los 16 años y empleada doméstica. Pero más allá de su trayectoria personal, Márquez ha puesto a muchos a hablar en sus términos.
En las últimas semanas, ha sido recurrente ver a periodistas, políticos y ciudadanos hablar de conceptos como “vivir sabroso”, “los nadies”, “soy porque somos”, entre otras expresiones que ella ha usado deliberadamente en sus discursos. Estos gestos y símbolos, lejos de ser exclusivos de ella, tienen su propia historia y son el resultado de un proceso de luchas políticas que echan raíces desde la colonización.
Para entender el significado más profundo de este simbolismo, La Silla Académica entrevistó a Patricia Botero Mosquera, que hace parte del grupo de académicos “en defensa del pacífico colombiano” y fue profesora de la Universidad de Manizales. Botero es una de las coautoras del artículo: “Luchas del buen vivir en las mujeres negras del Alto Cauca”. También a Johanna Herrera, profesora e investigadora de la Universidad Javeriana, y directora de investigación del proyecto que llevó a la publicación del libro: La Toma, historias de territorio, resistencia y autonomía en la cuenca del alto cauca, que se hizo con habitantes y líderes de La Toma, Cauca. Con ellas analizamos algunos de estos símbolos.
1. “Vivir Sabroso”
El concepto de “vivir sabroso” fue interpretado en campaña como una defensa de la vida sin trabajar o trabajando poco. Así lo hicieron algunos contrastándolo con una ética del trabajo arduo que prometía el candidato derrotado Rodolfo Hernández.
También salió a la superficie recientemente cuando Márquez le respondió en una entrevista a la periodista Claudia Palacios: “Si creen que porque me dan una casa presidencial ya estoy viviendo sabroso estás muy equivocada…te invito a reflexionar qué significa el vivir sabroso para el pueblo negro”, le dijo.
El concepto de “buen vivir”, que se popularizó con la expresión de “vivir sabroso”, ya aparecía a finales de la década de los noventa en escritos del Proceso de Comunidades Negras (PCN), una red de organizaciones que existe desde 1993 y de la cual ha hecho parte Francia Márquez durante años.
Lo que propone la noción de “buen vivir” es básicamente que el territorio es, para las comunidades negras, y en especial para las mujeres, un espacio para poder existir en comunión y continuidad con la naturaleza, pues es el territorio el que permite a las personas su realización personal y una vida alegre, por lo que hay que cuidarlo.
Para Patricia Botero, “vivir sabroso” no tiene que ver realmente con una defensa del ocio, y sí más bien con una forma de concebir el trabajo y el desarrollo. “Significa tener autonomía para movilizarse; disfrutar de un ambiente sano con la capacidad de retribuirlo con el cuidado; ejercer la minería ancestral garantizando la existencia del río y del oro fuera de las lógicas de acumulación, e indica la posibilidad de vivir sin miedos, amenazas y discriminación. Sólo así se puede realmente disfrutar la vida”, dice.
Usualmente, el concepto de “buen vivir” estaba asociado a círculos de activistas y académicos que lo usaban como una propuesta contrahegemónica al desarrollo occidental, encarnado en los proyectos mineros de gran escala. Las mujeres de la comunidad lo resumen en sus arengas: «el territorio es la vida y la vida no se vende, se ama y se defiende.. batea sí, retros no».
Como “luchas por el buen vivir” fueron llamadas las movilizaciones de 2014 en las que participó Francia Márquez junto con otras 70 mujeres, y que las llevaron de La Toma al Ministerio del Interior, en Bogotá, para oponerse a la minería ilegal.
En uno de los encuentros del PCN, en 2015, expresaban este principio como una regla ética frente a la naturaleza: «no tomar más de lo que permite la tierra», y frente al valor: “el metal y el territorio no tienen valor por el contenido monetario que pueda explotarse para la acumulación, valen en la medida en que garanticen el trabajo para vivir y la pervivencia como pueblos”, dicen.
Esta defensa de la minería artesanal, que todavía es hoy la actividad económica central de La Toma, se ve en una serie de prácticas en las que la producción de oro en las minas no se orienta sólo por criterios de acumulación.
