Pepe Gutierrez Alvarez
ÁCRATAS…Basada en la obra de Osvaldo Bayer, “Los anarquistas expropiadores” (Virus), Ácratas (Uruguay, 2002), un muy elaborado documental de Virginia Martínez es una aportación especialmente destacable sobre toda una historia que parecía perdida es que superó toda clase de dificultades para su realización. Virginia explora con pasión la presencia de algunos de los anarquistas que arribaron a las costas del Río de la Plata a comienzos del siglo XX, un testimonio palpitante que recoge testimonios, documentos y reflexiones sobre un extenso grupo militante que luchó por derechos sociales e ideales libertarios, y algunos de los cuales se enfrentaron con los métodos violentos contra un Estado que les opuso la “patria argentina”, el patriotismo que según frase ya célebre, es el último refugio de los canallas. Un documental que no esconde su intención de homenaje a una gente que hablan con sus actos, y al mismo tiempo emotivo, pedagógico, e ilustrativo sobre una época que, aunque lejana en el tiempo, busca ser recordada en tiempos de creciente conflictividad social. Es una obra apasionada, su directora habla de un terreno que conoce, un trabajo compacto de recuperación de la memoria asesinada que se enmarca dentro de unos años de cine argentina con especial creatividad. Su mayor problema es, como no podía ser menos, su escasa difusión y sus dificultades de distribución, pero para eso deberían de estar las redes alternativas.
Fue presentado en Buenos Aires por Osvaldo Bayer quien planteó una discusión en la que comienza diciendo era “difícil criticar (a los anarquistas expropiadores) porque todo lo hicieron con una enorme valentía; jamás aprovecharon el dinero que lograron de los asaltos a los bancos y otros robos – por ejemplo a Obras Sanitarias de la Nación -sino que siempre lo usaron para mantener las bibliotecas y los periódicos y algo para vivir ellos y sus familias.
Pero estas actividades suscitan un grave problema, no da lo mismo el tiranicidio que cuando se daban victimas inocentes. En el primer caso, Bayer cita un “extraordinario juicio en Berlín” en 1921, desarrollado contra un muchacho armenio que se va a vivir a la ciudad, espera su momento, y cuando puede mata al ministro del interior turco. No hace nada, se entrega, y a la hora del juicio cuenta lo que el gobierno turco hizo con su pueblo, y en particular con su familia. Es liberado, y los casos así están fuera de dudas, sobre todo cuando los gobiernos protegen a los asesinos. Pero Bayer da otro ejemplo contrario, cuando Severiano di Giovanni atenta contra un banco norteamericano con ocasión del proceso contra Sacco y Vanzetti, y mueren dos inocentes, una chica empleada que se iba a casar días después y un viejo que hacía quinielas. Tampoco aquí cabría discusión salvo que el atentado fuese contra un tirano de la envergadura de Hitler o Franco. Incluso en un caso así se lamentaría las víctimas inocentes, y los ejemplos en el terrorismo anarquista digamos clásico abunda. Negar dicha inocencia es un abominación, y ni tan siquiera di Giovanni se habría indignado si la violencia hubiera venido por parte de las fuerzas represivas. Media un abismo entre el anarquista que no atenta contra el tirano porque caerán inocentes, y el terrorismo nacionalista o religioso actual que justifica la suma de víctimas porque hay que “socializar el sufrimiento”.
Virginia Martínez nos ofrece una mirada detallista, rigurosa. No trata de hacer su discurso, da la palabra a las voces más diversas, incluyendo a la del hijo del comisario Pardeiro, un jefe de policía identificado como un sabueso y torturador. Por supuesto, el hijo no dice nada al respecto, recuerda al padre atento y amoroso con su madre, lo de su oficio lo delega en un engranaje sobre el que no se hace preguntas. También establece un paralelismo entre la fuga de Miguel Ángel Roscigno, el cerebro del anarquismo expropiador, todo un personaje, con una casi excepcional que no se olvida de atender sus exigencias más cotidianas, y que no se saldrá un milímetro de sus exigencias morales y políticas. Pero sus simpatías están claras, y en una declaración describe aquellos ácratas con trazos como los siguientes: “Hay quien plantea que los anarquistas son los precursores de la ecología. También tienen una mirada distinta respecto de las relaciones humanas, de pareja, no todos actuaban como hombres del machismo de la época, hay una reflexión sobre la condición de la mujer. Los nombres de los hijos son Armonía, Aurora, Libertad, Libertario. El interés, la avidez que tienen por el libro, por llevar la cultura al obrero. Su antimilitarismo. Hay no sólo una idea concreta sobre el accionar en la sociedad sino una idea general de lo que deben ser las relaciones humanas en un mundo nuevo. Eso siempre me pareció muy rico.
Los anarquistas eran gente sin formación académica, muchos no habían terminado la escuela pero tenían una visión de la historia, una cultura política y un conocimiento de la literatura. Cada uno de ellos es un personaje y muchos tienen una historia rica y podrían ser materia de un documental propio. Los presos fueron sostenidos por algunos compañeros aislados que les llevaban paquetes, que mantenían con ellos una solidaridad que era extrema, porque no había que desarrollarla por un día sino durante veinte años…”
Pero no se olvida de las críticas. Críticas sopesadas efectuadas desde el mismo campo como la efectuada por la veterana, Luce Fabbri, hija del legendario Luigi Fabbri. Para ella el balance del anarquismo expropiador es negativo, sobre todo para el movimiento. Sus criterios son los clásicos del movimiento obrero. Viene a decir que la violencia de las minorías da armas al adversario que encuentra argumentos para golpear a todo el movimiento, Además, los grupos armados desarrollan por su propia lógica, rasgos militaristas y autoritarios. Desaprovecha gente valiosa que, más allá de algunos posibles éxitos, concluirá trágicamente.