Prensa Obrera, Arentina – Por Pablo Doglioli
«Un camino a casa»: la vida contra la barbarie
Film de Garth Davis, basado en el libro autobiográfico de Saroo Birerley.
Grita. Es 1987 y en la inmensidad de la noche de Kandwa (India), Saroo —un niño de 5 años que había salido esa mañana a trabajar, como todos los días, con su hermano mayor— ahora está sólo, enrejado en la oscuridad de un vagón de tren, sin pasajeros, y grita. A la nada misma, llorando, Saroo grita intermitentemente, hasta dormirse, el nombre de su madre, el nombre de su hermano Guddu, a quien acaba de perder en el trajín de una de sus cotidianas y arduas jornadas laborales.
Ese viaje accidental, ese tren —aunque él aún no lo sabe— lo aleja de Ganesh Talai, su pueblo natal y va a cambiar su vida para siempre. Un camino a casa («Lion», según su título original) es la película que relata la historia real de Saroo Birerley, el hijo de una familia sumida en la extrema pobreza que el mencionado tren deposita en Calcuta y lo aleja de su familia obligándolo a iniciar una lucha tenaz por su propia vida.
Así, luego de sortear a traficantes, secuestradores, redes de trata y soportar las humillaciones a las que lo someten en un orfanato, Saroo finalmente es adoptado por una familia australiana que le da posibilidades de estudio y desarrollo muy por encima de las esperadas en su pueblo. Pero el estigma de haber perdido a su familia permanece en él durante toda su vida, irremediablemente, marcada por una intensa y conmovedora búsqueda.
El film de Garth Davis, basado en el libro autobiográfico de Saroo Birerley, se estrenó el jueves pasado y cuenta con seis nominaciones para los premios Oscar. La película sumerge al espectador en la realidad cruel de los muchos niños que conviven a diario con la adversidad y la pobreza y lo hace con una gran calidad. A la actuación magistral de Dev Patel (Saroo en su juventud) se le suma la interpretación de Nicole Kidman (mamá adoptiva de Saroo) para constituir una obra emocionante. La película encuentra un límite, sin embargo, al colocar a esta familia adoptiva en un papel heroico, que nada tiene que ver con la realidad avasallante a la que la pobreza empuja a estos niños que son despojados de sus verdaderas familias. Si bien la adopción de niños huérfanos por parte de familias económicamente estables constituye en gran medida una oportunidad para aquellos niños frente al hecho consumado de su situación, no puede sino ser un paliativo que no soluciona el problema de fondo: que existen numerosas familias desmembradas y castigadas por el devenir del modo de producción capitalista.
Con la vida de Saroo, el film muestra el empuje y aferre de la humanidad a la vida (su capacidad de luchar tenazmente contra aquello que la oprime) y lo contrapone a uno de los cuadros de barbarie más impresionantes que se agrava todos los días y que las redes sociales hacen cada vez más visibles. Los refugiados sirios que naufragan (la imagen desgarradora de Dylan, el niño sirio ahogado, boca abajo, en las costas del mar mediterráneo, que se viralizó por el mundo el año pasado), el genocidio sionista en Palestina o los niños que hacen de mano de obra esclava para la producción de grandes empresas, por mencionar sólo algunos ejemplos.
Los signos cada vez más notorios de barbarie desbordan en todos los ámbitos –en esta oportunidad lo hacen en el cine– y marcan la urgencia de su transformación.