Por Pepe Gutiérrez-Álvarez
Acaba de aparecer en librerías el primer libro de poemas de Serge editado entre nosotros: Resistencia. Una hoguera en el desierto. Traducción: Luis Martinez de Merlo Prólogo: Claudio Albertani Dibujos: Vlady Kibalchich Notas y Album: Francisco Carvajal. Editorial: El Perro Malo Toledo 2017…Se trata de una edición cuidada con primor, un regadlo para los amantes de la poesía y de la historia de aquellos revolucionarios que lucharon contra la medianoche del siglo. He pesando que este texto del antiguo militante internacionalista que fue Hitchens vale la pena por lo que aporta. He añadido información sobre las ediciones de otras obras de Serge que el autor cita. También me gustaría precisar que disiento radicalmente de sus apreciaciones sobre Solyenitsin, especialmente sobre el trasfondo de sus ideas (un ideario que rechaza hasta el Renacimiento, algo que subyacía en la idea del poder del “zar Rojo”, pero sobre todo de la infame utilización que el pensamiento único operó con su obra)
La gente discute interminablemente sobre la intención de Auden cuando, conmemorando a Yeats, escribió que “la poesía no hace que ocurra nada”. Tienden a olvidar que lo dijo de este modo:
Pues la poesía no hace que ocurra nada; sobrevive
En el valle de su hacer donde los ejecutivos
Jamás querrían meterse…
“Sobrevive”. No es una gran pretensión. Pero marca la idea implícita de que sobrevive tanto activa como pasivamente, que llega a vivir más que sus prosaicos y triviales enemigos. Este pensamiento retorna cuando uno lee Resistance, la poesía de Víctor Serge, ahora traducida del francés al inglés por James Brook y publicada por City Lights Books (261 Columbus Avenue, San Francisco, CA 94133), en tiempo justo para el cementerio del nacimiento de Serge en 1990. Con el único término de “ejecutivos” Auden obviamente quería decir los burocráticos, los mercantiles, los literales y los reprimidos. Toda la vida de Víctor Serge fue una confrontación, en las palabras y en la acción, con esas fuerzas. Sus Memorias de un revolucionario (Ediciones El Caballito, México, 1973; aquí tenemos 27 letras, edición de Jean Riere) forman parte de los registros nodales del drama del fascismo y el estalinismo entre las dos guerras mundiales, y sus novelas –El caso Tuláev (reeditada por Capitán Swing), El nacimiento de nuestra fuerza (editada por Amargod con prólogo de Ferran Aïsa)– aventajan a las ficciones de Arthur Koestler sobre revolución y traición por su pureza y su intensidad superiores. Aún así, qué emoción es hallar un estremecedor anticipo de Oscuridad o mediodía en su poema “Confesiones”, de 1938, sobre los procesos de Moscú:
Si alzamos a los pueblos e hicimos temblar los continentes, fusilamos a los poderosos, destruimos los viejos ejércitos, las viejas ciudades, las viejas ideas, comenzamos a hacer todo de nuevo con estas sucias y viejas piedras, estas manos cansadas y las magras almas que nos dejaron, no era para regatear contigo ahora, triste revolución, madre nuestra, nuestra niña, nuestra carne, nuestra decapitada aurora, nuestra noche con estrellas oblicuas, con su inexplicable Vía Láctea destrozada.
Aunque buena parte de la poesía de Serge lleva la huella del lugar y el tiempo en que fue escrita -un lejano rincón del Gulag durante el exterminio de la vieja guardia bolchevique- no es, en modo alguno, didáctica o política. En “Verdad”, por ejemplo, es casi lírica (“Vi a la estepa vadear y al niño crecer”) cuando alude a la sinfonía natural y humana. Y en “Bote en el río Ural”, uno no tiene por qué saber que sus compañeros de viaje eran deportados como él, pues el poema es sobre la amistad y las penurias:
Besa a la muchacha con que sueñas…
Jacques frunce levemente sus delgados labios
como un prudente judío que llegará a ser viejo.
Boris, el del perfil de lobo hambriento, bebe en la tristeza de una noche sin bebida.
Serge ocupaba ese frágil y fascinante arco que se extendía entre el Manifiesto del Surrealismo y la Plataforma de la Oposición de Izquierda; entre André Breton y la traición a Barcelona. Su internacionalismo le era tan connatural como su aliento. Odiaba al atraso y al servilismo, fuese político o artístico, y lo odiaba sobre todo cuando se manifestaba entre supuestos revolucionarios. Vio a Yesenin, Mayakovski, Mandelstam, destruidos o desmoralizados por la aplastante presión de un brutal seudorrealismo, y también vio la cobardía de muchos escritores e intelectuales frente a esta presión. Su desafío al conformismo y al servilismo aparece muy claro en su poema sobre la muerte de Panait Istrati:
Yaces sobre tus recortes de periódicos como Job sobre sus
cenizas,
escupiendo con calma el pedazo final de tus pulmones a la cara de esos escribidores,
alabanciosos de matanzas con provecho y vividores de revoluciones desgarradas…
Yeats acostumbraba hablar de “un libro del pueblo”: un registro de la tradición, los preceptos y las intuiciones que era transmitido en forma invisible e independiente de los hechos de la alta cultura y la alta política. Es obvia la importancia que para este “libro” metafórico tienen los poemas y las canciones. Pueden ser aprendidos y atesorados incluso por los pobres y los iletrados. En otros términos, la poesía está moralmente a prueba de la censura. La obra de Serge es un buen ejemplo de esta cualidad. Cuando finalmente lo deportaron de la Unión Soviética en 1936, los guardias fronterizos confiscaron su manuscrito. Pero, una vez en París, pudo recomponer los poemas de memoria, prueba de oro de la fuerza de la poesía contra los ejecutivos. Como lo escribió en su fragmento “Se recio”:
Con el tiempo la carne gastará nuestras cadenas
Con el tiempo la mente las hará saltar
Cuando Serge murió, un exiliado pobre y olvidado en México, había probado toda clase de desilusiones y de derrotas. Pero nunca degeneró en el cinismo ni se permitió coquetear con ninguna variedad de reacción. Eso habría sido desesperanza, y fue a la desesperanza la que sus poemas, con tanta belleza y dignidad y humor, mantuvieron a raya.
En sus últimos años diría a su hijo que se conservara a distancia del culto antisoviético que con tan prostituida facilidad se estaba extendiendo entre la intelectualidad occidental. Era importante, decía, mantener las grandes esperanzas. Ahora se anuncia que la revista literaria URAL publicará El caso Tulaev, llevando así al lector soviético una novela sobre la realidad de las purgas estalinistas que se anticipó en varias décadas a Solyenitsin. Además, la Fundación para la Cultura Soviética ha resuelto llevar a cabo una investigación para encontrar el manuscrito original de los poemas confiscados de Serge.
Pero todo esto es secundario y anticuado. La poesía de Serge ha sido fiel al mandato de Auden. En realidad, hasta puede haber ido más lejos. Y al sobrevivir, como parte de lo que nos queda de una trágica pero incompleta lucha, ha contribuido a hacer que algo ocurra:
Vamos a trabajar para que algún día,
tal vez, un viajero contemple en las líneas que ahora maduran,
como hoy lo puedo jalar en mi red en la charca de inútiles días,
algún trazo de un cielo tranquilo que de aquí no distingo.
-”En el río Ural” (Orenburg, verano 1935).
Tomado de The Nation, N. Y. 23 octubre, 1989.
Traducción de Adolfo Gilly