Imagen: Jair Bolsonaro, presidente de Brasil . Reuters / Adriano Machado
SPUTNIK
El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, cada día más aislado y ahora despojado de funciones por los militares, está enseñando su faceta más deplorable: prefiere hundir a su país en el caos y el desgobierno, antes de dar un paso al costado reconociendo su incapacidad para enfrentar la crisis provocada por la pandemia de coronavirus.
La última crisis se produjo el lunes 6, cuando el presidente decidió dimitir al ministro de Salud, Luiz Henrique Mandetta, con quien mantiene un fuerte contencioso por el aislamiento y la distancia social, que son recomendadas por la autoridad sanitaria, por todos los gobernadores y las fuerzas armadas.
Durante la tarde del 6 de abril, los ministros Walter Braga Netto (Casa Civil) y Luiz Eduardo Ramos (Gobierno), ambos militares, forzaron una marcha atrás ya que el presidente tenía la decisión tomada y ya había hablado con el sustituto del ministro de Salud, que aún sigue «balanceándose en el cargo».
Apenas se supo que el presidente estaba decidido a dimitir a su ministro de Salud, que tiene el doble de popularidad que Bolsonaro, comenzó un nuevo cacerolazo (como todas las tardes desde hace diez días), en rechazo al presidente y en respaldo a su ministro (https://bit.ly/2wjkLRz).
En estos momentos se superponen varias disputas y crisis. El presidente se opone a la cuarentena con el argumento de que la economía se verá afectada. Sabe que una crisis económica profunda, que por otro lado parece inevitable, puede hundir su gobierno y, sobre todo, impedir su reelección en 2022.
Pero esta es apenas la cara más visible del conflicto entre poderes. En las últimas semanas, Bolsonaro debió contemplar una importante pérdida de popularidad (que cayó hasta menos del 30%), extensas muestras de repudio entre las clases medias que lo eligieron, y rechazo explícito de los gobernadores, encabezados por el de Sao Paulo, el socialdemócrata João Doria, posible adversario en la carrera presidencial.
En este clima, los militares comprendieron que Bolsonaro afecta la gobernabilidad del país, ya que en la principal tarea del momento, el combate a la pandemia, está enfrentado a todo el arco político al despreciar la epidemia y proponer medidas poco consistentes como la reapertura del comercio, las clases escolares y el conjunto de la actividad económica.
Caída en espiral
Brasil vive un conflicto interno que amenaza con hundir al país en una espiral descendente, ya que en una situación extrema como la que provoca la pandemia, sólo una conducción firme y con gran legitimidad social e institucional, es capaz de superar las dificultades. Porque la epidemia está en sus primeras fases y todos los análisis coinciden en la fragilidad del sistema de salud, lo que puede tener un efecto «devastador» cuando llegue a los barrios más pobres.
Un primer aspecto a tener en cuenta, es el intento de las Fuerzas Armadas por acotar el poder de Bolsonaro. El 28 de marzo, los militaras convencieron al presidente de que el ministro de la Casa Civil, general Walter Braga Netto, debía convertirse en “presidente operativo” de Brasil.
Según el primer medio que filtró la información, la página miliar Defesanet.com, se trata de una «misión informal», para la que se convierte en «Jefe del Estado Mayor de Planalto», tarea que define como «más trascendente que la ya poderosa función de ministro de la Casa Civil que ejercía».
Según la propia página militar, de ese modo se buscaba poner coto a «una semana en la que proliferaron noticias falsas», entre ellas afirmaciones periodísticas «delirantes sobre la crítica de los militares al gobierno». Los militares pretenden proteger a su presidente, porque una crisis de gobierno se llevaría por delante el prestigio de la institución militar que lo sostiene con cientos de uniformados en los escalones más altos del gobierno.
Sin embargo, los militares no pudieron impedir los exabruptos de Bolsonaro ni evitar su creciente desgaste. Su ministro de Educación, Abraham Weintraub, provocó nuevo conflicto con China a raíz de unas declaraciones racistas. La primera había sido creada por uno de los hijos de Bolsonaro, el diputado Eduardo, que diez días atrás insultó al país asiático al acusarlo de dictadura responsable de la pandemia.
Ahora el ministro dijo que los chinos comen «todo lo que el sol ilumina», mientras los brasileños «crían a los cerdos en el chiquero». Según los medios, los diplomáticos chinos «perdieron la paciencia con Brasil», al que le exigen ahora una disculpa formal, ya que Weintraub es parte del gobierno.
La reacción china puede ser mucho más dramática para Brasil que la simple polémica diplomática. Medios brasileños se hicieron eco estos días de que China podría sustituir la soja brasileña por la de Estados Unidos. Aunque reconocen que por ahora no se han registrado cambios decisivos en esa dirección, estiman que es muy probable que por sus intereses comerciales China decida incrementar las importaciones desde el país del norte.
China es el principal socio comercial de Brasil, con el que mantiene un amplio superávit comercial que contrasta con el déficit que mantiene con Estados Unidos.
Más allá de ambos problemas mayores (división en la estrategia frente a la pandemia y crisis con China), Brasil presenta por lo menos otras dos debilidades.
La primera es la enorme debilidad institucional, a la que debe sumarse la errática política del presidente de abrir frentes innecesarios. En mi opinión, es la baja legitimidad institucional lo que lleva a cometer errores tan graves. En medio de la crisis, el ministro Weintraub, por ejemplo, amenazó con que el Gobierno se prepara para suspender la concesión de la TV Globo.
Una amenaza fuera de lugar contra la mayor red de medios privados del país. El ministro fue más lejos al anunciar que la Globo «no sobrevive hasta 2023». Una actitud tan infantil como decir que está dispuesto a disculparse de su «imbecilidad», siempre que China «nos venda respiradores al precio de costo».
La segunda debilidad la dejó sorprendida a la ex presidenta Dilma Rousseff en las redes sociales: «Hace diez años Brasil fabricaba aviones, ahora no es capaz de fabricar cubrebocas».
El país que pretendió ser un global player en la década de 2000, se tendrá que conformar con un lugar de segundo o tercer nivel en el escenario internacional.