El vendaval financiero y la situación de México
Para Carlos Tello, como un recuerdo afectuoso de sus enseñanzas
Saúl Escobar Toledo, México
El pasado 5 de agosto los mercados financieros vivieron una jornada que muchos han calificado como un “lunes negro”. Hubo fuertes caídas de las bolsas de valores en varios países del mundo. Japón sufrió el golpe más severo, un derrumbe de más del 12%. En Estados Unidos fue menos fuerte: – 2.6% (Dow Jones) y un poco peor en el caso de las empresas teconológicas, -3.38% en el índice Nasdaq. Esas caídas afectaron también a México, aunque la Bolsa mexicana cayó apenas un 0.89%, el peso se depreció 1.27% en un solo día.
El origen inmediato de esta “crisis” se gestó la semana pasada cuando tres hechos se encadenaron: el Banco Central de Japón decidió aumentar su tasa de interés el miércoles 31 de julio a 0.25%; luego, con diferencia de horas, la Fed, el Banco central de Estados Unidos, decidió mantener sin cambios esa tasa, las más alta en 23 años.
Sin embargo, el viernes 2 se conoció el dato de que el desempleo había aumentado en esa nación hasta el 4.3% y que los puestos de trabajo habían aumentado menos de lo que se esperaba. Algunos añaden otro asunto: uno de los empresarios más poderosos de EU, Warren Buffett decidió vender la mitad de sus acciones de Apple. De esta manera, se acentuaron las expectativas de que Estados Unidos se enfilaba hacia una recesión económica, lo que junto con la reacción de los inversionistas por el alza de la tasa de interés en Japón llevó a la caída generalizada de las bolsas.
El martes, ayer, los mercados parecían retomar la calma, aunque el rebote no había alcanzado a recuperar las pérdidas del día anterior: en Japón, la Bolsa había aumentado 9%, tres puntos menos que su caída.
Pasado lo peor de la sacudida, si se ven las cosas con más detenimiento, se observa que las bolsas de Estados Unidos han aumentado 10% durante este año aún después de la caída del lunes. El derrumbe pudo haber sido simplemente un ajuste ante los precios elevados de la bolsa. Sin embargo, dado que el fenómeno fue mundial, ésta no puede ser la única razón. A lo anterior hay que agregar la situación japonesa. La decisión del BOJ fue, dicen, inoportuna, pero para las autoridades era indispensable para proteger su moneda y su economía.
No obstante lo anterior, la cuestión más importante, que surge de la tormenta es: ¿realmente la economía de EU se encuentra al borde de una recesión? O ¿ fue una reacción exagerada de los inversionistas?
Los datos a la mano para el caso de EU (Cf. Noah Smith) indican que el aumento de la tasa de desempleo podría deberse no tanto por un despido masivo de trabajadores sino porque las personas que estaban sin trabajar y sin buscar un empleo decidieron salir a buscar uno, es decir hubo un aumento la demanda de puestos de trabajo . No puede hablarse entonces de un debilitamiento drástico del mercado laboral sino apenas de una ligera caída. Por otro lado, no se observa un desplome del consumo, del PIB, o de la producción industrial. Además, la productividad ha crecido al ritmo del producto (2.3% en junio).
En resumen, la sacudida financiera probablemente se debió a una coincidencia de acontecimientos que provocaron una reacción desmedida de los inversionistas. Si esto es así, en los próximos días veremos una reanimación que puede superar las pérdidas habida el lunes negro. Como quiera, es cierto que el vendaval mostró varias cosas: primero, que los inversionistas están muy nerviosos, no sólo por la salud de la economía de EU, sino también por la guerra en Medio Oriente incluyendo la posible respuesta de Irán ante la belicosidad de Israel; el posible debilitamiento de la economía china; el probable triunfo de Trump en noviembre; y el que los inversionistas endeudados en yenes sigan vendiendo sus activos financieros en el mundo (el llamado carry trade) . Segundo, aunque la economía de EU tiene algunos indicadores positivos, si la FED no baja las tasas de interés pronto, la recesión en EU puede precipitarse. Y tercero, que la incertidumbre puede deberse, asimismo, a la debilidad fiscal de muchos países, sobre todo los más pobres y algunos otros como Argentina, lo que puede desencadenar una moratoria de las deudas soberanas y afectar al sistema financiero mundial. De esta manera, nadie está seguro de que otra sacudida se pueda presentar más adelante.
