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Argentina – Seis meses de agresiones, caos y resistencia

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JACOBIN

CLAUDIO KATZ

Imagen: Javier Milei durante el acto de inauguración del busto de Carlos Menem, en Casa Rosada, el 14 de mayo de 2024.

En el primer semestre del gobierno se reforzó la apuesta antipopular de la clase dominante, pero ese atropello está socavado por el desmanejo del Estado, la endeblez política y la regresión económica.

En el primer semestre se han multiplicado los atropellos del gobierno contra el pueblo. Pero el desmanejo del Estado, la endeblez política, la regresión económica y la resistencia popular socavan esa andanada. Javier Milei intenta compensar esas inconsistencias con mayor protagonismo en el exterior, mientras aprovecha el socorro de la derecha convencional y el desconcierto del peronismo.

Desgracias con responsables 

Ya se han batido todos los récords de destrucción del ingreso popular. Nunca se registró una demolición tan acentuada en tan poco tiempo. El nivel de vida ha caído a un piso muy cercano a la tremenda crisis del 2001. Los salarios registrados cayeron 21%, el sueldo mínimo perdió 30% y las jubilaciones se derrumbaron 33%.

La desnutrición genera estragos entre los indigentes y más de cuatro millones de personas han ingresado al submundo de la pobreza. La clase media hace malabarismo para mantener los gastos de escolaridad, cobertura médica y transporte, liquidando ahorros, contrayendo deudas y consumiendo segundas marcas.

El sufrimiento es mucho mayor para los 95.000 despedidos del sector privado y los 25.000 licenciados de la administración pública. Milei se enorgullece de esa sangría y promete echar a otros 50.000 empleados estatales, para dejar en la calle al 30% de los contratados. Ya instauró el principio de esa cirugía y celebra la desgracia del desempleo.

El ocupante de la Casa Rosada ha introducido un insólito sadismo en la política económica. En lugar de ponderar inversiones, fomentar el empleo y auspiciar mejoras del consumo, exalta el sufrimiento popular y enaltece la crueldad y los padecimientos actuales, como si constituyeran un insoslayable ingrediente de la prosperidad futura. Pero nunca dice cuándo llegará ese alivio. Tan solo ensalza el ajuste como anticipo del mítico predomino del mercado, que facilitará el bienestar general.

Milei no ejemplifica sus fantasías con algún modelo de país que haya transitado por esa trayectoria. Solo repite los vagos enunciados del neoliberalismo extremo que actualmente desecha el grueso del mundo. Su incoherente verborragia oculta que las desgracias de la mayoría continúan enriqueciendo a un puñado de acaudalados.

La promesa de costear el ajuste penalizando a la casta ya quedó archivada. Los privilegiados han quedado resguardados del torniquete que agobia a los empobrecidos. Milei culpa ahora a los propios desamparados por las desventuras que afrontan.

Todos los días insulta a las familias que no pueden completar sus comidas diarias. Presagia que «algo harán» para no morirse de hambre, como si la responsabilidad de ese sustento dependiera del comportamiento de cada individuo.

Milei presenta la miseria como un efecto de «vivir por encima de las posibilidades», descalificando las mejoras conquistadas por el pueblo. Como aborrece la justicia social considera inadmisible cualquier atisbo de menor desigualdad. Arremete contra «gastar más de lo que ingresa», repitiendo una falsa identidad de la familia con el Estado. Esa comparación ignora el abismo que separa la política económica del manejo de un presupuesto personal. Ataca, además, el «pasado populista» silenciando las nefastas consecuencias de los gobiernos neoliberales.

El libertario habla del pasado para encubrir el presente. Machaca con la herencia y se auto promociona como salvador de un escenario explosivo que desactivó con su presidencia. Con ese invento justificó la devaluación y la escalada de precios que pulverizaron los ingresos populares. Ahora improvisa otros pretextos para explicar el agravamiento del desastre económico-social.

Caos deliberado 

Las calamidades que el gobierno ha infligido al grueso de la sociedad no tienen precedentes. El emblema esas tropelías son los alimentos almacenados para vaciar los comedores comunitarios. Ese inmenso volumen de comida fue retenido para debilitar las organizaciones sociales que protegen la nutrición popular.

La maldad de Milei y su ministra Sandra Petrovello indigna. Buscan destruir a los agrupamientos que alivian la hambruna, en un país que exporta alimentos a todos los rincones del planeta. En vez de penalizar a los capitalistas responsables de esa chocante anomalía, bendicen a los millonarios y agreden a los militantes.

El escándalo de la comida ha sido tan impactante, que los propios jueces próximos al gobierno exigieron el reparto de las viandas. Luego de demorar el cumplimiento de esa demanda, Petrovello habilitó su distribución a través de una fundación privada (Conin), que las empresas del agronegocio utilizan para desgravar impuestos. Ese burdo gerenciamiento de la pobreza incluyó la adjudicación prioritaria de canastas a los punteros de las provincias amigas, con la autoritaria mediación del Ejército. El reparto fue combinado con sospechosas reventas a través de las redes sociales e implicó un costo muy superior al manejo habitual de los comedores comunitarios.

En todo el episodio afloró la corrupción en un Ministerio que adquiere productos a empresas exentas de control. Ese desfalco destapó también la existencia de una gran red de ñoquis libertarios que cobran sin trabajar. Los exóticos funcionarios que ha designado Milei exhiben más propensión a la malversación de fondos, que la objetada casta de los políticos convencionales.

