Jano Ramirez
El reciente incidente en el INBA, donde 35 estudiantes resultaron heridos al manipular combustible que terminó explotando, es un ejemplo trágico de cómo se manifiesta esta frustración. Esto no es un accidente aislado, sino el resultado directo de un sistema que, lejos de brindarles una educación de calidad y oportunidades para desarrollarse plenamente, los condena a la exclusión y la precariedad. Al mantener un modelo educativo orientado a la ganancia antes que al bienestar, el sistema empuja a la juventud a expresar su descontento de formas cada vez más radicales, en un desesperado intento por ser escuchados.
Estos estudiantes, muchos de ellos provenientes de contextos de vulnerabilidad, observan cómo las élites prefieren administrar la educación bajo una lógica mercantil, ignorando sus necesidades y perpetuando un ciclo de desigualdad. En lugar de fortalecer la educación pública, el Estado ha delegado su administración a un modelo de “voucher” que beneficia a quienes ya cuentan con privilegios y condena a instituciones como el INBA a una precarización sostenida. Esta lógica capitalista convierte la educación en un servicio que se vende al mejor postor, dejando a miles de jóvenes en el olvido. En esta estructura desigual, los estudiantes se ven forzados a una lucha constante, conscientes de que el sistema no está diseñado para su bienestar.
A lo largo de las décadas, distintos gobiernos, desde la derecha hasta la Concertación, la Nueva Mayoría y el actual Frente Amplio, han administrado esta maquinaria, todos sin comprometerse realmente a cambiar sus fundamentos. Las promesas de reforma han sido solo eso: promesas. Las políticas aplicadas solo administran las desigualdades sin cuestionar la raíz del problema, perpetuando un sistema que traiciona a las nuevas generaciones, que demandan no solo una educación digna, sino un mejor futuro.
El INBA, como otros liceos emblemáticos, ha sido un espacio histórico de resistencia. Desde la Revolución de los Pingüinos en 2006 hasta el estallido social de 2019, los estudiantes han exigido una educación pública, gratuita y de calidad. Sin embargo, lejos de escuchar sus demandas, el sistema responde con criminalización y represión. Los medios tradicionales, en lugar de cuestionar las injusticias que originan estas expresiones, refuerzan un discurso que estigmatiza a los jóvenes como problemáticos o peligrosos, en un esfuerzo por sofocar su legítima indignación.
Mientras la educación pública siga gestionada bajo un modelo capitalista, las expresiones de frustración no solo continuarán, sino que se intensificarán. Esta juventud, que se niega a aceptar un futuro de abandono y precarización, no se callará hasta que haya una transformación real. El incidente en el INBA no debe ser visto como un hecho aislado, sino como una advertencia urgente: si no hay un cambio profundo, si no se desafía la lógica mercantil y se restituyen los derechos fundamentales de las personas, estos actos de resistencia no desaparecerán.
Este sistema capitalista, que antepone la ganancia al bienestar humano, es responsable directo de este estallido de descontento. La juventud chilena exige cambios estructurales, no meras promesas o reformas superficiales. Este no es solo un llamado de atención; es una demanda por un cambio radical hacia un sistema que reconozca su dignidad, su derecho a una educación integral que tenga un financiamiento basal que cubra todas las necesidades que se merecen las y los estudiantes.