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Fútbol y clase obrera: la ideología no se mancha

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Jacobin

EMILIANO GULLO

Las hinchadas del Rayo Vallecano en España, del St. Pauli en Alemania, del Demirspor en Turquía y del Livorno en Italia militan las mismas ideas y tienen un horizonte común: derribar el capitalismo.

eptiembre de 2009, Turquía. Un estadio de fútbol ilumina la noche de verano de la ciudad de Adana, al sur del país y a 270 km de Alepo, Siria. Bengalas rojas atraviesan el cielo. Antorchas de fuego también rojo corren veloces por las tribunas. Los hinchas del Adana Demirspor se apelmazan para ganar un lugar. Son unos veinte mil. El humo apenas deja ver cómo las banderas entran y salen de la claridad: el Che Guevara, la hoz y el martillo, Palestina, Cuba. Suenan tambores. Gritos de guerra. Los jugadores del AS Livorno de Italia comienzan a trotar sobre el césped. Está por arrancar. Son pocos los visitantes que llegaron desde la ciudad puerto de la Toscana y ya están mezclados con los locales. Ahora los cantos de guerra desembocan en uno solo. Se escucha, estridente:

Una mattina mi son’ svegliato
O bella ciao, bella ciao, bella ciao, ciao, ciao
Una mattina mi son’ svegliato
E ho trovato l’invasor

La canción va a sonar todo el partido, que va a terminar cero a cero y va a ser la excusa para una fiesta internacionalista. Porque podría ser un partido de la Champions League, uno de los torneos internacionales que mueve más plata en el mundo. Podría ser un partido de la Copa UEFA, el segundo torneo de Europa. Podría ser simplemente un partido de fútbol entre un equipo de la tercera división turca y un equipo de la Serie A del calcio italiano. Pero hoy, en esta ciudad, el amistoso es entre dos equipos vinculados a partidos y tradiciones de izquierda. Como el Rayo Vallecano en España o el St. Pauli en Alemania, las hinchadas del Demirspor y del Livorno militan las mismas ideas con un horizonte en común: derribar al capitalismo.

La historia de ese partido comenzó mucho antes. También por un partido, pero el 21 de enero de 1921, en la sala del Teatro Goldoni de Livorno, noroeste italiano. Ahí, sobre la costa del mar Tirreno, el Partido Socialista Italiano se había reunido para realizar su XVIIo Congreso. Habían pasado cuatro años de la Revolución rusa. El tema hervía. Después de horas de discusiones, finalmente Antonio Gramsci y Amadeo Bordiga decidieron romper con el PS y formar el Partido Comunista Italiano. 

El PCI se unía a la Internacional Comunista y comenzaba a expandirse por todo el país. Luego llegaron las prohibiciones y las persecuciones de Benito Mussolini hasta que, a principios de los años 90, se extinguió en las arenas de la socialdemocracia. Aquel partido nacido en Livorno, que pretendía una sociedad en manos de los trabajadores, solidaria y alejada de los coqueteos del mercado y las distracciones de la industria cultural, dejaba huérfanos a los revolucionarios italianos. El único refugio para esas ideas permanecía muy cerca del Teatro Goldoni de Gramsci y Bordiga. Sobre las tribunas del Estadio del AS Livorno todavía combustionaban las ideas revolucionarias del antiguo PCI.

Fundado en 1915, el equipo del puerto toscano —y sobre todo su hinchada— tomó rápidamente afinidad con el comunismo italiano y desde ahí comenzó a traccionar los posicionamientos más progresistas dentro de un fútbol cada vez más aprisionado en las lógicas del marketing y de los negocios. Por eso, a casi cien años de su nacimiento, en ese encuentro amistoso frente al Demirspor de Turquía, la consigna en gradas locales y visitantes decía: «Contra el fútbol moderno». 

A diferencia del Livorno, el Demirspor no estuvo empujado por la fundación de un partido o por la iniciativa de algunos dirigentes. El Adana Demirspor fue fundado por obreros metalúrgicos. Si el Livorno fue la dirigencia, el Demirspor fue la clase. En sus tribunas se repiten las mismas banderas que en las de Livorno y aún hoy, con el club en primera división y con figuras como Mario Ballotelli, se pueden encontrar en las redes sociales del club dibujos del Che y de Lenin con la camiseta azul y negra.

Esa noche de septiembre las tribunas ardían de negro y azul, pero sobre todo de rojo. La efervescencia internacionalista conmocionó a los jugadores de ambos equipos. A uno en especial; al mejor de los italianos. Su figura, el delantero y goleador Cristiano Lucarelli, ya había mostrado al público de qué lado estaba. En 1997 lo citaron de la selección italiana sub-20 para jugar un partido contra Moldavia. Hasta ese momento, era apenas una promesa y no había trascendido que su padre era militante del PC y trabajador del puerto de Livorno. Ese día Lucarelli hizo un gol que le costó el ostracismo en la selección por más de 10 años. En rigor de verdad, un festejo. Acomodó la pelota sobre el palo izquierdo del arquero moldavo, saltó los carteles y fue corriendo a las tribunas para celebrarlo con la gente. En el camino se sacó la camiseta azul para mostrar que debajo tenía una blanca estampada con la cara del Che Guevara. Los hinchas italianos lo festejaron más que al momento del gol. La euforia de la gente pegó un cimbronazo en la cancha. ¿Los italianos eran masivamente comunistas? No. El partido se jugaba en el estadio del Livorno. En una entrevista de febrero de 2021, Lucarelli —ya retirado del fútbol— dijo sobre el famoso festejo con la cara del Che: «Yo pagué por lo del Che Guevara, pero siempre seré comunista».

