Esta historia no comienza aquí en medio del desierto, bajo los rayos de un sol fulminante arañando los 50 grados centígrados en el termómetro; con la familia Peña en medio de un llanto contenido intentando cruzar el río Bravo, la frontera natural que divide México y Estados Unidos. Empezó 4.000 kilómetros atrás. Allí, a la par de otros miles de familias, los Peña iniciaron la larga travesía migratoria por el continente americano. Ese pasaje por la selva que va de Colombia a Panamá —extenuante paraíso— ya lo narramos en el número de julio de Lento. Este es el paso siguiente, entre los oxidados desechos de un mundo roto.
Israel Fuguemann
Revista Lento, 12-12-2023
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El Tapón del Darién, esos 130 kilómetros de espesa selva tropical, fue su primera gran prueba. Roberto Peña, el hermano del medio de la familia, me dijo cuándo nos entrevistamos en Ciudad de México, tan solo cuatro semanas después de nuestro primer encuentro en el Darién, que la selva había sido uno de los momentos más difíciles en sus 30 años de vida.
—Nunca voy a olvidar la pregunta que me hizo mi hijo Matías mientras la cruzábamos: “¿Por qué me trajiste a este lugar, papá, si sabías que era peligroso?”. En ese momento me vine abajo, me sentí terriblemente mal y lo único que pude hacer fue llorar y pedirle perdón por lo que estábamos viviendo. Le dije la verdad: que yo no lo sabía.
El territorio comprendido entre Panamá y el sur de México es la región más estrecha del continente americano y también una de las más pobres, corruptas y violentas del mundo. Durante los últimos 40 años los diversos conflictos políticos y sociales mantuvieron a Centroamérica con las tasas de homicidios per cápita más altas del mundo; hasta 105 por cada 100.000 habitantes en algunos casos, según datos de Naciones Unidas. (1)
Antes de llegar a la frontera sur de México, los Peña fueron estafados, extorsionados y obligados a pagar transportes que usan caminos alternos y que son operados principalmente por coyotes y por policías que han montado distintos métodos para exigir dinero a cambio del “libre” tránsito por las zonas que los migrantes deben atravesar.
Welcome to Mexico
Al suroeste de México existe un cuerpo acuoso que divide a ese país de Guatemala y que durante décadas ha sido el cruce obligado para el flujo migratorio proveniente del sur: el río Suchiate. Allí, donde para 130 millones de mexicanos “comienza la patria”, para otros miles más inicia la segunda gran prueba de la travesía migratoria: una pesadilla llamada México.
Para intentar frenar este gran movimiento transhumano, el gobierno de los Estados Unidos de América convenció a su par mexicano de convertirse en un “tercer país seguro”, así como de endurecer sus políticas migratorias para volverse un auténtico muro que contenga la migración hacia el norte. En la actualidad, 30.000 elementos del Ejército, la Marina y la Guardia Nacional mexicana vigilan el área, pero hasta ahora la migración ha demostrado que no hay fuerza pública que la detenga.
A pesar de que el actual presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, se autoproclama humanista, diversas organizaciones de la sociedad civil que trabajan de forma directa en temas de migración y derechos humanos catalogan su administración como una de las más severas en el trato a los migrantes. (2) El Instituto Nacional de Migración reportó casi medio millón de detenciones a migrantes irregulares y más de 100.000 deportaciones en 2022; según la Organización Internacional para las Migraciones, el país enfrenta la mayor cantidad de personas registradas en tránsito en toda la historia en el hemisferio occidental. (3)
México trágico
Este día será la última vez que la familia Peña esté junta después de casi dos meses de viajar acompañándose. Es sábado al mediodía y están dentro de un pequeño apartamento en el barrio Doctores de la Ciudad de México. Al espacio lo perfuma el olor reciente de una ducha: vapor, champú y crema corporal; tal vez son falsas rosas y jazmines lo que se respira del aire. Casi todo parece estar listo, excepto ellos.
