por Franco Machiavelo
Si un viajero del tiempo aterrizara en Chile en medio de la elección presidencial de 2025, se encontraría con un escenario político profundamente conocido, repetido hasta el hastío: el teatro electoral de la democracia liberal, donde se juega una comedia de nombres nuevos y viejos, pero nunca se cuestiona el libreto. En esta puesta en escena, el libreto lo escribe el capital.
Los candidatos —ya sean de derecha explícita, de centro decorado o de una “izquierda” domesticada— orbitan todos dentro de los márgenes estrechos del capitalismo salvaje. Sus discursos se llenan de frases huecas sobre “diálogo”, “crecimiento sostenible” y “justicia social”, mientras en la práctica perpetúan el mismo modelo explotador, privatizador y antipopular que se impuso a sangre y fuego desde la dictadura.
Nada cambia realmente porque la estructura económica no se toca. El modelo de acumulación basado en la expoliación de territorios, el saqueo de recursos naturales y la sobreexplotación de la clase trabajadora continúa intacto. Detrás de cada candidatura está el amiguismo, el pituto, la maquinaria de favores cruzados, de empresarios financiando campañas para blindar sus intereses por otros cuatro años. En estas elecciones, como en las anteriores, se compra poder para garantizar que todo siga igual.
La situación del pueblo mapuche y de los movimientos sociales no será diferente. Las promesas de diálogo con los pueblos originarios son humo; los gobiernos electos continúan aplicando la Ley Antiterrorista, reforzando el control policial y militarizando la Araucanía. La criminalización de la protesta seguirá como política de Estado, porque ningún candidato de este sistema está dispuesto a desmantelar el aparato represivo que asegura la gobernabilidad del capital.
El continuismo del capitalismo salvaje no es solo una tendencia: es la regla. El sistema político chileno está diseñado para excluir toda alternativa que cuestione de raíz las estructuras de dominación. Se permite jugar dentro del sistema, pero jamás contra él.
Por eso, la única esperanza no vendrá de la papeleta electoral. Solo un partido revolucionario, clasista, rebelde y profundamente anclado en las luchas reales de las y los trabajadores y del pueblo, podrá quebrar esta lógica. No para administrar mejor el sistema, sino para transformarlo y construir una nueva sociedad basada en la justicia social, la propiedad colectiva y el poder popular. Cualquier otra opción no es más que una ilusión cuidadosamente fabricada para mantener dormida a la conciencia de clase.
La verdadera elección está en las calles, en las fábricas, en las escuelas, en las comunidades. Allí donde se construye poder real desde abajo. Porque si el viajero del tiempo ha aprendido algo, es que la historia nunca cambia por elecciones dentro del sistema, sino por rebeliones que lo desbordan.