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Brasil – ¿A dónde va el PT?

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La transformación del PT pasa por una nueva dirección. Lo que no es posible sin una división de su corriente mayoritaria y el triunfo de una «revolución interna».

Valerio Arcary *

Revista Forum, 6-12-2020

Traducción de Correspondencia de Prensa

¿Cuál será el destino del PT? Es un proceso en disputa, todavía en «cámara lenta» e indefinido, en una lucha interna inevitable, pero indivisible de los retos que plantea la lucha para derrotar al gobierno de Bolsonaro. El criterio de los aparatos dominados por rutinas burocráticas, cuando hay turbulencias, es no hacer nada. Déjalo como está para ver cómo se ve. Este criterio, si prevalece, sería fatal. Subestimar los problemas no parece ser una opción.

Hay tres grandes posibilidades. Las probabilidades no son pronósticos. Las hipótesis son modelos de trabajo de mente abierta. Están condicionados por el resultado de la lucha de clases, que es impredecible. Hay una relativa autonomía de los procesos en la superestructura política. Pero esta autonomía relativa es estrecha. 

Grosso modo tres escenarios: a) o bien el PT se transforma y se reposiciona como un instrumento útil para derrotar a Bolsonaro; b) o bien todo continúa como está, y el espacio que mantiene será ocupado, al menos parcialmente, por un bloque dirigido por Ciro Gomes (PDT), lo que sería regresivo, o un despliegue reaccionario; c) o bien el PT será sustituido por la izquierda, sobre todo en la juventud, por el PSOL, lo que sería progresivo.

Todo dependerá, por un lado, de si una ola de lucha alcanza un nivel superior antes de 2022. Por otro lado, sobre la conquista o no de los derechos políticos de Lula, y sobre su voluntad de apoyar activa y valientemente la resistencia.

Si prevalece la inercia del quietismo, es decir, la decisión de «jugar parado» y esperar las elecciones de 2022, Ciro Gomes debería fortalecerse. Subestimar a Ciro Gomes sería un error imperdonable. Si el PT continúa con un apoyo declamatorio a las luchas de resistencia parcial, mientras que sus gobernadores, alcaldes y la bancada federal pretenden que no hay un gobierno de extrema derecha en Brasilia, entonces la crisis se agravará.

La transformación del PT para por una nueva dirección. Esto no es posible sin una división de su corriente mayoritaria y el triunfo de una «revolución interna». Sin una nueva dirección dispuesta a asumir riesgos, tensionando las relaciones con la burguesía en la lucha contra Bolsonaro, el PT languidecerá. Esta decadencia ya ha comenzado, pero no es irreversible.

El Laborismo ha sido el principal partido de la clase trabajadora británica durante cien años. Incluso ha ensayado una recuperación de la influencia en la juventud bajo el liderazgo de Jeremy Corbin. Nunca ha surgido una fuerza política de izquierda que pueda ocupar su lugar. Pero Gran Bretaña es una de las fortalezas históricas del capitalismo. Nunca ha conocido una situación pre-revolucionaria. No es fácil ser marxista en Inglaterra y los más capaces se han dedicado a intervenir en los sindicatos, o a escribir libros de historia.

El Partido Comunista en Italia, que fue durante cuarenta y cinco años el principal partido de la clase trabajadora, ya no existe. En perspectiva, fue un proceso regresivo, bajo el impacto de la restauración capitalista en la antigua URSS. Nada muy alentador ha surgido en la izquierda italiana en los últimos treinta años.

El PSOE en España, en cambio, se ha conservado durante treinta años, pero ha perdido influencia en la juventud desde 2012 a favor de Podemos de Pablo Iglesias, que ha tenido una dinámica prometedora, aunque sólo sea por unos pocos años. El Partido Comunista de Portugal mantiene su influencia en el movimiento sindical organizado, cuarenta y cinco años después de la revolución de los claveles de 1974, pero ha envejecido en un lento, orgulloso e irreversible declive. El Bloque de Izquierda ha surgido, y ha fortalecido pacientemente un fenómeno progresivo.

Sucede que las sociedades europeas son muy diferentes de las latinoamericanas, más frágiles económicamente, más desiguales socialmente y más inestables políticamente. La experiencia histórica ha confirmado que los militantes más activos de los movimientos de la clase trabajadora prefieren estar mal organizados en lugar de desorganizados. Hay una fuerza de inercia en la representación política, pero no indefinidamente. Ninguna organización política se perpetúa a sí misma. Nada se perpetúa, ni siquiera los grandes líderes.

Los partidos son colectivos, susceptibles al impacto de los grandes choques de la lucha de clases, y están siempre en transformación: se fortalecen cuando se posicionan como instrumentos útiles al frente de las grandes luchas, y se debilitan cuando el peso de las grandes derrotas cae sobre sus hombros.

El ciclo de influencia del Partido Comunista ha sido de dos décadas. Comenzó como un proceso de vanguardia en la resistencia a la dictadura de Vargas entre 1937 y 1945, pero dio un salto a la influencia de las masas con la derrota del nazi-fascismo al final de la Segunda Guerra Mundial. Durante el intervalo de una generación, el PC fue la principal organización de izquierda en Brasil, incluso clandestina, explorando las limitadas posibilidades de las condiciones de semilegalidad. Su destino fue decidido con la derrota histórica de 1964 y, con ella, la de Luís Carlos Prestes.

La ola de ascenso de 1968 impulsó una primera reorganización que tuvo como protagonistas a las organizaciones inspiradas en la victoria de la revolución cubana. Pero la derrota de la heroica resistencia armada de 1969 interrumpió esta experiencia. Sólo después de 1978/79, quince años después de 1964, comenzó un nuevo ciclo de reorganización de la izquierda, bajo el impulso de la entrada en escena del movimiento obrero con las huelgas del ABC y la masificación del movimiento estudiantil que dio origen al PT.

