La obra de Charles Darwin revolucionó nuestra comprensión de la naturaleza y tuvo un gran impacto en otros pensadores de su época, como Friedrich Engels y Karl Marx.
Ian Agus *
Jacobin, 20-8-2022
Solo se imprimieron 1250 ejemplares de la primera edición de El origen de las especies, y todos se vendieron en un día. Uno de los que obtuvo un ejemplar fue Friedrich Engels, que entonces vivía en Manchester. Tres semanas más tarde, escribió a Karl Marx:
Darwin, por cierto, a quien estoy leyendo ahora, es absolutamente espléndido. Había un aspecto de la teleología que todavía tenía que ser demolido, y eso ya se ha hecho. Nunca antes se había hecho un intento tan grandioso de demostrar la evolución histórica en la Naturaleza, y ciertamente nunca con tan buenos resultados.
Cuando Marx leyó El origen, un año más tarde, quedó igual de entusiasmado. En 1862, Marx se empeñó en asistir a las conferencias públicas sobre la evolución impartidas por Thomas Huxley, partidario de Darwin, y animó a sus socios políticos a unirse a él. Wilhelm Liebknecht, un amigo y camarada que visitaba a menudo a la familia Marx en Londres, recordó más tarde: «cuando Darwin sacó las conclusiones de su trabajo de investigación y las puso en conocimiento del público, durante meses no hablamos de otra cosa que de Darwin y de la enorme importancia de sus descubrimientos científicos».
Aunque Marx y Engels criticaron varios aspectos de su «torpe estilo inglés de argumentación», conservaron la más alta estima por la obra científica de Darwin durante el resto de sus vidas. En su propia obra maestra, Marx describió El origen de las especies como una «obra que hace época».
Algunos argumentan hoy que no hay una conexión real entre el darwinismo y el marxismo, pero cualquiera que estudie seriamente las obras de Marx, Engels y Darwin comprenderá —aunque no esté de acuerdo— que Marx fue honesto y excepcionalmente perspicaz cuando escribió que El origen de las especies «contiene la base de la historia natural para nuestro punto de vista».
Para comprender lo que quería decir Marx tenemos que conocer lo que escribió Darwin y las razones por las que sus puntos de vista marcaron una ruptura radical con las ideas dominantes de su época.
Un revolucionario improbable
Charles Robert Darwin fue un revolucionario improbable. Su padre era un destacado médico y un rico inversor, y su abuelo, Josiah Wedgwood, fundador de una de las mayores empresas manufactureras de Europa. Podría haber llevado una vida de ocio, pero en lugar de ello dedicó su tiempo a la ciencia.
En 1825 su padre le envió a la Universidad de Edimburgo para que estudiara medicina, pero a Charles le interesaba mucho más estudiar la naturaleza. Al cabo de dos años abandonó los estudios y se matriculó en Cambridge para convertirse en sacerdote anglicano, una profesión respetable que le permitiría tener tiempo libre para coleccionar escarabajos, disecar pájaros o buscar fósiles.
Tras su graduación en 1831, un profesor le llevó a una expedición de geología de tres semanas en el norte de Gales, y luego su profesor de botánica le recomendó al capitán Robert Fitzroy de la Marina Real que buscaba un caballero naturalista para que viajara con él en un viaje de reconocimiento a Sudamérica y al Pacífico Sur.
Y así comenzó. El 27 de diciembre de 1831, Charles Darwin, de veintidós años, se embarcó en el HMS Beagle para realizar un viaje en el que llevó a cabo extensos y detallados estudios geológicos, escribió miles de páginas de observaciones científicas y recogió más de 1500 especímenes de vida viva y fósil.
Herejía
Cuando salió de Inglaterra, Darwin parece haber sido un cristiano convencional que estaba de acuerdo con «la gran mayoría de los naturalistas [que] creían que las especies eran producciones inmutables y que habían sido creadas por separado». Los fundamentalistas bíblicos y los deístas estaban de acuerdo en que las especies estaban fijadas por la ley divina: los perros pueden variar de aspecto, pero no se convierten en cerdos ni dan a luz a gatos.
