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¿Cómo recuperar la fuerza feminista en Chile?

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Publicada en Ojalá Mx el 23 de febrero de 2024

Por Andrea Sato, investigadora Fundación SOL

Ilustración para Ojalá, Zinzi Sánchez.

Las tomas feministas en las universidades chilenas comenzaron en mayo de 2018, dando inicio a un proceso que sigue abierto hasta la actualidad. Su potencia se reforzó en las calles durante el 2019; y las manifestaciones feministas fueron masivas y poderosas a lo largo del estallido social. 

La pandemia vino a romper vínculos sociales y poner las urgencias sanitarias en el centro, y la desorganización se mezcló con el intenso periodo electoral en el que se fracasa con el cambio constitucional y es electo Gabriel Boric. El conflicto y deseos de cambiar el orden patriarcal se cerraba por arriba.

Hoy nos preguntamos: ¿cómo mantener abierto el ciclo de politización feminista? Para entender esa pregunta, creo que hay que regresar al 2018.

Las movilizaciones del 2018 se extendieron desde la capital a todo el país, abrieron espacios para debates hondos sobre la construcción de un modelo educativo no sexista, la división sexual del trabajo y cómo se vinculaba a los procesos de formación inicial en las infancias. Las asambleas, siempre protagonizadas por varones de barbas largas, anteojos y camisas con motivos tropicales, empezaron a florecer con otros liderazgos. 

Desde los noventas en estos espacios versaban de la caída de la educación de mercado, gratuidad y universalidad. Para el 2018 se ocuparon de urgencias que cruzaban las biografías de cada persona que participaba en esos espacios de deliberación: el aumento de denuncias por violencia de género a profesores y compañeros en espacios académicos y de formación. 

Había mujeres diversas, lesbianas, trans, travestis y no binaries coordinando las palabras, que declamaban discursos en los salones repletos de una variada constelación de pelos de colores, aros y cuadernos con brillos. 

El acoso en el espacio académico no era nuevo, entre los pasillos de todas las universidades se sabía del profesor al que no había que acercarse, tampoco ir a su oficina o evitar cerrar las puertas durante sus clases. A las mujeres de nuevos ingresos también se les advertía de ese “compañero” que cuando se le pasaban los tragos en las fiestas se ponía molestoso. Se sabía de los profesores invitando a salir a sus estudiantes, de ayudantías que se ganaban sin concursos mediante y las académicas que nunca podían ascender en su carrera. 

Compañeres en todos los rincones de Chile se organizaron para sentir seguridad y reconocimiento en los espacios académicos y, por sobre todo, que los agravios que realizaban los varones en esos lugares no quedaran impunes. La decisión extendida en las asambleas autogestionadas fue la acción directa: las tomas de las universidades, la ocupación del espacio público y la denuncia contra los agresores en cada lugar fue la estrategia de la fuerza joven del feminismo chileno. 

Una lucha personal y política 


Las movilizaciones del 2018 que comenzaron en Santiago, principalmente en la Universidad de Santiago de Chile y la Universidad de Chile, se extendieron rápidamente a diferentes capitales regionales como Valparaíso y Concepción. Estas manifestaciones no solo fueron por una educación no sexista dentro de las aulas, el reclamo era transversal: una transformación radical de las vidas y las condiciones para todes. 

Las más de 20 universidades ocupadas de mayo a octubre del año 2018 fueron pequeños laboratorios de ensayos para la organización, autogestión y formación. 

Se fomentaron desde talleres de bordado hasta clases de economías feministas. Las paredes se llenaron de propaganda y de murales que expresaban las rabias y las esperanzas de una generación que ya no tenía tatuado en su piel el miedo de la dictadura cívico militar. Estaba dispuesta a pensar otras formas de hacer política placentera, fuera del androcentrismo de izquierda que había campeado en las últimas décadas. 

Estas imaginaciones, mundos posibles y deseos tuvieron su espacio de disputa en la institución. Se lograron construir protocolos contra las violencias, se modificaron mallas curriculares y se expulsaron profesores agresores de prestigiosas casas de estudios. La movilización se convirtió en escuela para muchas que habían tenido la inquietud por la organización política. 

En el 2018 hubo reflexiones, enfrentamientos, rabias, placeres y mucho de imaginación política. La fuerza de la marejada feminista en Chile se nutría de todo el movimiento que se hermanaba a través de la cordillera con las compañeras argentinas, uruguayas, peruanas y bolivianas que compartían los anhelos de la transformación total de las relaciones sociales.

Todo eso, junto con la capacidad de construir agenda, fue fundamental para entender la potencia feminista en Chile y en toda Abya Yala. 

Con la potencia de tsunami se inició el 2019, con aprendizajes de los procesos vividos y un montón de nuevas compañeras y colectivos construyendo constelaciones de reflexiones. 