El complemento de esa corruptela es la ineficiencia. Los personajes que han desembarcado en la administración pública compiten en desconocimiento e improvisación. Milei ya forzó la renuncia de una treintena de altos funcionarios, batiendo todos los récords de despidos. Ha licenciado un burócrata por cada cinco días de gestión.

Esa generalizada ineptitud sintoniza con un presidente que auspicia el desorden en forma deliberada. Milei convalida la inacción frente a los problemas más urgentes. La lista de esa pasividad incluye la ausencia de ayuda por el tornado que asoló a Bahía Blanca, la indiferencia frente la inundación de Concordia, la apatía ante el temporal que afectó 68 distritos bonaerenses, la negativa a entregar medicamentos oncológicos, la parálisis frente al choque de trenes en Palermo y la desatención ante la falta de gas. El colmo de esa inmovilidad fue la carencia de vacunas, reactivos o campañas publicitarias ante el peor brote de dengue de la historia.

Esa indolencia confirma la ideología anarcocapitalista de un presidente, que promociona la «destrucción del Estado desde adentro». Se auto visualiza como un Terminator embarcado en esa meta y experimenta con millones de argentinos los disparates de su inspirador estadounidense (Murray Rothbard). Ese padrino concibió todas locuras enunciadas durante la campaña electoral (como el derecho de los padres a desentenderse de los hijos para incluirlos en la esfera mercantil).

El delirio de comandar la administración de un país para demolerla, ya no es el divertido ensayo libertario de una localidad de New Hampshire. Allí se disolvió la gestión pública y la ciudad quedó derruida por una invasión de animales. El mismo caos en el Estado facilita Milei, pero en un país mediano que integra el G 20 y visita el G 7.

Durante todo el semestre la clase dominante ha tolerado la desorganización de funcionamiento estatal. Los poderosos, sus medios de comunicación, jueces, políticos y economistas le perdonan a Milei todos los bochornos imaginables. El presidente gasta fortunas del presupuesto en viajes proselitistas, remodela la Casa de Gobierno para albergar a sus perros, bendice el nepotismo de su entorno y se maneja con lenguaje procaz, que evidencia graves trastornos emocionales.

Los dueños del poder nunca le han permitido a un primer mandatario porciones mínimas de esas exuberancias. Las aceptan ahora porque tienen en la Casa Rosada a un marginal decidido a destruir los sindicatos, arrasar los movimientos sociales y quebrantar las organizaciones democráticas. Las clases dominantes admiten la erosión de su propio Estado, a fin de conseguir esa derrota de la clase trabajadora. Aceptan el deterioro de la administración que necesitan para engordar sus fortunas, con la esperanza de modificar a su favor las relaciones sociales de fuerza imperantes en el país.

Pero el caos premeditado genera situaciones insoportables en todos los estamentos. La propia inexperiencia en la gestión pública —que era ponderada como un activo del oficialismo frente a los vicios de la casta tradicional— comienza a pesar como una seria adversidad. La regla de funcionarios que no funcionan no solo genera rechazo entre los afectados. También incrementa el malestar de los mecenas del presidente.

Represión y embrutecimiento

La escala represiva es el principal instrumento de Milei para destruir el movimiento popular. Es el componente Fujimori del plan que inauguró Bullrich con su protocolo anti piquete. El despliegue de la gendarmería y las provocaciones contra los manifestantes han sido la norma del semestre. Pero en la última movilización contra la ley de Bases el oficialismo subió la apuesta, con premeditados apresamientos para atemorizar a la militancia.

Bullrich retomó las mismas cacerías de transeúntes y las mismas provocaciones de infiltrados que desplegaba en la era Macri. La copia tuvo pocas variaciones. Autos quemados con la complicidad policial, balas de gomas, humaredas de lacrimógenos, detenciones al azar y palizas a los diputados presentes. La ley de Bases fue apuntalada con un baño de gases. Se abrieron causas contra los detenidos y apareció la prisión preventiva por el nuevo delito de protestar.

El oficialismo propicia el miedo para disuadir la concurrencia a las movilizaciones. Diseñó un plan para depositar en la cárcel a los dirigentes de las organizaciones más combativas. La identificación de los manifestantes con el terrorismo y la denuncia de un absurdo golpe de Estado no fue otra incontinencia verbal de Milei. Forma parte del libreto elaborado en la Casa Rosada con los espías de la AFI. El presidente se dispone a proseguir su escalada de insultos con el código penal en la mano.

Pero la rápida reacción de los militantes y los organismos de derechos humanos -que consiguió la liberación de la mayoría de los detenidos- anticipa a resistencia que afrontará el plan represivo. Las reservas democráticas construidas al cabo de muchos años volverán a emerger con fuerza para frenar al gobierno.

La prioridad inmediata de Milei es criminalizar a las organizaciones sociales. La banda de funcionarios que retiene, deteriora y malvende la comida de los comedores se arroga el derecho de acusar a los garantes de la alimentación popular. En ese mundo al revés, ya se han perpetrado allanamientos a las sedes de las organizaciones de izquierda.

