Aram Aharonian*
– Diciembre 26, 2021
El mundo alineado con Estados Unidos lidera en la actualidad el declive de un sistema que, alguna vez, se comprometió a promover “el consenso internacional sobre la democratización” y, en promedio, los países aliados vieron disminuir la calidad de sus democracias casi el doble que los no aliados.
El gobierno “demócrata” de Joe Biden acaba de celebrar los Derechos Humanos con bombos y platillos –también con bombas y balas– en una Cumbre por la Democracia, quizá como forma de tapar los muertos civiles en Siria por los bombardeos y ametrallamientos vía drones, que ordenó poco después de asumir la Presidencia, y en la necesidad de Washington de establecer con quienes puede contar para transitar los conflictos actuales y en tratar de aislar a China y Rusia.
Mientras intenta imponer su democracia made in USA en el esto del mundo, en el patio interno siguen los problemas; Tres ex generales norteamericanos –Paul Eaton, Antonio Taguba con 34 años de carrera, y Steven Anderson con 31 años de carrera– alertaron, en un artículo en el Washington Post de la posibilidad de otro golpe de Estado, esta vez con mayor participación de militares, en torno a las elecciones presidenciales de 2024: “Estamos congelados, hasta los huesos, al pensar que un golpe podría tener éxito la próxima vez”.
Mientras, otros expertos expresan alarma sobre una posible “guerra civil” en el País, y la investigación legislativa por el asalto al Capitolio del 6 de enero revela más detalles sobre qué tan cerca llegó el País a sufrir un golpe de Estado.
“El potencial de un colapso total de la cadena de mando por líneas partidistas –desde arriba de la cadena al nivel de escuadrón– es significante, si ocurre otra insurrección. La idea de unidades [militares] desleales, organizándose entre ellas para apoyar al comandante en jefe ‘legítimo’, no puede ser descartado”, añadieron los generales.
Además, sugirieron una investigación de Inteligencia en todas las instalaciones militares, para identificar posibles amotinados y propagandistas, que usan la desinformación entre sus filas y, finalmente, que el Pentágono realice juegos de guerra de potenciales insurrecciones e intentos de golpe pos-electorales, para identificar debilidades e implementar medidas que eviten rupturas en la cadena de mando.
Más allá de las tribulaciones político-electorales, la política exterior de EEUU se enfrenta a la dinámica multipolar en la proyección económica y militar de China y Rusia, que debilita su capacidad para gravitar sobre la enorme fluidez geoestratégica del liderato eurasiático, con una población brutalmente agredida en lo militar y económico por las guerras antiterroristas, recuerda el analista mexicano John Saxe-Fernández
Una investigación del Instituto Watson de la Universidad Brown, sobre esas guerras –bautizadas con distintos nombres: contra el narcotráfico, el terrorismo, el crimen organizado, Plan Colombia, Iniciativa Mérida– calcula los costos en ocho billones de dólares y cerca de 900 mil muertos civiles bajo bombas y balas estadounidenses, sólo en Afganistán, Irak y Siria… en nombre de esa democracia made in USA.
Estados Unidos no la tiene fácil con sus socios europeos. La compleja dinámica ruso-alemana en relación con Washington se hace presente no sólo en las urgencias invernales europeas por abastecimiento de gas natural seguro y barato, disponible en el gasoducto North-Stream 2, sino, también, por las amenazas de EEUU de aplicar unilaterales sanciones económicas por su puesta en marcha.
Con esta acción ¿en defensa de la democracia?, el gobierno estadounidense superó la tolerancia euro-rusa ante un acto de guerra agravado por una agresiva OTAN [Organización del Tratado del Atlántico Norte], empeñada en situar en Eurasia el campo de batalla de la eventual Tercera Guerra Mundial, la terminal.
Prepotencia y desconocimiento del mundo real
El liderato político de Washington, además de mostrar excesiva prepotencia y muy riesgosa falta de tacto multipolar, reniega de la tradición presente en la articulación de las instituciones de la ONU, como resultado profundamente negativo de las guerras desatadas bajo la excusa de una cruzada antiterrorista por los ataques del 11-S [11 de septiembre de 2001.
Sin lugar a dudas, en nada ayuda la incorporación en la política internacional de seguridad de EEUU la doctrina adoptada por el nacionalsocialismo nazi de la autodefensa anticipatoria.
Saxe-Fernández afirma que la catástrofe terminal se está gestando desde operativos de unilateralidad agresiva, de alta explosividad en un contexto multidimensional crecientemente multipolar. Junto al abandono por los sucesores de Bush padre del compromiso con Gorbachov de no mover a la OTAN ni una pulgada hacia el Este, el traslado de fuerzas de esa alianza militar a las proximidades de Rusia y de China, es la explosiva receta hacia una Tercera Guerra Mundial Terminal, como advirtió el diplomático, politólogo e historiador estadounidense George Kennan.
