Feminismo/Debates
Con la investigadora y militante mexicana Raquel Gutiérrez, sobre los feminismo populares
“Se está gestando algo fuerte”
La investigadora y militante mexicana Raquel Gutiérrez sostiene que son las mujeres y sus nuevas formas de hacer política las que hoy impulsan en América Latina la lucha contra el statu quo. Los llama feminismos populares, aclara, a falta de un nombre mejor.
Mariana Abreu
Brecha, 7-6-217
Aunque Raquel Gutiérrez Aguilar nació en México, su militancia política ha transcurrido en distintos rincones del continente latinoamericano. También sus trabajos académicos sobre diversos movimientos sociales y sus luchas han abarcado el continente. Es matemática y doctora en sociología, y fue una de las forjadoras en Bolivia –junto a Álvaro García Linera, actual vicepresidente del país– del Ejército Guerrillero Tupak Katari y del grupo de intelectuales Comuna. Vivir en carne propia el machismo en el interior de las organizaciones, o en sus propias palabras “la lucha dentro de la lucha”, fue determinante en su acercamiento al movimiento feminista, sobre el que investiga y del que se considera parte. De visita en Uruguay el pasado junio, invitada por el colectivo de mujeres Minervas, participó de una charla abierta –organizada junto con la Escuela de Formación Popular Elena Quinteros– y se reunió con colectivos feministas de Montevideo y del Interior.
“Se está gestando algo fuerte”, aseguró a Brecha, apuntando a los feminismos populares que han tomado impulso la última década en la región.
—¿Qué características tienen estas luchas populares de mujeres?
—La renovación de un feminismo autónomo, popular es como una gran capacidad que se viene cultivando colectivamente para impugnar distintas capas del orden patriarcal-capitalista en su hibridación. Viendo el movimiento de mujeres con gran angular, el 8 de marzo fue como una especie de corazón que latía y decía “basta de violencia machista”, no sólo en el marco de determinados aspectos cotidianos de la relación varón/mujer, sino también con el hecho de que la violencia está generada en términos estructurales, en la precariedad con la que estamos viviendo varones y mujeres, pero en particular muchísimas mujeres. Mujeres que, además de las tareas de producción, están teniendo que realizar tareas de reproducción de la vida (1) en condiciones cada vez más adversas, por más leyes que se vayan acumulando. Porque se van acumulando leyes que son medianamente interesantes, pero no logran tener un efecto real. Por ejemplo, una vida libre de violencia está garantizada por ley hace un montón en México, en donde se están apilando muertos; es como de humor negro, ¿no?
Estas luchas son muy diferentes al feminismo institucional, que quedó atrapado dentro de lo que se puede llamar “horizonte de la igualdad”. El feminismo institucional se planteaba garantizar el equilibrio y la no discriminación entre varones y mujeres, es decir, extender el paradigma de la igualdad formal también a las mujeres, pero finalmente lo que hizo fue que quedáramos mejor incluidas en el régimen del capital. Y cada vez más fue quedando capturado en lo que el feminismo radical boliviano llama puramente “tecnocracia de género”. Una tecnocracia que se la pasa calculando cómo se aumenta la participación de la mujeres, cómo se hace discriminación positiva en tal lugar, cómo se hace enfoque transversal de género en no sé qué política pública. Eso es lo que están haciendo como política social quienes están garantizando nuevos procesos de acumulación de capital, ¿pero eso es lo que queremos? Definitivamente no.
—¿Cómo impugnan estos nuevos feminismos el orden patriarcal-capitalista?
—Yo veo dos cosas: por un lado, son luchas de mujeres que están surgiendo básicamente desde los territorios, territorios cada vez más ofendidos, degradados, acosados. Aquellos donde se cultiva soja, donde se está rociando mercurio para extraer oro, como pasa en un montón de lugares de mi país de origen, pero también en donde hay otros tipos de prácticas extractivistas. Ahí las mujeres se están movilizando de una manera brutal, y se están movilizando casi siempre, también, contra sus propios compañeros. Escuchas en todo el continente historias en las que las mujeres dicen “nuestros compañeros pactaron con la empresa, pero nosotras no pactamos”. En cada país puedes ir documentando y coleccionando casos.
