Actor de carácter, capaz de los más de los más variados registros (era un bailarín consumado, era llamada “la estrella atravesada” por su carácter reivindicativo, y se distinguió por su compromiso a la República española…
Una cuarta parte de la filmografía de Cagney pertenece al género de gangsters, género al que el actor profesará pronto una franca hostilidad porque la consideraba un “encasillamiento”. Pero después de una fase dedicado a la comedia y al musical, regresó al género por la puerta grandes con la inmortal (The fíoaring Twenties) no es más que un personaje nostálgico, testimonio de una época pasada. En 1942, James Cagney emprende, con Yankee Doodle Dandy una nueva fase de su carrera. Esta evocación espectacular, sentimental y patriótica de una de las grandes figuras del music-hall americano, George M. Cohan, revistió para él un sentido simbólico: fue la revancha, tanto tiempo esperada del hombre de espectáculo y, por la asombrosa diversidad de su talento, impuso el monstruo de escena, el gran artista, que nunca dejó de ser. En la cúspide del triunfo de crítica y comercial (premiado con un Osear), Cagney intentó una nueva escapada. Dejó la Warner y organizó la Cagney Productions, de la que su hermano Wllliam, fue presidente. Realizó un cambio radical de imagen, intentando favorecer, en detrimento del duro, al artista portador de un mensaje humanitario.
En su primera producción, Revuelta en la ciudad inspirado en Frank Capra, es un vagabundo, poeta y samaritano, inmerso en un universo alegórico en el que se enfrentan la corrupción y las virtudes de la América eterna. Este cambio de rumbo conllevó un fracaso que era previsible, pero que, sin embargo, no desanimaría a Cagney; que en 1949, Cagney volvió a la Warner para Al rojo vivo que marcó la cima del ciclo de gángsteres.
A diferencia de lo que se hacía en los años treinta, la obra no se permite ningún discurso sociológico y analiza su personaje hasta la abstracción. Glacial, atrincherado en su soledad, Cody Jarret es sólo una fuerza lanzada a la conquista del mundo. La dimensión edlpiana, presente en varias películas anteriores de Cagney, tiene aquí una importancia central, una nueva tonalidad: la falta de madurez que justificaba todos los excesos de los héroes juveniles de la Depresión se convierte, en el ámbito cultural de los años cuarenta, en una fuerza fundamentalmente trágica.
Absolutamente inolvidable.