Arturo Alejandro Muñoz
En la Roma clásica, el Imperio comenzó con Julio César…o mejor dicho, después de la muerte de Julio César (año 44 AC), específicamente con Octavio (u Octaviano, o Augusto, que es la misma persona). Este Octaviano fue, a no dudar, el mejor emperador que tuvo Roma, tanto así que murió de viejo, y no asesinado.
Una de las políticas exitosas de ese imperio fue el dividir a sus adversarios, y de tal manera logró sobrevivir hasta el siglo V DC, cuando el caudillo bárbaro Odoacro derrotó al último emperador romano, Rómulo Augusto. Durante quinientos años (así es, cinco siglos), la máxima “divide et impera” –Divide y Vencerás- le rindió excelentes frutos al imperio.
Veinte siglos más tarde, acá en Sudamérica en un país llamado Chile, la misma política romana ha sido usada con evidente éxito por representantes de una extinta supuesta aristocracia empinada en el poder merced a la riqueza y, cómo no, a las armas y a los sacerdotes.
¿Cómo y cuándo comenzó esa “aristocracia del dólar” a poner en práctica la idea romana? Demos un somero repaso a la Historia chilena de finales del siglo veinte para entender la situación.
El día 4 de septiembre de 1970, la izquierda chilena había triunfado con mayoría relativa en las elecciones presidenciales con su candidato Salvador Allende. De inmediato la derecha comenzó su operación “divide et impera” proponiendo al gobierno de entonces, encabezado por Eduardo Frei Montalva y sostenido por el partido democristiano, no apoyar a Allende en la votación final del Legislativo, dejando al viejo y enfermo Alessandri Rodríguez como jefe de la nación, el cual renunciaría de inmediato originando una nueva elección presidencial en la que podría presentarse Frei Montalva con el apoyo irrestricto de la mentada derecha. El plan no resultó, pero fue el inicio de la vorágine posterior.
El día 23 de septiembre de ese mismo año (1970), Andrés Zaldívar Larraín, entonces ministro de Hacienda del saliente gobierno de Frei Montalva, en cadena nacional de radioemisoras pronunció el “discurso del terror” sobre la situación de la economía.
«Con posterioridad a esta fecha el proceso económico se ha visto alterado poniendo en serio peligro los resultados esperados y anulando los efectos positivos de las políticas económicas que el gobierno ha venido aplicando durante los últimos años», señaló en su discurso. El objetivo inmediato de esa intervención ‘inocente’ no era otro sino provocar un pánico financiero a través de la corrida bancaria, con bajas drásticas de los valores de la bolsa y retiro en masa de los fondos depositados en las instituciones de ahorro y financiamiento, dejándole al gobierno entrante (el de Allende) un problema mayor y de difícil solución. Y así fue.
Desde el salón oval en Washington, Richard Nixon y Henry Kissinger habían logrado dividir a las fuerzas democráticas chilenas, acaramelando las ansias de poder de un sector de esas fuerzas, el PDC, que seis años atrás había supuesto poder gobernar durante al menos veinte años más.
Lo que ocurrió después no requiere análisis. Es sobradamente sabido…y sufrido. El PDC se prestó interesadamente como “mano de gato” para concretar intenciones y salvar intereses de la vieja derecha y de Washington, uniendo sus cuadros directivos y legislativos a los requiebros conservadores de la prensa y de las directrices de ‘pelucones’ y conservadores que venían ordeñando la ubre fiscal desde tiempos iníciales de la joven república local.
Ya sabemos que no le fue bien al PDC, pues llegada la dictadura cívico-militar (regalona en un comienzo de la Casa Blanca estadounidense), el partido de la Falange fue mandado a paseo por los militares golpistas. En octubre de 1973 barruntaron que habían sido usados como mano de gato y que, además, les costaría mucho volver a contar con el cariño y afecto del pueblo si no se sumaban, ¡ya!, a la resistencia contra la tiranía.
Pero la Derecha, siempre alerta cuando de cuidar sus faltriqueras se trata, activó una vez más el ‘divide et impera’ e inició en Europa el acercamiento y diálogo con un selecto grupo de exdirigentes allendistas en el exilio, para llevar a efecto la labor de convencimiento –aceite fenicio mediante- de las bondades –para ellos, por supuesto- del sistema económico neoliberal propuesto por el grupo Chicago boys” bajo las enseñanzas de la Universidad de Chicago, más específicamente fe aquellas propaladas por el economista Milton Friedman (cuyas teorías la Casa Blanca nunca escuchó ni consideró).
¡Y esos exiliados exdirigentes izquierdistas de la extinta Unidad Popular entregaron sus orejas con la misma facilidad que el salmón barato pica con hollejo de uva! La derecha les abrió puertas y caminos no sólo para regresar a Chile, sino también (‘prensa canalla’ mediante) para encabezar el nuevo referente “Concertación de Partidos por el NO en el histórico plebiscito de octubre de 1988. El engaño estaba listo.
Aquellos ‘náufragos’ que el pueblo rescató se instalaron rápidamente en el Legislativo y en el Ejecutivo, asociados desde el inicio mismo a sus antiguos ’enemigos’ en aquella inefable ‘transición a la democracia’. Ya no eran adversarios, sino ‘mayordomos’ dispuestos a ser socios prontamente.
Lo que vino más tarde, todos lo saben,. Lo conocen y lo han sufrido.
Hasta que un día 18 de octubre de 2019 comenzó una nueva época, un cambio, un atisbo de esperanza.
Pero, como siempre, de nuevo y con la misma enjundia de siempre, la derecha de ayer de hoy y de mañana –mediante, otra vez, ’prensa canalla’ activada- aplica el viejo ’divide et impera’ obnubilando a jóvenes democráticos que levantaron un referente amplio con la esperanza de ser los conductores de un nuevo Chile…sin embargo, en el áspero camino parece que han extraviado el norte.
La derecha sonríe, pues cree, a pie juntillas, que una vez más logró dividir para reinar.
El domingo 18 de julio 2021 será el momento de la verdad.