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Ecuador: conclusiones dolorosas y necesarias

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  • por Julio A. Louis

TRAMAL SUR

“La historia, implacable degolladora de sueños, solo realiza lo que es posible” (Enrique Broquen, maestro argentino de la generación de los 50 de Uruguay, en “Nosotros y nuestras circunstancias”, Revista “Nuestro Tiempo”, No.7, diciembre de 1960).  

Las revoluciones de la independencia de Hispanoamérica y de Brasil demuestran que las repúblicas hispanoamericanas son incapaces de integrarse, a diferencia de Brasil, y ninguno de los nuevos países está en condiciones de una efectiva independencia, como la consigue Estados Unidos. El pensamiento libertador- comienza siendo anticolonialista y favorable a la integración- se profundiza y convierte en antiimperialista y por fin, también se hace anticapitalista.

Vayamos a Ecuador -con rasgos comunes a los países dependientes de Nuestra América que tiene también sus singularidades. Su historia está muy vinculada a Colombia, Venezuela y Perú, y ha sufrido agresiones fronterizas de Perú y Colombia. Otro rasgo propio de los países andinos es la fuerte presencia de las etnias aborígenes, que pesan hasta el presente.  

Sus gobiernos a la largo de su historia han defendido los intereses del gran capital extranjero y de la oligarquía local. En el pasado, una excepción destacada son los gobiernos de José Eloy Alfaro,  presidente de 1895 a 1901 y de la 1906 a 1911, líder de la revolución liberal radical. Entre sus medidas importantes cuenta la separación de la Iglesia del Estado, la secularización de la enseñanza pública, la atención a la educación y a la formación de profesores, la realización de varias obras de infraestructura y comunicación, como la construcción del ferrocarril que unió a Quito y Guayaquil,  el que haya eximido del tributo territorial a los indígenas de la Costa y de la Sierra y su lucha por resucitar la idea de la Gran Colombia de Bolívar. Fue asesinado por “peligroso” para el imperialismo y las clases dominantes en 1912.  

En el siglo XXI el gobierno del presidente Rafael Correa y su llamada Revolución Ciudadana constituye otro momento trascendente en su historia. Tres veces presidente (2007-2009, 2009-2013 y 2013 -2017: reforma la Constitución inspirado en la Revolución Liberal de Eloy Alfaro y siguiendo la política del bolivarianismo. “Su mayor fortaleza se manifiesta en los informes semanales de su gestión de gobierno,  junto a ministros y principales funcionarios, se moviliza todos los sábados a diferentes lugares del Ecuador y rinde cuentas al pueblo, haciendo uso de su vocación de catedrático. Explica en detalle las diversas actividades que ha realizado y simultáneamente confronta implacablemente, “sin pelos en la lengua”, a las versiones contrarias. La lucha principal es con los medios de comunicación, que como muy bien lo repite Rafael Correa, son el verdadero partido político de la derecha y la contrarrevolución ecuatoriana, en reemplazo de los partidos políticos tradicionales de derecha que se encuentran reducidos a su mínima expresión y que, por separado, representan prácticamente casi nada.” Edmundo Vera Manz, ex embajador de Ecuador en Uruguay”

A su vez, por un mal manejo de Correa y del movimiento indígena hay una ruptura con un aliado estratégico. Los indígenas han reclamado la defensa del respeto a la naturaleza y de sus condiciones milenarias de vida. Y Correa asumió medidas represivas con leyes de la época de la persecución de la izquierda en la Nuestra América,   lo que ha traído como consecuencia que parte del movimiento indígena se oponga a Correa y ahora a Arauz.

Al final de su mandato, Ecuador sufre un terremoto, hay crisis económica y Correa entra en conflicto con las FF.AA. Sigue el gobierno de Lenin Moreno, sucesor de Correa, y según muchos “traidor” de su orientación. Sin embargo, Moreno ya había asumido posturas opuestas a las de Correa, “pragmáticas” antes de ser visto como el “sucesor”. ¿Error de Correa? Los socialistas de izquierda denuncian que Correa nunca aceptó un ministro socialista.