Esta furia contra los movimientos sociales contrasta con la pasividad frente al narcotráfico, que ha convertido algunas ciudades como Rosario en ámbitos de balacera permanente. Como Milei considera que el Estado es una organización criminal, sitúa de hecho la confrontación contra los narcos en un terreno de bandas equivalentes. Busca emular los pasos de su colega Bukele que, en la competencia mafiosa del Estado con las marras, logró instaurar un régimen autoritario. El costo de esa aventura se cuantifica en la lista de inocentes muertos, que Argentina comienza a padecer repitiendo lo ocurrido en El Salvador y Ecuador.

Milei y Villaroel complementan su cruzada represiva con una batalla cultural por la desmemoria que enaltece a la dictadura. Junto a sus laderos mediáticos cuestionan el emblema de los 30 mil desaparecidos, con la reiterada objeción al número de víctimas ocasionado por la tiranía militar. Pero no conciben extender ese reparo a otras cifras de genocidios, como el millón y medio de armenios masacrados por Turquía o los seis millones de judíos asesinados por los nazis. Ninguno de esos números presupone la exactitud estadística. Importan como símbolos de acontecimientos dramáticos.

El negacionismo de Milei fomenta el desfinanciamiento de todas las actividades de Memoria, Verdad y Justicia. Desde la Casa Rosada se intenta resucitar también la teoría de los dos demonios, para tantear el indulto de los militares que cumplen condenas. Esa rehabilitación es motorizada para recrear la intervención de los uniformados en la Seguridad Interior.

La escala represiva complementa el ataque contra todos los logros culturales del país, que Milei asocia con la izquierda, el progresismo y la educación pública. Propicia el resentimiento contra esa tradición, en estrecha conexión con los evangelistas y los sectores conservadores de la Iglesia. Los vouchers de subsidio a la educación privada refuerzan esa campaña y complementan la eliminación de los 14 millones de libros, anteriormente provistos a los estudiantes más carenciados. Para recrear el oscurantismo se motoriza una ley que penará el ¨adoctrinamiento en las escuelas¨, es decir el simple conocimiento de teorías contrapuestas al primitivismo liberal que profesa el presidente.

Las bofetadas cotidianas de Milei contra la cultura han incluido la delirante designación de una ignorante terraplanista (Lemoine) al frente en la comisión de Ciencia de Diputados. La arremetida contra el feminismo ha sido complementada con la aberrante presentación de la homosexualidad como una enfermedad autodestructiva.

Milei está empeñado en una carnicería cultural para vender Tecnópolis, liquidar la Televisión Pública, rifar el cine Gaumont, vaciar el Centro Cultural Kirchner y pulverizar el Museo del Bicentenario, mientras destruye el Instituto del Cine y el Fondo Nacional de las Artes. Como no pudo clausurar el Conicet, tratará de impedir que desenvuelva alguna actividad de mayor relevancia que la clonación de sus perros.

Para sustraerse del rechazo que provoca esta rémora de la Inquisición, el anarco-capitalista reemplazó la enunciación de sus disparates en la Feria del Libro por un acto propio. Pero ninguno de los aplaudidores que valoró sus gritos y aplaudió sus gestos, pudo descifrar en Luna Park el incoherente contenido de su discurso.

Respiros sin base propia

Con la aprobación de la ley de Bases en el Senado, el gobierno logró su primer éxito parlamentario en seis meses. Ese triunfo le permitió superar una orfandad legislativa sin precedentes. Obtuvo una victoria salvadora, en el momento que todos los analistas diagnosticaban la implosión si Milei volvía a fracasar en el Congreso.

El proyecto logró una ajustada mayoría en la Cámara Alta que exigió el desempate de la vicepresidenta. No emergió junto al publicitado Pacto de Mayo, que el oficialismo esperaba suscribir con los gobernadores. De los 664 artículos del proyecto original quedó menos de la mitad y la agónica aprobación solo involucró el tratamiento general del texto. En la evaluación particular el gobierno perdió dos votaciones (ganancias y bienes personales), que intentará remontar en la revisión de los diputados. Esos desguaces no alteraron el sentido de la ley, pero retrataron las adversidades que afronta el oficialismo.

El alivio conseguido por Milei estuvo rodeado de varios escándalos. La diputada que vendió su voto a cambio de una embajada en Paris fue el caso más bizarro de las prebendas en juego. El gobierno repartió favores y fue retribuido por la casta con lo justo para conseguir su trofeo.

El grueso del radicalismo y una minoría del peronismo socorrieron a Milei, otorgándole el quórum y los votos que necesitaba para sobrevivir. Lo hicieron con la típica duplicidad de proclamar en público lo contrario que negocian en el Congreso. Calcularon exactamente lo que requería el oficialismo para zafar, corroborando que comparten el objetivo gubernamental de doblegar al movimiento popular.

Esa convergencia fue muy evidente en la agenda de agresión al movimiento obrero. A diferencia de lo ocurrido en la temática económica, los socorristas del presidente avalaron sin grandes objeciones la reforma laboral. Coincidieron en apuntalar una iniciativa que atropella derechos, elimina indemnizaciones, facilita el despido y auspicia la informalidad. Los gobernadores que negociaron duramente cada subsidio, convalidaron sin reparos el ataque a los asalariados. La andanada laboral fue apenas disimulada con una pálida preservación del monotributo social.

