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¿Vecinos y enemigos?

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Saúl Escobar Toledo, México

La decisión del presidente Trump de imponer aranceles a las importaciones de México y
Canadá puede interpretarse como una declaración de guerra económica, política y
diplomática. Asimismo, el aumento de las tarifas a China representa una nueva agresión a
esa potencia. El valor de las mercancías afectadas, provenientes de esos tres países, suma
alrededor de 1.5 billones de dólares.

Por su parte, la suspensión de la ayuda militar de Estados Unidos a Ucrania significa una
confrontación que involucra a Europa en su conjunto.

Trump ha abierto varios frentes al mismo tiempo con base en dos ideas que imperan en la
mentalidad del presidente y su equipo: Estados Unidos es una potencia mundial que
puede doblegar al mundo; y todo se vale para que vuelva ser “grande otra vez”. Son
postulados irracionales y difíciles de entender porque suponen erróneamente que las
naciones afectadas no tienen capacidad de respuesta y que esas medidas fortalecerán la
economía de Estados Unidos.

Muchos analistas, organizaciones empresariales y financieras, y los gobiernos de los países
afectados han señalado reiteradamente que la hostilidad de Trump tendrá efectos
negativos no sólo a nivel mundial sino también en los Estados Unidos.

Sin embargo, hasta ahora, esas declaraciones y medidas hostiles no se han traducido en
intervenciones militares y se han limitado al campo económico y diplomático. Además,
muchos esperan que Trump cambie de opinión cuando se dé cuenta de los perjuicios que
esta causando a su nación y a sus aliados históricos y por lo tanto fortalecen en realidad a
Rusia y a China.

La presidenta de México parece igualmente coincidir con esta hipótesis. Ha declarado
varias veces que frente al gobierno de EU hay que tener ““cabeza fría, temple, serenidad y
paciencia”. Ante la aplicación de los aranceles se ha dado un tiempo, hasta el domingo,

para ver si el humor de Trump cambia y al mismo tiempo preparar una respuesta en caso
de que no suceda.

Algunos comentaristas del ámbito nacional han pensado que los aranceles responden a la
ineficacia de México para hacer frente al crimen organizado y al contrabando de drogas
hacia EU. Sin embargo, el ejemplo de Canadá demuestra que éste no es el verdadero
problema. Los canadienses han argumentado, con razón, que el flujo de drogas a EU es
mínimo por no decir irrelevante y que Trump ha mostrado una hostilidad injustificada.
Hay que subrayar que Canadá y EU no eran únicamente socios comerciales, aliados
militares y políticos: también se consideraban naciones hermanas al compartir idioma,
cultura y una relación intensa en prácticamente todos los ámbitos sociales. Ello, a pesar de
una población francófona. El gobierno de Canadá ha señalado que se trata de algo
parecido a una traición familiar, injustificada y desleal.

El asunto de Europa es similar: la cercanía de Trump con Putin, dicen sus principales
líderes, los deja expuestos al expansionismo ruso y pone en peligro a países vecinos,
principalmente en la región del Báltico incluyendo a Polonia, Finlandia, Estonia, Lituania y
Letonia. Además, las amenazas de imponer aranceles siguen pendientes. “Europa se ha
quedado sola”, dijeron.

En este contexto, la posición de México es muy complicada y con pocas alternativas si, en
efecto, no hay un cambio de las medidas unilaterales dictadas por la Casa Blanca. Quizás
haya en el escenario tres caminos: el primero, escalar la confrontación, responder a la
guerra con la guerra; el segundo, dejar pasar un poco más de tiempo para que las
negociaciones continúen y se llegue a un acuerdo; y el tercero, una opción intermedia que
incluya algunas medidas comerciales sin romper el diálogo.

La primera opción implicaría imponer aranceles similares a las importaciones de EU; dejar
en pausa indefinida las pláticas con el gobierno de Washington; y un acercamiento
explícito y políticamente significativo con China, y otras naciones de Asia y Europa.
Anunciar, al menos declarativamente, que México está dispuesto a emprender un nuevo

camino en sus relaciones comerciales y diplomáticas y alejarse de la integración
económica con EU.

