Àngel Ferrero
El documento de coalición, de trece páginas, lleva por título “Un nuevo comienzo para Europa. Una nueva dinámica para Alemania. Una nueva cohesión para nuestro país”. El título es importante porque lo que contiene el texto lo contradice por completo. El diario junge Welt ha desgranado ya parte de su contenido, en el que por ejemplo el aumento de fondos a la ayuda al desarrollo, la prevención de crisis y ayuda humanitaria aparece en la misma frase y vinculado al presupuesto del Bundeswehr. En la rueda de prensa posterior a la reunión, Schulz afirmó que “Alemania asumirá un rol dirigente en la Unión Europea”. No habrá, por tanto, “un nuevo comienzo para Europa”, ni “una nueva dinámica para Alemania” y seguramente tampoco “una nueva cohesión en el país”.
El acuerdo entre socialdemócratas y conservadores será previsiblemente ratificado por todos los partidos, en el caso del SPD en una consulta a las bases en la que están llamados a participar 450.000 afiliados. Sólo los Jusos –las juventudes socialistas– han mostrado su desacuerdo. El partido ha registrado 24.339 nuevos afiliados en enero tras una llamada de los Jusos a repetir la maniobra que permitió la elección de Jeremy Corbyn como líder del Partido Laborista en 2015. Con todo, parece difícil que estos casi 25.000 nuevos afiliados logren decantar la balanza, aunque las críticas llevaron en menos de 24 horas a la renuncia de Martin Schulz a integrarse en el gobierno para poner fin así “a los debates personales internos”. Schulz también abandonará la presidencia del SPD, que pasará a manos de Andrea Nahles. El próximo martes saldrá por la puerta trasera de la Willy-Brandt-Haus de Berlín el hombre que estaba llamado a revitalizar la socialdemocracia alemana y europea. El ‘efecto Schulz’ ha quedado en nada.
El SPD tiene, en efecto, pocos motivos para celebrar y muchos para preocuparse por la gran coalición: una encuesta de INSA para el diario Bild pronosticaba una nueva caída del partido hasta el 17%, con Alternativa para Alemania (AfD) pisándole los talones tan sólo dos puntos por detrás. La Izquierda se quedaría en un 11% a la espera de la resolución de sus conflictos internos, principalmente la propuesta realizada a finales de diciembre por Oskar Lafontaine de relanzar el partido como movimiento siguiendo el ejemplo de la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon.
Alemania, ¿hacia Austria pasando por Baviera?
Aunque el foco mediático esté lógicamente puesto en el desgaste de los socialdemócratas y sus renuncias para impedir la convocatoria de unas nuevas elecciones –que se celebrarían bajo la amenaza de un más que probable ascenso de la derecha populista–, el destino del Ministerio del Interior, cuyas riendas pasarán a estar en manos de los socialcristianos bávaros, no resulta de menor interés.
El próximo responsable de Interior será Horst Seehofer, el actual ministro presidente de Baviera y presidente de la CSU. Se trata éste de un partido conservador con una fuerte impronta regionalista y arraigo en el Land, cuyos resultados en votos han estado históricamente por encima del 50%. Bajo la dirección de Seehofer, la CSU ha virado estos últimos años claramente a la derecha, y desde su despacho en Berlín el político bávaro podría utilizar su nuevo cargo para ampliar el espacio de la derecha, normalizar el discurso de la derecha populista e, incluso, preparar el terreno para futuras coaliciones con AfD siguiendo el modelo austríaco. Significativamente, bajo el amparo del Ministerio del Interior se creará otro, que podría traducirse como de “país”, “patria” o “nación” (Heimatministerium), y que, a pesar de las bromas y preocupación que ha generado en las redes sociales, existe desde el año 2013 en Baviera bajo la dirección del Ministerio de Finanzas local.
En enero, el primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, fue uno de los invitados al congreso de la CSU, donde fue presentado por el portavoz del grupo parlamentario del partido, Alexander Dobrindt, como “nuestro amigo”. La participación de Orbán, que como era de esperar levantó polvareda en el panorama político alemán, fue interpretada por los medios de comunicación como un lance a Merkel por parte de Seehofer, partidario de endurecer aún más la política migratoria y de asilo. Por su política nacional-conservadora, Orbán está bien valorado tanto por el grueso de los socialcristianos bávaros como por AfD o el movimiento Pegida.
