Mientras los diputados discutían en el Parlamento, las fuerzas de seguridad reprimieron brutalmente en los alrededores
Un día de furia dentro y fuera del Congreso
Imagen: Télam
Barrieron la plaza del Congreso con balas de goma y gases, durante seis horas. Le tiraron gas pimienta en los ojos a una diputada; dispararon a quemarropa con postas antidisturbios contra los fotógrafos que hacían su trabajo. El Gobierno respondió con un desorbitado operativo de represión la manifestación convocada en rechazo a la reforma previsional. La protesta, lanzada por las dos CTA y la Corriente Federal, con la adhesión de la CGT, había propuesto concentrarse en el lugar a las dos de la tarde para expresar el repudio al ajuste mientras los diputados trataban, en sesión especial, su aprobación. Sin embargo, la policía y la Gendarmería comenzaron a disparar sobre los manifestantes antes de que llegaran a confluir frente al Congreso. La marcha logró una respuesta masiva, y durante horas la gente volvió a la plaza a pesar de ser corrida, una y otra vez, hasta que, en medio de la represión, la sesión de Diputados cayó. Parecía que el día estaba terminado, pero los gases y los palos siguieron hasta la noche. Al cierre de esta edición había una treintena de detenidos. Entre ellos, un indigente que duerme hace años en la plaza.
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¿Por qué se desató la represión? Para cualquiera que haya estado en el lugar fue evidente que había una orden de no dejar que los manifestantes se reunieran frente al Congreso. Los alrededores del edificio ya amanecieron vallados; el día anterior, la Gendarmería había dispersado con hidrantes y gases a los movimientos sociales que intentaron hacer una vigilia y ayer, las fuerzas de seguridad empezaron a tirar gases lacrimógenos apenas los primeros grupos se reunieron contra las vallas. Inmediatamente después salieron a “despejar” toda la plaza con más gases y balazos de goma. Escudos, hidrantes, policías montados en motos haciendo disparos: nada del despliegue represivo disponible se ahorró.
A esa hora –la una y media de la tarde– en la zona del Congreso había de todo un poco: más que nada trabajadores que se acercaban de a poco, con banderas de sus gremios, partidos de izquierda, organizaciones universitarias. Había también bastantes jubilados sueltos, ya que todavía era temprano y muchos se habían acercado por las suyas para expresarse contra el recorte. Había personas sentadas en los bares de la zona, que –todavía– no habían cerrado sus puertas.
Lo que no había era manifestantes violentos. Contra el cordón de la Gendarmería de la avenida Callao al 100, por ejemplo, la máxima expresión de violencia era una señora mayor que, vestida con un batón que le tapaba las rodillas, increpaba a la efectivos a través de las vallas, mientras cinco o seis jóvenes, cada tanto, se desprendían de un grupo mayor de manifestantes para agitarlas: nada que no sea parte de lo que se ve en cualquier protesta.
Una cuadra más adelante, en Montevideo y Rivadavia, toda la violencia que había era grupos de personas que, con pancartas y bombos, entraban a la plaza. Todos fueron gaseados antes de dar menos de veinte pasos.
El gas obligó a la mayoría a volver sobre sus pasos. Ojos llorosos, personas que pasaban ahogadas. Gente con vómitos. En las corridas, más de un jubilado perdió su cartel escrito a mano. Pronto hubo contenedores de basura ardiendo en medio de la calle: el humo ayuda a dispersar el gas. A las barricadas también fueron a parar sillas de los bares, pallets, todo lo estuviera a mano y pudiera arder. Cada tanto, los policías en moto aparecían disparando más gases, asomándose a las calles laterales.
La diputada Mayra Mendoza se acercó a una de las vallas junto a otros compañeros de bancada para reclamar contra el operativo. Uno de los efectivos le tiró gas pimienta en la cara. La legisladora tenía su credencial de diputada en la mano, visible.
También fue agredido el diputado por Tierra del Fuego Matías Rodríguez, al que la Gendarmería le dio un golpe en la cabeza que lo dejó inconsciente, tirado en el piso.
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En la manifestación se vieron sectores sociales muy diversos; pero lo realmente notable fue que había personas de todas las edades.
Una escena: tras una corrida, un grupo con banderas del Sindicato Único de Publicidad se reagrupa en una esquina. Escuchan a un compañero de mayor edad, ya en sus sesenta. Clase exprés de cómo actuar en la emergencia:
–Si la cana avanza, hay que replegarse. Y cuando la cana se retira, hay que volver –explica el referente–. Tenemos que mantener vivo el conflicto, pero no confrontar. Este es el principio básico: cuando la cana retrocede, nosotros volvemos. No nos acercamos, pero no nos vamos. Nos quedamos y sostenemos y todo el mundo se cuida. Eso es lo básico. A esto ya lo hacía el hombre de las cavernas: cuando venía el rinoceronte se escondía, y cuando el rinoceronte se iba volvía a salir y lo corría de atrás.
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Había una voluntad muy clara de quedarse en la plaza o por lo menos cerca. Mientras la represión seguía, en oleadas, columnas con varias cuadras de manifestantes se mantuvieron sobre la Avenida de Mayo y la 9 de Julio. Bancarios, Suteba (docentes), la UOM (metalúrgicos), Canillitas, Descamisados, La Cámpora, la CTD Aníbal Verón, el movimiento Milagro Sala, entre muchos otros. Sobre la avenida Rivadavia, más tarde se ubicaron los partidos del FIT y otras fuerzas de izquierda.
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Escena dos: en la avenida Rivadavia, con el aire cargado de gases. Muchos manifestantes lograron volver a entrar, de fondo sigue sonando el ruido continuo de disparos. Gente con los ojos rojos, tapándose la boca con la remera, escupiendo por el ardor de garganta, buscando una franja de sombra para resguardarse del sol, moviéndose para alejarse y moviéndose de nuevo para volver a acercarse a las vallas. Salido de no se sabe dónde, y con toda la tranquilidad del mundo, un hombre de overol con una llave inglesa en la mano se acuclilla en la vereda. Abre la tapa de una toma de agua, mete la llave, convierte la toma de agua en un improvisado surtidor. Lo repite en cada toma, a lo largo de la avenida, para que los demás puedan refrescarse. No quiere contestar preguntas ni explicar nada. “El truco no se cuenta. Eso queda para la memoria de la resistencia popular”.
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Finalmente, la sesión de la Cámara de Diputados cae. La noticia corre muy rápido en la plaza. Hay festejos que ni que fuese el Mundial. Aplausos, saltos, cantitos. Uno anotado al azar: “vos siempre fuiste un inútil, lo dice hasta tu papá / te veo en un helicóptero a Panamá”.
Otro, de cajón: “Qué boludos / qué boludos/ la reforma se la meten en el culo”. Las columnas que habían esperado más alejadas de la represión, sobre la avenida de Mayo, lograron entrar a la plaza.
Frases sueltas escuchadas de las conversaciones en la marcha: “No les importa nada”. “Dan ganas de matarlos”. “No pueden ser tan guanacos!” “El neoliberalismo no se sostiene sin palos”. “Tengo 63 años y nunca vi una cosa así”. “Hasta la victoria siempre”.
Se suponía que no había más que hacer, pero no. En ese clima de festejo, la Gendarmería y la Policía Federal reanudaron la represión, hasta entrada la noche. Para el cierre, las detenciones. Anoche, los abogados de las organizaciones de derechos humanos confeccionaban un listado de los arrestados. La Correpi contabilizaba 37 personas. Al cierre de esta edición, aún se desconocía el paradero de 17.