Pero tras cinco años de investigación científica en el Beagle y dos más de estudio en casa, Darwin llegó a una conclusión herética: las especies no eran inmutables. Todos los animales descendían de ancestros comunes; las diferentes especies eran el resultado de cambios graduales a lo largo de millones de años, y Dios no tenía nada que ver.
Hoy es difícil apreciar lo chocante que sería esta idea en aquella época. Quienes cuestionaban la palabra de Dios eran percibidos como un peligro para el frágil orden social.
Sin embargo, en la década de 1830, la gente culta, incluido Darwin, sabía que la historia de la creación del Génesis no era literalmente cierta. La expansión del capitalismo en la década de 1700 había provocado el auge de la minería y la construcción de canales, lo que dejó al descubierto capas geológicas y fósiles que demostraban que la Tierra tenía millones de años de antigüedad, y no los seis mil años permitidos por la cronología bíblica.
El registro fósil también demostró que animales desconocidos en la actualidad fueron comunes en el pasado, mientras que los animales modernos habían aparecido hacía relativamente poco tiempo, lo que contradecía la afirmación de que Dios creó todas las especies a la vez. La exploración mundial y el descubrimiento de más variedades de vida vegetal y animal de las que ningún europeo había imaginado jamás, muchas más de las que podrían haber vivido en el Edén o encontrado espacio en el arca de Noé.
Los científicos coincidieron en que solo había dos explicaciones posibles para las pruebas que se acumulaban. El influyente profesor de Cambridge William Whewell resumió las opciones:
O bien debemos aceptar la doctrina de la transmutación de las especies, y suponer que las especies organizadas de una época geológica se transmutaron en las de otra por alguna agencia prolongada de causas naturales; o bien, debemos creer en muchos actos sucesivos de creación y extinción de especies, fuera del curso común de la naturaleza; actos que, por lo tanto, podemos llamar propiamente milagrosos.
Whewell, como cualquier otro científico respetable de la época, no tenía ninguna duda sobre la respuesta: los animales y las plantas pueden variar en respuesta a las circunstancias externas, pero «el límite extremo de la variación puede alcanzarse normalmente en un breve período de tiempo: en resumen, las especies tienen una existencia real en la naturaleza, y no existe una transición de una a otra».
Si las especies no pudieran cambiar con el tiempo, solo los milagros podrían explicar el registro fósil. Pero, ¿cómo lo hizo Dios? ¿Cómo fue el proceso de la creación divina en la Tierra? El astrónomo John Herschell escribió que «la sustitución de las especies extinguidas por otras» era el «misterio de los misterios».
La evolución antes de Darwin
El hecho de que la clase dirigente científica creyera necesario negar la «transmutación de las especies» demuestra que no todo el mundo estaba de acuerdo en que las especies no podían cambiar. Pero antes de Darwin, solo dos autores propusieron teorías elaboradas sobre el cambio de las especies en el tiempo: Jean-Baptiste Lamarck y Robert Chambers.
A diferencia de Darwin, Lamarck no propuso la descendencia común, sino un modelo complejo en el que cada tipo de organismo pasaba por un proceso evolutivo independiente. La naturaleza crea constante y espontáneamente nuevas líneas evolutivas, empezando por animales unicelulares, que tienen un impulso innato para volverse más complejos, o perfectos, con el tiempo. Al final, si el ascenso no se interrumpe, alcanzan la cima de la perfección como seres humanos.
Pero la escalada se interrumpe a menudo por cambios ambientales a los que el animal debe responder. Las jirafas desarrollan cuellos largos al estirarse para alcanzar las hojas altas, mientras que los peces que viven en cuevas se vuelven ciegos porque no usan sus ojos, y esos cambios son heredados por su descendencia.