Igualmente bien recibido por la CSU fue el nuevo gobierno austríaco. Las propuestas de la coalición entre conservadores (ÖVP) y ultraderecha (FPÖ) en Viena de aumentar los controles y reducir las aportaciones económicas a los refugiados encuentran eco en la vecina Baviera. “Con Sebastian Kurz tiene Baviera y Alemania un aliado más en Europa”, declaró al diario Die Welt Dobrindt, quien describió al nuevo gobierno austríaco como una posibilidad de “corregir los errores del pasado”. Del nuevo canciller austriaco se valora especialmente su capacidad de haber alcanzado una coalición con el FPÖ sin apenas haber sufrido desgaste político en su país e internacionalmente, poniendo fin, justamente, a un gobierno de gran coalición. Los problemas de la CDU de Merkel reafirman a la cúpula de la CSU en el rumbo adoptado y la animan a ampliar las fracturas e intentar buscarle un reemplazo bávaro. El influyente y sensacionalista Bild habló abiertamente el viernes de “rebelión contra Merkel”, Paul Zemiak, el presidente de las juventudes del partido, pide una renovación generacional de la CDU y desde Baden-Wüttemberg Peter Hauk, el ministro de Agricultura del Land, reclama una “transición en esta legislatura”, en otras palabras: que Merkel renuncie a todos sus cargos.
Dobrindt también ha sido uno de los políticos de la CSU que más ha agitado la bandera de una potencial “revolución conservadora” en Europa central. Adoptando muchos de los temas recurrentes del discurso de esta nueva derecha –de manera destacada la existencia de un supuesto “marxismo cultural” hegemónico en la cultura–, Dobrindt publicó recientemente un artículo en Die Welt en el cual, tras reafirmar que en Alemania “no existe una mayoría de izquierdas” y sí una de derechas –aunque sin mencionar partidos–, atacaba “la opinión dominante de izquierdas” en el debate público, cuyo origen situaba “hace exactamente cincuenta años, en el año 1968”. Entonces, escribía Dobrindt, “activistas y pensadores de izquierda llamaron a tomar las instituciones y pronto se aseguraron posiciones clave en el arte, la cultura, los medios de comunicación y la política” desde las que difundieron su mensaje a pesar de ser “un movimiento elitista” y no “un movimiento ciudadano, obrero o popular” (en contraposición, cabe suponer, a los partidos de derecha alemanes). Con el texto de Dobrindt la CSU se sitúa, por tanto, en esa mayoría política y social de derechas en Alemania que también incluiría al Partido Liberal de Alemania (FDP), cuyo presidente, Christian Lindner, ha revitalizado y llevado en sus posiciones a la derecha. En efecto, la CSU y el FDP buscan bloquear el ascenso de AfD ocupando su espacio. Los precedentes de Austria, Finlandia e incluso Donald Trump en EEUU pueden llevar a pensar a algunos en Múnich en una domesticación de AfD, limándole los colmillos “populistas” y más políticamente incorrectos sin tocar su conservadurismo moral y programa económico neoliberal en el fondo. También es posible que Seehofer y la CDU se conformen con su nueva posición de poder y mantengan a AfD a raya apropiándose de algunos de sus temas de campaña sin aventurarse en terreno desconocido.
Sea como fuere, las próximas elecciones en el Land de Baviera, que se celebran el 14 de octubre, servirán para ver hasta qué punto el péndulo se inclina a la derecha. Según la última encuesta disponible, de Civey para el Augsburger Allgemeine Zeitung, la CSU obtendría un 39% seguida del SPD (14,8%), AfD (13,1%) y Los Verdes (11,4%). Si los socialcristianos deciden romper el tabú y llegar a algún tipo de acuerdo con AfD para garantizar esa “mayoría de derechas” política y social de la que hablaba Dobrindt, Baviera podría convertirse en un laboratorio donde poner a prueba el modelo austríaco. # # #
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