Se sabía que el dato de ancianos que preferían la opción de la cárcel iba en aumento
El fenómeno se ha extendido entre las mujeres
XATAKA
La situación se ha agravado.
Contexto. Como contamos entonces, estos delitos que no paraban de aumentar eran pequeños robos, y la razón parecía clara. En muchos enclaves, el hurto, como por ejemplo el robo de un sándwich de 200 yenes, puede generar una sentencia de prisión de hasta dos años. De esta forma, los ancianos tenían esa vía por la que tener un hogar y asistencia social gratis: la cárcel.
De fondo, aquel era el camino por el que habían optado muchos ancianos en el país con tal de no pasar sus últimos años de vida en soledad y sin recursos económicos. Algo que estaba ocasionando una ola de delitos sin precedentes, uno donde casi un 40% de los hurtos eran cometidos por personas de más de 60 años. Casi el doble que una década atrás.
Casos como el de la prisión de mujeres de Tochigi, donde la población envejecida refleja una problemática social extendida en el país, y donde la falta de apoyo familiar y las dificultades económicas han convertido a las cárceles en un refugio para muchas que enfrentan la exclusión y la desesperanza en el exterior.
La prisión como refugio. Contaba este fin de semana la CNN que dentro de Tochigi, la vida en prisión ofrece una estabilidad que muchas de estas mujeres no encuentran en la sociedad. Aquí reciben tres comidas al día, atención médica gratuita y compañía, algo que les resulta difícil de obtener fuera de los muros carcelarios.
Muchas de las internas, como Akiyo, de 81 años, han reincidido en delitos menores como el hurto de alimentos debido a la precariedad económica. Akiyo, quien fue encarcelada por segunda vez tras robar alimentos cuando su pensión no le alcanzaba, reconoce que su decisión estuvo motivada por la desesperación y la falta de apoyo familiar. El caso de Akiyo es representativo de una tendencia creciente en la que las mujeres mayores ven la prisión como una opción más estable que la incertidumbre económica en el exterior.
De ahí que muchas ancianas recurran deliberadamente a cometer delitos menores para ser arrestadas y regresar a la cárcel, donde encuentran ese refugio ante la inseguridad económica y la falta de atención médica en libertad. Dicho de otra forma, la prisión se ha convertido para algunas en una especie de hogar seguro, donde pueden recibir los cuidados básicos que no pueden costearse fuera.
El desafío de la reinserción. Es la otra de las patas a tratar. Uno de los mayores problemas que enfrentan las autoridades japonesas es la falta de apoyo para las personas mayores una vez que salen de prisión. Muchas ex convictas carecen de redes de apoyo familiar y se encuentran aisladas, lo que aumenta la probabilidad de reincidencia.
La adaptación de un anciano en la cárcel. Ante el creciente número de reclusas ancianas, las prisiones japonesas han tenido que adaptar sus servicios, transformándose en espacios que cada vez se asemejan más a hogares de ancianos. En Tochigi, por ejemplo, el personal penitenciario ha introducido cambios significativos para atender las necesidades de esta población, desde la asistencia en la higiene personal hasta el suministro de equipos médicos especializados.
Incluso se ha recurrido a internas más jóvenes, como Yoko, de 51 años, quien obtuvo una certificación en enfermería durante una de sus condenas y ahora ayuda a otras reclusas en sus actividades diarias. De alguna forma, la cárcel ha asumido un doble papel: ser un centro de reclusión y, a la vez, un espacio de asistencia geriátrica.
En respuesta, el gobierno ha implementado medidas para fomentar la contratación de trabajadores de la salud y atraer mano de obra extranjera para llenar los vacíos del sector. Con todo, la necesidad de soluciones integrales que aborden tanto el aspecto económico como el social sigue siendo un desafío crucial.
El fenómeno de las mujeres mayores que recurren a la cárcel, como el de los hombres que lleva sucediendo varios años, es una respuesta a esa soledad y pobreza que reflejan el tamaño de la crisis. Una especie de distopia donde el Gobierno nipón también se ha visto obligado a construir nuevas salas de prisión por un importe de más de 40 millones de euros, espacios para albergar a esos miles de ancianos reclusos. Cárceles convertidas, en esencia, en geriátricos.
Imagen | Itoldya, 663highland