Gabriel Brito *
Correio da Cidadania, 12-4-2018
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Traducción de Ernesto Herrera – Correspondencia de Prensa
La escena es de aquellas que no se puede creer ver. Lula está preso, sí, es verdad. Durísimo golpe a todos los que soñaron con una país mejor. Incluso para aquellos que habían roto hace tiempo con el Partido de los Trabajadores y los consideran un instrumento de profundización del orden neoliberal, con discurso demagógico que no resistió las vicisitudes de una crisis económica superior al “mal rodaje” y cuyo impacto era imposible disimular.
Lula preso es un golpe de muerte en los últimos 40 años de luchas sociales y de los trabajadores. La tragedia ya era anunciada, al final, estamos hablando de sectores que hace tiempos se despegaron de sus supuestos representados, inclusive bajo innumerables alertas. Tal vez por eso mismo la burguesía brasilera se haya sentido a voluntad para quebrar las reglas de su propio juego y excluirlo de la escena político-electoral. Como venimos publicando, su proyecto neocolonial expoliador no puede valerse por medios democráticos. Y después de aquello que llamamos falsa polarización, simbolizada en la disputas con el PSDB, ahora es hora de partir para el asalto.
Hechos versus propaganda
Como escribió el analista político Fabio Luís Barbosa dos Santos, en su libro Más allá del PT. La crisis de la izquierda brasilera en perspectiva latinoamericana: “se observa una polarización sin ninguna correspondencia con lo que estaba en disputa: la gestión de la crisis se profundiza en el país. En cuanto el tono de las acusaciones entre los candidatos se eleva, se rebaja el debate político. Un clima de hostilidad visceral intoxicó el electorado, ampliado por la media corporativa. No es difícil percibir la función de esa polarización postica, que ocultó las cuestiones relevantes para Brasil. Junio de 2013 desencadenó la insatisfacción con el padrón lulista de desarrollo del subdesarrollo, que en este momento tuvo expresiones a la izquierda y a la derecha”.
Puede parecer persecución a los aturdidos partidarios de los gobiernos de Lula, pero es nuevamente difícil tejer explicaciones sobre la humillante derrota sin pasar por las protestas de 20013, hasta hoy discriminados por una izquierda que ahora reclama unidad y dice condenar el sectarismo. Hace eso de la boca para afuera, pero sigue torciendo la nariz para las manifestaciones políticas más diversas de la historia de Brasil. Y pagó caro por propagandear de forma fantasiosa un caminada de progreso del grueso de la población, cuando no pasó de un vuelo de gallina, un momento de avance material, en una vida cercada de privaciones y violencias.
“Vamos a los datos oficiales contenidos en el Catastro Único del Bolsa Familia, disponible en el sitios del Ministerio de Desarrollo Social; en febrero de 2013, había 71,1 millones de personas que vivían con medio salario mínimo. Da 35 % de la población brasilera. Estamos hablando de un período en que se completaban 10 años de gobiernos petistas, aquellos que supuestamente reducirían dramáticamente la pobreza. Sólo supuestamente. Saltemos para 2015, el último año completo de Dilma Rousseff y, como tal, el último año del ciclo petista (hasta ahora). Había entonces 73.327.179 personas pobres, lo que da cerca de 36% de su población total. Por tanto, aumentó el número de pobres (en poco más de dos millones de personas) y aumentó también un poco el porcentaje de pobres en el conjunto de la población”, escribió Clovis Rossi, en la Folha de. São Paulo
¿Unidad en torno a qué?
Por tanto, si hay sectores y grupos que todavía se interesan por esa tal unidad contra el mal menor –ni siempre asociado al carácter de la explotación capitalista enraizada en Brasil- continúa necesario entender quién y por qué se hicieron aquellos levantamientos masivos. Entre otras cosas porque con resistencia poética y consignas de las redes sociales o churrascos entre amigos en el Sindicato de los Metalúrgicos no se saldrá de la confusión.
“Lamentablemente, el PT y su militancia están obsoletos, se ahogaron en un mar de prepotencia e intolerancia delante de la alteridad. Toda crítica viene siendo tratada como discurso de odio y, a seguir, achatada en un bloque unitario y amorfo de “antipetismo”. El extremismo petista parte, entonces, hacia la solución más simple: denunciar como fascista todo lo que le desagrada, enfatizando el discurso de polarización partidaria, que es la forma no sólo de destruir el enemigo, sino también de doblar las críticas venidas de la izquierda, según la tentativa de construir un discurso unificado hegemónico de “las izquierdas”, es decir, la unificación que atiende la voluntad del gobernismo”, escribió en Correio da Cidadania, en 2014, la abogada de derechos humanos Priscila Prisco, al comentar la contratación de la empresa de marketing Marissol, involucrada de establecer “perfiles sobre el antipetismo”.
