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Tren transamazónico bioceánico, ruta de encuentro

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Arturo Alejandro Muñoz

Las disputas con Bolivia han dejado a Chile al margen de esa gigantesca obra. Lo acaecido en La Haya debería servir a ambos países como elemento eficaz para un reinicio exitoso de sus relaciones.

Hace algunos años, Bolivia y Brasil pensaron en una nueva obra: el corredor bioceánico de ferrocarril, lo que se ha llamado “el nuevo canal de Panamá siglo XXI”. Evo Morales firmó acuerdos con el gobierno español para la implementación de una gigantesca red ferroviaria que atraviese el país altiplánico, enganchando con las líneas férreas brasileñas que proceden del puerto atlántico de Santos, yendo a finiquitar su recorrido en una punta de rieles en el puerto peruano de Ilo.

Sin embargo, la idea brasileña consiste en estructurar una gran red ferroviaria, que es la mejor forma de garantizar el traslado fluido y seguro de mercaderías y personas por Brasil y Bolivia, y por zonas que se tornan intransitables para vehículos como camiones y automóviles en época de lluvias (es lo que ocurre en la Amazonia), que consideraba no solamente al sur peruano sino también a Paraguay, al noroeste argentino y al norte chileno formando parte activa de ella.

A fines de abril del 2016 los presidentes de Perú y Bolivia se reunieron en la frontera, a fines de mayo lo hicieron los equipos técnicos y el 21 de junio los gobiernos de ambos países, más Paraguay y Brasil quienes –con la presencia de Uruguay como testigo– firmaron un documento acordando financiar los 14 mil millones de dólares que requería la obra mediante una asociación entre capitales públicos y privados. Pese a que una extensión del corredor beneficiaría a Argentina, el entonces gobierno de Mauricio Macri se marginó del proyecto. En la cancillería de Buenos Aires sostenían que ‘ese’ bioceánico es una iniciativa de la UNASUR, palabra non santa en el lenguaje diplomático de la Casa Rosada (y también de La Moneda).

¿Por qué Macri y Piñera rechazaron ‘ese’ bioceánico? Porque había un proyecto similar que sí contaba con el visto bueno de Argentina y Chile: era el ‘bioceánico’ San Antonio/Valparaíso-Santiago-Mendoza-Buenos Aires. No obstante, resultaría de toda conveniencia para ambos países y para el resto de las naciones vecinas, que se uniesen al otro biocéanico conformando una red ferroviaria extensa, moderna y sólida. Más allá de la ansiada hermandad latinoamericana, es un asunto de toda lógica, económica y comercial.

El interminable esfuerzo por aproximarse al menos a la unidad sudamericana, exige trazar modernas y seguras rutas que permitan unir vastas zonas de diferentes países del subcontinente, manteniéndolas siempre como limpias arterias por donde fluya –sin otras trabas que las esenciales– la gente, la cultura y el comercio.

No obstante, la loable iniciativa brasileña de contar con entramado ferroviario que incorporara también al norte chileno, se derrumbó como castillo de naipes soplados por el viento cuando Bolivia demandó a Chile ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya, y nuestro país quedó fuera del organigrama primigenio.

Es un asunto indesmentible afirmar que Chile requiere ser parte de tan encomiable y titánica obra, pues necesita contar con la comunicación ferroviaria que ese Corredor Bioceánico ofrece a los productores nacionales y a los pueblos y naciones allende los océanos.

Por ello, lo fallado por los jueces en La Haya debería servir de motor impulsor para que Santiago y La Paz retomaran el rumbo que perdieron hace un tiempo. Es imperativo reiniciar el diálogo y alimentar conversaciones sustentadas en la buena fe, para que de ese modo pueda consolidarse la idea de una magnífica red ferroviaria bioceánica que uniría a cinco naciones hermanas, cuestión que hoy tiene como requisito irreductible el acuerdo entre dos de ellas, Bolivia y Chile, quienes mantienen un distanciamiento de décadas que sólo prohíja trabas para el desarrollo y alimento para las odiosidades.

Es el momento indicado para cerrar viejas heridas, abortar antiguos resquemores ultranacionalistas y caminar hacia un destino que resulta ser común e identitario para tres naciones que miran hacia el océano Pacífico (Perú, Bolivia y Chile) y que requieren imperiosamente abrir sus puertas al desarrollo, a la buena voluntad, a la cooperación y a la paz.

Es también el momento histórico para negociar una salida de Bolivia al mar, sin presiones, toda vez que una negociación con esas características debería rendirle a Chile muchos frutos que no se ahogan en compensaciones territoriales, sino que bien podrían procurar la participación de nuestro país en magnas obras como la comentada en estas líneas, misma que pretende servir de nutriente para el desarrollo sostenido y armonioso de las naciones que participen en ella.

Además (y no es algo desdeñable ya que apunta a una efectiva buena vecindad), merced a obras como la reseñada muchos chilenos podrían conocer de verdad a Bolivia, su Historia, sus riquezas naturales, su cultura y su gente, pues ese territorio constituye parte viva del corazón sudamericano. Y su devenir, en una u otra forma, influye directamente en el desarrollo y bienestar de las naciones vecinas.

Pues, como bien reza el refrán, lo que se desconoce no se ama.

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