Y a ese verso democrático, sumemos la conflictiva situación en el Mar de la China, la tensión con Rusia sobre Ucrania, la advertencia estadounidense que habrá que estar preparado si fracasa el actual diálogo con Irán, la invitación estadounidense a Taiwán a esta cumbre que molestó –y mucho– a China, que reclama como propio ese territorio. Y ni hablar de las tensiones que mantiene en lo que considera su pario trasero, en América Latina y el Caribe.
Lo que alarma a los analistas es la supina ignorancia –y desinterés– de los organismos de Inteligencia estadounidenses de lo que realmente pasa en los países de la Región. Ya tienen un discurso (de la época de la Guerra Fría) y nuevas instrucciones sobre cómo proceder al aniquilamiento del supuesto enemigo.
Seguimos con la misma ‘normalidad’ de siempre: Guantánamo en su sitio, los aliados
occidentales que descuartizan periodistas tan campantes y el rey emérito Juan Carlos librándose de otro de sus múltiples delitos, cometidos ya nadie sabe muy bien ni cómo (pero, tampoco importa), y lo más importante: la Estatua de la Libertad sigue en su sitio. ¿Para qué más?
La ilusión de la democracia occidental sufrió una caída temporal, como si de un servidor se tratara, cuando se anunció que el Tribunal Supremo de Reino Unido extraditará a Julian Assange a Estados Unidos. Pero, la zozobra sólo duró unas horas, ya que, poco después, los servidores fueron restablecidos y todo continuó con normalidad, señala, en RT, Luis Gonzalo Segura.
Julian Assange –terrorista para Barak Obama, Donald Trump y, también, para Joe Biden, por haber publicado informaciones que demostraron los crímenes de guerra de Estados Unidos, incluidos asesinatos de periodistas como los que callan y de niños como los que ni saben ni les informan– permanece retenido en la Prisión de Máxima seguridad de Belmarsh, en el Reino Unido, después de la petición de extradición de Estados Unidos.
Pase lo que pase en el juicio, los estadounidenses, los occidentales y cristianos y toda su parafernalia de la democracia ya han ganado, ya amedrentaron públicamente a potenciales periodistas y denunciantes de corrupción. Desde que Assange publicara las revelaciones más importantes en décadas, ha sido judicializado, desprestigiado, deslegitimado, apresado, maltratado, denigrado y humillado, afirma Segura
Fue lapidado, fue ejecutado socialmente por los medios de terrorismo mediático trasnacional, por los trolls de las redes sociales, delante de todo el planeta, una, otra y otra vez más, como forma de ejemplarizar, de avisar de lo que le espera al que se atreva a demostrar que la democracia occidental puede ser occidental, pero no democracia.
La verdad sobre la Cumbre
En una reciente publicación, los embajadores de Rusia y China en Washington definieron a la reciente Cumbre por la Democracia como un “producto que evidencia su mentalidad [por Biden] anclada en la Guerra Fría […] que sólo avivará la confrontación ideológica y creará nuevas divisiones”
Más allá de la profunda crisis que está transitando la democracia, un concepto que debería estar en pleno proceso de revisión, esta convocatoria de Joe Biden responde a su necesidad de fortalecerse respecto de sus enemigos externos (China y Rusia) e internos (las políticas y fuerzas heredadas de Donald Trump).
Desde hace mucho tiempo, Washington se ha vendido como un defensor mundial de la democracia; pero, la realidad es más complicada, porque al pasar de los años una buena cantidad suficiente de sus aliados, alineados, se ha movido hacia ese sistema como para crear la impresión de que la influencia genera libertades al estilo estadounidense. Estas tendencias actuales sugieren que eso, quizás, ya no es cierto, si es que alguna vez lo fue.
Estados Unidos apoyó y/o instaló dictadores, alentó la represión violenta de elementos progresistas y/o de izquierda, y patrocinó grupos armados antidemocráticos. A menudo, esto se realizó en países aliados, con cooperación del gobierno local. Pero, entonces, llegó la guerra contra el terrorismo, en 2001 y Washington, nuevamente, presionó para establecer autócratas dóciles y frenos a la democratización, sobre todo en sociedades donde el islam es predominante.
El resultado han sido décadas de debilitamiento de los cimientos de la democracia en los países aliados. Al mismo tiempo, las presiones lideradas por Estados Unidos en favor de la democracia han comenzado a desvanecerse.