Por ejemplo, si bien las minas son propiedad de individuos o familias que las poseen desde hace mucho tiempo, el derecho a trabajar en la mina no es exclusivo de su propietario y es posible que alguien trabaje en una mina que no es suya, si el propietario se lo permite, y en los días y horarios de su preferencia. Muchas veces sólo hasta obtener el dinero necesario para resolver algunas necesidades del momento, pero no para hacerse rico.
“Los tomeños no están interesados en ajustarse a horarios rígidos, relaciones laborales definidas por el interés de un propietario o patrón, ni en producir para acumular grandes cantidades de dinero, por eso se resisten a aceptar la implantación de grandes proyectos de extracción en su territorio y prefieren un sistema de explotación del oro a pequeña o mediana escala”, dice Johanna Herrera, de la Universidad Javeriana.
A pesar de los cuestionamientos que con frecuencia plantea el gobierno a los métodos artesanales de minería, los mineros de La Toma consideran que estos son más seguros y efectivos que los que se propone con la introducción de maquinaria pesada, y, sobre todo, que permiten no solamente garantizar la producción de oro en el presente, sino el mejor aprovechamiento de la mina a largo plazo.
Esta relación con el trabajo de la mina es tan particular que llega incluso a crear toda una cultura en torno a la relación con el oro. Una relación personal que para ellos llega a tener comportamientos humanos, pues el oro es el que decide si una persona puede entrar en interacción con él:
“El oro se esconde, se deja ver, señala a los envidiosos, camina, se adentra en las peñas. Para ellos el oro está vivo. En su cosmovisión no hay una separación tan tajante entre seres vivos y no vivos. Por ejemplo, hay unas familias que han tenido una larga conversación con el oro, y que se dice que están bendecidas con ese vínculo, porque desde el pasado ayudaron a comprar esclavos y a liberarlos, y por eso el oro es agradecido con ellas y se les aparece más fácilmente, dice Johanna Herrera.
Finalmente, el concepto de “vivir sabroso” sí se asocia también a una dimensión del disfrute de la vida. Los habitantes de La Toma, conocidos informalmente como los “come yuca”, son famosos también por las fiestas del pueblo que se hacen en agosto y en diciembre.
El centro de estas festividades son las “fugas” que se le cantan al Niño Dios cada diciembre, una práctica que data de la época de la esclavitud, cuando se fugaban de sus amos para hacer cantos y versear. “Vivir sabroso es también tener tiempo para todas estas cosas”, dice uno de los habitantes de la comunidad.
2. “Abrazo ancestral”
La expresión de “abrazo ancestral” se popularizó como una especie de meme, y la han utilizado políticos cercanos como Gustavo Petro y Armando Benedetti para titular las fotos que se toman con Francia, e incluso por sus críticos, como la cantante Marbelle, que en un trino la usó para hacerle un reproche:
Quisiera ver a Francia enviando un abrazo ancestral a la familia del indígena asesinado para que votara por ellos …
Más allá de sus usos recientes, la expresión de “abrazo ancestral”, que Francia utiliza a menudo, habla acerca de la centralidad que tiene la historia y el recuento de esa historia en las comunidades negras de esos territorios. De hecho, la defensa que hacen actualmente de la minería artesanal, se basa no solamente en que protege el medioambiente, sino en que es una actividad ancestral que los ayudó a pasar de la esclavitud a la autonomía económica que defienden.
Esa conciencia de su propia historia parte del hecho de que las tierras que hoy corresponden a las riberas de los ríos Cauca y Ovejas (hoy la Toma y Suárez), fueron inicialmente ocupadas por minas de oro de aluvión a comienzos de mil seiscientos. Esas minas, que eran de propiedad de los Jesuitas, fueron explotadas primero con mano de obra indígena, pero luego esta fue reemplazada paulatinamente por población compuesta mayoritariamente por africanos esclavizados.
Más adelante, con los debates abolicionistas que llevaron a que en la Nueva Granada se firmara la Ley de Manumisión en 1851, la gente negra que había sido esclavizada pasó a ser libre, aunque la propiedad de la tierra seguía en manos de quienes los habían esclavizado. Eso obligó a una negociación entre hacendados y mineros. Como ya no podían usar la mano de obra esclavizada, se valieron de la “aparcería”, que era un sistema de cambio de mano de obra por algunos derechos al uso de la tierra.
Pero con el tiempo, entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, la gente negra fue haciéndose propietaria de las tierras a lado y lado del río, comprando directamente la tierra con el oro que sacaban de las minas. Esos terrenos son la base de lo que hoy es La Toma, el lugar donde Francia Márquez vivió y trabajó en su niñez y juventud.