Ahora, en las elecciones de 2020 y 2021 Arauz es considerado el continuador de la política progresista de Correa. Y ante la eventualidad de la victoria de Arauz, el gobierno de Moreno y la Embajada de Estados Unidos se movieron procurando un golpe de Estado.  El colmo es que en el propio Palacio de Carondelet (Casa de Gobierno) el Embajador de Estados Unidos tiene una oficina permanente muy cercana al despacho presidencial. Vale leer de Katu Arkonada “Lenin Moreno y la CIA contra Andrés Arauz”. También existe preocupación de Estados Unidos, porque Ecuador es un estrecho aliado de China.

El “progresismo”

¿A qué se denomina “progresismo”? El término ha tenido diversas aplicaciones históricas. Por ejemplo, se le ha calificado así a un partido liberal español, cuya mira era el desenvolvimiento de las libertades públicas; o en Uruguay, al batllismo. En el presente continental, la acepción se refiere a los gobiernos que proceden de la izquierda, de los movimientos sociales, o agrupan al pueblo en derredor de figuras carismáticas (Uruguay, Brasil,  Argentina, Paraguay,  Bolivia, Ecuador, Venezuela, etc.). Todos surgen después que se pasó del escenario mundial bipolar (EE. UU.-URSS.)  al unipolar (EE. UU.) y del modelo capitalista keynesiano al neoliberal,  modelo nacido en Chile. Es en el Cono Sur, donde el neoliberalismo  más ha gravitado, que los gobiernos que le suceden –frutos de amplias alianzas de clases e influidos o dirigidos por sectores burgueses- gestan inicialmente una convivencia contradictoria entre la aceptación de pautas neoliberales ( respeto a la propiedad privada, a los privilegios y el estilo de vida de los burgueses, no contravención de conceptos ideológicos del gran capital, no modificación de la constitución) con orientaciones sociales, democráticas, laborales, de derechos humanos, en beneficio de los más necesitados, logros significativos para los trabajadores, pequeños propietarios y segmentos marginados de la sociedad. De allí que en una coyuntura favorable para los precios de la producción exportada se ha dado la extraña combinación de que los privilegiados nunca han ganado tanto y que los desheredados han mejorado mucho su nivel de vida. Híbrido insostenible con el avance de la crisis capitalista en la región.

Ecuador, vivió horas claves

La lucha por el gobierno siempre es importante. Y lo es la victoria del derechista Lasso, con un alto porcentaje de abstenciones, mayoritariamente procedentes de las etnias aborígenes.  Pero de la derrota de Arauz hay que sacar conclusiones dolorosas pero necesarias, porque esta derrota no termina la historia.

Tengamos en cuenta que alcanzar el gobierno es como subir un escalón es una escalera que tiene tres escalones. Los otros son el poder y la hegemonía.

El poder

El poder tiene diferentes componentes: el gobierno, el régimen, el Estado, y los organismos supranacionales. Sin distinguirlos se cae en la superficialidad pragmática o en el infantilismo ´ de izquierda’. Luchar por el gobierno es un imperativo político y ético, pero un gobierno popular no puede convivir con las instituciones asentadas para afirmar al bloque del gran capital dominante. Se impone modificar el contenido de clase del Estado (como se ha intentado en Bolivia, Ecuador o Venezuela) y no resignarse a administrar el Estado del gran capital.

