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Por qué los Estados árabes no utilizan el petróleo contra Israel

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Jacobin

HAFAWA REBHI

TRADUCCIÓN: FLORENCIA OROZ

Durante la guerra del Yom Kippur en 1973, los productores árabes de petróleo cortaron las exportaciones a los aliados de Israel. Pero ante la actual guerra israelí contra Gaza, los Estados del Golfo descartan la idea de utilizar el «arma del petróleo», un índice de hasta qué punto han abandonado la causa palestina.

Imagen: El ministro saudí, Jalid Al-Falih, sentado en el centro en una reunión de la OPEP en Viena, Austria, el 30 de noviembre de 2017. (Omar Marques / Agencia Anadolu / Getty Images)

El 8 de noviembre, el ministro saudí de Inversiones, Khalid Al-Falih, compareció en el Foro de la Nueva Economía de Bloomberg en Singapur. Stephanie Flanders, redactora de economía de la cadena, le preguntó cómo podrían responder las autoridades saudíes a la guerra en Oriente Medio:

P: ¿Consideraría herramientas económicas, el precio del petróleo por ejemplo, para lograr un alto el fuego en Gaza?

R: [Risas, vacila] En primer lugar, ese no es mi mandato hoy…

P: Entre nosotros.

R: Puedo decirle que eso no está hoy sobre la mesa. Arabia Saudita está tratando de encontrar la paz mediante conversaciones pacíficas.

Cuando se produjo este intercambio, Israel, apoyado por Estados Unidos y los principales países europeos, ya llevaba un mes bombardeando indiscriminadamente a la población civil de Gaza en respuesta al ataque del 7 de octubre dirigido por Hamás. La pregunta de Flanders tenía sentido en el contexto de una guerra que ha acaparado la atención de los medios de comunicación de todo el mundo, con unos diez mil muertos civiles palestinos ya en el momento de este debate. También tenía sentido dado el precedente histórico de la utilización del suministro de petróleo como arma política. Entonces, ¿por qué su pregunta fue motivo de risa?

El petróleo árabe como arma

El episodio citado por la periodista británica se remonta exactamente a cincuenta años atrás. En 1973, trece años después de su fundación, la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) poseía y controlaba la mayor parte de la producción y el comercio internacional de petróleo. La mayor parte de su poder para determinar la producción y el precio estaba en manos de sus miembros árabes, ya que los Estados del Golfo eran entonces la veta madre de la extracción de petróleo y gas.

El 6 de octubre de ese año, en plena Guerra Fría, el Egipto de Anwar el-Sadat y la Siria de Hafez al-Assad lanzaron una ofensiva para recuperar algunos de sus territorios que Israel había ocupado durante la guerra de junio de 1967, concretamente el Sinaí y los Altos del Golán. En represalia por la decisión del presidente Richard Nixon de apoyar a Israel durante su guerra contra los palestinos y los árabes, los Estados árabes de la OPEP, incluida la Arabia Saudita del rey Faisal, impusieron un embargo a las exportaciones de crudo a Estados Unidos y sus aliados.

En una reunión celebrada en Kuwait el 17 de octubre de 1973, los miembros árabes de la OPEP decidieron bloquear las exportaciones a los Estados occidentales y reducir la producción de petróleo un 5% al mes hasta que los israelíes se retiraran de los territorios árabes ocupados. El precio del barril de petróleo se cuadruplicó. Fue la primera crisis del petróleo que provocó grandes pérdidas en las economías occidentales.

En Estados Unidos, el aumento de los precios de importación del petróleo tuvo efectos devastadores en el conjunto de la economía. El PNB cayó entre 10.000 y 20.000 millones de dólares y medio millón de personas perdieron su empleo en solo seis meses, según el Departamento del Tesoro estadounidense. El mismo departamento señaló también que el embargo de la OPEP provocó el aumento de la factura petrolera total de Estados Unidos y, por tanto, erosionó considerablemente la balanza de pagos estadounidense.

En Francia, mientras que en 1970 el 10% de los ingresos de exportación bastaban para pagar la factura petrolera, en 1974 esta cifra había aumentado hasta el 24%. Aunque el embargo de la OPEP se levantó en marzo de 1974, dejó daños económicos duraderos en Estados Unidos y en todo el mundo.

Evidentemente, la guerra árabe-israelí de octubre de 1973 es diferente de la guerra de Gaza de 2023. Mientras que la primera enfrentó a dos ejércitos regulares contra un ejército de ocupación, con fuertes aliados apoyando a cada bando, esta guerra reciente es extremadamente asimétrica, enfrentando a uno de los ejércitos más poderosos y mejor equipados del mundo contra las armas que puede reunir la resistencia de Hamás.