Más influyente en la opinión pública inglesa fue Vestigios de la historia natural de la creación, publicado anónimamente en 1844 por Robert Chambers. Atribuía toda la historia del universo a una «ley de desarrollo» ordenada por Dios que produjo estrellas, planetas y, finalmente, la vida. Después de que la primera vida surgiera espontáneamente en la Tierra, los animales y las plantas ascendieron por la escalera de la existencia. «La Providencia quiso que una especie diera a luz a otra, hasta que la segunda más alta dio a luz al hombre, que es la más alta».
Chambers quiso decir «dio a luz» literalmente. Basándose en la teoría de que los embriones pasan por etapas similares a las de los adultos de los animales más primitivos, llegó a la conclusión de que cuando llegaba el momento de una nueva especie, las hembras alargaban sus períodos de gestación para que su descendencia surgiera como la siguiente especie en la escala. Condenado universalmente por el establishment científico de la época, y casi olvidado hoy en día, Vestigios fue, sin embargo, un bestseller sensacional.
Esencialismo y teleología
La mayoría de los científicos profesionales, así como muchos aficionados y personas ajenas a la ciencia, ofrecieron sus opiniones sobre cómo se podía explicar o desterrar la aparente extinción y creación de especies. Aunque las explicaciones variaban, todas se basaban en una ideología común, los conceptos gemelos de esencialismo y teleología.
El esencialismo se basa en la primera ley de la lógica formal: que una cosa siempre es igual a sí misma, que A siempre es igual a A. Es una suposición útil, incluso necesaria para muchos propósitos, pero ignora la realidad del cambio: que con el tiempo todas las cosas decaen, o se transforman, o se combinan, de modo que A se convierte en algo que ya no es A. En la ciencia natural del siglo XIX, los pensadores esencialistas suponían que una especie era un tipo constante e inmutable, y que las variaciones observadas en la naturaleza eran accidentales y transitorias.
La teleología es la creencia de que todas las cosas están diseñadas o dirigidas inherentemente hacia un resultado final. Los pájaros recibieron alas para poder volar, las jirafas tuvieron cuellos largos para poder alcanzar las hojas altas, y la Tierra fue creada como un lugar para que la gente viviera. Los principales filósofos y científicos creían que la tierra y todo lo que hay en ella fue diseñado por Dios para lograr sus fines divinos.
La selección natural
En El origen, Darwin argumentó que tres factores se combinan para crear nuevas especies. 1) Presión de la población: todos los organismos tienden a tener más descendencia de la que puede sobrevivir en el entorno local. Muchos individuos no sobreviven o no son capaces de reproducirse. 2) Variaciones y heredabilidad: hay muchas variaciones entre los miembros de una población determinada: no hay dos individuos exactamente iguales. La mayoría de estas variaciones son heredables, es decir, se transmiten a la descendencia de los individuos en cuestión. Aunque la mayoría de estas variaciones son insignificantes (el color de los ojos, por ejemplo), algunas aumentan o disminuyen las posibilidades del individuo de sobrevivir y reproducirse. 3) La selección natural: los individuos con variaciones favorables tienden a tener más descendencia que la media; los que tienen variaciones desfavorables tienden a tener menos. En consecuencia, durante largos periodos de tiempo, las variaciones desfavorables tenderán a disminuir su frecuencia, mientras que las favorables se harán más comunes.
Darwin no solo especulaba. Su «teoría de la descendencia con modificación a través de la selección natural» fue desarrollada y luego puesta a punto en años de cuidadoso estudio y experimentación. En su casa de Kent diseccionó todo tipo de animales, crio palomas para aprender sobre la variación y la herencia, y experimentó con la germinación de las plantas y la dispersión de las semillas. Sobre todo, buscó y aprendió de personas con conocimientos prácticos: guardianes de caza, entusiastas de las palomas, criadores de ovejas y ganado, jardineros y directores de zoológicos. Estos métodos materialistas le llevaron a una teoría totalmente materialista en una época en la que el materialismo se consideraba subversivo y políticamente peligroso.