Pero el respiro conseguido por Milei no resuelve otras adversidades legislativas. La Cámara de Diputados ya sancionó una nueva fórmula de movilidad jubilatoria, que el gobierno amenaza con vetar, a pesar de la irrisoria recuperación que prepone de lo perdido. El consenso logrado para aprobar la ley de Bases, tampoco atempera los vaivenes de la derecha convencional y las infinitas reyertas dentro del bloque libertario. La ambición de poder entre los aventureros que integran ese grupo es irrefrenable.

Milei no logra cohesionar a su improvisada tropa y su desprecio por los ¨degenerados fiscales¨ que legislan en el Congreso corroe al gobierno. El presidente tampoco ha podido contrarrestar su soledad parlamentaria con algún sostén callejero. Es cierto que las encuestas le asignan un respetable porcentual de aceptación, pero ese número siempre acompañó al primer semestre de todos los presidentes. Es un soporte pasivo que no alcanza para apuntalar la drástica remodelación de Argentina que auspicia el libertario.

A diferencia de Trump, Bolsonaro, Meloni o Le Pen, el libertario argentino carece de cimientos en partidos, iglesias, instituciones o religiones. Su versión anarcocapitalista es ajena a la traición liberal criolla y profesa una vertiente de la ultraderecha muy distante del viejo nacionalismo reaccionario. Hasta ahora, no compensó esas falencias de origen con la gestación de un movimiento identificado con su figura. La concurrencia a sus últimos actos de Buenos Aires y Córdoba se mantuvo por debajo de lo requerido para forjar ese agrupamiento. Con la ley de Bases aprobada decaerán las especulaciones sobre el sombrío destino de Milei, pero los poderosos mantienen en carpeta el Plan B alternativo que traman con Villaroel y Macri.

Fallidos y disputas económicas 

Milei encabeza un experimento ultraderechista para lidiar con una crisis económica mayúscula. Por esa razón es observado con tanta atención por sus pares de otras latitudes. Su plan inicial era perpetrar un rápido ajuste, para equilibrar las finanzas públicas y suscitar la confianza de los acreedores. Con ese activo esperaba conseguir el crédito requerido para estabilizar la moneda y bajar la inflación, con el auxilio de una corta recesión.

Con ese resultado en mente, imaginó una secuencia de leyes de entrega y una lluvia de inversiones suficiente para ganar las elecciones de medio término. La cirugía que Menem inició con la convertibilidad al cabo de dos años turbulentos, Milei esperaba comenzarla con la dolarización al cabo del primer semestre. Pero trascurrido ese plazo, está muy lejos de lograr sus propósitos.

La única parte cumplida de su programa es el monumental ajuste de los ingresos populares. El empobrecimiento que ha perpetrado se verifica en la furibunda caída del consumo de pan, leche y carne. Nunca se retrajo tanto la adquisición de esos nutrientes básicos. En otros ítems de su plan reinan la ficción y el fracaso.

El ordenamiento fiscal es un invento. Caputo exhibe caja postergando pagos y utilizando malabarismos contables para disimular la continuidad de los desequilibrios. Cambió un tipo de bonos públicos (Leliqs) por otro (pases, Bopreal), traspasó el déficit del Banco Central a la Tesorería, pospuso la cancelación de las importaciones y forzó la refinanciación de las grandes deudas energéticas con los proveedores del Estado.

Como la recesión continúa contrayendo los ingresos del fisco, el ahorro que Milei consigue reduciendo gastos se diluye en las falencias de la recaudación. Es la misma secuencia que afectó a otros programas que se muerden la cola, en un círculo vicioso de inútiles recortes. Al igual que sus antecesores contrarresta ese bache fiscal con mayor endeudamiento.

La baja de la inflación que tanto festeja el oficialismo es otro espejismo, puesto que mantiene el promedio de la carestía por encima del gobierno anterior. Lo que se está atemperando es la superinflación que generó Milei al llegar a la Casa Rosada. Pero el piso de la carestía persiste en los niveles de los últimos años y el demorado repunte de las tarifas augura una traumática continuidad.

El libertario afronta, además, una inesperada contradicción con el tipo de cambio. Como la fuerte inflación del primer semestre no fue acompañada por devaluaciones equivalentes, la economía argentina se ha tornado cara en dólares y la presión por otra desvalorización de la moneda está a la orden del día. Los economistas del círculo rojo que propician esa disparada (Cavallo, Broda, Melconian) están enfrentados con los gurkas del oficialismo (Stuzzeneger, De Pablo), que proponen corregir el bache con más recesión. Esa divergencia se procesa en un escenario de repentinas tensiones en los indicadores financieros (dólar blue, riesgo país, liquidación de exportaciones del agronegocio).

Como las reservas ya están flaqueando, Milei busca la salvación en la obtención de dólares por cualquier medio. Logró introducir en la ley de Bases un blanqueo más irrestricto de capitales y promovió improvisadas privatizaciones para conseguir esas divisas.

Pero la provisión efectiva de dólares depende del FMI, que en el primer semestre le negó los préstamos concedidos a Macri. Las prevenciones del Fondo obedecen a la insolvencia de Argentina, que es el principal deudor del organismo y afronta en el 2025, vencimientos que no podrá solventar. Además, el país está acosado por los compromisos con los acreedores privados y por las demandas de la Justicia de Nueva York.

