- La emancipación de la mujer trabajadora
- por IR México
Frente a esta terrible realidad que fomenta el modelo de familia burgués, los revolucionarios y las revolucionarias levantamos nuestra voz y nuestro programa contra la opresión de la mujer. En contra de lo afirmado por la ideología dominante, las mujeres no somos débiles ni elementos pasivos de la sociedad. Si bien no es fácil para nosotras porque nuestras cadenas son de las más pesadas de entre los oprimidos, hemos jugado un destacado papel en la lucha por la emancipación. Dos de los acontecimientos más decisivos para el progreso de la humanidad, la Revolución Francesa y la Revolución Rusa de 1917, echaron a andar con el grito de mujeres exigiendo pan para sus familias.
Las cadenas del trabajo doméstico
En primer lugar, la mayoría de nosotras nos vemos limitadas por la obligación de realizar las agotadoras y repetitivas tareas del hogar. Según estudios, las mujeres en México utilizan el 65% de su tiempo en estas labores. Los beneficios de este trabajo que recae sobre la mujer de la clase obrera son vitales para los empresarios, ya que aseguran la producción y reproducción de la fuerza de trabajo que precisan para hacer funcionar sus empresas. Así, en todo el mundo, día tras día, los asalariados acuden a sus empleos, sabiendo que cuando retornen a casa una mujer —que en ocasiones también habrá realizado un duro trabajo fuera del hogar— se habrá hecho responsable de la alimentación, la limpieza y todas las tareas que implica sostener a la familiar. Sin embargo, esta labor no es socialmente reconocida ni tampoco remunerada por el patrón. Por ello es tan lucrativo para el capitalismo mantener nuestra opresión y garantizar esta división de tareas en la familia.
A diferencia de anteriores generaciones, un sector de nosotras hemos podido acceder a un empleo remunerado, un proceso que se ha desarrollado con alzas y bajas. En México el personal femenino ocupado creció una tasa del 2% en el periodo de 2008 al 2013. Indudablemente, este proceso ha supuesto un importante paso adelante, porque nos abre puertas a la independencia económica y a formar parte activa del movimiento obrero y de su lucha, a organizarnos en sindicatos y partidos, y a facilitar nuestra incorporación a la vida política activa —aunque a este terreno también llegan los tentáculos de la opresión y no escasean los dirigentes que practican el machismo dentro de las organizaciones obreras—.
Pero, también es necesario subrayar que nuestra incorporación al mercado laboral, a la vez que nos acerca al camino de la liberación, nos somete nuevamente a una discriminación por razón de nuestro sexo.
Discriminación laboral
En la medida en que bajo el capitalismo no se eliminan las ataduras de la mujer al hogar, se produce una doble jornada de explotación. La jornada agotadora en los centros laborales es seguida de una jornada de labores domésticas. Muchas mujeres además son jefas de familia y tienen más de un empleo. Por si esto no fuera suficiente, la remuneración y las prestaciones son inferiores a las que reciben los trabajadores hombres por el mismo trabajo.
Si bien no es fácil encontrar datos al respecto, estudios realizados en los años 2013 y 2014 arrojaron unos rubros escandalosos. Sólo el 30% de las mujeres menores de 30 años tiene empleo y, dentro de la manufactura, la mano de obra femenina es inferior al 35%. Pero no se trata sólo de las dificultades para conseguir un empleo, una vez alcanzado este objetivo las condiciones son terribles: el 44,7% y el 35,2% no tiene seguridad social ni prestaciones respectivamente, no es de extrañar ya que el 44,1% —¡casi una de cada dos!— no tienen contrato por escrito. Es más, la brecha salarial por género en México creció en la última década, pasando de un 17% en 2004 al 18% en el 2014, según la OCDE. Esta discriminación y precariedad crean las condiciones favorables para que el abuso sexual traspase las barreras del hogar y las calles y penetre en las empresas: a pesar de que se calcula que sólo el 40% del acoso sexual laboral se denuncia, en 2016 las reclamaciones alcanzaron las 25.000.
¿Quién manda en nuestro cuerpo?
Explotación en el ámbito doméstico, constante temor a una posible agresión en las calles, discriminación en el empleo… El ataque a nuestros derechos se reproduce en todos los ámbitos de nuestra vida, incluyendo también los más elementales e íntimos como es nuestro propio cuerpo y sexualidad, aspectos decisivos para nuestro desarrollo pleno como seres humanos. La sexualidad es algo mucho más amplio, complejo y rico que lo concerniente a nuestro sistema reproductivo; sin embargo, no se enseña a las jóvenes a vivir su sexualidad sin complejos, a identificar y rechazar las coacciones sexuales, a expresar sus deseos de forma libre… Sin embargo, la educación sexual y la planificación familiar, así como la utilización de métodos anticonceptivos, esta llena de obstáculos morales, prejuicios y dificultades materiales para acceder a ellas.