Entre 1838 y 1848, Inglaterra se vio arrastrada por una ola sin precedentes de acciones de masas, protestas políticas y huelgas. Las ideas radicales estaban infectando a la clase trabajadora, lo que llevó a muchos a esperar (o temer) un cambio revolucionario.
En lugar de arriesgarse a ser identificado con los radicales y tal vez condenado al ostracismo por sus colegas científicos, Darwin escribió en 1844 un relato de 270 páginas sobre su teoría, adjuntando una carta en la que pedía a su esposa que lo publicara si él moría, y no se lo dijo a nadie más. Solo a mediados de la década de 1850, cuando su reputación científica estaba asegurada y las turbulencias sociales de la década de 1840 habían pasado claramente, volvió al tema por el que ahora es más famoso. En noviembre de 1859 se publicó El origen de las especies por medio de la selección natural, o conservación de las razas en su lucha por la existencia.
La vuelta a la ciencia en el sentido correcto
Marx escribió que en los escritos de Hegel, la dialéctica «está de cabeza», por lo que había que darle la vuelta para descubrir «el núcleo racional dentro de la cáscara mística». Eso es lo que hicieron Marx y Engels en el proceso de elaboración de la base fundamental de sus puntos de vista, el materialismo histórico. Y eso es lo que hizo Darwin en El origen de las especies.
Derribó el esencialismo. «Considero el término “especie” como dado arbitrariamente, por conveniencia, a un conjunto de individuos muy parecidos entre sí». Una especie no es una cosa, y el cambio no implica la transformación o sustitución de esa cosa: una especie es una población de individuos reales y concretos. Las variaciones no son excepciones ni desviaciones de la esencia de la especie: la variación es la realidad concreta de la naturaleza.
Y anuló la teleología. «Lejos de imaginar que los gatos existen para cazar bien a los ratones», escribió Thomas Huxley, estrecho colaborador de Darwin, «el darwinismo supone que los gatos existen porque cazan bien a los ratones; la caza no es el objetivo, sino la condición de su existencia». Cuando Darwin murió, en 1882, la evolución era aceptada por la gran mayoría de los científicos.
Evolución y marxismo
En 1844, mientras Darwin escribía en secreto su primer informe completo sobre la selección natural, Karl Marx estaba en París desarrollando su crítica al pensamiento político y filosófico contemporáneo. En sus cuadernos escribió: «La propia historia es una parte real de la historia natural y del desarrollo de la naturaleza en el hombre. La ciencia natural, con el tiempo, incorporará en sí misma la ciencia del hombre, así como la ciencia del hombre incorporará en sí misma la ciencia natural: habrá una sola ciencia».
Un año después, Marx y Engels escribieron La ideología alemana, la primera declaración madura de lo que se conoció como materialismo histórico. Inicialmente incluyeron este pasaje (posteriormente suprimido), que es similar a la declaración de 1844, pero más completo:
Solo conocemos una única ciencia, la ciencia de la historia. Se puede considerar la historia desde dos lados y dividirla en historia de la naturaleza e historia de los hombres. Sin embargo, ambos lados son inseparables; la historia de la naturaleza y la historia de los hombres dependen la una de la otra mientras existan los hombres.
Estos pasajes muestran por qué Marx y Engels estaban tan entusiasmados con la obra de Darwin. Quince años antes de El origen, confiaban en que la naturaleza podía explicarse utilizando los mismos principios históricos y materialistas que subyacían en su análisis de las sociedades humanas. Al proporcionar una confirmación exhaustiva y poderosamente argumentada de ese supuesto, el libro de Darwin completó el materialismo histórico.
