Diario La Quinta
Opinión
Roberto Córdova
El estallido de 2019 tuvo –finalmente- como única virtud el expresar la rabia de los hijos maltratados del neoliberalismo.
Un mes después de aquel 18 de octubre, la franja dominante del poder instituido se había repuesto de la sorpresa en que una masa variopinta en sus motivaciones y métodos de protesta, pero negativamente uniforme en su capacidad de incidencia, había logrado desconcertarla.
El Frente Amplio (FA), encabezado por el líder que empezaba a consolidar su futuro político, y alentados por sus predecesores concertacionistas; con un Partido Comunista (PC), que como en el plebiscito del 88, sufría todas las contradicciones y la angustia de no cortar pan ni pedazo, comenzaban a cerrar el trato con Chile Vamos, representantes directos de los dueños del país.
Con la firma del “Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución”, se cerró la puerta a cualquier posibilidad de desarrollo efectivo de un poder constituyente. El Frente Amplio, en tanto clase política emergente, proyectaba así su vocación de poder, abrazando a lo peor de la clase política neoliberal; sellando con ello un camino de continuidad del modelo y, de paso, traicionando su esbozo de propuesta de un país diferente y de una nueva ética en la acción política. Y el PC, sumado a este gobierno pusilánime, guardando el silencio que la “gobernabilidad” exige.
Si la Convención Constitucional abrió una puertecita de esperanza a quienes promovemos la necesidad de un poder constituyente; o si se quiere, a la expresión de la potencia social como rectora de su propio camino, pronto el espacio generado sucumbió ante la inexperiencia política de los de abajo, el iluminismo de un sector con cero vínculo con el mundo popular, y a la habilidad de las derechas minoritarias en la Convención, las que lograron instalar, con la ayuda permanente de los medios de comunicación de sus patrones, un relato que caló fuerte en una masa electoral esclava de la cultura dominante.
Aquella derrota fue definitiva. Cundió el fatalismo y la depresión en todos los derrotados. En el FA y sus aliados en el Ejecutivo, porque ello implicaba entregarle definitivamente el protagonismo a quienes –supuestamente- se buscaba erradicar. Así, los principales ministerios del gobierno de Boric vieron volver por sus fueros a la nefasta Concertación. En el caso de los convencionales elegidos desde el mundo independiente, la frustración fue total. Simplemente, desaparecieron. Pero tampoco el activo político de izquierda, aquella fracción militante que hemos peleado contra todos los gobiernos herederos del modelo de la dictadura, con muchas batallas y derrotas en el cuerpo; logramos zafar de esta derrota. Muchos y muchas compañeras tiraron la toalla. Se instaló la sensación de que debemos empezar de cero y hay quienes no tienen ya la fuerza para ello.
La derrota fortaleció a la derecha y dio pie a la emergencia de una derecha abiertamente fascistoide. El escenario de un nuevo proceso constitucional no podía ser más perjudicial a los intereses populares. La posibilidad de perder los pocos derechos alcanzados por el mundo trabajador, era una realidad.
La paradoja estaba instalada, defender los derechos alcanzados, no retroceder más aún, significaba hacer campaña y votar En Contra de la propuesta de la ultra derecha; o sea, por mantener la Constitución de la Dictadura con las reformas de la Concertación. Después de una larga vuelta de cuatro años, volvíamos donde mismo. Habíamos sufrido en carne propia aquello de “Hacer como que cambia todo para que no cambie nada”.
La metáfora, también está instalada. Como hacia el final de la película de Visconti, basada en la novela de Tomasi di Lampedusa, El Gatopardo, jóvenes y viejos, civiles y militares, brindan y bailan a los sones de un vals, en los majestuosos salones del poder, mientras afuera se preparan las armas que terminarán con la vida de los rebeldes que quieren cambiar lo establecido.
En fin, sabemos que la historia se repite en materias de rebeldías y represión. Lo único cierto, es que está en nosotros, los que buscamos cambiar este orden injusto, el entender que si no recuperamos la relación con el mundo popular no volveremos a tener la correlación de fuerzas para levantar alternativas que hagan sentido a las mayorías. Y esa relación parte por entender, a la vez, que no vivimos ni en los 60 ni en los 80.
Roberto Córdova
Proyecto La Comuna
Volvemos a cero, pero no estamos derrotados, sí lo estaríamos si hubiera ganado el apruebo. Tendríamos que pensar en no menos de veinte años con una nueva constitución, con la ultraderecha penando. No obstante, nos queda seguir luchando para derrotar un sistema, de más de cuarenta años, creado en dictadura y que estamos convencidos que le queda muy poco de vida. Para esto es necesario convencer a la masa, de que la derecha jamás se sentará a la mesa con ellos, y que ponerse de su parte es aceptar las migajas de sus banquetes. Es más, los que hemos tenido la suerte de escuchar al empresariado, de su propia boca: el pueblo, para ellos, solo significa «el perraje», y no están dispuestos a mejorarles la vida por ningún motivo. Los patronos saben de más que alguien tiene que «cortarles el pasto». El pueblo, para la oligaquía, no son más que las herramientas que permanecen en bodega, listas para usarse. Las oportunidades son para la casta mandante y sus hijos, y los hijos de sus hijos. Alguien dijo por ahí, las revoluciones son causas perdidas. Falso, las revoluciones han cambiado el mundo, han creado conciencia en los pueblos oprimidos, han hecho soñar en una sociedad justa, han inspirado a los poetas y artistas plásticos, han unidos a las personas, le han sacado más de una sonrisa a un niño, y lo más importante, han devuelto la igualdad de derechos a todos los pueblos. Nadie puede estar en desacuerdo con esto, a menos que le encante el papel de esclavo.