Sí, quien un día tuvo a Florestan Fernandes para comprender la mecánica de la lucha de clases brasilera, atacó con una oscura empresa de marketing y sus encuestas de campo que ven a manifestantes como clientes de una democracia que sólo podría realizarse por el mercado y por el consumo.
Quedó patente, desde entonces y con renovados ejemplos, la muerte del partido como instrumento de transformación social. La acomodación y burocratización de la sigla llegó a tal punto que, además de incapaz de comprender la realidad, o se recusó a hacerlo, siempre respondió con más y más austeridad. No solamente en 2015-2016, en el mandato nacido muerto de Dilma, sino en aquel huracanado 2013 y también en 2014.
“Confrontado con la impotencia de cambiar el orden, el pueblo brasilero asistió a una radicalización reaccionaria durante el proceso electoral. En este contexto, muchos cuadros acudieron a una defensa apasionada del petismo, vaciándola de cualquier potencial de cambio. De otro lado, una clase dominante siempre opuesta al protagonismo popular sintió que el momento lulista pasaba y retomó la ofensiva. Sin alternativas programáticas a presentar, su discurso se deslizó rápidamente a preconceptos y rencores que revelaban la intolerancia con la existencia de un partido de trabajadores, aunque desprovisto de autonomía de clase”, observa Fabio Luís en su libro.
La falsa polarización y su destrucción final
De impotencia en impotencia y propaganda chapa blanca irresponsable, alienada de suelo social, fuimos siendo tragados por los sectores reaccionarios de la sociedad, estos que irguieron un monumental apartheid social y apenas toleran el habilidoso arbitraje político de Lula. Pues si del lado de acá nos acomodamos, por la allá jamás descansaron en su lucha de clases. Cuando las condiciones del “gana-gana” se borraron su ofensiva siniestra ya estaba armada. Porque siempre estuvo, basta revisar los acervos de los medios hegemónicos y sus portadas entre 2003 y 2012.
“Los ítems de la cuestión es que el PT se tornó prescindible para realizar las reformas antipopulares exigidas en el momento. En 2015, la militancia estaba aprisionada entre la dispersión y la resignación. Acomodados al neoliberalismo, los defensores del gobierno recorrían a argumentos cada vez más delirantes, sin resonancia popular”, dice Fabio Luis.
Traicionada la ciudadanía en tos los momentos decisivos, también podemos comprender la ausencia de rebeldía ante tamaña ofensiva conservadora. La acomodación, burocratización y desmovilización fue tanta que en la hora en que las cosas salieron del control no hubo fuerzas para el combate. Y cuando hubo se dio el “inexplicable” marcha atrás.
Eso se vio en todos los momentos posibles: en la tentativa de nominar a Lula para la Casa Civil (Ndet: cargo de confianza presidencial que actúa como una jefatura ministerial ), en las dos votaciones del impeachment de Dilma, en las fuertes protestas contra Temer en 2016, en las millares de alianzas con el PMDB en las elecciones municipales y en las dos huelgas generales entregadas a este gobierno en 2017, en la estrategia mezquina de las centrales sindicales que vislumbraban una victoria electoral a partir de un país arruinado en este 2018.
Sólo restó, como fue dicho, la resistencia poética. “En cuanto la actitud de Lula, creo que, la opción de permanecer en el país, era lo inverso a entregarse resignadamente en Curitiba. Era como si él dijese al juez Sergio Moro: me encanta el modo. Sobre la militancia que lo rodeó, era toda ella de izquierda, en una especie de mistificación de Lula como efecto de su decisión de no entregarse en Curitiba y hacer un juego de fuerza con Moro, juego ese que Lula ganó, a mi ver, en el campo político. En tanto, me parece que esa movilización está restringida al campo de la izquierda y no contamina a la sociedad”, complementa Marcelo Castañeda.