Naturaleza y sociedad
Sin embargo, Engels también fue mordaz en su rechazo a los intentos de aplicar las leyes biológicas a la sociedad humana. En una carta al socialista ruso Pyotr Lavrov en 1875, señaló que los «darwinianos burgueses» —refiriéndose a una corriente política en Alemania que pretendía aplicar los puntos de vista de Darwin— primero afirmaban que el concepto político de «supervivencia del más apto» se aplicaba a la naturaleza, y luego invertían el proceso:
La teoría darwiniana de la lucha por la existencia se reduce a una extrapolación de la sociedad a la naturaleza animada de la teoría de Hobbes del bellum omnium contra omnes [guerra de todos contra todos] y de la teoría económico-burguesa de la competencia junto con la teoría maltusiana de la población. Una vez realizada esta hazaña (…) estas personas proceden a reextrapolar las mismas teorías de la naturaleza orgánica a la historia, y luego pretenden haber demostrado su validez como leyes eternas de la sociedad humana. La puerilidad de este procedimiento es evidente, y no hay necesidad de gastar palabras en ello.
Estos darwinianos políticos, concluyó Engels, pueden ser descritos «en primer lugar como malos economistas y en segundo lugar como malos naturalistas y filósofos». En 1845, en La ideología alemana, Marx y Engels habían argumentado que la capacidad de producir las necesidades vitales distingue a los humanos de otros animales, un argumento que Engels repitió y amplió en su libro inacabado «Dialéctica de la Naturaleza»:
Aceptemos por un momento la frase «lucha por la existencia», por el bien del argumento. Lo máximo que puede conseguir el animal es recolectar; el hombre produce, prepara los medios de subsistencia, en el sentido más amplio de las palabras, que sin él la naturaleza no habría producido. Esto hace imposible cualquier transferencia sin reservas de las leyes de la vida en las sociedades animales a la sociedad humana.
Engels estaba reafirmando un elemento fundamental de la visión marxista de la naturaleza: que las diferentes formas y complejidades de la materia implican diferentes leyes científicas. Las leyes que rigen los movimientos de los átomos y las moléculas no son las mismas que las leyes que rigen los movimientos de las bolas de billar; los seres humanos somos objetos físicos y biológicos, sujetos a las mismas leyes físicas y biológicas que los demás animales, pero también somos seres sociales que producimos nuestros medios de existencia, por lo que nuestras vidas y nuestra historia no pueden explicarse plenamente por la física y la biología.
Como escribió Engels, «la concepción de la historia como una serie de luchas de clases es ya mucho más rica en contenido y más profunda que la mera reducción a fases débilmente diferenciadas de la lucha por la existencia».
El logro de Darwin
Aparte de su oposición de toda la vida a la esclavitud y de su participación en los asuntos de la pequeña ciudad en la que vivía, Darwin parece haber tenido poco interés en la actividad o la teoría política. Sin embargo, como escribió el biólogo evolucionista Ernst Mayr, «en sus trabajos científicos demolió sistemáticamente uno tras otro los conceptos filosóficos básicos de su época y los sustituyó por conceptos nuevos y revolucionarios».
Al hacerlo, Darwin contribuyó involuntariamente a las teorías sociales más revolucionarias jamás desarrolladas, las ideas que hoy conocemos como marxismo, y las fortaleció. Es posible, como señala Paul Heyer, ser darwinista en biología y rechazar el marxismo, pero no es posible ser un marxista consecuente y rechazar a Darwin.
La razón es básica. En el centro de la visión de Marx está la suposición de que la naturaleza y la historia encajan para formar una totalidad. Dado que el hombre surgió de la naturaleza y sigue dependiendo de ella y transformándola, la historia como ciencia seguirá siendo incompleta hasta que se comprenda plenamente este fundamento. Y nadie ha contribuido más a esta comprensión que Darwin.
La idea de que la naturaleza tiene una historia, de que las especies surgen, cambian y desaparecen a través de procesos naturales, es tan revolucionaria, y tan importante para el pensamiento socialista como la idea de que el capitalismo no es eterno, sino que surgió en un momento determinado y un día desaparecerá de la Tierra.
* Ian Agus, editor de «Climate and Capitalism» y miembro fundador de Global Ecosocialist Network. El texto anterior es traducción de una versión abreviada de «A Redder Shade of Green: Intersections of Science and Socialism» de Ian Angus (Monthly Review Press, 2017), publicada en Tribune.