La segunda opción tiene como mayor problema el tiempo. Esperar que se llegue a un
acuerdo podría entenderse como una muestra de debilidad que sería aprovechada por
Trump para imponer medidas más duras en la negociación de un nuevo tratado
económico con EU; en el tema de la migración; y en el combate al crimen organizado.
La tercera opción podría incluir un conjunto de acciones comerciales, pero no tan severas
como las que tomó EU y de manera similar a las que anunciaron Canadá y China: aranceles
más bajos y selectivos. En nuestro caso, además, seguir demostrando la voluntad de
cooperación en los asuntos relacionados con el flujo de personas hacia el norte y tomar
medidas drásticas y palpables contra las bandas del crimen organizado. Este camino
dejaría abierto el diálogo; no obstante, también mostraría la inclinación de México a
aceptar algunos dictados de Washington. Su ventaja residiría en la posibilidad de que los
aranceles duren poco tiempo y el daño a la economía mexicana sea relativamente menor.
En el corto plazo, cualquier alternativa que se tome traerá serias afectaciones. La
devaluación del peso que, hasta este momento, martes 4 de marzo, ha sido relativamente
leve (20.82 pesos por dólar) podría alcanzar a más de 22 pesos. Pero eso no sería lo más
preocupante, la depreciación incluso podría servir para paliar el efecto de los aranceles.
En cambio, el riesgo de una salida masiva de capitales; la interrupción de la inversión
extranjera directa (IED); y un clima de incertidumbre o franco temor, podría llevar a
México a una recesión. Antes de los anuncios de Trump las previsiones de crecimiento se
situaban para 2025 en menos de 1%. Ahora esa cifra puede resultar optimista.

Así las cosas, el daño podría traducirse en un desempleo masivo y llevar a México a una
espiral viciosa: una menor actividad económica hará caer la inversión y el consumo,
redundando en una afectación mayor del crecimiento. Un panorama similar al que vivimos
en 1982 cuando el gobierno de México declaró la moratoria de la deuda externa. La
diferencia, sin embargo, es que en esta ocasión la crisis no responde fundamentalmente a
causas internas sino a las determinaciones de un gobierno extranjero. Esta diferencia es

vital para entender y apreciar las posibilidades de México ya que la solución es, en teoría,
muy sencilla. Bastaría con que Trump cambiara de opinión.
Como se señaló antes, esta posibilidad existe tanto porque la respuesta de la economía y
las finanzas de EU están mostrando un aumento de la inflación y una fuerte caída de las
bolsas de valores en Wall Street (y en varias partes del mundo, particularmente Asia y
Europa); por las contradicciones internas en el equipo de Trump; y por la personalidad del
presidente, el cual se ha distinguido por su veleidad.

Las medidas que tome México tienen además del gobierno de EU, otro interlocutor: los
inversionistas nacionales y extranjeros. No está claro cuál será su reacción y dependerá no
sólo de la ruta que decida México. También de sus expectativas acerca de la magnitud del
conflicto. Es posible que algunos decidan esperar un tiempo antes de tomar decisiones
drásticas como cerrar empresas y despedir a sus empleados. Habrá, asimismo, quienes
decidan sacar sus inversiones financieras fuera del país. Sin embargo, al mismo tiempo,
sus reacciones adversas afectarán al mercado estadounidense.

Como se ha repetido con frecuencia, desatar una guerra es más fácil que detenerla. Son
fenómenos en los que todos los involucrados pierden, aunque aparentemente pueden
ganar algo. En esta ocasión, aún si la confrontación arancelaria se resolviera pronto, las
cosas no volverían a ser como antes. La desconfianza, el temor a sufrir otras puñaladas, y
el costo de los daños y su reparación no podrán ser borrados.

Por ello, la respuesta que ofrezca la presidenta Sheinbaum el domingo en el Zócalo no
será, no puede ser, final ni definitiva. Será sólo el principio de un camino inédito que
requerirá ajustes constantes, decisiones severas y otras más bien discursivas, y una actitud
que muestre al mismo tiempo fortaleza y flexibilidad. Llamará, sin duda, a la unidad
nacional. Esperemos que de lo anterior se desprenda un diálogo permanente con la
sociedad, incluyendo a los trabajadores mexicanos quienes serán las principales víctimas
de esta confrontación. Y surja una visión de largo plazo que tendrá que construir un nuevo
curso de desarrollo a lo largo de varios años.

saulescobar.blogspot.com

 

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