El FMI observa a Milei sin emitir veredictos. Está muy satisfecho con el brutal ajuste y comienza a considerar el otorgamiento de un auxilio, para que el libertario continúe sirviendo a los financistas. Como pondera los pagos de intereses en plena retracción de otras erogaciones, indujo a China a renovar un pesado swap, cuyo pago conducía al colapso de las reservas.

Curiosamente Washington propició una actitud amigable de su rival de Beijing con Buenos Aires, para evitar la catástrofe que implicaba esa exigencia de cobro. Habrá que ver si ese espaldarazo del FMI ha sido un episodio coyuntural, o si inicia el sostén estratégico del plan libertario para eliminar el control de cambios («cepo»).

En lo inmediato el FMI observa el desenlace cambiario, favoreciendo al bloque devaluador, que auspicia también cierto giro hacia el pragmatismo regulador. Esa vertiente confronta con los partidarios de sostener el rumbo actual con más licuadora y más motosierra. Este último curso supone una descomunal retracción económica, que apuntalaría alguna versión atenuada de la dolarización (canasta de monedas).

Tres pilares de una regresión 

Milei cuenta con el fervoroso sostén local de los financistas, los unicornios y los extractivistas. El primer grupo ha sido ampliamente beneficiado con los privilegios otorgados a los acreedores, con la bicicleta de los títulos públicos y con la fiesta de las acciones y los bonos nominados en dólares.

Dentro de ese espectro de favorecidos, el gobierno apuntala a los segmentos que auspician la desregulación financiera, para redistribuir la torta del crédito y del manejo corriente del dinero. El gobierno promociona al ascendente grupo de Mercado Pago con licencias que otros países niegan. Le permite operar vulnerando las normas que regulan la actividad de las entidades tradicionales.

Ese sostén ilustra la remodelación financiera que fomenta el gobierno. Cuando Milei proclama su intención de incendiar el Banco Central, auspicia de hecho un régimen sin controles, ni garantías de depósitos, con el consiguiente riesgo para los ahorristas. Intenta convertir a la Argentina en un conejillo de Indias de la desregulación internacional, creando un paraíso financiero irrestricto.

Esa aventura es compartida por los unicornios tecnológicos que enaltecen al libertario. Agrupan un segmento transnacionalizado de proveedores de servicios informáticos, que actúa como una influyente elite en las redes sociales.

El viajero de la Casa Rosada utiliza ese apoyo para difundir las fantasías que elabora paseando por California. En sus entrevistas con Musk, Pichai, Altman y Zuckerberg, se imagina como el creador de un Sílicon Milei, que utilizaría la Inteligencia Artificial para remodelar el Estado. Netanyahu ya aplica esas invenciones para perfeccionar la masacre de palestinos y su admirador argentino espera emplear las mismas tecnologías para apuntalar el ajuste. Supone que podrá manejar a los empleados del Estado como si fueran piezas de un juego informático.

También estima que atraerá inversiones para localizar en Argentina las usinas de datos de las gigantes de la tecnología. Pero por ahora no negocia ese desembarco. Solo tramita un modesto contrato con Google, para que ensaye aquí el despropósito de gestionar el Estado con el dedo de la Inteligencia Artificial.

El tercer sostén del libertario son las empresas extractivas embarcadas en el saqueo de los recursos energéticos y mineros. Techint ha logrado situarse en el comando de ese pelotón. Aportó sus principales cuadros para el manejo de varios ministerios, motoriza alianzas con sus socios occidentales contra China y tiende a remodelar su actividad industrial para apuntalar el negocio de los combustibles.

Milei favorece esa reconversión que transformaría a la Argentina en un enclave de las grandes empresas de petróleo, gas y minería. El Régimen de Incentivos a las Grandes Inversiones (RIGI) que aprobó el Senado apuntala ese objetivo. Con esa ley las compañías consiguieron mucho más de lo que imaginaban. Pagarán menos impuestos, gozarán de estabilidad tributaria por 30 años, podrán soslayar audiencias públicas y quedarán exentas de demandas por la destrucción ambiental.

El RIGI introduce un régimen fiscal inexistente en el resto del mundo, que eximirá a las empresas de pagar retenciones y ciertos rubros de los ingresos brutos. Se les permitirá sortear el ingreso al país de las divisas obtenidas con sus exportaciones, tendrán acceso al dólar oficial y podrán importar insumos a cualquier costo.

Esta increíble legislación otorgará a las compañías agraciadas, beneficios muy superiores a los competidores ya establecidos. La aprobación de sus peticiones se hará en tiempo récord y sin revisar los pliegos. Desenvolverán islotes de exportación desconectados de la producción y del abastecimiento de proveedores locales. La libre disponibilidad de divisas que tendrán a su favor partirá la economía en dos y afectará a un Estado endeudado, que perderá el manejo de las divisas necesarias para refinanciar sus pasivos.

El agronegocio tiende a quedar situado en el medio del gran reparto oficial de ganadores y perdedores. Está muy favorecido por la liberalización de la economía, pero habrá que ver si el manejo cambiario no termina afectando su rentabilidad, como ocurrió durante la Convertibilidad.

Los perjuicios para el sector fabril saltan a la vista. Sufrirá otra escala de la misma remodelación regresiva que afrontó con Videla, Menem y Macri. Las quejas de grandes industriales como Madanes ilustran esa adversidad, que se verifica en los efectos de la recesión. Argentina será el único país de la región que padecerá una gran caída del nivel de actividad (3,5%) por el torniquete que aplicó Milei.