El gobierno es el Poder Ejecutivo: el presidente y los ministros. El régimen son las instituciones políticas temporales –electas democráticamente o no, civiles o militares- que elaboran la política: el Poder Ejecutivo, pero también el Poder Legislativo,  las Intendencias, las Alcaldías, las Juntas Departamentales, la Corte Electoral, el Tribunal de Cuentas, los Directorios de los Entes. Por ende, el gobierno es sólo una parte del régimen, por lo que se puede acceder al gobierno sin que éste controle al régimen, como ha sucedido en diversos países.  A su vez, el régimen es sólo parte del Estado, que además del régimen, se compone de las instituciones permanentes: Fuerzas Armadas, Servicios de Inteligencia, Policía, Poder Judicial, Administración Pública. El Estado (globalmente) detenta el poder. El gobierno no impone siempre sus enfoques en el Estado, y suele ser enfrentado por instituciones de éste. Las crisis políticas estallan cuando el régimen, o más limitadamente el gobierno, choca con las instituciones permanentes, en cuyo caso, o se transforma el Estado (Cuba en 1959) o cae el régimen (Chile en 1973), o simplemente el gobierno (Paraguay en 2012). En suma, el gobierno es al Estado, lo que el volante al auto: lo guía, pero si falla el motor o los neumáticos, el volante por sí solo no garantiza la marcha. Todavía, la institucionalidad del sistema capitalista ha creado organismos supranacionales que fiscalizan a los Estados (FMI, BID, OEA, etc.).

Luchar por el gobierno es un imperativo político y ético. Pero no basta. Nos debemos preguntar: ¿gobernar para qué? ¿Puede un gobierno popular o progresista convivir con instituciones asentadas para afirmar al bloque del gran capital dominante? Los procesos revolucionarios de Bolivia, Ecuador o Venezuela, donde ha habido reformas constitucionales, modificando el contenido de clase del Estado (de Estado al servicio de la burguesía, se ha buscado convertirlo en Estado al servicio de las clases populares) prueba que no pueden. En cambio, en Chile el gobierno de la Concertación se resignó a administrar el Estado del gran capital, hasta ser barrido por la derecha ante la indiferencia de las clases populares. Destino similar ha tenido el gobierno de Lugo en Paraguay con apoyo de masas, pero sin el poder ni la hegemonía- que fue tumbado aun sin promover reformas radicales, por el mero entorpecimiento a las multinacionales, a los terratenientes y a los planes militares de EE. UU.    

Se trata pues de ganar el poder, de obtener el dominio o la autoridad para revolucionar la sociedad, para enfrentar al sistema. Pero el poder “no se toma” en un acto, como pudo pensarse en la toma de la Bastilla (1789) o del Palacio de Invierno de Petrogrado (1917). Implica una larga, perseverante y sinuosa marcha para su conquista, para lo cual se debe actuar “desde arriba” y “desde abajo”“Desde arriba” trabajando en el gobierno, las instituciones temporales del régimen, las instituciones permanentes del Estado, las instituciones supranacionales principalmente las de sustento político-ideológico emancipadoras (MERCOSUR, ALBA, UNASUR, CELAC). “Desde abajo” trabajando en las organizaciones populares: partidos, sindicatos, centros estudiantiles, comisiones barriales, cooperativas, instituciones culturales, deportivas.

En síntesis, se debe destruir a los Estados del gran capital desarticulando el poder de las clases explotadoras y erigiendo el poder de las clases explotadas, en vías de emancipación.

La hegemonía

Pero para asegurar el Poder –y no reiterar lo sucedido en la Rusia soviética, por ejemplo- es preciso conseguir la hegemonía. Es decir, el dominio ideológico, la identificación de los interesados –el haz de clases, capas y sectores populares- con el proyecto emancipador socialista. La hegemonía se obtiene partiendo de la comprensión que en todo movimiento hay sectores avanzados, medios y atrasados; la tarea de los avanzados es arrastrar a los medios y neutralizar a los atrasados para marchar con el conjunto de los interesados. Para prevalecer sobre otros, una clase, un país,  una etnia, un partido, una iglesia, etc., se necesita dos instrumentos: el poder y la capacidad de convencer, de penetrar con las ideas y valores del sujeto dominante a los dominados, esto es, la hegemonía

La teoría de los “dos pasos”

Immanuel Wallerstein, destacado intelectual estadounidense contemporáneo,  realiza una valoración crítica de erróneas afirmaciones del marxismo acerca de las crisis del capitalismo, así como de la concepción que denomina de “los dos pasos”.