Ya con su máximo referente afuera de las canchas, los hinchas del Livorno seguían militando los símbolos de la revolución y los distintos procesos de liberación en América Latina y en Medio Oriente. Así aparecieron banderas que decían «Hasta siempre, Fidel» cuando murió el comandante cubano o lo mismo cuando murió Hugo Chávez. Banderas que apoyan a Palestina, a los inmigrantes, a los independentistas del Kurdistán; a los que peor la pasan.

Hasta que les llegó a ellos, a los hinchas, al club. Empujando por una catarata de malas administraciones y pésimos resultados, el Livorno fue perforando las categorías del descenso. Una caída libre que los dejó en la Serie D, la última categoría profesional del fútbol italiano. Las deudas se hicieron imposibles. Los jugadores buscaron equipos con mejores horizontes. La dirigencia no logró pagar los costos administrativos para participar de la D y el club quedó en la quiebra e imposibilitado para competir. Ahora, con nuevos dueños, en la temporada 2021-2022 participará de la Eccellenza Toscana, una liga regional. El club tendrá nuevo nombre, Unione Sportiva Livorno. Los hinchas seguirán cantando la misma canción cuando vean salir a su equipo: 

Avanti popolo, bandiera rossa
Alla riscossa, alla riscossa
Avanti popolo, bandiera rossa
Alla riscossa, trionferà
Bandiera rossa la trionferà
Bandiera rossa la trionferà
Bandiera rossa la trionferà
Evviva il comunismo e la libertà

En el barrio de Vallecas, la libertad y las ideas tampoco se negocian y los bukaneros —la barrabrava del Rayo Vallecano— lo expresan todos los partidos y, a veces, en los entrenamientos. Así lo sintió el jugador ucraniano Roman Zozulya cuando, en 2017, tuvo la participación más efímera en la historia del club. Se habían enterado de que la flamante incorporación se había sacado fotos con una bandera roja y negra y una cara: Stepán Bandera, el colaboracionista nazi de Ucrania más conocido de la Segunda Guerra Mundial. Enseguida encontraron otras fotos: con armas, rodeado de paramilitares, posando con más nazis. El ucraniano se encontró con una bandera el primer día de entrenamiento: «Vallecas no es lugar para Nazis. Presa, para ti tampoco. ¡Vete ya!», en referencia a Martín Presa, el empresario dueño del club, vinculado al Opus Dei. La movilización de los hinchas fue tan grande que Presa tuvo que dar marcha atrás y anular el pase del jugador. Los ultras exhibieron su victoria en las gradas con una bandera que marcaba un camino: «Evitar que un nazi vista La Franja».

El club quedó a salvo de nazis. Al menos momentáneamente. Mientras tanto, los bukaneros siguen sosteniendo políticas de asistencia a desahuciados del barrio, organizan eventos para recaudar fondos y exponen un apoyo constante a las comunidades de inmigrantes. Suelen desplegar banderas contra un único oponente. Porque el clásico del Rayo Vallecano no es el Atlético de Madrid ni el Real Madrid. En Vallecas, el clásico es contra el capital. En la agenda política también intervino Medio Oriente. En esa ocasión, la leyenda sostenida por la gente—escrita en letras rojas y gigantes—, decía: «Luchar es nuestro destino. Con la rabia de un niño palestino. Stop genocidio de Israel».

En las gradas del Rayo puede haber muchas banderas, muchas consignas, algunas antifascistas, otras en contra del racismo, otras a favor de la solidaridad. Algunas también se materializaron en la acción. En medio de la crisis económica y los desalojos compulsivos de 2014, el estadio de Vallecas levantó una bandera con nombre propio y un hashtag, #CarmenSeQueda. Se trataba de una mujer de 85 años a la que habían echado de su casa por no poder pagar la hipoteca. La peña rayista se movilizó y el técnico de ese momento, Paco Jiménez, organizó una conferencia de prensa para anunciar que él y los jugadores ayudarían económicamente a Carmen y le pagarían de por vida el alquiler de una nueva casa. Carmen se quedó en Vallecas.

Aunque los bukaneros nacieron en 1992, la tradición del Rayo y el movimiento obrero español es mucho más antigua. Con la irrupción de la Segunda República Española, en 1931, los socialistas armaron una liga obrera de fútbol, independiente de la oficial. Hasta el inicio de la Guerra Civil en 1936, la Federación Cultural Obrera Deportiva (FCOD) agrupó y organizó un campeonato de fútbol de 24 equipos. Uno de ellos era el Rayo Vallecano que, todavía en esos años, representaba un municipio independiente de Madrid.