Los niños, Matías, Mauricio y Abraham, miran atentos la televisión, mientras Ronny, Ricardo, Génesis, Roberto, Janayka, Fran y Daniela terminan de alistar la cosas para la última etapa de su viaje hacia el norte de México. Hay un cierto nerviosismo comunitario que es fácil de percibir: pocas palabras y mucha agitación.
El camino es largo, casi 1.500 kilómetros hasta la frontera de Piedras Negras, Coahuila, en el noroeste mexicano; pero antes los Peña deben enfrentarse a La Bestia, un conjunto de trenes que los migrantes han usado para esquivar los controles migratorios desde hace algunas décadas y poder llegar a Estados Unidos.
Para montarse en La Bestia lo primero que hay que hacer es atravesar la capital mexicana y llegar a Huehuetoca, un poblado periférico a 60 kilómetros de distancia. Allí donde el tren se detiene, se alza una montaña de desechos con pútridos olores cuya única señal aparente de vida son los cientos de migrantes que arriban a diario, obligados por la clandestinidad en que se mueven.
Cada jornada, centenares de migrantes pasan la noche en ese basurero a la espera de un tren. Hay niños, mujeres embarazadas, adultos mayores, familias enteras. La mayoría tiene el semblante y el aspecto de quien no la ha pasado bien. Están divididos en pequeños grupos y acomodados a los pies de unos viejos árboles. Son siluetas envueltas en el humo de unas fogatas sucumbiendo ante la luz matutina.
La Bestia
Antes de ser visible, esta mole de acero sólido de más de dos kilómetros de largo y 200 vagones de carga se hace sentir. El suelo retumba y un estruendo se escucha a lo lejos; es la señal inequívoca que los migrantes han esperado durante toda la noche, un pasaje sin retorno antes de poder llegar a las puertas del sueño anhelado. Los Peña corren con prisa.
Cuando el tren se detiene las personas se arremolinan sobre las escaleras de acceso; en este momento los gritos comienzan a escucharse y empieza el caos: la pausa durará tan solo unos minutos. Hay mochilas, mantas y bidones de agua volando por el aire; cuerpos extendiéndose cuan largos pueden ser para alcanzar los vagones. Cuatro metros de altura los hacen ver pequeños y frágiles ante la colosal figura de la locomotora. Aquí, debajo de ella, su nombre cobra sentido: La Bestia es en verdad imponente.
Una vez en marcha, los gritos pasan a ser silencios incómodos, lágrimas que se tragan mientras el pasado va quedando detrás. Arriba los cuerpos se mueven con cuidado porque ahora buscan acomodarse en medio de la inmensa carga de metales oxidados que está debajo de ellos; son los restos de un mundo industrial que ya no los necesita, toneladas de desperdicios convertidos en una cama punzante donde ahora viajan los sueños de cientos de personas.
En los primeros kilómetros los techos de los vagones se han convertido en campamentos al aire libre que se mueven sobre rieles. Los migrantes aún no lo saben, pero el viaje será así durante todo el camino, unos 1.800 kilómetros. Si todo sale bien, serán cuatro días hasta alcanzar la frontera; mientras eso pasa, tendrán que soportar hambre, deshidratación y los peligros de cruzar un país controlado por el crimen organizado en gran parte de su territorio.
El vagón de los sueños rotos
La mayoría viaja ensimismada, como buscando en la memoria las palabras para describir lo que han tenido que vivir para llegar a este punto, sobre este tren que aparenta andar en medio de la nada. Delante de sus ojos se va desdibujando un país que solo conocían por sus telenovelas y la mala publicidad de los noticieros. Visto desde aquí, México parece un paisaje árido con aire desolador. Está claro, casi nadie quisiera quedarse en este sitio.