Sigamos su razonamiento. “¿En qué estaba mal la estrategia que la izquierda mundial desarrolló a lo largo del siglo XIX? [Y del XX, podría agregarse]. Debió estarlo en muchos aspectos, pues la estrategia no fue exitosa. La pieza central de la estrategia global fue el concepto de “los dos pasos”: primero obtener el poder del Estado, transformar el mundo después. Esta secuencia tenía sentido en la medida en que el control de la maquinaria estatal parecía el único camino para superar el acumulado poder económico y cultural de los estratos privilegiados, y la única forma de asegurar la construcción- y la conservación frente a los contraataques- del nuevo tipo de instituciones.” (“La decadencia del poder estadounidense”)  

   Admite que “de hecho no había un camino alternativo en tanto estuviera operando dentro del ámbito del sistema-mundo capitalista que gozaba todavía de una situación básicamente estable.” (Reténgase que “gozaba todavía de una situación básicamente estable” que ya no goza). Por otra parte, “cualquier otro camino hacia la transformación social parecía utópico” pues “cada vez que se probaron, se toparon con un agresivo contraataque y con la supresión final.”  

Esa estrategia fracasó “porque logrado el primer paso –y de hecho se logró en gran número de países- el nuevo régimen no pareció tener la capacidad para dar el segundo.”  Ello redunda “en el desencanto con la Vieja Izquierda”. “¿Pero por qué flaquean los movimientos en el segundo paso?” “Durante mucho tiempo se sostuvo que […] era porque la dirigencia había `traicionado’ la causa y se había `vendido’”. Idea que estima “estéril” y que “resulta paralizante”.

   Y prosigue: “Es verdad que algunos dirigentes colocan la ambición personal por encima de los principios que proclaman, del mismo modo en que ciertas personas comunes y corrientes no parecen creer en los mismos principios en los que muchos (casi todos) de los suyos creen. Sin embargo, la pregunta es: ¿por qué prevalece esa gente?”  

Para él “El problema básico no es ético o psicológico, sino estructural. Los Estados en el interior del sistema-mundo capitalista tienen un poder enorme, pero sencillamente no son todopoderosos. Quienes están en el poder no pueden hacer todo lo que quieren y a pesar de ello seguir en el poder. Quienes están en el poder están de hecho bastante limitados por todo tipo de instituciones y en especial por el sistema interestatal.” (Los subrayados son del autor de este artículo).

Considera que los tres tipos de movimientos que juzga anti-sistémicos, el comunista, la socialdemocracia y los movimientos de liberación nacional, se han visto limitados después que dan algunos pasos. Y esto es producto de que no han conseguido la hegemonía. Es decir -reitero- el dominio ideológico, la identificación de los interesados – haz de clases, capas y sectores populares-con el proyecto emancipador socialista.                          

La hegemonía se obtiene partiendo de la comprensión que en todo movimiento hay sectores avanzados, medios y atrasados; la tarea de los avanzados es arrastrar a los medios y neutralizar a los atrasados para marchar con el conjunto de los interesados. La capacidad de convicción (hegemonía) reside en parte en el Estado, principalmente a través de la educación, pero además en lo que Gramsci denomina “la sociedad civil”, o sea la red de instituciones culturales, partidos, sindicatos, cooperativas, iglesias, medios de comunicación, etc., representativas del pueblo.  

En el sistema capitalista –con la burguesía usufructuando del poder y de la hegemonía- la clase trabajadora para conseguir la hegemonía debe prepararse, resistir, afirmar un polo contendiente en la batalla de ideas, una contra-hegemonía. Para esa tarea necesita su intelectualidad, que se expresa por sus componentes individuales y uno colectivo, la herramienta política, el partido.  

El bloque dominante impone con el modelo neoliberal y la hegemonía imperial el más grosero individualismo. No considerar esta evidencia conduce a análisis irreales.  

