Gilbert Achcar *
Viento Sur, 18-10-2023
Traducción de Viento Sur
En los últimos días, Gaza ha personificado la división global Norte-Sur más que ningún otro conflicto de la historia contemporánea. La indecente unanimidad de los gobiernos occidentales a la hora de expresar sin reservas su apoyo incondicional al Estado israelí -en el mismo momento en que éste ya se había embarcado de forma bastante evidente en una campaña de crímenes de guerra contra el pueblo palestino de una magnitud sin precedentes en los 75 años de historia del conflicto regional- ha sido verdaderamente enfermiza. Desde el 7 de octubre, estos gobiernos se han superado mutuamente en este empeño: desde proyectar la bandera israelí en la Puerta de Brandemburgo de Berlín, el Parlamento de Londres, la Torre Eiffel de París y la Casa Blanca de Washington, hasta enviar material militar a Israel, así como desplazar refuerzos navales estadounidenses y británicos al Mediterráneo Oriental en un gesto de solidaridad con el Estado sionista, pasando por prohibir diversas formas de expresión de apoyo político a la causa palestina, cercenando así libertades políticas elementales.
Todo esto ocurre en un momento en el que el desequilibrio habitual en la información de los medios de comunicación occidentales sobre Israel/Palestina ha alcanzado su punto álgido. Como de costumbre, se ha mostrado profusamente en las pantallas a israelíes afligidos, en particular mujeres, incomparablemente más de lo que se ha mostrado nunca a personas palestinas afligidas. La Operación Inundación Al-Aqsa de Hamás provocó una avalancha de imágenes de violencia contra personas desarmadas, con especial atención a una fiesta rave similar a las que se organizan habitualmente en los países occidentales, con el fin de acentuar la «compasión narcisista… evocada mucho más por calamidades que golpean a gente como nosotros, y mucho menos por calamidades que afectan a gente distinta a nosotros». Desde que Hamás lanzó su operación, la violencia israelí, a una escala muy superior, que golpea a los civiles en Gaza ha sido mucho menos denunciada, y en ningún caso condenada. Incluso un crimen de guerra tan flagrante como el bloqueo total de agua, alimentos, combustible y electricidad infligido a una población de 2,3 millones de personas y la no menos flagrante violación del derecho humanitario consistente en ordenar a más de un millón de civiles que abandonen su ciudad o se enfrenten a la muerte bajo los escombros de sus viviendas es prácticamente condonado por destacados líderes políticos occidentales y los principales medios de comunicación occidentales.
Es como si hubieran reconstituido la Sociedad Internacional para la Supresión de las Costumbres Salvajes para la que el ficticio Kurtz de Joseph Conrad (en El corazón de las tinieblas) había escrito un informe que terminaba con la aterradora posdata: «¡Exterminad a esos bárbaros!»[1]. Efectivamente, la prescripción de Kurtz ha encontrado un equivalente en el siniestro anuncio del ministro israelí de defensa Yoav Gallant: «He ordenado el asedio total de la Franja de Gaza. No habrá electricidad, ni alimentos, ni combustible, todo estará cerrado… Estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia».
Como era de esperar, los medios de comunicación occidentales se han hecho eco de los medios israelíes al describir la operación de Hamás como el ataque más mortífero dirigido contra los judíos desde el Holocausto, continuando con el patrón habitual de nazificación de los palestinos para justificar su deshumanización y exterminio. Sin embargo, la verdad es que, por terribles que hayan sido algunos aspectos de la operación de Hamás, no constituyen un continuum de la violencia imperialista nazi desde ninguna perspectiva histórica significativa. Más bien se inscriben en dos ciclos históricos muy diferentes: el de la lucha de los palestinos contra el despojo y la opresión coloniales israelíes y el de la lucha de los pueblos del Sur Global contra el colonialismo.
La clave de la mentalidad que subyace a la acción de Hamás no se encuentra en el Mein Kampf de Adolf Hitler, sino en Los condenados de la tierra de Frantz Fanon, la interpretación más conocida de los sentimientos de los colonizados realizada por un pensador político que también era psiquiatra. Fanon reflexionó sobre las luchas de los colonizados, en particular los argelinos, contra el colonialismo francés. Los paralelismos son sorprendentes:
El colonizado que decide realizar ese programa, convertirse en su motor, está dispuesto en todo momento a la violencia. Desde su nacimiento, le resulta claro que ese mundo estrecho, sembrado de contradicciones, no puede ser impugnado sino por la violencia absoluta.