Ese desplome no obedece a ninguna tendencia del ciclo económico. Es una exclusiva consecuencia de la política contractiva que introdujo el libertario al paralizar más 6.000 obras públicas. En su imaginario de plenitud mercantil, la regresión productiva que demuele el empleo es tan irrelevante como cualquier sufrimiento popular.

Un menemismo a destiempo

Milei intenta acumular poder en el exterior para contrarrestar sus inconsistencias internas. Con una frenética sucesión de giras, aspira a transformarse en una figura mundial de la ultraderecha, para acrecentar su autoridad dentro de la Argentina. Festeja su rostro en la tapa del Time, que lo exhibe como el presidente más exótico del planeta.

Pero no se ha situado en ese podio por mérito propio, sino por simple servilismo a los Estados Unidos. Milei despliega una fidelidad hacia Washington mucho mayor que a las clases dominantes del país y se ha convertido en un puntal de la contraofensiva que motoriza el poder norteamericano, para recuperar primacía en el ajedrez global.

Ningún gobierno anterior ha exhibido un sometimiento tan humillante al imperialismo yanqui. Los jefes de la CIA, el Pentágono y el Departamento de Estado desembarcan una y otra vez en Buenos Aires, para asegurar la llegada de los marines a la Hidro-vía del Paraná, a la Triple Frontera y a la próxima base militar de Tierra del Fuego. De paso le vendieron al país una partida de viejos aviones de guerra que Dinamarca almacenaba como chatarra.

La prioridad de Washington es frenar la presencia económica de China, bloqueando los emprendimientos que ya tiene suscriptos con Argentina (centrales hidroeléctricas en Santa Cruz, planta de energía nuclear, puerto de Río Grande). También pretende obstruir el suministro de las redes digitales 5 G, las inversiones en litio y la llegada de más empresas agroalimentarias al litoral.

El embajador yanqui incentiva una campaña, para presentar los observatorios científicos de astronomía que Beijing gestiona en Neuquén, como peligrosas bases militares. La improvisada canciller Mondino convalidó esa provocación con disparates verbales, que China retrucó con serias advertencias. Argentina está muy endeudada con la potencia asiática y los traspiés diplomáticos del libertario tienen serias consecuencias.

También la enemistad con Rusia que incentiva el Departamento de Estado genera efectos adversos. Los científicos de Moscú que exploran la Antártida rastreando el caudal subterráneo de hidrocarburos, habrían descubierto una inmensa reserva en territorios disputados por Argentina, Chile y Gran Bretaña. Ese hallazgo no fue informado al país, como un gesto de rechazo al ciego alineamiento de Milei con su mandante estadounidense.

La tensión con Rusia tiende a escalar, además, por el fanático apoyo a Ucrania. Milei no solo suscribe todas las iniciativas de Zelensky, sino que ha sugerido el envío de ayuda militar a Kiev, si la confrontación bélica no decrece.

Estos anuncios no son fanfarronadas. El gobierno quiere restaurar el protagonismo del ejército, para recomponer el tráfico de armas que floreció durante el menemismo y declinó por los atentados a la embajada y la AMIA. El poder judicial apuntala esa revitalización de las fuerzas armadas, con una renovada campaña para presentar a Irán como el gran responsable de esas explosiones. No aporta pruebas de esa culpabilidad y apaña el evidente involucramiento de militares y espías argentinos en esos crímenes.

Milei también ostenta un sostenido apoyo al genocidio que perpetra Israel en Gaza. Ha concertado una estrecha alianza con los rabinos ortodoxos, que justifican esa masacre con argumentos místicos y ha internalizado ese delirio con su propia conversión al judaísmo. Por eso Argentina fue el único país latinoamericano que votó en contra de la petición palestina de ingresar a las Naciones Unidos y el embajador de Tel Aviv participa como un invitado más en las reuniones del gabinete. Este favoritismo le ha permitido a la empresa de aguas Mekorot inspeccionar los recursos acuíferos del país, para transformarse en el socio privilegiado de los futuros emprendimientos extractivos.

Para cumplir con las exigencias de Washington, Milei suele archivar su investidura e insulta a los mandatarios que disgustan al Departamento de Estado. Las provocaciones contra Venezuela incluyen el robo de un avión y el cierre de Telesur. La andanada contra Cuba involucra la suspensión de la ruta aérea Buenos Aires-La Habana y las agresiones contra Petro y López Obrador tensionaron como nunca las relaciones diplomáticas con Colombia y México. Si se confirma que Milei brindará asilo político al grupo de bolsonaristas acusado de participar en el intento de golpe de estado, la tirantez con Brasil seguirá escalando. Lula ya sugirió un potencial veto a la provisión del gas que necesita Argentina en las coyunturas de escasez.

El presidente viajero no actúa como otro subalterno más del poder estadounidense. Es un peón del proyecto de Trump e integra la red de lacayos que maneja el ambicioso magnate republicano. Milei hace payasadas con otros socios del presidenciable yanqui para impactar en las redes sociales. No oculta su fascinación por la forma en que Elon Musk combina la virulencia contra los sindicatos obreros, con la promesa de llegar a Marte.