Por consiguiente, la cuestión de la hegemonía se relaciona con la cuestión del poder. Trabajar por la revolución, ante todo y por sobre todo en nuestro tiempo, es batalla de ideas, convencer a las mayorías explotadas y oprimidas, educarlas y capacitarlas para llevar adelante los programas que las expresan, sin lo cual la pretensión de “tomar el poder” sería una empresa inútil. No hay hegemonía de una clase u otra categoría social sin que ella apareje la conquista del poder; y no hay poder que valga, si no se afirma en el convencimiento mayoritario de las bondades propuestas por sus detentadores. Por eso el valor de la participación democrática. Y el valor de la imposición de la autoridad. Cuando ésta se ejerce sobreviene la reacción violenta de la burguesía; por ejemplo,  cuando el Estado pauta las directivas de los medios de comunicación, vehículos principales de hegemonía, transmisores de la ideología alienante del gran capital trasnacional, dirigida a embrutecer a las grandes mayorías. También los gobiernos tienen que ejercer su autoridad sin recelos contra los elementos anti-sociales (víctimas del sistema, y victimarios del pueblo) y contra los delincuentes militares o civiles al servicio del gran capital.    

Emir Sader describe una dura verdad: “La influencia ideológica de los Estados Unidos encarna, por el contrario, un caso típico de hegemonía en el sentido gramsciano del concepto, que se refleja en la capacidad de convicción, de persuasión, de fascinación, de adopción de los valores del modo de vida norteamericano. En el caso de las poblaciones pobres, los síntomas de la inducción de los valores estadounidenses son la atracción por el consumo de marcas, Mc Donald´s, Internet (…)” – “La utopía son los shoppings centers” ((ibidem, páginas 61 y 63).

Los intelectuales al servicio de los trabajadores

Con el vertiginoso desarrollo científico-técnico de la civilización contemporánea, los trabajadores tienden a que pese más su actividad intelectual con relación a la manual o física. La clase se eleva en calidad por su nivel de instrucción, capacitación técnica, teórica o cultural. La separación entre trabajador intelectual y manual es cada vez más difusa, porque aún en las tareas menos calificadas la función intelectual se desarrolla. Por el contrario, el abismo es más profundo con los marginados desvinculados de actividades laborales. Pero no todos los trabajadores tienen la función de intelectuales. Éstos son los trabajadores que venden su fuerza de trabajo por un salario, pero que ejercen una función trascendente en la formación y reproducción ideológica.

Los intelectuales se distinguen entre sí en tanto expresan aspiraciones y necesidades de clases o categorías sociales diferentes o directamente opuestas, con el fin de elaborar una conciencia de sí y de persuadir de sus virtudes a otras clases o categorías (etnias, naciones, religiones, etc.). El clero es una intelectualidad superviviente de antiguas clases dominantes, tardíamente avenida en occidente a la hegemonía de la burguesía. La intelectualidad laica fundamenta la estabilidad del orden burgués (hoy trasnacional) en nombre de principios “superiores” tales como los de libertad o propiedad, entendidos a su manera. Su presencia es bien considerada en la academia o en los medios de comunicación masiva por su función conservadora o reaccionaria, aunque ninguno de esos intelectuales reconocerá que es un servidor del sistema capitalista, funcional a sus designios. Distinto es el rol de la intelectualidad al servicio de las clases populares por la finalidad perseguida, puesto que su elaboración ideológica y política trabaja por la contra-hegemonía de esas clases. Por ende, es indeseable para el sistema y molesta, muchas veces, a los dirigentes de su misma clase.

El materialismo dialéctico ha aportado para definir el perfil de este intelectual al servicio de los trabajadores y de sus aliados. Valora que debe inmiscuirse activamente en la vida de su clase o bloque de clases, construyendo, organizando, persuadiendo. Son quienes –expresadas con la palabras y poesía de José Martí- dicen que “con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar”. Esos intelectuales son filósofos, docentes, artistas, periodistas, profesionales, expertos científicos, técnicos, etc. Mas poseen una concepción que liga la teoría y la práctica (praxis) de modo que les permite pasar toda vez que se les requiere, de la condición de “especialistas” a la de cuadros políticos, entendiendo por tales, como sostuvo el Che, a dirigentes de alto nivel. En síntesis: el intelectual al servicio de los trabajadores y de las clases populares es un especialista en algún área del conocimiento y un político práctico.