Vengo de Bolivia; en un momento estaba la negociación para que entrara una empresa petrolera a explorar en una reserva natural, un territorio súper antiguo. Lo que hizo la empresa fue juntar a todos los varones, ofrecerles la perspectiva de tener un trabajo asalariado y prometerles las perlas de la virgen. Algunos empezaron a decir que sí, otros mantuvieron cierta distancia. Pero las mujeres empezaron a organizarse porque sentían la amenaza. Lo han hecho en muchísimos lugares, porque no les creen, sienten que les están mintiendo, porque ya han visto y escuchado acerca de lo que pasa en otros lados. Forman comisiones, juntan dinero y le encargan a alguien, a una especie de veedor propio, que vaya a otros lugares en donde esto ya ha pasado y vean qué está sucediendo con el agua, con las familias, con la violencia. Y generalmente regresan sus comisiones –comisiones autónomas, es el compadre de la comadre de no sé quién, no te imagines una estructura fantástica– con información sobre que no es el paraíso lo que va a llegar, sino que van a venir a desmantelar lo que hay, a destruir, en nombre del desarrollo, lo que de por sí es precario, escaso, pero que es finalmente la base, la garantía para que puedan continuar reproduciendo cotidianamente la vida. Entonces dicen “no”, y salen movimientos tremendamente potentes.
Y otra cosa que hemos estado documentando es que estas luchas no se acogen a una regla canónica. Cada país tiene un modo de lucha. Bolivia es muy dada al levantamiento, Uruguay a institucionalizar y discutir; bueno, casi siempre las mujeres se plantean hacer cosas que van por fuera de esas formas canónicas. Por ejemplo, en México hay mujeres que están acusadas de destrucción de máquinas privadas, porque empujan, empujan, empujan, y cuando su voz ya no alcanza un día prenden fuego las máquinas. Hacen cosas radicales o imprevistas.
A mí me da la impresión de que es muy importante que se estén planteando los feminismos populares para nombrar este tipo de lucha y para pensar que están siendo mujeres, muy diversas, se llamen o no a sí mismas feministas, que están rompiendo con el capital y con los procesos de acumulación, y que al hacerlo tienen que recomponer la relación con sus propios pares. Eso está bien fuerte, porque es como un nuevo despliegue de cierta capacidad social de veto, entendida en términos de cómo algunas colectividades van estableciendo límites a lo que quieren hacer con ellas. Al mismo tiempo, lo nuevo es este reajuste interno de las relaciones entre varones y mujeres, que no termina en “hagamos una ley nueva”, sino en cómo vamos a ir paulatinamente reconfigurando los términos del estar juntos y juntas.
—Por la propia división sexual del trabajo que plantea la escisión entre las tareas de producción y las de reproducción de la vida y cuidados, ¿no han sido históricamente las mujeres quienes han encabezado las luchas por los bienes comunes y los territorios?
—Casi siempre, pero en distintas condiciones. Es decir, el feminismo de la igualdad, aunque a mi juicio haya quedado completamente agotado porque se fue convirtiendo en un mecanismo de captura, erosionó parte de la rigidez de la estructura patriarcal que lleva siglos. Entonces, las narraciones que puede hacer (la filósofa y escritora) Silvia (Federici) sobre la quema de brujas por defender a sus hijos, a sus colectividades y oponerse al arrasamiento de recursos básicos, en un contexto de inquisición, de lo femenino establecido como negación radical de lo masculino y subordinado plenamente, se enmarcan en unas condiciones que no son las de ahora. Son hilos largos que vuelven a aparecer. Para decirlo como (el historiador Fernand) Braudel, contradicciones diacrónicas, de larga duración, que aparecen en otro momento histórico, en el que aspectos de las formas de estructurar la dominación han variado por esfuerzos de otras mujeres. A ver, votamos hace menos de cien años, entonces el hecho de que tu abuela, tu madre y tú hayan podido votar –aunque luego cada uno opinará si votar sirve o no– significa que ya no eres un sujeto no ciudadano que necesita ser tutelado, eso nos pone en otra clave. Entonces, ahora hay una nueva ofensiva radical sobre los medios de existencia básicos y vuelven a aparecer las mujeres, de otra manera.