Retroceso democrático
Estados Unidos y sus aliados representaron una parte considerablemente grande del retroceso democrático global experimentado en la última década, señala Max Fisher, en The New Times, y agrega que casi todos de sus aliados han sufrido algún grado de erosión democrática, desde 2010, lo que significa que elementos centrales como elecciones justas o independencia judicial se han debilitado, y a un ritmo que supera con creces los declives promedio entre otros países.
Los países alineados con Washington no experimentaron casi ningún crecimiento democrático, en las últimas dos décadas, aunque muchos de los que están lejos de la órbita de Washington sí lo hicieron. Los datos registrados por V-Dem, una organización sin fines de lucro con sede en Suecia, dejan en claro las penurias de la democracia, una tendencia característica de la era actual.
Sugieren que gran parte del retroceso del mundo no es impuesto a las democracias por potencias extranjeras, sino que es una podredumbre que está creciendo dentro de la red más poderosa de alianzas mayoritariamente democráticas del mundo. En esa forma de gobierno, los líderes elegidos se comportan como caudillos y las instituciones políticas son más débiles, pero los derechos personales permanecen en su mayoría (excepto, casi siempre, para las minorías), añade el extenso informe del The New Times.
Vamos a hacer un recorrido. Turquía, Hungría, Israel y Filipinas son ejemplos de eso. Incluso Estados Unidos, donde los derechos electorales, la politización de los tribunales y otros factores son motivo de preocupación para muchos estudiosos de la democracia.
Desde hace mucho tiempo, Washington se ha vendido como un defensor mundial de la democracia. La realidad, siempre, ha sido más complicada. A través de los años, una cantidad suficiente de sus aliados se ha movido hacia ese sistema como para crear la impresión de que la influencia del país genera libertades al estilo estadounidense. Estas tendencias actuales sugieren que eso, quizás, ya no es cierto, si es que alguna vez lo fue.
“Sería demasiado fácil afirmar que todo esto puede ser explicado por la existencia de Trump”, advirtió Seva Gunitsky, politólogo de la Universidad de Toronto. Los datos indican que la tendencia se aceleró durante la presidencia de Donald Trump, pero es anterior a ella. Los académicos afirman que, lo más probable, es que este cambio esté impulsado por fuerzas a más largo plazo.
Señalan la disminución de la creencia en Estados Unidos como un modelo al cual aspirar; la disminución de la creencia en el propio modelo, que pasó por una serie de conmociones del siglo XXI; décadas de política estadounidense en la que sólo se les dio prioridad a temas a corto plazo, como el antiterrorismo; y un creciente entusiasmo por la política no liberal.
El análisis define “aliado” como un país con el que Estados Unidos tiene un compromiso formal o implícito de defensa mutua, de los cuales hay 41. Los datos contradicen las suposiciones de Washington de que esta tendencia está impulsada por Rusia y China, cuyos vecinos y socios han visto cambiar muy poco sus puntuaciones, o por Trump, que asumió el cargo cuando el cambio estaba muy avanzado.
Más bien, el retroceso es endémico en las democracias emergentes e, incluso, en las establecidas, según Staffan I. Lindberg, un politólogo de la Universidad de Gotemburgo que ayuda a supervisar el índice V-Dem. Y estos países suelen estar alineados con Estados Unidos. Esto no significa que Washington sea, exactamente, la causa de su retracción, pero tampoco es irrelevante.
¿De muchos, uno?
E pluribus unum (De muchos, uno). Son las palabras del gran sello de los Estados Unidos de América. Hay varios Estados, pero están unidos. ¿Es Estados Unidos un país o muchos? Quizá sea ambas cosas, pero, entonces, ¿qué lo mantiene unido?
Aparentemente, el pueblo estadounidense fue una vez muchos pueblos y, más tarde, se convirtió en uno solo. Entonces, ¿qué ocurre con el recuerdo de quienes eran esos estadounidenses en plural antes de convertirse en uno? ¿Y qué significa, en realidad, uno?, se pregunta Kenneth Weisbrode.
Según los últimos datos publicados por la ONU, en EEUU viven más de 50 millones de inmigrantes, lo que supone 15,42% de la población total. La inmigración femenina es superior a la masculina, (51.66%). Es el 37º país del mundo por porcentaje de inmigración. Los principales países de procedencia de la inmigración en Estados Unidos son México, 22,68%, China, 5,72% e India, 5,25%.
El país estaba compuesto, étnicamente (en 2020), por 74,7% (224,1 millones) de ‘blancos’ –incluye muchos de origen latinoamericano–, 12,1% (36,3 millones) afroamericanos, 4,3% (12,9 millones) asiáticos y 0,8% (2,4 millones) de amerindios. Personas de otras etnias constituyen el 6,0% (18 millones) y otras con dos o más etnias constituyen el 1,9% (5,7 millones).
