Diario U. de Chile. Antonella Estévez | Jueves 15 de diciembre 2016
Y no pues, nadie lo pensó. Y eso es lo más grave. El día de ayer casi todos los involucrados en la imagen que recorrió el mundo – Andrés Rebolledo (ministro de Energía) José Miguel Insulza y Alejandro Guillier (el primero ex Secretario General de la OEA, el segundo senador y ambos precandidatos presidenciales), Eduardo Bitrán (vicepresidente ejecutivo de CORFO), además de Céspedes y Fantuzzi – aparecieron pidiendo disculpas, pero me temo que la mayoría de ellos lo hicieron más por el efecto que este hecho tuvo, que por el hecho mismo.
Una cosa que explica esta situación es lo invisibilizada que está para muchos la violencia simbólica contra las mujeres. “Hay cosas peores” dijo Fantuzzi, “están exagerando” dijeron muchos en las redes sociales y quizá el comentario más notable, por lo transparente de sus valores y prioridades, fue el de la flamante nueva presidenta de la UDI, Jacqueline Van Rysselberghe quien señaló:” Me parece de un mal gusto increíble frivolizar con la economía”, lo que además demuestra que la conciencia de género no necesariamente está asegurada sólo por el hecho de ser mujer.
La violencia contra las mujeres es algo que se ejerce todos los días desde distintos frentes y cuya más gráfica y brutal expresión es el femicidio. Cuando en menos de doce meses, más de cincuenta hombres deciden asesinar a sus parejas o ex parejas hablamos de un fenómeno social, no son casos aislados y por eso les denominamos violencia de género. Estos hombres, y todos los que llegan a violentar físicamente o psicológicamente a las mujeres que les rodean, han recibido miles de mensajes a lo largo de sus vidas que les dicen que las mujeres no tienen los mismos derechos que ellos, que son inferiores y que existen para su placer y comodidad. No es casual que la mayoría de los casos de violencia aparecen cuando la mujer demuestra voluntad -de trabajar, de independizarse, de irse- algo que el violento no puede tolerar porque todo lo que la sociedad le ha inculcado dice que él es el que manda y que define, y que la mujer debe someterse a sus deseos de una manera u otra.
Una muñeca inflable es la máxima expresión de la representación de una mujer objeto. Es una cosa que se guarda en el closet o bajo la cama y que se saca sólo para aplacar la soledad o las ganas de su dueño. Que eso se haya regalado en un encuentro empresarial a un ministro de Estado, homologando ese objeto a un cuerpo femenino que hay que estimular -“como a la economía”- es grave porque resume la mirada que los más poderosos del país tienen respecto a la mitad de la población, y el hecho de que nadie hubiese reparado en lo obsceno de la imagen demuestra que ese tipo de gestos están normalizados desde un sentido común machista y perverso que se expresa en chistes, canciones, películas, libros y un largo etcétera, pero que se hace carne en la manera en que muchos varones -y lamentablemente también mujeres- conciben la lógica de las relaciones al interior de nuestra sociedad. Ese pensamiento luego se manifiesta en las dificultades que tenemos las mujeres en el mundo laboral, en los condicionamientos que nos definen a la hora de estudiar o ejercer nuestra profesión, la manera en que se definen las tareas domésticas e incluso la intimidad. Efectivamente hay estímulos que hacer, pero éstos deberían estar enfocados hacia la conciencia de aquellas y aquellos que no han entendido que la violencia se crea, se fomenta y no da para bromas.