Patricio Guzmán S.
El día 20 de agosto de 1940, en México, cuando concluía el atardecer y mientras trabajaba en su escritorio, Lev Davidovich Bronstein, más conocido como León Trotsky, fue atacado por la espalda y su cráneo horadado con un piolet (el hacha de los montañistas), falleció el día siguiente 21 de agosto cerca de las 20 horas.
El asesino Ramón Mercader, era un agente de la GPU soviética (antecesora de la KGB), la temible organización criminal y policía política al servicio de Stalín. No fue este el primer atentado contra la vida del dirigente revolucionario. Stalín, el representante de la burocracia, al comenzar la II Guerra Mundial estaba decidido a terminar con su principal adversario, el hombre que simbolizaba lo mejor de la revolución rusa y mundial. Trotsky, el presidente del soviet de San Petersburgo en 1905, encargado del Comité Militar Revolucionario y dirigente junto con Lenín de la revolución de Octubre, el organizador del Ejercito Rojo, y vencedor en la guerra civil, seguía siendo un enemigo formidable para Stalin, aún en su exilio en México, y eso cuando habían sido asesinados miles de los cuadros y militantes que respondiendo su llamado se habían unido a la Oposición de Izquierda, y luego a la nueva IV Internacional en Rusia y en el mundo, la misma suerte que había corrido la mayor parte de su propia familia.
Hasta el último día, Trotsky lucho denodadamente para reconstruir la dirección revolucionaria de la clase trabajadora y sus partidos. Sus últimas palabras antes de perder definitivamente la conciencia fueron: “confío en la victoria de la IV Internacional”.
Han pasado 83 años desde su asesinato, sin embargo muchas de las preocupaciones que tuvo y sus reflexiones continúan teniendo una actualidad asombrosas.
Entre los borradores de trabajos inacabados que dejó León Trotsky en su dictáfono ese 20 de agosto, se encuentra el pasaje que reproducimos más adelante. Trata entre otros temas sobre el problema de la construcción del Partido de los Trabajadores de masas en EE.UU., un asunto que conserva plenamente su actualidad, no sólo en los Estados Unidos, si no por todo el mundo, ahora cuando los trabajadores carecen de partidos de masas que los representen. Por cierto las circunstancias no son las mismas, el dirigente revolucionario escribía cuando en Europa había comenzado la guerra mundial, y el estalinismo y el fascismo eran muy fuertes allí. Nosotros en cambio, construimos y luchamos a dos décadas de la debacle y vuelta al capitalismo de la URSS y el bloque del este, y los procesos de restauración capitalista también en China. Después de una ofensiva ideológica, y de recomposición del patrón de acumulación capitalista (la globalización neo liberal) que fue victoriosa para las clases capitalistas, y consiguió imponer un sentido común mayoritariamente pro – mercado capitalista, una victoria que esperamos sea pírrica frente primero a los cambios producto de la gran recesión de 2008-2009 y ahora inmersos en una tormenta perfecta, en la mayor depresión económica desde los años 20 del siglo XX, crisis sanitaria por la pandemia del Covid-19, catástrofes medioambientales como el cambio climático y el calentamiento global, todo esto aderezado por una alteración importante de los equilibrios geopolíticos en el mundo, en particular el conflicto entre EEUU y China, Rusia…
En este sentido, salvando las distancias, las reflexiones de León Trotsky siguen teniendo un valor enorme para todos los que buscamos el triunfo del socialismo, la justicia social y la libertad; un mundo mejor en definitiva.
El Comité por una Internacional de Trabajadores (CIT), que es una continuidad de la Internacional y de la lucha de León Trotsky y sus camaradas, tiene ahora por delante terminar la tarea que ellos comenzaron en condiciones tan adversas. Un combate que a pesar de todos los crímenes y derrotas, consiguió asegurar el hilo de la continuidad marxista y revolucionaria hasta nuestros días.
Un pasaje de León Trotsky, encontrado en su dictáfono el día de su asesinato:
“(…) La clase trabajadora norteamericana no ha tenido, ni tampoco tiene hoy día, un partido obrero de masas. Pero la situación objetiva y la experiencia acumulada por los trabajadores norteamericanos pueden poner en poco tiempo a la orden del día la cuestión de la toma del poder. Es esta perspectiva la que tiene que estar en la base de nuestra agitación. No se trata simplemente de tener una posición sobre el militarismo capitalista y el rechazo a defender el estado burgués, si no de la preparación directa para la toma del poder y la defensa de la patria socialista.
(…) Esta claro que la radicalización de la clase trabajadora en los Estados Unidos no atraviesa más que su fase inicial, casi exclusivamente en el ámbito del movimiento sindical (el CIO, Congreso de Organizaciones Industriales). El periodo de pre-guerra, después la guerra misma, pueden interrumpir temporalmente estos procesos, sobretodo si un número importante de obreros son absorbidos por la industria de guerra. Pero esta interrupción no será duradera. La segunda etapa tendrá un carácter más claramente determinado. El problema de la formación de un partido independiente de los trabajadores estará a la orden del día. Nuestras reivindicaciones transitorias pasarán a ser muy populares. Por otro lado, las tendencias fascistas, reaccionarias, retrocederán a un segundo plano, a la defensiva, esperando un momento más favorable.
Esta es la perspectiva más cercana. Nada es más vano que especular para saber si llegaremos o no a formar una potente dirección revolucionaria. Ante nosotros se encuentra una perspectiva favorable, que da todas las justificaciones a la militancia revolucionaria. Hay que utilizar las ocasiones que se presentan y construir el partido revolucionario.”