por Franco Machiavelo
(Análisis crítico y dialéctico sobre los acuerdos del gobierno chileno con Alemania y el acercamiento a la OTAN, y su impacto en la causa palestina)
La reciente profundización de vínculos entre el gobierno chileno y potencias imperialistas como Alemania, junto al inédito coqueteo con la OTAN —una estructura militar históricamente usada para garantizar los intereses del capital occidental—, no es una casualidad ni un avance diplomático, sino la expresión material de la dependencia estructural del país.
Chile, subordinado al capital transnacional desde la imposición del modelo neoliberal en dictadura y su consolidación por todos los gobiernos de la post-dictadura, reproduce constantemente su rol de economía extractivista, desindustrializada y funcional a los intereses del norte global. Firmar acuerdos con Alemania, una potencia imperialista que sostiene sus privilegios sobre el saqueo del sur global, implica reforzar esa lógica de dependencia. Aquí no se trata de “colaboración” ni “modernización”, sino de integración subordinada a las cadenas de valor dominadas por el capital europeo y estadounidense.
El acercamiento a la OTAN no sólo compromete la soberanía de Chile, sino que lo alinea con una estructura bélica que ha respaldado múltiples invasiones, bloqueos y guerras en función de los intereses de las potencias dominantes. Y esto tiene consecuencias éticas y políticas profundas: Chile, país que históricamente ha tenido una postura crítica frente a la ocupación ilegal de Palestina, ahora se vincula estrechamente con un bloque militar que respalda y arma al régimen que perpetúa el genocidio del pueblo palestino. Alemania, por su parte, es uno de los principales sostenedores del Estado de Israel, incluso frente a crímenes documentados contra la humanidad. Un acuerdo de cooperación con ese Estado, sin establecer límites claros sobre la política colonial en Palestina, es un acto de complicidad.
Así, lo que se presenta como “cooperación internacional” es, en los hechos, una traición a los principios históricos de solidaridad con los pueblos oprimidos. Alinear a Chile con quienes justifican o financian la masacre en Gaza es cerrar los ojos ante la sangre de miles de inocentes. Es renunciar al compromiso ético con la causa palestina, con el derecho internacional y con la memoria de los pueblos que han sufrido dictaduras, ocupaciones y exilios.
Mientras tanto, en los territorios chilenos, los conflictos sociales no disminuyen. El pueblo mapuche sigue siendo criminalizado, los trabajadores enfrentan precarización y las comunidades son envenenadas por industrias extractivas que sirven a las mismas potencias con las que hoy se firman estos acuerdos.
El gobierno, en lugar de representar los intereses del pueblo trabajador, se convierte en agente operativo de la reproducción del sistema. Es un administrador eficiente de los intereses externos. Es una izquierda funcional, fetichizada, que se despojó de todo proyecto emancipador.
Por eso, no estamos ante una política exterior soberana, sino ante una renuncia activa a toda posibilidad de construir un camino autónomo. Mientras las firmas se estampan en Bruselas o Berlín, los pueblos del sur siguen siendo saqueados, y los pueblos ocupados —como el palestino— siguen siendo bombardeados con el silencio cómplice de los que dicen gobernar en nombre de los derechos humanos.
¡Ningún acuerdo con el capital imperial ni con sus brazos armados!
¡Solidaridad con Palestina no es discurso, es coherencia política!
¡Los pueblos no necesitan pactos con la OTAN, necesitan justicia, tierra, pan y dignidad!
¡O se está con el pueblo, o se está con sus opresores!