Llegamos así a un aspecto vital, que demuestra la hipocresía repugnante de esta sociedad: el aborto. Mientras que prácticamente nos impiden por todos los medios elegir libremente si queremos o no ser madres y, si es así, cuándo y cómo, a la vez nos niegan la posibilidad de rechazar la maternidad cuando no podemos afrontarla.
Aborto libre y gratuito
Es más, manipulan la postura de quienes defendemos el derecho al aborto. Para las mujeres, la decisión de abortar es un momento muy duro, aunque sea la mejor opción frente a tener un hijo con malformaciones o en condiciones sociales que no puedan garantizar su desarrollo y su felicidad. En México el derecho al aborto no es total, sólo en la Ciudad de México se puede abortar por voluntad, pero el hecho objetivo, reconocido por la OMS, es que se practican un mayor número de intervenciones en los países con leyes restrictivas que en los que no las tienen. Las leyes que limitan y criminalizan el aborto no frenan a quienes necesitan acceder a él. Las interrupciones del embarazo se siguen produciendo pero de manera clandestina e insegura, en condiciones higiénicas y médicas muchas veces deplorables.
Los marxistas defendemos el derecho al aborto libre y gratuito, en las mejores condiciones y en centros públicos, a través de una ley de plazos, sin tener que sufrir todos los prejuicios sociales ni ser tachadas de asesinas y delincuentes por la justicia, el Estado o la Iglesia. Un embarazo y un hijo, debe ser algo feliz y deseado, pero en condiciones extremas, como están viviendo cada día más familias en este país, ahogadas por la crisis, el desempleo y los bajos salarios, el nacimiento de un hijo puede suponer un drama. Sólo subiendo los salarios, concediendo ayudas a la maternidad, aumentando las guarderías públicas, invirtiendo en educación sexual para evitar embarazos no deseados… podrían empezar a darse pasos para que las mujeres podamos decidir en verdadera libertad sobre nuestro cuerpo, nuestra sexualidad y nuestra maternidad.
La maternidad
El cinismo es parte inseparable de la moral capitalista. Quienes abanderan la persecución del aborto como un crimen contra la infancia, son los mismos que aceptan que las mujeres que son madres vean muy reducidas sus posibilidades laborales y que millones de niños vivan una auténtica pesadilla de soledad y miseria. Las trabajadoras sabemos de las exigencias de la maternidad en esta sociedad y de la falta de alternativas para procurar el bienestar de nuestros hijos. Una mujer que decide tener descendencia es sometida a todo tipo presiones sociales. El despido por embarazo es de las formas más recurrentes de discriminación, la falta de acceso a servicios de salud públicos y la falta de seguimiento al embarazo derivan en altos índices de mortalidad materna, con casos dramáticos de partos en patrullas, baños o pasillos de hospitales, etc. Sin embargo, eso es sólo el inicio, una vez pasado el parto, la disyuntiva del desarrollo profesional, la independencia económica, etc., entran en contradicción con la crianza. La falta de acciones estatales para brindar servicios adecuados, los lamentables casos de abusos sexuales a niños, en suma, la falta de lugares adecuados para el cuidado de los hijos llevan a muchas mujeres a realizar ese trabajo individualmente, profundizando la esclavización al hogar, al menos durante los primeros años de crianza.
La otra cara de esta realidad tiene rasgos infantiles. Una de las de las características del capitalismo mexicano e internacional, son jornadas laborales cada vez más largas y salarios cada vez más cortos. Así, se multiplican los hogares en los que los niños se quedan al cuidado de un tercero que no le ofrece el vínculo necesario para desarrollarse saludablemente desde el punto de vista emocional. El abandono infantil es una de las realidades más dolorosas y, aunque el gobierno niega tener cifras, en 2015 se publicó un dato escalofriante: México ocupa el segundo lugar en América Latina en número de niños abandonados con 1.6 millones de casos, después de Brasil, que encabeza la lista con 3.7 millones.
No siempre fue así
A pesar del empeño de todos los defensores del sistema en convencernos de que siempre hubo ricos y pobres, explotados y explotadores, y de que a las mujeres trabajadoras siempre nos tocó sufrir esta doble opresión de clase y de género, esto no es verdad. En los primeros estadios del desarrollo humano, conocido también como comunismo primitivo, la mujer no solo fue libre sino plenamente respetada y considerada. El nacimiento y consolidación del patriarcado fue el resultado del surgimiento de la propiedad privada y la división de la sociedad en clases poseedoras y desposeídas, alcanzando un desarrollo tal que la mujer misma se convirtió en una mercancía a través de la prostitución .