Durante el año, esta potencia feminista se fusionó con el fuego de las movilizaciones de la revuelta popular de octubre 2019 en todo el territorio nacional. Durante la preparación de  la marcha del 25 de noviembre se escribió y se ensayó lo que se convirtió en un himno contra el patriarcado: “el violador eres tú”. Atravesó fronteras para unificar sentires y rabias contra el patriarcado. 

El 8 de marzo de 2020 fue la marcha con mayor asistencia desde que se tiene registro. Más de 2 millones de personas salieron a manifestarse en todo Chile para dejar en claro que la revuelta popular resistía y que el patriarcado seguía siendo el enemigo. 

La revuelta popular que empezó en el 2019 se aplacó entre pandemias y promesas de procesos constitucionales. Las aguas se separaron entre quienes tenían la ilusión de incidir en un proceso constitucional armado a medida de los partidos políticos y quienes siempre desconfiaron de la cueca democrática y pujaban por mantener la presión y movilización en las calles. 

Movimientos, desordenados desde arriba

El proceso constitucional desordenó las fuerzas populares, y parte de los feminismos apostaron todas las energías a un proceso truncado que nunca dio garantía de mejorar las condiciones estructurales de vida en Chile. El quiebre de colectivos feministas y territoriales tras el proceso constitucional ha sido irreparable. 

Chile además debía elegir un nuevo presidente, y en diciembre del 2021 salía electo Boric en la votación presidencial con menor participación ciudadana a nivel histórico. Él era exdirigente estudiantil y representante del Frente Amplio, la coalición que prometió cambiar la política chilena construyendo un gobierno feminista y ecologista. Venció en las urnas a José Antonio Kast, representante del partido conservador y de ultraderecha Republicanos. 

Desde la investidura en marzo del 2022 del gobierno de Boric se autoproclamó feminista. Incluyó en sus filas a sindicalistas, activistas e intelectuales que venían del movimiento feminista. 

Estas nuevas contrataciones gubernamentales desarticularon los ya muy golpeados espacios de construcción colectiva. El gobierno que decía estar en favor de las mujeres callaba cuando la ley de interrupción voluntaria del embarazo peligraba en un nuevo texto constitucional reaccionario, y cuando se evaluaba aumentar la edad de jubilación para las mujeres. El gobierno de Boric impulsó leyes contra la clase trabajadora, vendió el litio a la empresa del yerno de Pinochet y mantiene militarizado Wallmapu. 

El gobierno actual se vistió con las ropas del movimiento social, ecologista y feminista para luego impulsar una agenda digna de la derecha reaccionaria. Todo bajo la excusa de manejar la “crisis de seguridad”.

El camino que sigue

Las movilizaciones feministas centrales para Chile que son el 25 de noviembre, día contra la violencia hacia las mujeres y el 8 de marzo, día de las mujeres trabajadoras, desde el año 2020 se han mantenido masivas. Muchas personas llenando las calles en las principales capitales regionales han sido revitalizantes para pensar los horizontes de conquistas que aún quedan por conquistar. Las movilizaciones masivas de los últimos años entregan esperanza para pensar que existe una potencia que hoy está difuminada, pero con paciencia y organización se puede recuperar. 

La potencia del movimiento feminista heredero de la fuerza de las lesbianas autónomas del Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe (EFLAC) en Cartagena del 1996 hoy día está en una camisa de fuerza entre la institucionalidad del gobierno, las ONG y su propia debilidad. La incapacidad de la construcción de una agenda feminista ha obligado que las perspectivas despatriacarcalizantes queden nuevamente relegadas a un rincón sin fuerza para disputar contenido a nivel estructural.  

El techo de cristal y la paridad parecen ser lo único en lo que las mujeres pueden incidir a través de la política institucional. Pero son victorias simbólicas, no buscan desmantelar un sistema de opresión, solo fortalecen a las pocas mujeres que —de forma individual— anhelan habitar esos espacios de poder. 

Durante los últimos años, en Chile se han debatido reformas centrales para las mujeres de clase trabajadora: disminución de jornada de trabajo de 45 a 40 horas, pensiones y salario mínimo. En ninguno de estos debates se ha planteado una perspectiva crítica y antipatriarcal, lo que evidencia la debilidad del movimiento feminista para instalar agendas o debates en el marco de la discusión pública. 

Ha sido amplia la discusión respecto a la cooptación de los discursos radicales y antisistémicos. Pero que se vendan poleras con las consignas feministas en centros comerciales no es excusa para dejar de disputar los espacios y reflexiones. 

No hay atajo para la construcción de un mundo nuevo, los cantos de sirenas de gobiernos feministas o Estados cuidadores son parte del proceso de vaciado que viven las propuestas radicales de emancipación. La subversión está en la calle, en el encuentro y en la construcción permanente de estrategias para enfrentar la crisis ampliada del capital.

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