En el caso de México, la tormenta le ha afectado relativamente poco. La devaluación del peso ha sido, en conjunto de más de 12% en el año, pasando de 16.90 a 19.40 pesos por dólar. El vendaval provocó una caída de alrededor del 2%. Cayó a más de 20 pesos, pero el marte se había recuperado un poco hasta estabilizarse en la cifra señalada. Varios economistas han coincidido en que el peso estaba sobrevaluado por las tasas de interés tan altas decretadas por el Banco de México y el carry trade facilitado por las bajas tasas en Japón. La devaluación puede ayudar a incentivar las exportaciones, disminuir las importaciones y atraer turismo extranjero. Sin embargo, aumenta el costro de la deuda. Según Hacienda, el servicio de la deuda , fundamentalmente el pago de intereses aumenta 2, 800 millones de pesos por cada 20 centavos de depreciación del peso. Hay que tomar en cuenta que sus cálculos para la economía preveían una paridad de 17.60 este año.
Por otra parte, y quizás sea lo más importante, la creación de empleos formales ha venido siendo más lenta. En julio se crearon apenas 12, 344 empleos y en junio se despidieron a 29, 555 trabajadores. En todo el año se han creado más de 300 mil plazas, una cifra menor a los dos años anteriores. En junio, la tasa de desempleo aumentó levemente a 2.8% con un incremento de 0.2% afectando sobre todo a las mujeres. En marzo esa tasa había sido de 2.3%.
También el crecimiento de la economía parece ir a la baja. Ahora la expectativa del Banco de México para el año ha bajado de 2.8 a 2.4%. Según Hacienda, se debe a “condiciones financieras restrictivas, tensiones geopolíticas y condiciones climatológicas adversas” Algunos analistas financieros calculan un crecimiento menor al 2%. La primera mitad del año la economía creció apenas alrededor del 1.5%.
Esta situación no se debe, evidentemente, a la turbulencia del lunes. Tiene causas externas, como las mencionadas, e internas: la cautela de los inversionistas ante el cambio de gobierno y los cambios a la Constitución que propuso el presidente; el déficit público que requeriría un ajuste el próximo año; y el enfriamiento, todavía no recesión, de la economía de EU.
Como hemos visto, la tormenta financiera del lunes puede ser de corta duración. Pero si los factores que la hicieron estallar se mantienen o se complican y, por otro lado, la situación de México sigue mostrando una menor actividad económica y menor creación de empleos formales, el final de año y 2025 se observan difíciles. A estas alturas, todo puede mejorar o empeorar. En cualquier caso, hay que prepararse adecuadamente.
Esto último significa que se requerirá flexibilidad y firmeza. Lo primero para que el cambio político sume y no divida. La inversión extranjera, el cacareado “nearshoring”, apenas ha empezado y si se acelera dependerá entre otras cosas, de un clima que a estos inversionistas les parezca adecuado. Lo segundo, para mantener claras las metas e instrumentos con lo que cuenta el Estado para impulsar el crecimiento y una mejor distribución del ingreso. El presupuesto de 2025 debe entonces prepararse con medidas que no afecten la inversión en infraestructura productiva, el gasto en educación y salud, así como lograr los acuerdos necesarios para mantener el crecimiento real de los salarios mínimos. El ajuste, que parece ineludible, requerirá un análisis al mismo tiempo cuidadoso y flexible, que se adapte al ritmo que tome la economía y las dificultades que se presenten en el panorama internacional. Una tarea complicada que también requerirá transparencia, diálogo y el mayor consenso posible.
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