por Jorge Baradit
Luego del estallido social, donde nos organizamos en asambleas populares espontáneas e hicimos campaña para plebiscitar una nueva constitución, vino el proceso constituyente. Un momento único en la historia de nuestro país.
Algunos de nosotros sabíamos que era difícil ganarle a un sector que tenía todo: los medios de comunicación masivos, radios, prensa y televisión; pero había que enfrentar la situación que nos planteaba el momento, había que poner el pecho, no más. “Vas a necesitar mucha suerte, los vamos a reventar”, me dijo Diego Schalper entre comerciales en TVN, la noche que ganamos. Era ir a la guerra y uno sabe que si va a la guerra no solo puede perder sino que te pueden matar y así fue: nos hicieron pedazos. Muchos perdieron sus trabajos, otros tuvieron que emigrar de sus hogares, algunos perdieron o postergaron sus carreras políticas. Personalmente, perdí todo. Mis trabajos, los programas y participaciones en medios, fui cancelado en toda la prensa y en la mayoría de las radios. Estoy lentamente recuperando espacios, porque a nuestros adversarios no solo les gusta ganar, les gusta además matar, destrozar y arrojar los restos al mar si es posible y eso hicieron en términos de imagen. Lograron, además, que nuestros propios adherentes renegaran de nuestro trabajo. La gente prefirió culpar al huevón de la ducha o a la tía Pikachu, en vez de al multimillonario despliegue de quienes buscaban sabotear el proceso.
Mis sentimientos son encontrados, por un lado estoy tranquilo, porque trabajé 24/7 con mi equipo durante un año demencial para entregar un texto que cumpliera con las expectativas de todos. Por otro lado creo que el 4 de septiembre es lo que para otras generaciones es el 11 de septiembre de 1973, el fin de un sueño de tres años para hacer de este país un mejor lugar para todos y todas. Una herida que jamás se va a cerrar en mi interior. He llegado a pensar que fue el arco político abierto el 4 de septiembre de 1970 el que se cerró el mismo 4 de septiembre pero de 2022: la idea del Chile colectivo.
¿Hubo errores? Por supuesto, qué grupo no comete errores. Los profesionales de la política cometen errores todas las semanas, por qué nosotros no habríamos de hacerlo. Muchos convencionales fueron electos al calor de las barricadas y cuando ingresaron al Congreso, continuaron la performance callejera en un espacio donde la gente esperaba que nos comportáramos “diferente”, quizá más serios, con corbata, más mesurados; pero los chilenos comunes son chillones y desordenados. La gente quería personas comunes y eso hubo, pero muchos no se “institucionalizaron”, como al parecer la mayoría esperaba y se produjo un choque cultural nocivo para la percepción general.
Los convencionales hicieron su trabajo con enorme voluntad y dedicación, no se «arrancaron con los tarros», como se ha dicho; cada uno hizo lo que dijo en su campaña, no hubo sorpresas. El error estuvo en que fuimos elegidos por un universo electoral —voto voluntario —para hacer ciertas cosas, y luego fuimos evaluados por OTRO universo electoral —voto obligatorio —que concurrió, al parecer, con otra visión del proceso.
También dicen que nos atrincheramos y no dialogamos. La respuesta es sencilla: el plebiscito y el proceso fueron aprobados para CAMBIAR la Constitución y el contingente de derecha que ingresó, simplemente lo hizo para MANTENER el modelo ojalá intocado. Mi visión es que quienes se atrincheraron fueron ellos y jamás se abrieron a cambiar nada.
Otro error estuvo en los grupos de activistas, incluyo a representantes de pueblos originarios, medioambientalistas, animalistas, etc. Muchos de ellos ingresaron sin una visión integral de sociedad, sino con la intención de beneficiar a su grupo de interés y no mucho más.
Los medios, además, lograron instalar que la propuesta era «maximalista», cuando la verdad es que era una Constitución bastante moderada en términos de derechos; nada muy distinto a cualquier país europeo medianamente decente. Planteábamos un Estado Social de Derecho, nadie pensaba —salvo un par de afiebrados que nadie escuchó —en instalar los soviets o nacionalizar la banca o las empresas.
La desigualdad fue brutal. Muchos convencionales recorrimos nuestra zona o el país con plata propia —llegué hasta Chiloé y la carretera austral recorriendo pueblos a cambio de plata para la bencina, nos quedamos en hostales o casas de los propios adherentes. Hoy sabemos que mientras juntábamos las chauchas para imprimir constituciones, la Universidad San Sebastián ofrecía sueldos de dos y medio millones de junio a diciembre, a los convencionales de derecha para hacer campaña solo en agosto. Llegamos a tener UN DÍGITO porcentual del total de aportes a la campaña del apruebo, frente a más del noventa por ciento de aportes al Rechazo desde los millonarios y las empresas de este país. También sabemos que la directora de prensa de la Convención Constitucional —con toda la información que maneja alguien con ese cargo —estaba trabajando en paralelo para la campaña del Rechazo en una agencia.
Las mentiras aún nos persiguen. No pocas veces he sido enfrentado en la calle por haber querido “quitarle la casa a la gente humilde”, “enseñarle a besarse a niños del mismo sexo”, cambiar la bandera” o por “querer robarnos las pensiones”.
Por último, estuvimos políticamente solos. Los partidos “progresistas” brillaron por su ausencia. Es cosa de ver el tipo de personas que enviaron a la Convención: funcionarios de tercera o cuarta línea, cabros de 20 años buscando un espacio a codazos —espacio que, dicho sea de paso, encontraron en subsecretarias y municipios. Los independientes nos fuimos para la casa. El Frente Amplio fue el único que se la jugó en ese sentido, envió a sus principales ideólogos e intelectuales, incluso a su candidata a la presidencia, aunque después sufrimos el ninguneo del gobierno electo. La Convención murió un poco más cuando Gabriel Boric dijo, a menos de dos meses del plebiscito, que no importaba si la gente rechazaba porque se podía iniciar después un mejor proceso. Esa estocada aún duele.
Mi impresión general es que, en octubre de 2019, no todos los chilenos salieron a la calle pidiendo un mejor país para todos, sino más bien buscando la solución a SU problema específico y sin mucha voluntad de colaborar en la solución a los problemas del otro. Salieron más bien a pedir una mejor repartija de las utilidades del modelo que a cambiarlo. Al menos el universo del voto obligatorio lo dejó bien establecido. Chile cambió, es cierto, pero hacia el individualismo y en un país con sueldos bajos históricos y desigualdad tan marcada, las soluciones deben ser colectivas o siempre van a quedar los más débiles atrás. Pero no hay ánimo colectivo, el individualismo es una idea que llegó para quedarse, al menos durante un buen rato.
La derecha logró su objetivo de sabotear el proceso, pero no cumplió su promesa de reformar los puntos que salieron a la luz con el estallido. El tiempo dirá si fue la estrategia correcta para sus intereses, o solo postergó la crisis.
¿Qué pasó con los que fuimos a esa guerra?
Tendrán que venir otras personas a superar este momento gris y amargo. Los trabajadores nunca ganamos, solo avanzamos de a poco contra una corriente enorme, que va quemando personas a medida que avanza. Muchos vamos quedando políticamente fuera.
No sabemos aún si todo esto dará frutos algún día. Nosotros, al menos, lo dimos todo y nos quedamos sin nada. Jorge Baradit