¿Este nuevo gobierno será capaz de sanar las divisiones? Porque, en realidad, el País lleva dividiéndose desde que se fundó: tribu, confesión, clase, origen, apariencia, estilo de vida, creencias, etcétera, que algunos califican como identidades. La mayoría se ve en contraposición con otros, incluso en el seno de las familias, los pueblos, las ciudades y los países.
En la mayoría de los países, la identidad constituye el núcleo del orden político y social. A los niños se les enseña que pertenecen a una tribu, una confesión, un grupo étnico, una historia, un país. La palabra que a los estadounidenses les gusta usar para describir esa combinación de identidad colectiva e individual es excepcional. Los estadounidenses dicen que ellos y su país son excepcionales, porque cualquiera puede convertirse en estadounidense.
La mayoría de los estadounidenses que sufragaron en las presidenciales lo hizo para no reelegir a Donald Trump, pero más de 70 millones votaron por él, un hombre cuya pretensión al poder y la influencia se basa en su capacidad de sembrar división. Pero, el País siguió dividiéndose en múltiples tonos de azul y rojo, asociados con el Partido Demócrata y el Partido Republicano, respectivamente.
Trump habló, en términos estalinistas, de los “enemigos del pueblo”, pero lo hizo sólo para separar a sus seguidores de aquellos a quienes identificó como sus enemigos. El regalo que deja Trump es haber descorrido el telón y ofrecido al pueblo estadounidense la posibilidad de vislumbrar ese futuro.
Desde luego, Estados Unidos no parece estar más dividido, hoy, que en otros momentos, desde 1860/1865, cuando se libró una brutal guerra civil. Si los estadounidenses dejan, un día, de estar unidos de verdad y pasan de uno a muchos, eso es algo que podría suceder antes de que nadie se diera cuenta.
Un conjunto de trabajos, muchos suscritos por estadounidenses, alertan sobre una probable o inminente desintegración de la ex primera potencia. Imperios de extensión mayor o equiparable a la de Estados Unidos se han desmoronado a lo largo de los siglos. Arnold Toynbee, en su memorable Stacy of Story [Estudio de la Historia], señala que todo imperio crea dos proletariados, uno externo y otro interno, bajo cuyo empuje termina colapsando.
Cuando los europeos se establecieron, a finales del siglo XVII, en América del Norte, no encontraron grandes imperios como los que existían en América Central y Sudamérica.
La población autóctona estaba dividida en numerosos grupos tribales, con unas pocas federaciones, pero sin un gran sistema político unificado. La relación entre los invasores europeos y los americanos nativos no fue de disputa o abierta hostilidad, sino de rivalidad y colaboración fluctuantes y negociables.
Los europeos eran débiles y necesitaban, urgentemente, ayuda para sobrevivir. La población local codiciaba las armas y la tecnología europeas, así como la lealtad contra los enemigos locales. Ambos usaban (o se oponían) al otro y con, ello, se multiplicaban las divisiones.
Luis Britto recuerda que Estados Unidos no resulta de la unión de pueblos, sino de una despiadada rapiña que exterminó gran parte de la población originaria; devoró una norteamérica francesa que se extendía desde el actual Canadá hasta Nueva Orleans, robó a México más de la mitad de su territorio, compró Alaska e invadió y anexó pueblos como los de Hawái, Puerto Rico, Filipinas, Samoa, Islas Marianas y Guam.
Gracias a esta expansión y a la ilimitada disposición de mano de obra esclava y casi esclava de inmigrantes contratados, pudo Estados Unidos explotar más riquezas naturales que ningún otro país en la tierra, sobrevivir al primer intento de secesión y convertirse en imperio, imponiendo su hegemonía mediante una red de casi un millar de bases militares al hemisferio y a un Viejo Mundo agotado y devastado por las guerras.
El estadounidense Jared A. Brock sostiene que el País se dividirá, muy pronto, en doce. Es inevitable, dice: cerca de la mitad de todos los estadounidenses quieren separarse de la Unión, en una u otra dirección y 31% piensa que una guerra civil es probable, dentro de los próximos cinco años, con los demócratas pensando que es más que probable.
El 32% de los californianos ya aprueba el CALEXIT (salida de California de la Unión), con lo cual, sostienen, sería la quinta economía del mundo, con cientos de corporaciones con áreas de mercado mayores que muchos países, que parecen desesperadas por liberarse de cualquier tipo de gobierno democrático.
¿Implosión? ¿Guerra civil? ¿Guerra terminal? Chi lo sa [Quién sabe]. Mientras, sigue el calentamiento global, continúa la creciente desigualdad en Estados Unidos y todo el mundo… y seguiremos recitando el evangelio de la democracia made in USA. Y padeciendo sus consecuencias, también en este nuevo 2022, que se parece tanto a los anteriores.
* Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Creador y fundador de teleSUR. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)