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De la ‘hermandad de la cocina’ al “club del miedo”

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Arturo Alejandro Muñoz

Nunca habían sido tan válidas y vigentes aquellas viejas frases que rezan: “el ladrón detrás del juez” y  “predicando moral con el marruecos abierto” (esta última tiene una versión chilena bastante grosera que no es aconsejable repetirla en esta nota).  Los dueños de la férula gustan de pontificar sobre los asuntos que ellos jamás respetan, pero los hacen exigibles para el resto de los seres humanos que pueblan  este territorio. En pos de ese objetivo, cuentan con el indisimulado apoyo de su prensa y de algunas cofradías religiosas encabezadas por la muy vaticana, apostólica y romana iglesia católica.

Pero, llega un momento en el que nada, de lo que habitualmente ha usado, le sirve al pequeño grupo de familias enriquecidas hasta la obesidad mórbida. Y esta vez, tampoco es una alternativa viable golpear puertas de cuarteles y  regimientos, ya que los actuales uniformados saben bien que sus antecesores se jugaron el pellejo defendiendo intereses económicos de esas escasas  y poderosas familias,  pagando luego un precio altísimo, mientras que las familias en comento no sólo salían indemnes histórica y judicialmente, sino, además, aumentaban groseramente sus cuentas bancarias a la vez que  renegaron y abandonaron al contingente de soldados, marinos y aviáticos que  –en nombre y defensa de   esas millonarias y clasistas personas – asesinaron, torturaron  y  expoliaron a un país entero, recibiendo  la repulsa mundial y ocupando las peores páginas de la Historia Latinoamericana.

Ante tal escenario, cunde la desesperación  en los cuadros derechistas.  Fracasada  en lo electoral, apaleada en los últimos tres comicios (plebiscito constitucional, primarias, elecciones municipales/gobernadores), desarticulado ya el antiguo e inentendible asunto de los dos tercios, y desarmada la “hermandad de la cocina” por el retiro y abandono de algunos de sus cocineros’, la derecha recurre entonces al que es su más añoso expediente: revivir “el club del miedo” intentando provocar en mucha gente un terror por cuestiones que nunca han sucedido en el país, y que tampoco ocurrirán.  Lo hicieron en 1970-73 coetáneamente con el retiro de mercaderías y el armazón del ‘mercado negro’, para lo cual contaron con el decidido apoyo de una tienda que se auto definía demócrata, cristiana y defensora del pueblo de Chile. Esos fueron los ‘apoyos’ que se arrimaron a la derecha antes de la asunción de Salvador Allende a la Moneda. Vea usted lo siguiente. .

Andrés Zaldívar Larraín era  muy joven aún (lo que certifica su verdadera capacidad) cuando fue ministro del presidente Eduardo Frei Montalva (1964-1970), y en su calidad de titular en la cartera de Hacienda resultó ser el responsable absoluto y directo de la enorme “corrida bancaria” producida en el país luego que el día 23 de septiembre de 1973, mediante una cadena de radio y televisión,  subrayara “el efecto del resultado de la elección presidencial en la economía cuyo signo dominante es y seguirá siendo el pánico (económico y financiero) por la incertidumbre”.

Pese a que la Unidad Popular denunció esa intervención como una maniobra destinada a alentar la ruptura institucional, Chile se vio sometido a un feroz retiro de dinero desde las cuentas bancarias por parte de los usuarios…  la economía del país comenzó a tambalear desde antes de la asunción del recientemente electo Salvador Allende al gobierno, y todo ello, como ya se sabe, debido a las acciones efectuadas por personajes como Andrés Zaldívar que decidieron ponerse a las órdenes de golpistas y expoliadores.

 ¿Otro político ‘ayudista’ de sediciosos totalitarios? Patricio Aylwin, por supuesto. Él participó en cuánto ”chamullo legal” pueda encontrarse en los anales de la historia política de los últimos cincuenta años.

En 1970, luego del triunfo electoral de Salvador Allende, fue uno de los gestores del “Estatuto de Garantías”, medio por el cual su partido (Demócrata Cristiano) negoció los votos de sus parlamentarios para dirimir en el Congreso la elección del doctor socialista frente a su competidor derechista, el ingeniero y empresario Jorge Alessandri.