Sobre los metalúrgicos del ABC, además, cabe recordar que se trató de una organización pionera en proponer la tesis de negociar sobre lo legislado, ya en 2007, ahora tornada realidad en la Reforma Laboral de Temer. Al final, hablamos de aquella clase trabajadora que “fue al paraíso”, consiguió sus victorias, tendrá jubilación. Por eso, una vez más, no se comprende lo que fue 2013, levantamiento de la generación nacida y crecida bajo la égida de la mercantilización total de la vida. También por eso jamás podría partir de ahí una resistencia real y destrucción de la figura de Lula y del PT.
“En 2012, yo estaba luchando por el Pinheirinho, cuando Dilma firmó la desapropiación y vi más de 600 familias ser masacradas. En 2013, yo estaba luchando por el asentamiento Milton Santos, cuando también Dilma afirmó el decreto que mantenía a los asentados en sus tierras, pero que ya estaban asentados hacía muchos años. En 2013, yo estaba en las calles luchando por el transporte público de calidad, en cuanto el PT condenaba a los que luchaban de ser brazo de la derecha. En 2014, yo estaba luchando contra el gran desvío de dinero que fue la Copa del Mundo del gobierno del PT, en cuanto Dilma firmaba la Ley Antiterrorismo, que antecede lo que peor ha de venir a los movimientos sociales. De 2016 hasta hoy estoy en las calles, en las ocupaciones, en las periferias, en los sindicatos, haciendo lucha, formación y resistencia, en cuanto buena parte de los movimientos que blinda a Lula en San Bernardo se recusaban a movilizarse porque hallaba que cuanto peor-mejor, pues las chances del PT aumentarían en las próximas elecciones. Ahora no voy a salir a la calle por Lula y por el PT. No me condenen por eso”, escribió una lectora a la redacción del Correio da Cidadania, que pide el anonimato pues lidia en su cotidiano con el proxenetismo de la derecha rabiosa y su proyecto reaccionario de Escuela Sin Partido.
Sin dudas, son tiempos sombríos que pueden acentuarse. Sólo por estos días, lidiamos con noticias de masacres y rebeliones en el presidio de Pará, carnicerías en Fortaleza, en nueva demostración de la quiebra del Estado brasilero y ascenso de su brazo paralelo, y la información de que en Bahía, gobernada por los petistas Jacques Wagner y Rui Costa, el asesinato de negros creció 118% en los últimos diez años.
Un país destrozado, sin dudas, y con instituciones que no están a la altura de nada, todavía que el destruido PT de ellas dependa para recomponerse políticamente, pues por las calles sabe que pasará vergüenza y hablará solito.
“La decisión del STF (Ndt: Supremo Tribunal Federal) sacralizó el desbarranque final de las instituciones públicas brasileras. Con claridad meridiana los jueces decidieron con la presión inmediata de los que operan con la fuerza física del Estado, las Fuerzas Armadas, que se pronunciaron con amenazas a la forma institucional. Jueces supremos que deciden bajo el dictado de la fuerza muestran que no tienen poder de hecho y de derecho. Además, la historia de nuestra Suprema Corte está plena de episodios en que magistrados, en colegio o individualmente, se curvan ante los cañones. Perderemos incluso la ficción del pacto constitucional que todavía ofrece alguna garantía de sobrevida a la sociedad civil. Si hubiese diálogo y buen sentido de todos, los próximos años serán profundamente oscuros. Y tal situación apenas prolonga lo que vivimos desde el golpe de Estado que instauró la supuesta República brasilera”, contextualizó al IHU (Ndt: Instituto Humanitas Unisinos) el filósofo Roberto Romano.
Pero, nuevamente recurriendo a la excelente obra de Fabio Luís y recordando las críticas del sociólogo Ricardo Antunes, para quien el lulismo “no tocó las estructuras de la tragedia brasilera”, no habrá la propalada absolución de la historia. “La transformación del PT en brazo izquierdo del partido del orden será integrada como un capítulo de la contrarrevolución permanente, que caracteriza la historia brasilera contemporánea. La comprensión de los años sombríos que vendrán no deberá ser hecha por contraste, sino como desdoblamiento de los gobiernos que lo procederán. No hubo inflexión histórica: el sentido de la actuación, aunque el ritmo, el tiempo y los medios difieran. Al contrario de ser una novedad, es casi una ley de la historia que la frustración de los gobiernos identificados con la izquierda prepara el terreno para el ascenso de la derecha radical”.
* Periodista, editor de Correio da Cidadania.
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