La herramienta partidaria

Sin embargo, no alcanza con la adhesión individual de intelectuales a la lucha de los trabajadores y de los explotados; es necesaria la herramienta política, que obre como intelectual colectivo. Es el Partido de los trabajadores y del pueblo, compuesto de trabajadores manuales (la mayoría) y de trabajadores intelectuales, así como de personas de otras clases, capas y sectores populares. A nivel mundial,  la izquierda muestra confusión ideológica y diversidad política sin precedentes.

De todos modos, será con fuerzas socialistas, más los militantes sin partido dispuestos, que deberá construirse un Bloque Socialista, que oficie de intelectual colectivo, de vanguardia, hasta devenir en un auténtico Partido de los Trabajadores.  A partir de esa afirmación, debe apelarse a la diferenciación de Lenin entre los conceptos de revolución en sentido amplio y revolución en sentido estricto. En sentido amplio implica transformaciones profundas de las estructuras (económicas, sociales, políticas, culturales) para las cuales el espacio es mundial y el tiempo comprende toda una época histórica. No es ni “acá” ni “ya”. En sentido estricto define la conquista del poder por los trabajadores y sus aliados dispuestos a la construcción socialista; el espacio es nacional o estatal y el tiempo se reduce a un período históricamente breve. En los maestros fundadores la diferencia ni fue considerada porque aun cuando pensaban en la posibilidad de la victoria en tal o cual país –y utilizaran el concepto en sentido estricto- nunca se habían planteado que la revolución quedara aislada en un espacio nacional o estatal por un tiempo prolongado. Sólo Lenin comprende la contradicción que angustia el final de su vida.   

Para iniciar esa construcción nos parece que las condiciones básicas, simultáneas e inter-relacionadas, son el desarrollo de las fuerzas productivas en pos de  alcanzar a las economías capitalistas centrales, conservando férreamente la soberanía, e impidiendo tratados de inversiones o de “libre comercio” que subordinen a los estados firmantes a las normativas del FMI, Banco Mundial, etc.; la construcción de bloques supra-nacionales de Estados en relación a los actuales Estados nacionales, que potencien la construcción económica, social, política, militar, cultural, en tanto sean barreras más eficaces contra el poder del gran capital trasnacional; el incentivo a formas diversas de producción social (cooperativas, empresas autogestionadas,  comunitarias, micro, pequeñas y hasta medianas empresas); el fortalecimiento de la propiedad y la gestión estatal; el fomento de la planificación local, nacional,  regional;  la batalla ideológica en pos de una nueva hegemonía, solidaria, socialista; y la promoción de Estados democráticos de nuevo tipo, en manos de las clases populares, tanto a nivel de las decisiones generales como de las particulares, de índole productiva, educativa, social, etc.

Eso es iniciar la larga marcha al socialismo, siendo conscientes los trabajadores y explotados que no estamos en condiciones de vencer plenamente, pero sí de ir obteniendo victorias que nos aproximen a la meta final. El socialismo es incompatible con la miseria y con la ignorancia. A no desesperarse, a ser conscientes de nuestras limitaciones, teniendo en claro que por delante se presenta una etapa lenta, de avance gradual, de resistencia activa y también de retrocesos. Que, como toda etapa de este signo, plasmará en un salto cualitativo, de avance veloz, potente, por la sencilla razón de que el socialismo no está muerto, sigue teniendo razón de ser, y vencerá al capitalismo a través de la revolución.  Porque el empobrecimiento se agrava en el capitalismo, sistema, en el cual un niño muere cada pocos segundos de desnutrición. Y porque todo nuevo modo de producción portador de transformaciones positivas para las grandes masas acaba imponiéndose en el curso histórico. La opción al socialismo ya no es la barbarie como pensara Rosa Luxemburgo, sino la extinción de la especie humana, como anticipa la pandemia iniciada en el 2020.

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