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Ya viene el 1 de junio, fecha patria del PowerPoint y la promesa reciclada. Ese día en que los presidentes afinan la voz, se ponen la corbata más humilde del clóset y ensayan miradas profundas para hablarle al país.
Todos los sectores esperan algo. Las empresas, el Congreso, la clase media con aroma a olla común. Y, por supuesto, los animales.
Aunque ellos, pobres, ya aprendieron a no ladrar de esperanza: saben que ni en el último año del gobierno de Gabriel Boric les toca una línea en la obra del “progreso”.
Recordemos: Boric llegó con el aura del cambio, con ese aire de gato rescatado de la plaza Yungay, con discursos donde la palabra “dignidad” flotaba como incienso.
Incluso tuvo gestos que hicieron pensar a más de algún activista que se venían días mejores para los sin voz. Spoiler: no.
Si uno hace memoria, los animales aparecían en sus discursos como esos personajes secundarios simpáticos de una teleserie: estaban ahí, pero no cambiaban el guión.

¿Y la promesa de crear una Subsecretaría de Protección Animal? Dormida. No en un cajón, sino en un sarcófago egipcio sellado con cemento y olvido.
Esa fue una de esas ideas bonitas que suenan bien en campaña, como “vamos a escuchar a las regiones” o “vamos a terminar con las listas de espera”.
Pero al igual que los refugios que no reciben ni una moneda de apoyo estatal, la propuesta fue abandonada como un perro en la carretera.
Mientras tanto, el rodeo sigue siendo deporte nacional, los mataderos siguen operando con un nivel de fiscalización digno de un reality de bajo presupuesto, y los perros callejeros siguen multiplicándose como si fueran promesas presidenciales: abundantes, pero sin dueño responsable.
Ah, pero no se puede decir que no ha habido avances simbólicos. Se firmó algún reglamento para animales de compañía, se retuiteó alguna campaña sobre tenencia responsable… Pero nada que implique un giro estructural.
Porque cuando toca hablar de política pública seria, el presidente prefiere callar. Es más fácil hablar de hidrógeno verde o pactos fiscales que enfrentarse a los gremios ganaderos, a los amantes del rodeo, o a los intereses de la industria cárnica.
Y así llegamos al último año de gobierno. Con una Ley Cholito que se aplica como el respeto en Twitter: cuando conviene.
Con miles de activistas organizándose con rifas y bingos para operar a un gato, mientras el Estado se dedica a mirar desde la ventana con expresión de “ojalá les vaya bien”.
Y con un presidente que, si nombra a los animales este 1 de junio, será probablemente para recordar a Brownie, su perro influencer.
Porque claro, los animales que tienen Instagram parecen tener más derechos que los que viven bajo la lluvia.
Pero tranquilos: aún queda un año. Un año para seguir prometiendo lo que no se va a cumplir. Un año para hacer como que se escucha, mientras se planifica la próxima campaña presidencial.
Porque, en Chile, los derechos de los animales siguen siendo un tema de segunda… o de última categoría.
Y mientras el presidente ensaya su discurso frente al espejo, los animales lo esperan. En silencio. Como siempre. Porque saben que en la política chilena, si no ladras, no existes. Y si ladras… bueno, igual tampoco.