La violencia que ha presidido la constitución del mundo colonial (…) seraì reivindicada y asumida por el colonizado desde el momento en que, decidida a convertirse en la historia en acción, la masa colonizada penetre violentamente en las ciudades prohibidas. Provocar un estallido del mundo colonial seráì, en lo sucesivo, una imagen de acción muy clara, muy comprensible y capaz de ser asumida por cada uno de los individuos que constituyen el pueblo colonizado…
No hay equivalencia de resultados, sin embargo, porque los ametrallamientos por avioìn o los canÞonazos de la flota superan en horror y en importancia a las respuestas del colonizado. Ese ir y venir del terror desmistifica definitivamente a los maìs enajenados de los colonizados. Comprueban sobre el terreno, en efecto, que todos los discursos sobre la igualdad de la persona humana acumulados unos sobre otros no ocultan esa banalidad que pretende que los siete franceses muertos o heridos en el paso de Sakamody despierten la indignacioìn de las conciencias civilizadas en tanto que «no cuentan» la entrada a saco en los aduares Guergour, de la derecha Djerah, la matanza de poblaciones en masa que fueron precisamente la causa de la emboscada [2].
¿Fueron terroristas algunos de los actos cometidos por los combatientes de Hamás durante la Operación Inundación Al-Aqsa? Si por terrorismo se entiende el asesinato deliberado de personas desarmadas, lo fueron, sin duda. Pero entonces, el asesinato deliberado de miles y miles de civiles gazatíes durante los últimos diecisiete años -desde 2006, sólo unos meses después de que Israel evacuara la Franja de Gaza para controlarla desde fuera, en la creencia de que el coste sería menor que controlarla desde dentro- también es terrorismo. De hecho, el terrorismo de Estado ha causado muchas más víctimas en la historia que el terrorismo de grupos no estatales.
Asimismo, ¿fueron algunos de los actos cometidos por los combatientes de Hamás actos de barbarie? Sin duda, sí, pero no menos indudable es que formaban parte de un choque de barbaries. Permítanme citar aquí lo que escribí al respecto hace más de veinte años (Clash of barbarisms [hay traducción al castellano: El choque de las barbaries, Icaria, 2007]), tras los atentados del 11-S:
Considerados por separado, cada acto de barbarie puede juzgarse igualmente censurable desde un punto de vista moral. Ninguna ética civilizada puede justificar el asesinato deliberado de no combatientes o de niños, ya sea indiscriminado o deliberado, por parte del terror estatal o no gubernamental. …
“Sin embargo, desde el punto de vista de la equidad básica, no podemos envolvernos en una ética metafísica que rechace por igual todas las formas de barbarie. Los distintos barbarismos no tienen el mismo peso en la balanza de la justicia. Es cierto que la barbarie nunca puede ser un instrumento de legítima defensa; siempre es ilegítima por definición. Pero esto no cambia el hecho de que cuando dos barbaries se enfrentan, la más fuerte, la que actúa como opresora, sigue siendo la más culpable. Salvo en casos de irracionalidad manifiesta, la barbarie del débil es la mayoría de las veces, por lógica, una reacción a la barbarie del fuerte. De lo contrario, ¿por qué los débiles provocarían a los fuertes, a riesgo de ser ellos mismos aplastados? Esta es, por cierto, la razón por la que los fuertes tratan de ocultar su culpabilidad presentando a sus adversarios como dementes, demoníacos y bestiales.
La cuestión más importante de la concepción que tiene Hamás de la lucha contra la ocupación y la opresión israelíes no es moral, sino política y práctica. En lugar de servir a la emancipación palestina y ganar para su causa a un número cada vez mayor de israelíes, la estrategia de Hamás facilita la unidad nacionalista de los judíos israelíes y proporciona al Estado sionista pretextos para incrementar la supresión de los derechos y la existencia de las y los palestinos. La idea de que el pueblo palestino pueda lograr su emancipación nacional mediante la confrontación armada con un Estado israelí que es muy superior militarmente es irracional. El episodio más eficaz de la lucha palestina hasta la fecha fue sin armas: la Intifada de 1988 provocó una profunda crisis en la sociedad, el sistema político y las fuerzas armadas de Israel, y ganó para la causa palestina una simpatía masiva en el mundo, incluso en los países occidentales.