El alineamiento con los neo franquistas de Vox adopta la misma tónica e incluye la exportación a España del lawfare, que la derecha latinoamericana perfeccionó para tumbar presidentes. Milei participa de esa conspiración difundiendo las típicas acusaciones de corrupción que motorizan esos complots. Su hiperactividad en Europa apunta a lucrar con la oleada ultraderechista que sacude al Viejo Continente.

El libertario también ofrece a la Argentina como un ámbito de experimentación del modelo político trumpista. Ensaya una nueva forma de gestión con mecanismos autoritarios, para tantear el despotismo del poder ejecutivo. En su primer semestre insinuó esa modalidad con un gobierno asentado en la emisión de decretos.

La proyectada tiranía del presidente exige un clima de confrontación permanente, para direccionar la acción política con bronca y enojo. Se eligen cambiantes enemigos para contraponerlos con la autoridad del autócrata derechista. Milei extrema ese procedimiento para potenciar su figura entre la nueva elite de la ultraderecha global.

Pero ese ansiado liderazgo está muy afectado por la distancia que separa su fanatismo ultraliberal del creciente estatismo de sus colegas. Ni siquiera Bolsonaro o Bukele comparten en la región su enceguecida apología del mercado. Los pesos pesados de la oleada parda son más contundentes. Propician subsidios, reivindican el proteccionismo, alientan la inversión estatal y aprueban el aumento del gasto público. La política económica de Trump, Meloni o Le Pen se ubica en las antípodas del anarco capitalismo criollo.

Milei es un menemista a destiempo. Montó un gran homenaje a su precursor, sin notar cuán atrás han quedado los años 90 de globalización, odas al libre comercio y elogio de las privatizaciones. La batalla que ha entablado Estados Unidos para dirimir primacía con China se asienta en una drástica reinstalación de la regulación estatal.

Por esa razón Milei se asemeja a los predicadores solitarios, cuando declama el nostálgico rescate del liberalismo extremo de los austríacos, contra la moderación de los economistas neoclásicos convencionales. No solo juega en solitario alabando a Mises y Hayek contra Samuelson. Sus diatribas contra Keynes tienen poca resonancia entre los intervencionistas de la ultraderecha mundial.

Resistencia en varios flancos

El activo rechazo al gobierno ha sido muy significativo durante todo el semestre y el resultado de la confrontación se mantiene abierto. Hasta ahora Milei no ha logrado doblegar al movimiento popular.

Debe lidiar con la centralidad que la clase trabajadora, que tiende a recuperar protagonismo desde el contundente paro del 24 enero. La segunda huelga del 9 de mayo fue más significativa y contó con un grado de cumplimiento superior al promedio de los últimos 20 años. El éxito de esas dos acciones estimuló la protesta de otros sectores y en el caso de Misiones desembocó en una inédita convergencia de la policía con los docentes.

Milei adoptó una pose de indiferencia para sugerir que las protestas no alteran el ajuste, pero no pudo disimular el impacto del descontento. Sus voceros mediáticos despotricaron contra el costo de las huelgas, presentando estimaciones de pérdidas millonarias, que nunca calculan a la hora de medir el monto expropiado a los trabajadores. El énfasis en resaltar el costo monetario de los paros confirmó, de paso, que los asalariados son los verdaderos generadores del valor creado en la actividad económica.

La reciente movilización del 12 de junio contra la ley de Bases volvió a impactar y contó con gran presencia sindical. Pero la deserción de los gordos de la CGT redujo la masividad de la concentración. La defección de todo el sector conservador del sindicalismo fue concertada con los legisladores del justicialismo, para facilitar la aprobación de la ley ansiada por Milei. La burocracia desertó a cambio de pequeñas concesiones en el capítulo laboral del proyecto. Pero el respiro que le regalaron a Milei, no anula la preeminente tendencia combativa.

El segundo hito de la resistencia fue la monumental marcha del 23 de abril en defensa de la educación pública. Plasmó la movilización más concurrida de las últimas décadas, con una presencia que rondó los 800.000 manifestantes. Una masividad equivalente se verificó en Mar del Plata, Tucumán, Misiones, Mendoza y en el bastión cordobés de la Libertad Avanza.

Milei quedó desconcertado por esa irrupción. Repitió primero su libreto habitual contra los políticos, intentó burlarse de las «lágrimas de los zurdos» y denunció una corrupción en las universidades que propuso transparentar con auditorías.

Pero a los pocos días bajó el tono de los insultos y negoció con la UCR la distensión del conflicto. Frenó la subejecución presupuestaria e incrementó los recursos destinados al funcionamiento corriente de las universidades. Al percibir el peligro de un gran viraje opositor de la clase media, optó por el pragmatismo, archivó el manual beligerante y aminoró el ajuste. Repitió la concesión introducida previamente con un tope a los aumentos de la medicina prepaga.

El ingenio de juventud emergió a pleno en la movilización con pancartas didácticas, graciosas e irónicas, que contrastaron con la grosería de Milei. Los libros fueron enaltecidos como un signo de protesta y la defensa de la educación pública volvió a irrumpir como un gran dique de contención de la derecha. La obtención de un título universitario persiste como una meta de las familias empobrecidas, que avizoran en ese galardón la forma de recuperar ingresos. La vieja aspiración de ascender en la escala social se ha transformado en una modesta expectativa de contener el desbarranque. Esa esperanza en la educación pública se ha extendido a la nueva generación de origen popular que nutre las universidades del conurbano.