Fue uno de los pioneros en arrimarse a los cuarteles para empujar a los militares a un golpe de estado y negarse al acuerdo con Allende que propiciaba el cardenal Raúl Silva Henríquez, lo que habría evitado el baño de sangre y la brutalidad hipócrita que cayó sobre el país. Pero –inefable, al fin y al cabo- primero, y durante semanas, simuló negociar para salvar su imagen futura y al mismo tiempo hacer patente el deterioro de la situación política en función de la “salida golpista” que íntimamente propiciaba.

Empujó sin pausas la resolución de la Cámara de Diputados que el año 1973 caratuló de “inconstitucional” al gobierno de Allende, entregando argumentos a los golpistas que aguardaban, armas en mano, en los pasillos aledaños.

Años después de haberse producido “el pronunciamiento militar” (como gustaba a Pinochet y Merino que la prensa dijese), al que había coadyuvado de manera sibilina y solapada, inició los ataques verbales contra la dictadura -al constatar que los militares no iban a traspasar el poder mediante un llamado a elecciones en las que el PDC confiaba obtener pingües dividendos políticos- insuflando aires de democracia a un territorio que la había perdido precisamente por la negativa a defenderla, propiciada por gente como él.

Ascendido a la Presidencia de la República, borró con el codo lo escrito con su mano al afirmar que “procuraría justicia en la medida de lo posible”, echando agua sobre las brasas que comenzaban a consumir las podredumbres sitas en algunos cuarteles, salvando de esa manera el acuerdo alcanzado puertas adentro con los representantes pinochetistas en la reunión “secreta” que algunos miembros el PDC sostuvieron con ellos en octubre de 1988, una vez que el pueblo concertacionista fue mandado a paseo a las pocas horas del triunfo del NO en el plebiscito del 5 de octubre de ese mismo año. En esa reunión estuvieron presentes, entre otros, René Cortázar y Juan Pablo Arellano, los juveniles nuevos “cerebros económicos” del régimen que iba reemplazar a los uniformados.

Fueron personajes como los descritos quienes pavimentaron los patios de fusilamiento y llenaron de gasolina el estanque del helicóptero “Puma”, permitiendo una sobrevida política a los responsables civiles de la masacre; defraudaron completamente a quienes escucharon sus peroratas demagógicas, esculpieron la democracia según sus intereses coyunturales y extienden sus manos para recibir pecuniariamente la gratitud de sus antiguos adversarios, asociados hoy en la misma empresa, así como abrieron las puertas de la traición y las corruptelas otros inefables como ellos, entre quienes resulta posible encontrar  a distinguidos miembros de partidos exizquierdistas –ahora renovados y convertidos a la fe neoliberal- que demuestran cuán poco les importaron los miles de muertos y millones de decepcionados….total (eso piensan ellos), pertenecían al pueblo, a ese pueblo sumiso y abúlico que sobrevivió a otras masacres anteriores pero que se manifiesta dispuesto a apoyar con su voto y su esfuerzo a los mismos hombres que actuaron de verdugos morales.

Hoy, individuos parecidos a los descritos, en conjunto con la orilla más rancia de la derecha, intentan reverdecer el “club del miedo” que tantos éxitos les otorgó en el pasado. Para ello, cualquier cosa les parece útil. La cuestión es intentar el desprestigio de sus oponentes, aún a costa de aseveraciones e investigaciones tan burdas y ridículas como, por ejemplo, viajar al pasado escolar de sus adversarios pretendiendo descubrir en esas vidas de alumnos de Básica y de Media algún desliz que, pese a ser algo propio de los años adolescentes, puedan trastocarlo para presentarlo al público de hoy como un “gravísimo atentado a la democracia y a la paz social”.

Sin embargo, esta vez la ciudadanía se encuentra debidamente informada respecto del sedicioso y clasista quehacer que los integrantes de ese “club” tuvieron en el pasado reciente.

Esta vez la gente sabe a ciencia cierta que los integrantes de ese “club del miedo” fueron quienes degollaron la democracia en 1973, aherrojaron al pueblo en 1989 entregándolo a manos de la derecha, y formaron parte de varias “cocinas” prohijadas y estructuradas por una detestable “hermandad” durante más de una década en el actual siglo veintiuno.

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