El intervalo de una generación separó la militancia que construyó el PT de la que había reconocido al PCB como su referencia antes de 1964. El PT conquistó la posición hegemónica en la fase final de la lucha contra la dictadura militar. Consiguió mantener esta posición durante los últimos cuarenta años, con Lula como referencia. Pero, en perspectiva histórica, parece claro que las derrotas acumuladas entre 2016/2018 tienen un peso devastador en el destino del PT.  

El proyecto de que el PT podría interrumpir la dinámica de su crisis era una hipótesis plausible y sigue vigente como estrategia de a izquierda petista, aunque debilitada, debido a varios factores. Parecía más alentador en 2018, cuando se demostró que la autoridad política de Lula, incluso en prisión, transfirió el apoyo a Fernando Haddad y lo llevó a la segunda vuelta contra Bolsonaro, además de elegir 53 diputados federales y ganar las elecciones para gobernador en Bahía, Ceará, Río Grande do Norte y Piauí

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Dos años después parece mucho más difícil, aunque no es imposible que la corriente mayoritaria del PT se divida, liberando fuerzas para una nueva dirección, condición sine qua non para el cambio. Más difícil porque, en primer lugar, depende del papel de Lula.

En 2018 se confirmó que la experiencia con el reformismo, especialmente el lulismo, no se había agotado, sino que se había interrumpido. Pero también estaba claro, en 2018, con el respeto que ganó Boulos, que una nueva generación buscaba representación política a través del PSOL, en las manifestaciones del #elenão, y en el #viravoto de la 2ª vuelta. Se abrió una etapa de transición en la izquierda brasileña.

La experiencia con el PT ha permanecido y permanece incompleta. Pero una parte del activismo que despertó la militancia en los días de junio de 2013 y alimentó el dinamismo del movimiento estudiantil, impulsó el movimiento de las mujeres, fortaleció el movimiento negro, garantizó la visibilidad del LGBT, además de la legitimidad de la lucha indígena, el compromiso con la causa ambiental, ya no se reconoce en el PT.

Después de todo, ¿qué es el PT en 2020? El PT es el mayor partido que la clase trabajadora brasileña ha construido en su historia. Nació en la década de 1980, a principios del milenio, y entró en una lenta pero ininterrumpida decadencia desde 2013.

El PT es un tipo especial de partido de izquierda. Es un partido electoral, reformista, pero no mantiene relaciones orgánicas con la burguesía. Es un partido electoral, no porque se presente a las elecciones, sino porque ha dependido durante muchas décadas de los mandatos parlamentarios y la financiación pública para sobrevivir, no de su militancia.

Es reformista, no porque luche por la reforma. Es reformista porque defiende la regulación del capitalismo, y por lo tanto la colaboración de clase, ya que se convirtió en algo irrefutable después de trece años en el gobierno. Pero la condición electoral y una política reformista no transforman al PT en un partido burgués. Un partido es burgués cuando mantiene relaciones estructurales con alguna fracción de los capitalistas. Por lo tanto, el PT es cualitativamente diferente del peronismo. Es diferente porque es un fenómeno superior, histórica, social y políticamente.

Reconocer la naturaleza de clase de un partido no significa que su política represente los intereses de clase. Es mucho más complicado. Un partido reformista puede ser un instrumento adaptado a la gestión del capitalismo y, al mismo tiempo, independiente de la burguesía. Resumiendo una larga historia y por lo tanto siendo «brutal», el PT en los años 80, con errores tácticos aquí o allá, fue un poderoso instrumento para representar los intereses de clase y jugó un papel progresista. A lo largo de los años noventa se balanceó mucho y después de ganar la presidencia el papel regresivo prevaleció, porque se redujo a un apéndice del gobierno.

Pero la prueba en el «laboratorio de la historia» sobre el PT fue que, en 2016, la clase dirigente brasileña se unió para derrocar al gobierno de Dilma Rousseff y organizó una campaña para criminalizar su liderazgo y destruir políticamente a su máximo dirigente: Lula.

Quedó claro que la operación Lava Jato, aunque también alcanzó a PSDB, MDB, PP y otros, obedeció a una estrategia de lucha de poder y esto requirió desplazar al PT. La furia de clase de la burguesía confirmó que no era un partido burgués. Pero no somos metafísicos, vamos más allá del aristotelismo.

Por lo tanto, dialécticamente, en otro grado de abstracción, todos los partidos reformistas, son partidos del régimen liberal-democrático, dependientes de la institucionalidad e, incluso en oposición a los gobiernos capitalistas, son, incluso independientes de la voluntad de sus dirigentes, funcionales como una válvula de escape.

Los marxistas de la III Internacional utilizaron una fórmula para identificar esta integración en la defensa de los límites del orden establecido: definieron la socialdemocracia como un partido obrero-burgués. Es decir, partidos independientes de la clase trabajadora, con direcciones que capitularon ante la presión de la clase dominante. Cuando estaban en el gobierno, con responsabilidades en la gestión del Estado, ocupaban el lugar de un partido obrero-burgués.

Pero como todo lo que existe, los partidos también se transforman. En resumen, el PT de 2020 es, por supuesto, muy diferente del PT de 1980. La dirección del PT es en gran medida la misma, pero estos cuarenta años no han pasado en vano, y el partido que nació en la lucha contra la dictadura ya no es el mismo. Pero todavía existe.

* Valerio Arcary es miembro de la Coordinación Nacional de Resistencia/PSOL.

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