De no mediar la Comuna de Paris de 1871-producto de la guerra Franco-Prusiana-, o el triunfo de la Revolución Rusa de octubre de 1917 quizás el nombre de Carlos Marx hubiese sucumbido a los avatares de la historia del siglo XX.
Y también es probable que, sin revolución bolchevique, no hubiese existido Revolución China en 1949 y, previo a ese acontecimiento, tampoco países de “Democracia Popular” tras el triunfo de las armas soviéticas en la Segunda Guerra Mundial en 1945. Pensemos -que entonces- muy probablemente Vietnam seguiría siendo una colonia francesa o yanqui. Tengo mis dudas si la revolución cubana en sus inicios se hubiese frustrado. No existen antecedentes históricos que indiquen el apoyo soviético al movimiento 26 de Julio liderado por Fidel Castro; es más, la mayoría de las armas provinieron de México y en los últimos meses de Santo Domingo. Por otro lado el Partido Comunista cubano solo vino a apoyar la guerra de guerrillas seis meses antes de la caída de Batista. Lo que sí parece claro es que, sin el apoyo soviético, instalación de ojivas nucleares en la Isla mediante, Cuba difícilmente habría sobrevivido a una masiva invasión yanqui en la época de Kennedy.
Toda esta introducción para ratificar que la historia trascurrió de tal forma, que el marxismo, luego del triunfo bolchevique, fue el eje doctrinario principal que guió a la izquierda mundial, donde la versión soviética del mismo, fue hegemónica, es decir se transformó en idea dominante. No obstante fue, después del derrumbe del poder soviético en 1990, que el marxismo sufrió una embestida que lo dejó fuera de los debates, las luchas y la academia por más de 10 años. La teoría del fin de la historia y del triunfo inapelable del capitalismo, incluso en su versión más salvaje, el neoliberalismo, pareció enterrar definitivamente el ideario socialista de raíz marxiana.
Sin embargo con el despuntar de la primera década del siglo XXI vio renacer el marxismo lentamente al calor de las nuevas luchas, sobre todo en América Latina. Desde Chiapas en México, pasando por Venezuela y Bolivia se comenzó nuevamente a hablar del socialismo del nuevo siglo. Y fue desde América Latina donde la teorización pre y post derrumbe del poder soviético en Europa se transformó en praxis. Quizá por primera vez en la historia de las ideas políticas plebeyas que esta praxis revolucionaria latinoamericana y mestiza, iluminó la cátedra europea.
En el siglo XX el marxismo adquirió- podríamos decir- certificado de validez con la revolución bolchevique triunfante. Con posterioridad al fin de la guerra civil que dejó al país en bancarrota y hambriento, el debate suscitado en el seno del partido Comunista permeó la construcción de la naciente izquierda latinoamericana y la chilena. La contradicción entre la construcción del socialismo en un solo país, aislado en un mundo capitalista hostil, tesis estalinista, y la insistencia en una revolución al menos europea que salvara la naciente revolución, opción de Lenin ya fallecido y de Trostky – aún a riesgo de que la propia revolución sucumbiera-, signaron a la teoría y la práctica de la izquierda en el continente.
La revolución china triunfante en 1949, la lucha de liberación de Vietnam, el inicio de la descolonización del mundo árabe y africano, pero sobre todo el triunfo de la revolución cubana mostraron una izquierda mundial avanzando sostenida y ascendente. El énfasis estuvo puesto, al menos en América Latina, es los métodos de lucha para alcanzar el cielo, más que en el carácter del socialismo que queríamos construir. La opción guerrillera guevarista se puso a la orden del día en la década del 60 y parte del 70 y solo se detuvo mediante sus propios errores y los golpes de estado y la consolidación de las dictaduras militares, salvo hay que decirlo, del triunfo de los sandinistas en 1975 y de la mantención de las Farc y el ELN. América Latina volvió a ser el patio trasero de EEUU.
En Europa la situación de perfiló distinta: ya desde la década del 60 una parte de la izquierda comenzó a cuestionar el derrotero soviético. Los sucesos de Hungría en 1956, Praga en 1967, y con posterioridad en Polonia hasta la caída del muro de Berlín,fueron los prolegómenos del derrumbe y confirmaron que el marxismo de raíz soviética estaba en crisis terminal. La socialdemocracia beneficiada por el millonario Plan Marshall estadounidense, inmediatamente después del término de la Segunda Guerra Mundial, comenzó a construir el Estado de bienestar que aisló a la izquierda revolucionaria en toda Europa, todo esto en un contexto de Guerra Fría sin tregua. El conflicto chino-soviético debilitó aun más la construcción de un proyecto planetario de matriz socialista.
El marxismo de raíz soviética se transformó en un instrumento de fe con la burocratización de los procesos de construcción socialista con toda su secuela de debilidades y errores.
