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Chile – El Gran Espejismo de la Primera Candidata Comunista

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por Franklin Machiavelo

La candidatura presidencial de Jeannette Jara —representante de la vieja guardia de la ex Concertación y de la extinta Nueva Mayoría— ha desatado una ola de ilusiones, esperanzas y euforias cuidadosamente administradas. No faltan los discursos grandilocuentes sobre la “primera candidata comunista a la presidencia”, ni los relatos épicos sobre la lucha popular, ni las imágenes diseñadas para vincularla con la juventud, la diversidad y la “renovación” política. Todo envuelto en una estética progresista, donde se mezclan feminismo, defensa de los pueblos originarios y nostalgia estudiantil.

Pero, más allá de esta superficie emotiva y de la mercadotecnia política que hoy controla incluso a sectores que se autodenominan “anti-sistema”, la candidatura de Jara es, en el fondo, otro producto más del fetichismo democrático chileno. En un país domesticado durante décadas por el mercado, lo que aparenta ser “cambio” no es más que la representación simbólica de un poder que sigue intacto.

Como sucedió con los gobiernos de la Concertación —aquellos que gobernaron bajo la mezquina consigna de “en la medida de lo posible”— la candidatura de Jeannette Jara corre el riesgo (o quizás fue siempre su propósito) de convertirse en el nuevo rostro amable de una institucionalidad neoliberal profundamente consolidada. Un rostro “popular”, carismático y mediático que sirva para maquillar la continuidad del modelo económico y político que sostiene a la oligarquía financiera, a las forestales, a las AFP, a las mineras y al imperialismo regional.

La ultraderecha, paradójicamente, lo comprende mejor que los sectores progresistas. Para ellos, el “comunismo” no se reduce a una candidatura aislada; es un símbolo amplio que abarca todo lo que desafía el orden establecido: la diversidad sexual, los estudiantes movilizados, los sindicatos, los pueblos originarios, los ambientalistas, los migrantes, los feminismos, los “anti-sistema”. Por eso la atacan con violencia discursiva. No porque teman que ella desmonte el modelo neoliberal, sino porque necesitan mantener encendida la llama del “enemigo interno”, útil para cohesionar a sus votantes mediante el miedo.

Lo más irónico es que esos sectores de ultraderecha no temen, en absoluto, a los partidos políticos que han servido de administradores del neoliberalismo. Saben perfectamente que la mayoría de esos partidos —incluso algunos con apariencia de izquierda— terminan gestionando los mismos intereses que dicen combatir.

Así, la candidatura de Jeannette Jara amenaza con convertirse en otro mecanismo para canalizar la frustración popular, desviarla hacia las urnas y, como en tantas ocasiones anteriores, desactivarla dentro del laberinto institucional. Un nuevo acto de cosificación de la política chilena: donde la representación vale más que la transformación, donde el fetiche del “primer gobierno comunista” importa más que la lucha concreta contra la desigualdad.

Chile ya ha visto este espectáculo una y otra vez. Cambian los nombres, los rostros, los eslóganes. Pero las reglas del juego siguen siendo las mismas. Y la gran pregunta sigue abierta:

¿Cuántas veces más el pueblo chileno aceptará la ilusión del cambio dentro de los estrechos márgenes del mercado?

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