Estamos tratando de ver cómo hacemos para frenar esta violencia multiforme que se nos viene encima desde el avance del capital, que nos envenena el agua, que nos desplaza de los lugares, que nos precariza el trabajo, que nos expulsa de las casas y nos mete en regímenes laborales brutales. Las mujeres, junto a los varones no violentos, estamos haciendo cosas desde ahí y le estamos llamando lucha contra la violencia. Y esa es la reivindicación de ciertos feminismos, como les decimos, populares.
—¿Qué sucede en Uruguay, donde el despliegue de las resistencias de las mujeres es distinto al que ocurre en Bolivia y México, en que existe una fuerte impronta territorial y desde los pueblos originarios?
—En Bolivia y en México, pero también en Perú, Colombia, Ecuador y parcialmente en Brasil. Aquí hay otras cosas, por ejemplo, el colectivo urbano Minervas, con una procedencia variada, que tiene un carácter muy popular. Ellas están cultivando un modo de hacer política que recupera una técnica feminista setentera, italiana, la del entre-mujeres, la de partir de sí. En estos encuentros sin mediación masculina, grupos de autoconciencia, se restablecen los vínculos de confianza para integrar lo que se siente a lo que se piensa, y para preguntarse en conjunto cómo luchar, cómo poner freno a las cosas que no quieren aceptar y preguntarse qué quieren ir construyendo. Esto no significa negar la capacidad racional, analítica, argumental, pero sí integrarla sistemáticamente a lo que estás aprendiendo a partir de todo lo que eres, porque también eres cuerpo. Todo esto ocurre también en colectivos de Paysandú, Maldonado, Colonia, y en las redes que se tejen en la Coordinadora de Feminismos (de Uruguay). Esto, para mí, es una novedad política.
—¿Cómo es la militancia, la forma de dar la lucha que se plantean estos feminismos populares?
—No es que las mujeres contemporáneas estén inventando el agua tibia, pero están recuperando, actualizando, ocupándose en profundidad de modos de estar en relación que ya conocíamos, pero que siempre están negados y mediados patriarcalmente.
Son varias, una es esta cuestión de que, al menos en la política que se hace desde la autoconciencia, no se escinde lo que se siente de lo que se piensa. A diferencia del “sé racional”, “sé objetivo”, “di el dato duro”, en el entre-mujeres todo el tiempo estás moviéndote desde el sentir, como es en gran medida la organización de la vida cotidiana.
En este nuevo feminismo una de las cosas más importantes es que la práctica política se hace desde todas las habilidades que tienes para la vida cotidiana. Al hacerlo así se va convocando a que se establezcan relaciones de confianza –no exentas de tensión, no es el paraíso terrenal–, a moverse de las estructuras totalmente jerárquicas donde hay monopolios de producción de decisión política, para tratar de producir la decisión de manera colectiva, donde cada quien aporta desde lo que es. Entonces no se necesita homogeneizar, porque alguien sabe algo siempre y eso es lo que se trata de ir poniendo en común. Es una manera de decidir con tendencia a la horizontalidad, porque es probable que, en momentos de planificar una pelea, mi voz de vieja de cuarenta peleas pese un poco más, porque yo tengo más colmillo, como decimos en México, entonces lo voy a poner a disposición, pero no vale más que la tuya. Una mujer joven me puede decir: “no, estás mal, lo que estás diciendo no se ajusta a lo que está pasando”.