Pero la historia nunca se detiene. Junto a la injusticia social nació también el ansia de emancipación, y en esta búsqueda de libertad, la lucha contra la opresión de la mujer ha sido constante. Anteriormente hacíamos referencia a la Revolución Francesa, siendo poco conocida la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana redactada en 1791, uno de los primeros documentos en defensa de la igualdad de derechos y la equiparación jurídica de las mujeres.
Sin embargo, las conquistas más decisivas para las mujeres llegaron de la mano de la emancipación de la clase obrera del yugo capitalista. El gobierno de los sóviets de obreros, campesinos y soldados nacido de la victoria de la revolución socialista sobre la Rusia zarista en octubre de 1917 ha sido, sin duda, el ejemplo más avanzado de cuál es el camino para alcanzar la emancipación de la mujer trabajadora.
Gracias al control de las fuentes de riqueza del país mediante la expropiación de los grandes capitalistas y terratenientes, el joven Estado soviético puso en marcha las medidas que permiten nuestra liberación. En primer lugar, se contaba con la premisa política: la dirección de la revolución, el Partido Bolchevique, tenía un programa genuinamente socialista y revolucionario. Lenin, su máximo dirigente afirmaba: “No puede existir, no existe, ni existirá jamás verdadera “libertad” mientras las mujeres se hallen atrapadas por los privilegios legales de los hombres, mientras los obreros no se liberen del yugo del capital, mientras los campesinos trabajadores no se liberen del yugo del capitalista, del terrateniente y del comerciante.” De hecho, las mujeres bolcheviques contaban con una larga trayectoria de lucha —Evgeniia Bosh, Kollontai, Krupskaya, Stassova, Klavdia Nikolayeva, Konkordia Samoilova…— jugando un papel decisivo en todos las tareas antes, durante y después de la toma del poder, incluyendo el gobierno y la guerra civil.
La lucha por el socialismo nos hace libres
Todas las medidas que pusieron en práctica los bolcheviques fueron posibles gracias a la victoria revolucionaria de todos los hombres y mujeres que decidieron acabar con el capitalismo, y siguen constituyendo la base fundamental del programa para nuestra liberación, demostrando que ésta sólo será posible si acabamos con el control social, político y económico de la burguesía sumando a la lucha a todos los oprimidos sin importar su sexo, raza o nacionalidad.
Para intentar romper las cadenas del trabajo doméstico, decidieron socializar las tareas del hogar. Mediante cafeterías y comedores, lavanderías, hospitales y guarderías, las mujeres soviéticas no deberían dedicar partes decisivas de su jornada a la limpieza, la alimentación y cuidado de los niños y enfermos. Se liberarían así no solo de una gran carga física sino que accederían al trabajo productivo, remunerado y socialmente reconocido, y dispondrían también del valioso tiempo para participar en la política y la dirección de la sociedad.
Con el objetivo de acabar con todo tipo de abuso y maltrato en el seno de la familia, se abolió la obligación de vivir con el marido y el divorcio se convirtió en un rápido trámite gratuito que protegía sus derechos como mujeres y madres. El control de cada mujer sobre su cuerpo fue también un aspecto central, aprobándose el derecho al aborto libre y gratuito, luchando por la educación y la planificación sexual, así como en acabar con los prejuicios hacia los métodos anticonceptivos.
En el ámbito laboral, se declaró el principio de “a igual trabajo, igual salario”, así como la protección de la maternidad mediante una baja de 8 semanas tras el parto, leyes que prohibían a las mujeres embarazadas realizar largas jornadas y trabajo nocturno, un permiso de media hora remunerado cada tres horas de jornada laboral para la alimentación de los bebés, la construcción de guarderías en las empresas, etc…
¡Todo ello en la atrasada Rusia de hace un siglo con un índice de analfabetismo superior al 85%, una clase obrera que sólo era el 10% de la población y en medio de una guerra devastadora! Qué no podremos hacer hoy gracias a la fortaleza numérica de nuestra clase y el desarrollo cultural y tecnológico alcanzado por la sociedad.
Libres y combativas
Nuestra participación en la lucha social reivindicando nuestros derechos y codo con codo con nuestros compañeros en contra de todas las lacras capitalistas avanza en México y en el mundo entero: mujeres en la conformación de las policías comunitarias en México, la toma de canal 9 por mujeres que conformaron la Coordinadora de Mujeres Oaxaqueñas, las manifestaciones contra los feminicidios en todo América Latina, así como las marchas de mujeres contra Trump. La convocatoria del paro mundial para el día Internacional de la Mujer Trabajadora de este 8 de marzo muestra nuestro potencial y tan sólo es el comienzo.