Invitación de boda, de la realizadora palestina Annemarie Jacir
Retrato a bordo de un auto
Un locutor de voz adusta enumera en la señal radial los últimos avisos fúnebres –la ubicación de las procesiones, la dirección de las mezquitas e iglesias donde tendrán lugar las ceremonias– mientras Abu Shadi fuma en silencio sentado en su auto. El regreso de su hijo con una caja llena de invitaciones de casamiento recién impresas lo saca del trance y lo obliga a apagar el cigarrillo de apuro; nadie sabe que a los sesenta y pico de años ese maestro jubilado todavía sigue fumando a escondidas. En la breve secuencia de apertura de la tercera película de Annemarie Jacir –cuya ópera prima Salt of This Earth (2008) se transformó en el primer largometraje en la historia dirigido por una mujer palestina– se ponen en juego de manera anticipada varios de los elementos narrativos y formales esenciales a la estructura de Invitación de boda: condensación de tiempo y espacio, puntilloso naturalismo a la hora de describir la relación entre padre e hijo, información de la situación política y social en la banda sonora gracias al aparato de radio de un automóvil que, a partir de ese momento, nunca dejará de estar en constante movimiento.
Abu Shadi y Shadi a secas (los actores Mohammad Bakri y Saleh Bakri, padre e hijo en la vida real) deben entregar personalmente cada una de las invitaciones a la fiesta de casamiento de la hija menor de la familia, aparentemente una costumbre entre los árabes cristianos de Nazaret que ha adquirido la fuerza de la obligación, del deber. El “wajib” del título original. Shadi Jr., un joven arquitecto que vive lejos de los territorios palestinos, ha regresado de Roma especialmente para el evento y, a diferencia de su progenitor, mantiene contacto con su madre, una mujer que inició una nueva vida en los Estados Unidos. Como el film irá revelando gradualmente, esa escisión en el pasado del núcleo familiar se ha transformado en origen de fuertes conflictos. Nacida en Belén, criada y educada en Arabia Saudita y Nueva York, Jacir propone en su último largometraje (multi premiado en el Festival de Locarno y presente en la última edición del festival marplatense) un relato que –como una parte importante del cine internacional contemporáneo “de autor”– es deudor del neorrealismo tardío, no tanto rosa como atento a las señales de la idiosincrasia cultural más allá de la coyuntura que intenta describir.
A pesar de concentrar la narración en apenas un día y con un recorrido geográfico que nunca saldrá de los límites de la ciudad, Wajib no deja de ser una road movie en pleno derecho: el derrotero de esa extensa jornada, las visitas a personajes de lo más variopintos (con una tendencia a la excentricidad ligera), las discusiones a bordo del automóvil van delimitando las novedades y posibles cambios en una relación que vuelve a ser física luego de un tiempo de separación. “¿Qué hacen acá?”, pregunta el joven, señalando a un par de soldados israelíes que almuerzan en un bar de un barrio árabe. “Vienen siempre”, responde el padre, restándole importancia a una cohabitación que quizás, a la distancia, parezca poco menos que imposible. Más tarde, ambos observarán a la novia probarse diferentes vestidos y deberán correr contra el reloj luego de descubrir un no tan evidente error de la imprenta, una de las instancias en las que Jacir echa mano al recurso del suspenso. Los elementos de comicidad se entrelazan así con los apuntes culturales y ese doble carácter de crítica suave y aguafuerte de los usos y costumbres de la sociedad palestina –en realidad, de una parte de ella– le dan carácter a una película de impronta humanista a la que, sin embargo, se le notan demasiado los hilos narrativos: esa estructura que conduce casi sin desvíos al clímax emocional y a una coda con vista a la abigarrada arquitectura de Nazaret, cigarrillo en mano y finalmente al descubierto.