Todos los intentos políticos e ideológicos provenientes de Europa de querer encontrar un camino estuvieron signados por las filosofías existencialistas que más bien trataban de explicar la razón del Ser y su libertad individual, en medio de la debacle causada por el nazismo. Gramsci sirvió más que nada para sustentar los pactos en Italia de la izquierda con la Democracia Cristiana. La elaboración de la tercera vía cuyo máximo exponente lo constituyó el laborismo Inglés de Tony Blair se terminó de desfondar con el apoyo a EEUU en su mentirosa denuncia y guerra contra Irak.
El derrumbe del poder soviético dio tiempo al capitalismo para diseñar su nuevo orden mundial.
Este nuevo orden mundial, la globalización neoliberal, a pesar de las crisis cíclicas cortas sigue imponiéndose aun cuando no sin problemas como lo demuestra el avance de la ultraderecha y del matonaje de Donald Trump. El nuevo orden mundial es la redefinición del orbe según los dictados de los grandes grupos monopólicos y banqueros: se trata entre otras cosas de toda la apropiación del excedente económico de los estados nacionales en el área de la salud, la educación y la previsión. Del control militar de áreas estratégicas y de asegurar las fuentes de energía y agua. De imponer métodos de consumo chatarra, de cultura mercantilizada y de semillas transgénicas. La defensa del medio ambiente, la fauna y la tierra es la lucha contra el capitalismo mundial.
En este contexto dialéctico de imposición y crisis, de avances y retrocesos (donde la consigna “con todas las fuerzas de la historia” resultó en idealismo puro) han ido surgiendo voces y movimientos de izquierda de nuevo tipo que revitalizan la necesidad de volver a Marx y Lenin, de manera tal que su diagnostico sobre el desarrollo del capitalismo y el tema del poder político tengan nuevas luces. La apropiación del plusvalor, es decir del excedente económico apropiado por la clase burguesa, como forma de desarrollo y explotación capitalista tiene plena vigencia al igual que la teoría de la lucha de clases. Para esto basta ver los resultados de la plusvalía en las desigualdades salariales y de riqueza en todo el mundo y la lucha en todos los ámbitos (parlamentario, lucha callejera y paros) que se dan cuando se debate sobre pensiones, educación, salud e impuestos.
La desaparición de los estados nacionales no pasó de ser una consigna. La gran burguesía internacional requería el control de esos estados más que su disolución y para ello, impuso sin problemas su hegemonía a las burguesías criollas. El control estatal era la condición para apropiarse del plus valor de la salud, la educación, la previsión y los recursos naturales. En América Latina, la izquierda, en su búsqueda de nuevos derroteros liberadores, optó por la tesis del ganar el Estado más que destruirlo, en contraposición a la tesis Leninista. Y es que la izquierda, debilitada por el derrumbe del poder soviético, hubo de adecuar esa tesis de Lenin a la realidad del fracaso de las tesis guerrilleras del siglo XX y a la nueva correlación de fuerzas a escala planetaria. El resurgimiento de la izquierda en nuestro Continente ha tenido varios derroteros, desde el control territorial con grados importantes de autonomía del Estado como en Chiapas, hasta el control de una parte importantes del aparato estatal como ocurre en Ecuador, Bolivia y Venezuela para intentar producir cambios estructurales en contra del rol asignado por la burguesía internacional y su nuevo orden mundial.
El riesgo de controlar parte de Estado, sin producir cambios estructurales, llevó a que muchos movimientos de izquierda como en Brasil y Argentina, sucumbieran a la corrupción como forma de fortalecimiento de sus orgánicas, lo que a fin de cuentas demuestra la fuerza de la ideología neoliberal.
La izquierda del siglo XXI se ve entonces enfrentada a nuevos y profundos desafíos: luchar por el socialismo en condiciones donde, a pesar de las continuas crisis del capitalismo mundial, éste se alimenta del consumo de los millones de capas medias en China y la India; donde el cuestionamiento al nuevo orden mundial adquiere más que nada connotaciones geopolíticas, que de pugnas por diseños estratégicos antagónicos; donde la globalización ha debilitado las clases obreras industriales en detrimento de las economías que sobre explotan su fuerza de trabajo como es el caso de China. En suma y a diferencia de la época que vio nacer el Manifiesto y el Capital de Carlos Marx y de Lenin, no se avizora una crisis como la europea de entonces que le otorgó viabilidad concreta a los procesos revolucionarios de entonces ni tampoco una guerra mundial que profundice las contradicciones y pugnas interburguesas por los mercados . Sin embargo los límites del modelo neoliberal generan condiciones para comenzar a transitar nuevos derroteros de liberación que den paso a procesos de transición que rompan con un marxismo ortodoxo- interpretación soviética del mismo- y apelen a la flexibilidad táctica propia de Lenin.
Eduardo Gutiérrez González / Mayo de 2017