En las tierras que compraron, tuvieron una producción orientada básicamente al autoconsumo, con escasos márgenes de comercialización. Aunque con el auge del cultivo de café a finales del siglo XIX, y la construcción del ferrocarril del Pacífico, que desde 1926 conectó las ciudades de Cali y Popayán (en medio de las cuales está La Toma y Suárez), las comunidades negras encontraron acceso a mercados más distantes y una mayor prosperidad.
Aunque en los años 80s esa historia de abundancia comenzó a cambiar para mal por varios motivos combinados. Primero, el ferrocarril dejó de operar, con lo que la zona perdió ese enclave comercial clave del que participaba. Segundo, con la plaga de la Roya en Colombia (1983), que se expandió por diferentes zonas de cultivo, incluido el norte del Cauca, y tuvo su peor momento entre 1985 y 1987, justo cuando comenzó la tercera de las afrentas, que fue la construcción de la represa de La Salvajina, en 1985.
La construcción de la represa fue liderada por la Corporación Autónoma Regional del Valle del Cauca. Se trató de una obra de cerca de ciento cincuenta metros de altura en el sitio conocido como las peñas de Salvajina (Suárez), y que se hizo para regular las aguas del río. La obra se había discutido desde los años treinta, pero sólo hasta los 80s se logró, con resultados que cambiaron drásticamente la economía de los habitantes, pues la obra terminó siendo un desastre para el flujo de las aguas del río Cauca, que perdió la abundancia de peces e inundó las orillas del río de donde las comunidades sacaban el oro.
Johanna Herrera habla de los efectos que esto tuvo desde el punto de vista de las comunidades negras de La Toma y Suárez:
“El impacto no fue sólo en las actividades económicas, sino que cambió su modo de vida. Como en el río ya no se podía pescar, toda la relación con el bocachico se perdió, y también las prácticas asociativas vinculadas con la pesca. Hubo una pérdida de conocimientos ecológicos locales que iban asociados con esas prácticas”, dice.
Francia Márquez interpreta la construcción de esa obra en términos de racismo: “Si esto lo quisieran hacer en el sur de Cali, no lo hubieran podido hacer. Esto lo hicieron porque este es un territorio de gente negra a la que pueden despojar”, decía.
Es el contexto de oposición contra la represa de la Salvajina el que explica la emergencia de las organizaciones en defensa de los derechos negros en las que Francia Márquez formó su liderazgo y que han peleado por años para que los resposables de la obra (ahora privatizada) respondan por los efectos que produjo. Así fue que se formó el Consejo Comunal de la Toma, en 1994, en el que Francia llegó a ser nombrada, en 2013 y hasta 2016, como representante legal.
3. “Soy porque somos”
Francia Márquez llamó “Soy porque somos” al movimiento con el que intentó impulsar su candidatura a la Presidencia, y ahora lo usa para hablar de la unión con sectores políticos diferentes, como en este trino reciente, donde se le ve con Marelen Castillo, su rival derrotada.
La centralidad del concepto de “soy porque somos” en el lenguaje de Francia Márquez no es gratuita. La conecta con todo un acervo conceptual panafricano, que es precisamente de donde viene la expresión, y que usualmente se traduce con la palabra Bantu de Ubuntu, y que hoy se usa como una especie de principio filosófico que se basa en la idea básica de que hay un lazo que une a toda la humanidad.
La filosofía ubuntu, o el “ubuntismo» se usa como un principio universalista no europeo que emergió precisamente en contextos unidos a las experiencias de vida de las comunidades negras en las cuencas del Cauca y el Pacífico colombiano, aunque presentes en contextos muchos más amplios.
“El principio ubuntú ha sido usado por la afrodiaspora, que está por todos los mundos. No solamente en Sudamérica. Ha estado en Estados Unidos con el movimiento de las Panteras Negras y el movimiento de los derechos civiles; y también en lo que pasó en Sudáfrica con el apartheid. Es un concepto de la afrodiáspora que se renueva con cada experiencia histórica de exclusión”, dice la profesora Patricia Botero.
