Arturo Alejandro Muñoz
Aseguran los expertos que la Historia es irrepetible, referido ello a los hechos que la componen. Sin duda, el aserto tiene lógica, pues nunca un hecho histórico se repetirá con exacta similitud ya que las causas y entornos son diferentes.
Sin embargo, la ocurrencia de eventos a lo largo del profuso desarrollo experimentado por la humanidad ha tenido, en más de una ocasión, sucesos que, sin ser idénticos a otros habidos en tiempos pasados, pueden ser reconocidos debido a similitudes observables en lo esencial, en el grueso o quid de la maraña histórica.
¿Cuántos choques de civilizaciones ha tenido la Humanidad? ¿Y cuántas colisiones ideológicas transformadas en guerras sin cuartel? Caldeos, babilonios, sumerios, egipcios, cretenses, fenicios, griegos, cartagineses, romanos, mongoles, chinos… y el listado continúa avanzando hasta llegar a los siglos diecinueve y veinte donde el mundo se dividió en dos grandes bloques -capitalismo y socialismo- que no luchaban sólo para imponer sus términos ideológica y políticamente, sino también para transformarse en una especie de nueva civilización.
No resulta sorprendente, entonces, afirmar que una vez derribados los muros ideológicos, a finales de la década de 1980, el capitalismo ha logrado transitar desde su esencia de sistema económico a una especie de civilización… o al menos parece estar cerca de conseguirlo.
Eso de ’choques de civilizaciones’ no es una patraña. Ha ocurrido. Civilizaciones como la azteca, maya, inca, hubieron de arriar sus banderas ante la arremetida violenta de invasores dispuestos a masacrar pueblos enteros, y que mostraban clara intención de arrebatarles sus territorios y su cultura mediante la espada y la cruz, representando a la civilización judeo-cristiana occidental. Los resultados los conocemos… somos nosotros.
En medio de todo lo que hemos expuesto, hubo un intento de cambio de rumbo en la civilización judeo-cristina; se trató del nazismo, el cual buscaba la hegemonía de una raza por sobre las demás. En ese trance –sanguinario, infrahumano- se enfrentó violentamente a dos sistemas, capitalismo y socialismo, los que también sentían necesario confrontarse entre sí para determinar cuál de ellos, finalmente, quedaría a cargo del proceso evolutivo de una muy específica y predominante civilización en el planeta.
El capitalismo, sistema que había nacido en Europa y que comenzó a consolidarse en Inglaterra durante la revolución industrial, se alzó a la postre como el único triunfador en esas contiendas que hoy saben a añejo para algunas personas, pero con aroma de pasión bursátil, según otras.
Para el conjunto de la sociedad planetaria nunca ha tenido buen término un gobierno, o un sistema o una civilización, que la haya sido regida por una misma mano durante décadas o, más claro aún, durante siglos, imponiéndole reglas, normas y valores estandarizados que muchas veces no se condijeron con las tradiciones locales, ni tampoco satisficieron las necesidades de las mayorías.
Que la derecha retome el gobierno en muchos países de occidente no debería ser motivo de aprensiones ni temores, pero lo es, y justificadamente. Sin contrapeso efectivo, la derecha avanza a matacaballo en Occidente arrasando todo lo que huela a modernizaciones de la democracia y síntomas de igualdad social.
En esa arremetida descuajeringa también los avances logrados por el mundo femenino en estas últimas décadas a través de luchas, propuestas y sinsabores, ya que el fenómeno –global, como dijimos- es una marea de nacionalismos pringosos que ataca al corazón mismo de la democracia: las mujeres y los trabajadores.
Aquello que escribí en un artículo anterior en 2018 lo sostengo hoy: <<la posición nacionalista y neo nazi es ideológica; por ello no tiene mayores inconvenientes en ceder ante sus adversarios internos (RN, Evópolis) algunos puntos relativos a la economía, pocos, pero lo hace. El objetivo de José Antonio Kast y sus “freikorps” va más allá. Desea instalar un sistema aberrante que mezcla religión, conservadurismo medieval, estado policial militarizado y diferenciación clara de clases, razas, etnias y nacionalidades, en un crisol que amalgama el poder en una sola mano. Tratarán de hacerlo “democráticamente” por la vía electoral, y si consiguen mayoría, lo que viene después es también asunto conocido, aún si en Chile no hay Reichstag>>.
Hoy, qué duda cabe, el neoliberalismo económico gobierna sin contrapeso a la mayoría de las naciones de América Latina, donde pareciera que el disenso es permitido únicamente en las redes sociales, ya que todos los medios de comunicación de masas (prensa escrita y TV abierta) se encuentran en manos de representantes y miembros de ese sistema económico. Este sistema simula ser infranqueable e invencible, pero bien sabemos que los imperios caen derrotados finalmente por sus contradicciones internas, más que por ataques de enemigos externos.
Definitivamente, que el neoliberalismo -hoy sistema- no se convierta en ‘civilización’, es la lucha que nos toca y nos convoca.