por Rodrigo Páez Beddings
CLAUDINA
Teatro, Amor y Revolución en la Pampa Salitrera
Sergio González Miranda
Recibí hace pocos días un libro sorprendente. Mi experiencia me dice que
algunos textos a priori presentados en un marco geográfico y conceptual de
determinada zona o nación, a veces (aunque las menos) exceden por su
calidad el ámbito en que fueron presentados. En este caso, el Universo literario
de este excelente relato es la pampa salitrera del norte de Chile, zona en la que
aparentemente sucede el devenir de este escrito.
El punto es que la descripción de la vida y obra de la protagonista Claudina
Morales abarca mucho más que el señalado lugar geográfico mencionado,
dado que la prosa expuesta por el autor se eleva a un ámbito emocional que
sobrepasa las categorías aristotélicas por todos conocidas, alcanzando altos
niveles emotivos y sentimentales en algunas de sus páginas. Así, por la calidad
de la exposición y por la profundidad de sus personajes, el libro deja de ser un
relato del norte de Chile, siendo en realidad un libro de ámbito universal.
La protagonista Claudina, por un triste asunto emocional de su familia, debe
dejar muy joven el Valparaíso de su niñez y zarpa al norte acompañando a su
padre a nuevas aventuras sentimentales y laborales, y es acompañada por un
joven que, prendido de ella en un cerro del gran puerto de nuestro país, la
sigue a cualquier lugar al que ella vaya: este Domingo Navarro será su primer
esposo, en una vida en que estará acompañada por varios hijas e hijos,
especialmente las dos mayores Rogelia y Marina, quienes serán todas
protagonistas de muchas -aunque no todas conocidas- obras de teatro,
presentadas en las salitreras y pequeños poblados, y que aparecen con jolgorio
en pequeños periódicos de las zonas desérticas de nuestro norte. Señala el
autor, involuntariamente en lenguaje sociológico: “Claudina era pionera,
pertenecía a ese selecto grupo de artistas que, sea como dramaturgos o
directores, lograron crear o montar obras teatrales como si fuera un mundo
diferente al que vivimos en nuestra cotidianidad. Alcanzar esa mirada del Aleph
donde se tiene la posibilidad de pensar y actuar sin límites porque todo es
posible en la ficción, a diferencia de la cruda realidad de la vida, donde la crisis
acecha, el hambre amenaza y la desesperanza se normaliza. En ese espacio,
sea el palco o la galería todos, ricos y pobres, pueden soñar e imaginar
sumergirse en las obras dramáticas, tragedias o comedias. Especialmente los
pobres, los privilegiados de Claudina, eran los que más necesitaban soñar para
escapar, aunque sea por un breve instante, de ese mundo al cual fueron
arrojados al nacer”. Acertada visión desde el proyecto-yecto de Heidegger y
desde la bitácora del Monsieur Teste, de Paul Valéry.
Las bellas aventuras y sinsabores que Claudina vivió en Iquique, Mejillones y
otros puntos del mundo nortino son muy bien relatados por el autor de este
libro, complementando siempre el dato histórico socio-político del país y las
vidas de los maridos de la protagonista y de sus hijos, en los pequeños teatros
salitreros y en las otras labores que desempeñaban, especialmente la propia
Claudina, Rogelia y Marina. Pero una cosa son los datos y noticias tan
interesantes que aparecen en este libro y otra cosa es la excelente prosa de
quien escribe. Uno de muchos ejemplos: con respecto al joven Hugo Rojas, en
Mejillones, uno de los novios de su hija Rogelia, nos cuenta ésta, dado que
debió marcharse a Iquique con su madre Claudina: “Siempre creí que él no me
quiso lo suficiente. Nunca me escribió, jamás respondió mis cartas. Lo recordé
por mucho tiempo, con la convicción que fui para él un amor del momento, una
ilusión como se dice, sentí que no se atrevió. Varios años después me llevé la
gran sorpresa. Tocó la oportunidad que viajé a Antofagasta y allí me contaron
que no soportó mi partida, y a los pocos días Hugo tomó el tren de Antofagasta
a Oruro y se fue a Bolivia. Su familia lo buscó por años y no lo encontraron
nunca. Lo buscaron en Santa Cruz, Potosí, Tarija, nada; muchas cosas se
dijeron de él, nunca escribió, quizás murió, lo cierto es que se fue para
siempre”. Estas líneas no pertenecen a una ‘novela histórica’, pertenecen a un
gran relato; no pertenecen a una literatura de la pampa, son literatura universal
en sí. Otro ejemplo de la jerarquía anterior son las acertadas apariciones
históricas de los realísimos Recabarren y Elías Laferte, y también del León de
Tarapacá, tan bien engarzados en la prosa imaginaria del libro.
Los buenos relatos, los que están en los textos que después nos cuesta olvidar,
repito, que después nos cuesta olvidar, están compuestos de algún sólido
argumento y tal vez de una buena prosa, pero también de algo que es difícil de
definir incluso siquiera de pensar: una especie de alma escondida tras
bambalinas, un sentimiento profundo que no es directamente amor por nadie ni
por nada, pero que genera que el lector le tome cariño a alguno de los
personajes o a sus sueños, que lo acompañe, que se sienta alegremente
identificado con él, que lo recuerde días y semanas posterior a haber leído el
libro, que siga pensando en él. Esta ‘novela histórica’, como aparece definida
en algún lugar, es mucho más eso: es buena literatura a secas, y le queda
estrecha la categoría geográfica del norte de Chile. Es probable que en años
futuros este texto quede catalogado en las listas literarias del país, así como
Coloane ya no pertenece al Sur ni los personajes de Manuel Rojas ya no sólo
son habitantes de los espacios desolados de nuestra nación.
El bellísimo episodio de la mariposa, al final del libro, sólo reafirma mi intención
de preparar mis maletas para Los Vilos, Mejillones e Iquique a intentar
encontrar algún descendiente de esta inolvidable familia. Sí, inolvidable, porque
este profundo libro provocará tales sentimientos en sus lectores sin ninguna
duda.
Rodrigo Páez Beddings
Ingeniero Comercial, Universidad de Valparaíso
Doctor y Mag. en Filosofía, Universidad de Chile