Otra de las cosas que vengo observando, y que ya venía funcionando en los movimientos sociales, es que estas luchas no pretenden hacerse cargo de la totalidad, es decir, no se colocan en simetría con el orden general para decir “voy a cambiar todo así, así y así”. No dice cómo vamos a cambiar toda la estantería, dice cómo vamos a abrir un camino de lucha, cómo vamos, ahorita, a pelear, por ejemplo, contra los feminicidios. Y entonces desde el poder te quieren cambiar la pregunta: “¿necesitamos una ley para que haya más policías?, ¿penas más grandes para los violadores?, ¿esa sería la solución?”. Y el movimiento dice: “quién sabe, seguramente la ‘securitización’ no va a ser la solución”. En Argentina lo ha contestado así, en México, en parte, también. Desde arriba lo que hacen es querer colocarte en un lugar para que te encargues de la solución general y, casi siempre, el movimiento lo que está diciendo es “yo voy a señalar mi camino y voy a ir abriendo una manera de defensa y de inscripción de conquista según vaya calculando, es decir, no me hago cargo de la totalidad, porque me estoy haciendo cargo de desorganizar la totalidad”, entonces va como abriendo brechas, pequeñas fisuras en el tejido de la dominación para que deje pasar aire, para que no sea tan tremendo. Esto es muy importante, porque ahí es donde te hacen mucha trampa, inmediatamente te colocan en el lugar que no quieres estar y te dicen “si tienes tanta fuerza en la calle, haz una propuesta”. “Sé como yo”, eso es lo que te está diciendo. Y tú contestas, “gracias, yo ando en otra”.
—¿No es necesario hacer visible otro orden de cosas para saber qué camino seguir una vez abiertas las grietas?
—La visibilización de otro orden quizás ayuda, pero más ayuda saber que tienes que desarmar el orden existente y que en la acción y en la medida que desarmas y conoces más sobre cómo funciona el tejido de la dominación entonces, de alguna forma, van apareciendo rasgos de una especie de horizontes de posibilidad. Es que lo otro es un ejercicio racional de ingeniería social, o sea, eso ya estuvo, ¿no? Eso ya salió mal…
Otra de las vetas (de los feminismos populares) es que van ensayando mecanismos concretos para disolver las relaciones violentas en el interior de la organización. En el entre-mujeres también hay confrontaciones que sacan chispas, pero lo que se está viendo en muchas partes es cómo siempre se busca contener la violencia, no para que se pudra en algún lado, sino para disolverla.
Ir desmantelando el orden patriarcal es ir construyendo rasgos de un orden simbólico distinto, ahí vamos un poco a ciegas. Pareciera que derribas el orden patriarcal y queda un desmadre, que volvemos al estado de naturaleza. Y eso es cierto si y sólo si no aparece algún tipo de fuerza que reacomode y diga cómo tenemos que estar, una voz colectiva. Por ahí siento yo que va esto.
—En la charla de días atrás afirmaste que hay un “estancamiento colectivo de la imaginación política en estos tiempos progresistas”, ¿por qué?, ¿el despliegue de los feminismos populares no implica lo contrario?
—Lo digo para provocar a los varones, porque siento que los que están muy atorados son los compañeros varones, y no lo digo con gusto ni con sorna. Nosotras estamos imaginando el mundo, los compañeros están réquete descolocados, así los voy viendo en un lado, en otro y en otro, y siento que tienen muy atorada la imaginación política. ¿Por qué? Porque la transformación vía el Estado parece estar fracasando. No es que el ciclo se agotó, sino que ya no está funcionando la manera de expropiar la fuerza de la lucha e instalarla para que garantice el Estado. Entonces las fuerzas más capitalistas llegan y dicen “ya, quítate”. Así lo leo yo, se agota la fuerza de la expropiación, no es que se agotó el ciclo progresista, como si fuera la temporada de lluvias. Pero noto a los compañeros un poco trancados, y las mujeres estamos al revés, desatadas en un despliegue muy grande de fuerza, aunque con susto, porque así pasa también cuando se va desamarrando el conjunto de lazos afectivos, materiales, que te atan al orden simbólico patriarcal-capitalista. Te asustas, porque parece que te vas acercando a una especie de borde en el que no sabes lo que hay.
Nota
1.Esas tareas refieren no sólo a la reproducción de la vida, sino también al cuidado del hogar, las tareas domésticas y el cuidado de los ancianos o los niños; todas base de las tareas productivas.