La ruta migratoria sobre La Bestia está considerada como una de las más peligrosas del mundo, año con año hay migrantes que pierden la vida y varias decenas más que resultan mutilados a causa de los accidentes a bordo del tren. Es difícil establecer una cifra exacta porque los flujos son cambiantes y hay pocos registros fiables. Según un informe sobre migración y discapacidad de la Cruz Roja y la Coalición México por los derechos de las personas con discapacidad (Coamex), desde 2014 se han registrado casi medio millar de casos de mutilaciones de personas que migraban sobre el tren. (4)
Además de los accidentes, existen otros peligros, como asaltos y violaciones que ocurren sobre los trenes. A pesar de que los migrantes en su mayoría migran por necesidad, los delincuentes tienen la idea de que para llegar a la frontera con Estados Unidos llevan consigo dinero y pertenencias de cierto valor. Suponen que eso los convierte en un blanco fácil; porque saben, además, que casi ninguno se atrevería a hacer una denuncia formal.
El desierto
Después de abandonar el centro del país, la complejidad de la geografía mexicana abre paso a una larga cadena montañosa que va escoltando a lo lejos el paso del tren; a medida que avanza lentamente sobre la inmensidad del desierto que gobierna el norte de México, el viaje más que nunca se convierte en un acto de resistencia que solo es soportado por la fe.
Mientras Génesis mira la secuencia infinita de cactus fuera del tren, dice que nunca pensó que México fuera tan largo y recorrerlo tan difícil, que incluso atravesar la selva del Darién fue menos complicado.
—En la selva sabíamos que debíamos caminar y sobrevivir dependía de nosotros —dice.
Pero aquí, hacinados sobre este vagón de tren, con el sonido ensordecedor de estas cajas metálicas en todo momento, en medio de toda esa nada, siente que sus vidas ya no dependen solo de ellos: “Ahora solo Dios sabe”.
Sin señal telefónica es difícil ubicar una posición en el mapa. Podría ser cualquier lugar. Después de tantas horas de andar todo se ve parecido y nada de lo que pasa más allá de estos barrotes metálicos parece tener importancia. Cuando 13 personas viajan en un espacio tan reducido, la travesía se hace tediosa mientras se suman el llanto de los niños, el hambre y la deshidratación. La claridad mental es cada vez más frágil.
Antes de caer la oscuridad el tren hace una parada rutinaria en una vieja estación. Ninguna casa, ninguna señal de vida, solo viejos vagones alrededor y un muro recién pintado que dice así: Zacatecas. Los migrantes aprovechan para bajar y estirar el cuerpo; son decenas viajando en las mismas condiciones, la misma triste estampa en cada vagón.
Cambio de planes
Fue larga la noche y al amanecer no mucho ha cambiado. El desierto sigue ahí, también el cansancio, el hambre y la sed. El calor vuelve; para el mediodía ya ha superado los 44 grados centígrados y el próximo destino, que parecía inalcanzable, aparece después de 12 horas: se llama Torreón y es la capital del Estado de Coahuila.
La familia Peña no puede más, los niños se encuentran en malas condiciones y ninguno quiere continuar en La Bestia; “viajar así no es humano”.
Hay un cambio de planes, es arriesgado pero es la única opción posible. El grupo decide optar por una línea de ómnibus comercial hacia la ciudad de Monterrey, arriesgándose a ser detenidos por los agentes migratorios. Aun así deciden arriesgar dos meses de viaje, y todo el dinero invertido, alrededor de 3.000 dólares por familia, el resultado de haber vendido todo cuanto tenían antes de migrar.
Tras varios intentos, una sola línea de ómnibus accede a vender los boletos; así los Peña suben a un transporte que después de lo vivido parece más lujoso de lo que en realidad es: un simple ómnibus de paso. En la terminal de Monterrey, la situación no es menos dramática, hay cientos de migrantes como los Peña buscando llegar a la frontera. Las salas están repletas de familias que duermen en el suelo donde sea que encuentren un espacio para reposar.
La frontera
Piedras Negras es una ciudad discreta: un río, un par de puentes, algunos hoteles, negocios de comida Tex-Mex y unas cuantas cantinas que destacar. Su nombre se lo debe a los antiguos yacimientos de carbón en la región y su fama a la violencia y al tráfico de drogas, migrantes y armas de los últimos años. Su importancia para México radica en que es uno de los 40 cruces migratorios que existen a lo largo de los 3.185 kilómetros de línea fronteriza con Estados Unidos y millones de personas lo usan para cruzar año con año.
