Medio siglo de participación e interés en asuntos públicos me permite decir que nunca había conocido parlamentarios, alcaldes y concejales tan ignorantes, desinformados y carentes de competencias como los actuales.
Arturo Alejandro Muñoz
Pensé que nunca tendría la necesidad de escribir líneas como las siguientes, pero la dura realidad supera las mejores intenciones y obliga a ejecutar lo que alguna vez pensamos que sería innecesario.
Escribo columnas de opinión desde hace décadas, y creo que ellas algo han aportado para desnudar ilícitos, corruptelas y traiciones del mundo político… al menos, así lo siento.
Por otra parte, una experiencia que supera el medio siglo de participación e interés en los asuntos públicos y en la política propiamente tal, me permite decir que nunca había conocido parlamentarios tan ignorantes, incultos y desinformados como los de ahora. Doy fe que los actuales ‘honorables’ carecen de las competencias que sus cargos impetran, y en esta afirmación queda excluida la consabida frase “salvo excepciones” ya que, en estricto apego a la realidad, ninguno de los miembros de ambas cámaras del Congreso Nacional logra escapar indemne de ese universo. Súmese a ellos a la mayoría de los ediles y concejales existentes en las 345 comunas del país.
En cuanto a los parlamentarios, estos se igualan en la liviandad de sus opiniones, en el amor al dinero, a las cámaras de televisión y en el apego descontrolado a una soberbia que carece de sustento, la cual les conduce –aunque ellos aun no se percaten o se nieguen a hacerlo- a una suerte de clasismo que fluye no sólo por sus poros, sino también por sus conductas, y que es el mismo que les ha permitido traicionar a placer a sus electores para aliarse –económica y políticamente-con quienes fueron sus adversarios años atrás. Esto último sería un problema menor si tales adversarios tampoco lo fueran de quienes eligieron a esos parlamentarios que habían prometido luchar contra ellos.
Que a estos políticos los conozco (y los conozco bien) no le quepa duda, amigo lector. Por ello lanzan opiniones y exabruptos de diversos tonelajes tratando de anularme como articulista (pero nunca han negado ni desmentido uno solo de mis argumentos ni tampoco mis artículos… nunca). “Se extra limita”, “ya es demasiado”, “¿quién es el patrón de este tipo para hablar con él y callarlo de una buena vez?”, “nada le agrada, todo lo critica”, “¿pretende ser diputado, Core, senador?”. No pretendo ser nada de eso; no soy candidato a ningún cargo de representación pública… únicamente deseo seguir haciendo lo que hago y siendo quien soy.
Me resulta imposible aceptar que debo cerrar la boca ante los ilícitos, las corrupciones y las traiciones. Cuando uno se entera de ellas, ¿qué quieren los parlamentarios? ¿El silencio cómplice? ¿Que yo calle, que todos callemos? Ya no pueden ocultar sus tropelías, como lo hicieron durante décadas mediante la venia lacaya de una prensa ‘oficial’ que, hoy día, se encuentra drásticamente cuestionada por la sociedad. Las llagas de muchos diputados y senadores se exhiben públicamente merced a los diarios independientes, a los medios de información electrónicos, a las redes sociales. En política, si algo bueno tiene la tecnología ha sido descorrer el velo que cubría las inmoralidades -y delitos de alto vuelo- de muchos dirigentes de tiendas partidistas y de autoridades variopintas.
Para ser coherente con lo dicho, también he recibido algunas quejas de lectores en el mismo sentido, quienes han criticado que mi habitual conducta es la de relatar una realidad, pero sin proponer salidas. El siguiente es el ejemplo más reciente, y provino de uno de esos lectores.
<<“Entonces, ¿ qué sugiere que hagamos? Porque una cosa es vendernos la pomada de que todos somos unos burros ignorantes y unos bueyes de cansino andar, de lo cual ya nadie duda, y otra es que nos endilguen o insinúen por qué camino seguir y qué nos puede librar de esas dos tan graciosas realidades”>>
No, pues, amigo mío; si a pesar de todo lo que ha leído y experimentado, aún no tiene claro cuál debe ser su conducta y decisión, significa entonces que los articulistas y columnistas hemos fallado medio a medio, o que usted nunca entendió el fondo del asunto. Así y todo, no pretenda que sea yo quien le diga qué hacer, por quién votar, dónde participar. Esa es una responsabilidad que amerita una decisión suya, solo suya y nada más que suya. En lo que a mí respecta, me considero un mensajero, un relator que cuenta los asuntos de la polis, pero no dirige la polis. Soy como el profesor de Historia, que la relata y la enseña, pero no la hace.
Quienes necesariamente deben mostrar caminos a seguir han de ser los ciudadanos que ocupan -o esperan ocupar- cargos de representación popular, sean aquellos pertenecientes a partidos políticos o a organizaciones sociales, sindicales, poblacionales, o sean independientes propiamente tal. Esas vías requieren ser consensuadas y propuestas por una sociedad participativa, cuestión que todavía parece algo ilusorio toda vez que el consumismo desatado y el individualismo continúan campeando a placer.
Esta ya no es época de ‘iluminados’. Es la hora de las organizaciones. Hay que buscar allí la respuesta que se requiere. He aprendido que la vida no nos da lo que queremos, sólo nos entrega lo que merecemos. Y en política, lo que tenemos no es sino lo que exactamente merecemos como sociedad, y si ello es malo o es bueno, la responsabilidad es nuestra; suya, mía, de todos.