En esa misma época, del otro lado de los Alpes suizos, a dos mil kilómetros de Vallecas, un equipo alemán naufragaba en las ligas de fútbol organizadas por el nacionalsocialismo. Creado por estibadores y trabajadores del puerto de Hamburgo en 1915 y siempre al margen de las grandes competiciones, el St. Pauli se hizo conocido en el mundo a principios de este siglo por ser un club, un equipo y una hinchada de izquierda. Pero su identidad se forjó durante los años 80. En Alemania, los punks avanzaban fuerte como tribus urbanas y como grupos de resistencia a la oleada liberal en Europa. Mientras las tribunas de los demás equipos eran invadidas por hooligans y grupos nacionalistas, el Millenrtor recibía a bandas de punks, antifascistas y anarquistas. 

Las calles de Sankt Pauli ardían. Grupos de jóvenes se organizaban para tomar casas vacías. Muchas veces en protesta contra las especulaciones y grandes negociados inmobiliarios en Hamburgo. Muchas veces como modo de vida, como resistencia al capitalismo. En este barrio al sur de Hamburgo se estaba gestando la contracultura más fuerte de Alemania. Estaba naciendo el movimiento okupa y las gradas del St. Pauli, el equipo del barrio, se convirtieron definitivamente en un espacio de resistencia. No solo las gradas. Muchos okupas jugaron en el club y hasta hubo jugadores que habían participado de brigadas internacionalistas en la Nicaragua sandinista. Es el club más punk en esta liga de equipos de izquierda y lo demuestra con una calavera como símbolo, inspirada en un famoso pirata de Hamburgo: Klaus Störtebeker, una suerte de Robin Hood del Mar Báltico.

A diferencia del Rayo, el Livorno o el Demirspor, el St. Pauli es el que mejor explota el ejercicio de su ideología. En 2010 regresó a la Bundesliga —la máxima categoría de Alemania— de la mano del empresario teatral Corny Littmann, presidente del club entre 2002 y 2010. Littmann fue uno de los fundadores del Partido Verde y es un referente de la comunidad LGTB. Antes de su llegada, el club ya había establecido en sus estatutos la prohibición contra todo tipo de discriminación racial o religiosa. En una de las entradas a las tribunas, un mural de dos hombres besándose dice: «Nur die Liebe zählt» [El amor es lo único que cuenta].

Después de atravesar distintas crisis financieras, los punks de Hamburgo gozan de una fama internacional como el equipo de izquierda más popular del mundo. Algunos les dicen que son una izquierda a la moda. Una izquierda cool que, por ejemplo, tuvo iniciativas como la creación de miel orgánica Ewaldbienenhonig que pretende ayudar a recuperar la población de abejas.

Actualmente disputan la segunda división del fútbol profesional de Alemania. A tono con sus compañeros internacionalistas, los ultras del St. Pauli también financian asistencia social, visten remeras del Che Guevara e insisten en su lucha contra el fascismo, la intolerancia y el avance del mercado.

Y, como el Adana Demirspor y el AS Livorno, los alemanes y los españoles también tuvieron su fiesta internacionalista. Sucedió en 2015 y fue en Hamburgo. El Rayo Vallecano estaba en la gira de pretemporada por Europa y vieron con simpatía la posibilidad de un amistoso con los compañeros del St. Pauli. Todo se realizó con el máximo orden y camaradería. Se jugó el 18 de julio. Como en todos los partidos que juega en casa, el local entró bajo «Hells Bells», de AC/DC. El encuentro terminó 4 a 2 a favor de los alemanes y en la tribuna donde se asienta la barrabrava se encendieron algunas bengalas rojas. La tribuna de enfrente estaba vacía. Pintados de marrón y blanco, los asientos formaban dos corazones gigantes. 

Los historiadores ubican la creación del fútbol moderno en el año 1863, cuando en Inglaterra se creó la Football Association, primera liga profesional del mundo. La reglamentación, los lineamientos generales y prácticamente todas las bases se gestaron entre los estudiantes que concurrían a los colegios y las universidades. Es decir, la élite londinense. El fútbol, deporte de caballeros, distracción de pobres; el amusement que Adorno y Horkheimer planteaban como una condición necesaria para el correcto funcionamiento del sistema productivo. El fútbol como fenómeno mundial, como fenómeno financiero mundial, bien podría leerse como una nueva fase de un capitalismo en mutación. 

El mercado no controla el fútbol. Hoy, de alguna manera, el fútbol es el mercado. En un escenario en el que los partidos tradicionales de izquierda y los sindicatos se descomponen aceleradamente, en un escenario de derrota, hinchas como los del Livorno, del Adana Demirspor, del Rayo Vallecano o del St. Pauli, todavía sostienen el espíritu necesario para decir que no: todavía no es el fin de la historia.

EMILIANO GULLO

Periodista. Actualmente colabora en la Revista Anfibia y la Revista Brando, entre otros medios.

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