La migración irregular en la ciudad ha sido constante, pero poca y silenciosa en comparación con otras fronteras del país. Desde que aumentó el flujo de migrantes provenientes de Sudamérica, en Piedras Negras es cada vez más común encontrar gente que camina a pasos apresurados por las calles y siempre en dirección al norte.
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Eagle Pass, Texas, la pequeña ciudad al otro lado del río, tiene diez veces menos población que Piedras Negras, apenas 25.000 habitantes, y sus autoridades no pueden ocultar su preocupación por la gran cantidad de migrantes que a diario están cruzando el río de forma ilegal. Para tratar de impedir su paso, el gobierno ultraconservador de Greg Abbott, en Texas, designó cerca de 4.000 agentes de seguridad para custodiar el borde fronterizo, además de colocar diversos tipos de obstáculos como alambres de púas y bollas punzocortantes a lo largo del río.
Good Bye, México
Cuando el ómnibus en el que viajan Roberto, Janayka, Ricardo, Génesis y sus hijos llega a Piedras Negras, el termómetro casi alcanza los 50 grados centígrados; en este desierto incluso caminar se hace proeza. Para llegar al río fronterizo, la familia usa los servicios de uno de los tantos “coyotes” o “polleros” que rondan por la ciudad.
El traficante, que también es taxista, los transporta a una calle cercana al río Bravo y desaparece rápidamente con 100 dólares más en su bolsillo. Como en una obra teatral muchas veces ensayada, de repente entra en escena otro estafador que dice ser un “agente migratorio encubierto del gobierno”. El hombre habla e intimida con el discurso de la deportación. Sin tiempo para pensar en nada, todo parece perdido.
Los niños comienzan a llorar; Roberto y Ricardo intentan explicarle todo lo que han hecho para conseguir estar allí, en la frontera, al lado del río, frente a él, pero parece que nada de eso da resultado. El hombre exige el dinero para dejarlos pasar.
El miedo, la angustia y la desesperación provocan que el pequeño Mauricio se arrodille frente al supuesto “agente encubierto” y suplique.
—Por favor, señor, no nos lleve, déjenos pasar, se lo suplico, no nos haga nada —le dice.
La familia Peña cruza el río Bravo, que separa a México y Estados Unidos. Luego de recorrer 4.000 kilómetros durante dos meses, esta familia venezolana intentará quedarse a vivir en territorio estadounidense. Piedras Negras, Coahuila, 21 de junio.
La imagen del pequeño de apenas siete años, arrodillado y suplicando frente a este hombre, insinuando que su travesía para llegar a Estados Unidos está a punto de fracasar, es demoledora. Después de entregar el último dinero que tenían, el hombre los deja avanzar y, tras un par de minutos caminando entre los matorrales, Estados Unidos deja de ser un lugar en la imaginación y se hace un lugar visible. Al otro lado del río unos guardias armados en un vehículo de la Patrulla Fronteriza estadounidense vigilan el lugar.
Roberto, Janayka, Ricardo, Génesis, Matías, Abraham y Mauricio comienzan a sumergirse en el río, caminando uno tras de otro en medio de un llanto contenido, mientras una ola de sentimientos se les viene encima. Quizá, finalmente, tras esa valla metálica podrán encontrar el futuro prometedor con el que han soñado a lo largo de tanto tiempo y de tantos kilómetros, a través de su larga travesía por el continente americano.
Notas
1) Datos 2000-2018 citados en Héctor Hiram Hernández Bringas, “Homicidios en América Latina y el Caribe: magnitud y factores asociados”, en Notas de Población, N.° 113, Cepal, julio-diciembre de 2021.
2) Human Rights Watch, Puertas cerradas. El fracaso de México en la protección de niños refugiados y migrantes de América Central, 2016.
3) Organización Internacional para las Migraciones, Migración en México: Tendencias y desafíos, 2023.
4) Coamex y Cruz Roja Mexicana, Mutilaciones de personas por el tren en México: Una problemática invisibilizada, 2023.