Esta perdurable fidelidad a un ideal educativo que configuró la historia del país ha resistido la penetración de la ideología neoliberal. En ese ámbito no ha calado el individualismo mercantil y el enaltecimiento de la privatización. Por eso tuvieron gran cabida en la movilización los discursos radicalizados que interpelan a jóvenes atraídos por Milei.

La sumatoria de todos los concurrentes a las movilizaciones del primer semestre, ilustra un número muy elevado de participantes en la resistencia contra el ajuste. La marcha del 24 de marzo fue más frecuentada que las precedentes y las dos concentraciones del movimiento feminista fueron impactantes. Es cierto que el gobierno conserva la fidelidad de sus votantes, pero esa lealtad es la norma en el debut de cualquier administración. Ningún gobierno perpetró una agresión tan virulenta y ninguno afrontó un rechazo tan contundente en las calles. En los próximos meses se conocerá el desenlace de esa contraposición.

Dos posibles medidas inmediatas 

En la batalla contra Milei se definirá el perfil del peronismo, que presenta aristas muy contradictorias. Una primera variante ha sido cooptada por el oficialismo con cargos de todo tipo. El ex candidato presidencial Scioli se atornilló al ministerio que le ofreció el libertario y expone desvergonzados elogios a su nuevo jefe. Otra lista de camaleones incluye a una alta funcionaria del Ministerio de Capital Humano (Leila Gianni), que gestiona sin haberse borrado del brazo el tatuaje de Néstor y Cristina.

Una segunda variante de justicialismo facilita desde el Congreso la administración libertaria, sin adscribir formalmente al gobierno. Responde en su mayoría a gobernadores que negocian votos a cambio de partidas presupuestarias. Otros llegaron al Senado con la vestimenta del peronismo y mutaron por dádivas.

El tercer alineamiento está enfrentado con Milei y tiende a forjar una alternativa electoral en torno a Kicillof. Todavía permanece muy oscuro el contenido de las fuertes disputas que corroen al espacio kirchnerista y tampoco está definido si Grabois optará por un rumbo propio.

Pero en sus incontables variantes, ese campo persiste como una reserva del progresismo, en tensión con la vertiente que pretende recrear el viejo macartismo justicialista (Guillermo Moreno). A diferencia de lo ocurrido en la era Macri, el grueso del peronismo ha logrado preservar cierta cohesión, pero sin exhibir liderazgos, proyectos alternativos o planes de resistencia. Desde el Vaticano, Francisco intenta atemperar este vacío consolidando vínculos con todo el espectro justicialista.

La izquierda se mantiene como una valiente corriente de oposición callejera y por esa razón está en mira de las fuerzas represivas. Milei aspira a ilegalizar esas organizaciones y a detener a sus dirigentes. Ese encono obedece a la consecuencia en la lucha que caracteriza a ese espacio. Actúan con la misma convicción que demostró la fallecida Nora Cortiñas a lo largo de su vida.

Esa gran figura de las Madres supo sobreponerse a la desaparición de su hijo y dedicó su vida a sostener la lucha de los oprimidos. Estuvo presente en todas resistencias, sin especular con la conveniencia de esa participación. La puso el cuerpo a las ideas y se transformó en un símbolo de todas las batallas. Su afinidad con la izquierda coronó la maduración política de una práctica militante de medio siglo.

Norita siempre priorizó la unidad en la lucha contra el enemigo principal. Ese principio es muy pertinente en el contexto actual. El resultado de la confrontación en curso definirá toda la secuencia posterior. Si se impone el ajuste primará un escenario totalmente opuesto al resultante de una derrota de Milei.

Por esa razón, son indispensables las acciones comunes de la izquierda con el peronismo que permitan frenar al oficialismo. Las acertadas críticas a la burocracia sindical deben ser expuestas en el marco de esa convergencia. Dentro del FIT no existe una postura consensuada frente a esa exigencia y suelen prevalecer los vaivenes ante cada circunstancia.

Milei logró un respiro con el voto del Senado, pero hay dos secuelas posibles de ese desahogo. Si se repite lo ocurrido con la ley previsional de Macri en el 2017, el éxito legislativo será un alivio pasajero del deterioro posterior. La ley no impedirá el fracaso del gobierno. Si por el contrario se reproduce lo ocurrido en el debut del menemismo, el tomentoso éxito en el Congreso será el anticipo de una estabilización más perdurable. Aún se desconoce cuál de los dos contextos prevalecerá en los próximos meses. Milei apuesta a que una victoria de Trump en las elecciones estadounidenses pavimente la segunda trayectoria.

El desemboque de la lucha será el verdadero determinante de uno u otro resultado. Al cabo de seis meses la moneda sigue en el aire, sin triunfos definitorios para ninguno de los dos campos. Pero se aproxima una caída del metálico, con la consiguiente primacía de una de las dos caras. El movimiento popular apuesta al éxito, en una pulseada que definirá el porvenir de Argentina.

CLAUDIO KATZ

Economista, investigador del CONICET, profesor de la Universidad de Buenos Aires y miembro del EDI (Economistas de Izquierda). Su página web es www.lahaine.org/katz.

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