por Julio A. Louis, Uruguay
Uruguay había comenzado el proceso de la dictadura inspirada en la Doctrina de la Seguridad Seguridad, con el primer paso del golpe de 1973 (el 7 de febrero, el segundo fue el 27 de junio). Bordaberry seguía siendo presidente, aunque en realidad ya gobernaban los militares fascistas. En Chile gobernaba Allende. En mayo de ese año, meses antes del golpe contra éste, fue proclamado presidente de Argentina Héctor Cámpora. En aquella fiesta popular, donde desfilaron inclusive los militantes del Ejército Revolucionario Popular argentino y milicias cubanas, Allende fue recibido con ovaciones de la multitud. Meses después se produjo el golpe fascista contra él.
El efusivo abrazo del pueblo argentino, como bien pudo haber sido el de otros de Nuestra América, era más que merecido. Sintetizan dos historiadoras uruguayas:
“El gobierno de la Unidad Popular alcanzó importantes éxitos en el terreno económico y social: nacionalizó gran parte de la riqueza nacional (minas y bancos); entregó vastas extensiones de tierras a los campesinos; logró una más equitativa distribución del ingreso; se alcanzó un notable incremento de los niveles de empleo, de consumo y de servicios sociales. – Esta obra de signo progresista y popular, unida al respaldo de una clase trabajadora muy madura política e ideológicamente, le permitieron a Allende volver a triunfar en las elecciones parlamentarias de 1973, donde hubo cifras aún mayores que en las anteriores, hecho sin precedentes para ningún gobierno de Chile.” (1)
En 1961 en célebre discurso en la Universidad de la República del Uruguay, Ernesto Che Guevara afirmó que en América Latina solo dos países no debían iniciar la lucha armada, debido a la solvencia de sus instituciones: Chile y Uruguay. Y Allende avanzó lo posible en el marco del régimen democrático liberal. Sin embargo, el golpe de Estado se explica porque Allende jamás tuvo el poder.
No solo los pueblos observaban al gobierno de Allende. Henry Kissinger ya en 1970, comentando la posible elección de Allende como presidente sostuvo: “No veo por qué debemos quedarnos cruzados de brazos y ver que un país se vuelve comunista por la irresponsabilidad de su propio pueblo”. Y en 1976, durante la campaña electoral, Jimmy Carter sostuvo: “Esta administración [la del Partido Republicano] derrocó a un gobierno electo y ayudó a establecer una dictadura militar [en Chile].” (2)
Precisamente en el imperialismo norteamericano residía principalmente el poder. Para los trabajadores y las clases populares es imprescindible distinguir entre el gobierno y el poder. El gobierno es el Poder Ejecutivo: el presidente y los ministros. El régimen son las instituciones políticas temporales -electas democráticamente o no, civiles o militares- que elaboran la política: el Poder Ejecutivo, pero también el Poder Legislativo, las Gobernaciones, etc. Por ende, el gobierno es solo una parte del régimen. A su vez, el régimen es solo parte del Estado, que además del régimen se compone de las instituciones permanentes: Fuerzas Armadas, Servicios de Inteligencia, Policía, Poder Judicial, Administración Pública. Así que es el Estado a quien pertenece el poder. El gobierno no siempre impone sus enfoques en el Estado y suele ser enfrentado por instituciones de éste. Las crisis políticas estallan cuando el régimen, o más limitadamente el gobierno, choca contra las instituciones permanentes, en cuyo caso, o se transforma el Estado (Cuba, 1959) o cae el régimen (Chile, 1973). En suma, el gobierno es al Estado, lo que el volante al auto: lo guía, pero si falla el motor o los neumáticos, el volante por si solo no garantiza la marcha.
Por ende, si bien era y es correcto valerse de la democracia burguesa para crecer, ésta ofrecía y ofrece posibilidades limitadas para los pueblos, en tanto suele confundir a los combatientes de las clases populares acerca de las posibilidades efectivas de avanzar. Nada nos complacería más que lograr la finalidad humanitaria del marxismo, del socialismo, sin un gesto de dolor, sin una expresión de odio, sin una gota de sangre. Debe procurarse hacer todo lo posible para que éste sea el camino que se transite. Pero la experiencia nos indica que no debemos ignorar el valor de los fusiles, porque los propios privilegiados obligan a este tipo de lucha no deseada por ningún hombre del pueblo. En síntesis, la tenencia de armas, sin la conciencia revolucionaria de las masas no sirven, y las masas, sin la posesión de armas, tampoco se liberan.
Allende trasciende a las fronteras de Chile, para convertirse en símbolo de la resistencia anti imperialista y anti fascista de Nuestra América, la América pobre. Y en esta hora, en que nuevamente el imperialismo norteamericano, -principal Estado dominado por los intereses de las multinacionales- arremete contra los procesos emancipadores de la región, mediante gobiernos títeres hoy mayoritarios en América del Sur, Allende con su ejemplo de pelear hasta vencer o morir, ilumina las conciencias de los defensores de la Patria Grande y del socialismo. Más allá de las rivalidades -desde el deporte a la política- que la reacción estimula para dividirnos, el rol de la izquierda internacionalista, socialista y defensora de la Patria Grande, es extender el abrazo fraterno, consciente que la liberación será para todos nuestros pueblos o no será para ninguno.
NOTAS.
1. Mariela Amejeiras y María Cristina Siniscalco. “Las revoluciones en América Latina”. No. 19. “Bases de Nuestro Tiempo”. Ediciones de “las bases”. Montevideo. 1986.
2. James D. Cockcroft. “América Latina y Estados Unidos”. Editorial Siglo XXI. Página 603