El otro sentido de la expresión “soy porque somos” está vinculado a un tejido intergeneracional que une a los habitantes presentes del territorio con los ancestros, con los que se vive en el presente después de que han muerto. “Los que se murieron no se fueron, como en la muerte occidental, sino que son los que acompañan a los renacientes, que son los vivos que tienen que continuar las luchas de sus antepasados, a los que les tocó más duro que a los de ahora”, dice Botero.
Botero incluso va más allá, y dice que el Ubuntu o el “soy porque somos” es una visión de la vida y el territorio que asume que los seres humanos no somos un solo organismo y entiende las relaciones en el territorio desde formas de dependencia mutuas entre especies. “El soy por que somos es que los peces no tengan chanda”, dice una de las lideresas.
Para Johanna Herrera, precisamente, es en estos términos que se explica la tragedia que trajo la Salvajina: “La gravedad de la construcción es precisamente que el cambio en el río que produjo significó una pérdida de un nosotros con el río. Ya no hay un nosotros ribereños porque se acabó esa relación de las comunidades con el río”, dice.
Patrica Botero termina señalando que una concepción así cambia la forma de ver la economía:
“La economía tradicional occidental se basa en la escasez, en que los recursos son limitados. No es así la idea de economía que piensan estas comunidades, que parte de la abundancia. Abundancia de seres, de recursos que siempre tiene la naturaleza si se cuidan. Soy porque somos implica que los problemas clásicos de la política, como la economía, se tienen que pensar desde relaciones entre distintas formas de vida”, dice Botero.
4. “Hasta que la dignidad se haga costumbre” y “los nadies”
“Hasta que la dignidad se haga costumbre” fue una frase que se le escuchó a Francia desde la época de sus movilizaciones de finales de los años 90s, cuando con su oposición a las obras extractivas, ella y otras mujeres evitaron que se desviaran las aguas del río Ovejas a la Salvajina, en un segundo golpe contra su aguas.
Desde ese entonces se le ha escuchado a Francia articular los términos de esa lucha por la dignidad de la siguiente manera: “La minería que ha entrado con retroexcavadora está segando toda posibilidad de existencia, ha venido destruyendo nuestros ríos, ha generado impactos ambientales muy grandes y ha venido cambiando la vocación del suelo. Nosotras las mujeres somos creadoras de vida y luchamos para que la vida no se acabe allá”, expresó.
Más recientemente, en el contexto de la campaña presidencial, Francia utilizó un nuevo sujeto para referirse a aquellos a quienes ella representa: “Yo represento a los nadies y a las nadies de Colombia”, dijo.
El concepto de “los nadies” no se lo inventó ella y hace referencia a un poema del escritor uruguayo Eduardo Galeano titulado con ese nombre en el que dice: “los nadies: los ningunos, los ninguneros … Que no hablan idiomas, sino dialectos. Que no practican religiones, sino supersticiones. Que no hacen arte, sino artesanía.”.
Esta asociación con los nadies, que volvió a aparecer en Colombia con las protestas del 2021, le ayudó a Francia a resonar con más fuerza en otros públicos distintos a los de su comunidad: la unió con muchas mujeres pobres y trabajadoras, como campesinas, trabajadoras domésticas, vendedoras informales e indígenas, en un concepto que se asemeja mucho a la expresión que se usa en el feminismo afro, que es el “abajo de los abajos”, para referirse a sus experiencias de vida en las que se mezcla el machismo y el racismo.
Para la profesora Johanna Herrera, hay una tensión entre estas dos nociones de la dignidad y de “los nadies”, pues, contrario a “los nadies”, la enunciación de la frase de “hasta que la dignidad se haga costumbre”, parte de una visión muy orgullosa y digna frente a la discriminación. “La actitud no es tanto de decir que somos poca cosa, sino que somos nosotros los que hemos hecho mejores a los demás. Eso se ve en actitudes concretas, como, por ejemplo, que al norte del Cauca siempre dicen que Cali no sería la capital de la salsa sin toda la inmigración que llegó desde allá hacia la ciudad”, dice.
En esa lucha por la dignidad, la gente del norte del Cauca lleva ya diez años, desde julio de 2012, buscando que la Agencia Nacional de Tierras les otorgue una titulación colectiva sobre 8 mil hectáreas de su tierra. Una solicitud de 1.158 familias que esperan que ese título los proteja del despojo. Pero ahora, distinto a todos los años y las décadas anteriores, cuentan con un símbolo muy poderoso que los respalda en esa causa.