En el primer conflicto, el bando de los países árabes contó con el apoyo de las naciones petroleras árabes. En la guerra actual, la población civil de Gaza —2,3 millones antes del lanzamiento del ataque genocida israelí— está abandonada a su suerte, enfrentada a bombardeos indiscriminados contra zonas residenciales, mezquitas, iglesias, hospitales y escuelas de las Naciones Unidas.

En los cincuenta años transcurridos entre estas dos guerras, el mundo ha cambiado: guerras y treguas, invasiones y retiradas, tratados de paz, acuerdos de normalización, sanciones económicas, el declive de varias potencias mundiales y el ascenso de otras. Y el Golfo también ha cambiado. Entonces, ¿cuáles son estas transformaciones y cómo impiden que los árabes del Golfo utilicen sus hidrocarburos para defender a los árabes de Gaza de las incesantes masacres sionistas?

El nuevo eje Este-Este del petróleo mundial

La primera transformación se produjo a nivel del propio mercado del petróleo, como explica Adam Hanieh en su contribución al libro colectivo Dismantling Green Colonialism: Energy and Climate Justice in the Arab Region (Pluto, 2023). La línea de tiempo trazada por Hanieh abarca la evolución del petróleo desde sus inicios, pero de su análisis se desprenden tres etapas principales.

La primera es la oleada de nacionalizaciones de los años setenta y ochenta, que permitió a los gobiernos del Golfo asumir el control directo de la producción ascendente, con compañías petroleras nacionales como Saudi Aramco, Abu Dhabi National Oil Company y Kuwait Petroleum Corporation haciéndose cargo de la exploración, extracción y exportación de los suministros de petróleo del Golfo. La segunda fase decisiva comenzó a finales de los años noventa, con la apertura de China a la economía mundial y su posterior posicionamiento en el centro de la fabricación mundial. La tercera fase, que comenzó en la década de 2010, vio la confirmación de China como «el taller del mundo». 

En 2019, alrededor del 45% de todas las exportaciones mundiales de petróleo fluían hacia Asia, y más de la mitad de ellas se destinaban solo a China. «La mayoría de estos suministros de petróleo se originaron en Oriente Medio, con los estados del Golfo e Irak proporcionando colectivamente casi la mitad de las importaciones de petróleo de China en 2020 (en comparación con alrededor de un tercio en 2001)», explica Hanieh, y agrega que esta es una «tendencia panasiática» con alrededor del «70% de todas las exportaciones de petróleo crudo de Oriente Medio (principalmente del Golfo) (…) actualmente destinadas a Asia».

Estados Unidos, sacudido durante la crisis del petróleo de 1973, se ha convertido desde entonces en el primer productor mundial de petróleo. El recuerdo de los campos petrolíferos de Texas que no pudieron compensar la diferencia hace cincuenta años era tan amargo que los estadounidenses buscaron diligentemente nuevas fuentes de petróleo en el Golfo de México, el Mar del Norte y Alaska. Washington también ha hecho todo lo posible por debilitar el control de la OPEP sobre el petróleo, socavando mediante guerras y sanciones a algunos de sus miembros más destacados, como Irak, Irán, Libia y Venezuela.

Según un informe reciente de la Administración de Información Energética de Estados Unidos, «desde 1977, los porcentajes de las importaciones totales de petróleo y crudo de Estados Unidos procedentes de países de la OPEP han disminuido en general» y en 2022 Arabia Saudita, el mayor exportador de petróleo de la OPEP a Estados Unidos, fue la fuente del 7% de las importaciones totales de petróleo de Estados Unidos y del 7% de las importaciones de crudo de Estados Unidos. Arabia Saudita es también la mayor fuente de importaciones estadounidenses de petróleo de los países del Golfo Pérsico. Alrededor del 52% del total de las importaciones estadounidenses de petróleo procedían de Canadá.

Aunque el arma del petróleo puede resultar ineficaz contra Washington, podría haber disuadido a varios gobiernos europeos de su apoyo incondicional a los crímenes israelíes en Gaza y Cisjordania.