La última operación de Hamás, el ataque más espectacular que jamás se haya lanzado contra Israel, ha proporcionado una oportunidad para brutales represalias asesinas en un prolongado ciclo de violencia y contraviolencia. Lo que se vislumbra en el horizonte es nada menos que una segunda etapa de la Nakba -catástrofe, en árabe-, que es el nombre dado al desplazamiento forzoso de la mayor parte de la población autóctona palestina de los territorios que el recién nacido Estado israelí logró conquistar en 1948. El actual gobierno israelí, que incluye a neonazis, está dirigido por el líder del Likud y heredero, por tanto, de los grupos políticos que perpetraron la masacre más infame de palestinos en 1948: la masacre de Deir Yassin. Benjamin Netanyahu encabezó la oposición a Ariel Sharon y dimitió del gabinete israelí dirigido por este último en 2005 cuando Sharon optó por la retirada unilateral de Israel de Gaza. Poco después, Sharon abandonó el Likud, que Netanyahu lidera desde entonces.
La extrema derecha israelí liderada por el Likud ha perseguido sin descanso su objetivo de un Gran Israel que abarque todo el territorio de la Palestina bajo mandato británico entre el mar Mediterráneo y el río Jordán, incluidas Cisjordania y Gaza. Sólo unos días antes de la operación de Hamás, Netanyahu, durante su discurso en la Asamblea General de la ONU, blandió un mapa del Gran Israel, una señal deliberada que no pasó desapercibida. Por eso, la orden dada a la población del norte de Gaza de desplazarse hacia el sur es mucho más que la habitual excusa hipócrita para la destrucción deliberada de zonas pobladas por civiles, mientras se echa la culpa a Hamás acusándola de parapetarse tras la población civil (una acusación absurda, por cierto: ¿cómo podría existir Hamás en el desierto, fuera de las concentraciones urbanas, sin ser aniquilada por los muy superiores medios de guerra a distancia israelíes?)
Con toda probabilidad, con el pretexto de erradicar a Hamás, lo que estamos presenciando es el preludio de una segunda ronda de desplazamiento de los gazatíes hacia el Sinaí egipcio, con la intención de cometer el segundo gran acto de conquista territorial combinado con limpieza étnica desde la Nakba. Las y los palestinos recordaron inmediatamente el éxodo de 1948, cuando huían de la guerra sólo para que se les impidiera regresar a sus ciudades y pueblos. Han comprendido que ahora se enfrentan en Gaza a un segundo caso de desplazamiento forzoso que preludia una mayor desposesión y la colonización de colonos. Esta segunda etapa de la Nakba será mucho más sangrienta que la primera: El número de palestinos asesinados hasta el momento de escribir estas líneas se acerca ya al de los asesinados en 1948, y esto no es más que el principio de la embestida israelí. Sólo una movilización popular masiva en Estados Unidos y Europa para conseguir que los gobiernos occidentales presionen a Israel para que se detenga antes de que cumpla sus siniestros objetivos bélicos podría evitar este espantoso desenlace. Esto es extremadamente urgente. Que nadie se equivoque: la catástrofe inminente no se contendrá en Oriente Próximo, sino que se extenderá sin duda a los países occidentales, como viene sucediendo desde hace varias décadas, a una escala aún más trágica.
* Gilbert Achcar, de origen libanés, es profesor de estudios sobre el desarrollo y relaciones internacionales en SOAS, Universidad de Londres. Es autor de numerosos libros, entre ellos Los árabes y el Holocausto: La guerra árabe-israelí de narrativas (2010) y El pueblo quiere: Una exploración radical del levantamiento árabe (2013, 2022). Su último libro es The New Cold War. The United States, Russia and China from Kosovo to Ukraine [La nueva guerra fría: Estados Unidos, Rusia y China, de Kosovo a Ucrania] (2023).
Notas
[1] Conrad, Joseph, El corazón de las tinieblas, p. 93
[2] Fanon, Franz, Los condenados de la tierra.