La Unión Europea (UE) se ha encontrado desprovista de suministros energéticos fiables desde el estallido de la guerra en Ucrania en febrero de 2022 y la prohibición de las importaciones marítimas de crudo y gas rusos. Según cifras de Eurostat, las importaciones de la UE de crudo procedente de Arabia Saudita pasaron del 6,3% al 8,8% del comercio en valor entre el segundo trimestre de 2022 y el segundo trimestre de 2023. En el mismo periodo, la cuota rusa del gas importado por la UE se redujo, mientras que la argelina aumentó del 7,2% al 16,5% del comercio en valor. Tanto Arabia Saudita como Argelia son importantes miembros árabes de la OPEP y su peso podría haber marcado la diferencia en el mapa de proveedores energéticos de la UE y en su política exterior hacia Israel y Palestina.

Enemigos del pasado, aliados del futuro

La segunda razón por la que el ministro saudí podría haberse reído es que Israel, que fue un enemigo para Riad en el pasado, se ha convertido ahora en un amigo. Mientras el rey saudí Faisal mostraba su odio hacia el sionismo, hoy los altos funcionarios y líderes políticos de los Estados del Golfo ven a Israel como un aliado estratégico con el que pueden intercambiar palabras de elogio y visitas amistosas.

Tras sellar acuerdos de paz con Egipto y Jordania en 1978 y 1994 respectivamente, en 2020 el gobierno sionista de extrema derecha de Benjamín Netanyahu concluyó los llamados Acuerdos de Abraham con Emiratos Árabes Unidos (EAU), Bahréin, Marruecos y Sudán. Los Acuerdos de Abraham son un acuerdo de normalización auspiciado por Estados Unidos que también pretende reforzar las relaciones de normalización (ya existentes) con otros países árabes que no forman parte oficialmente del acuerdo, incluidos los que tienen lazos diplomáticos formales con Israel, como Egipto y Jordania, y los que aún no han formalizado sus relaciones de larga data con Israel, como Arabia Saudita y Omán.

Los Estados del Golfo afirman que no abandonan su apoyo a los palestinos. El ministro de Asuntos Exteriores de los Emiratos Árabes Unidos explicó, antes de firmar el acuerdo en Washington el 15 de septiembre de 2020, que

Este acuerdo nos permitirá seguir al lado del pueblo palestino y hacer realidad sus esperanzas de un Estado independiente dentro de una región estable y próspera. Este acuerdo se basa en anteriores acuerdos de paz firmados por naciones árabes con el Estado de Israel. El objetivo de todos estos tratados es trabajar por la estabilidad y el desarrollo sostenible.

Sin embargo, contrariamente a lo que afirma el ministro emiratí, los Acuerdos de Abraham —y otras iniciativas de «normalización ecológica» que negocian acuerdos con Israel sobre energía y agua— han provocado más represión contra los palestinos. La académica palestina Manal Shqair, en su capítulo de Dismantling Green Colonialism dedicado a la econormalización, analiza las repercusiones que estos proyectos árabe-israelíes en curso tienen sobre los palestinos en la Cisjordania ocupada, en la Franja de Gaza, en los Altos del Golán sirios anexionados e incluso en los territorios palestinos colonizados en 1948, donde impera un brutal apartheid.

Para Shqair, «independientemente de las formas que adopten los proyectos energéticos en el Mediterráneo e Israel, hay dos hechos importantes». En primer lugar, vincula la violencia y la deshumanización que soportan los pescadores palestinos y la población asediada de Gaza con los depósitos de gas altamente militarizados que Israel controla en el Mediterráneo y los proyectos vinculados a ellos, donde los petrodólares del Golfo son una baza importante. En segundo lugar, sostiene que la UE está mostrando una vez más su hipocresía: al importar gas israelí como parte de los esfuerzos para responsabilizar a Rusia por su invasión de Ucrania, las naciones europeas están tratando descaradamente a los pueblos palestino y de Jawlani (es decir, los Altos del Golán) como menos humanos que los ucranianos.

A través de sus acuerdos con Israel, los Estados árabes «normalizadores» como Egipto, Jordania, Bahréin, Emiratos Árabes Unidos y Marruecos «participan ahora abiertamente en la deshumanización sistemática de palestinos y sirios a manos tanto de los sionistas como de los gobiernos europeos», argumenta Shqair. De ahí que «la deshumanización de los colonizados, y la complicidad de los Estados árabes en ello, sean maquilladas de verde por la UE e Israel mientras colaboran en lo que se presenta como una transición hacia un futuro más verde y una economía con menos emisiones de carbono».

La risa del ministro saudí fue, dirían algunos, solo una risa. Pero es un signo sombrío del cinismo de los Estados del Golfo y otros regímenes árabes, que siguen asistiendo a la masacre sionista de los árabes palestinos con una indiferencia cómplice, cobarde y criminal.

HAFAWA REBHI

Periodista tunecina, escribe sobre el agua, el clima y la justicia social.

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