Por Alejandro Masmar
Lo expresado en este artículo es de
exclusiva responsabilidad del autor
A modo de introducción
Aunque la historia este escrita por un investigador, un protagonista o un testigo, siempre encontrara dificultades para calzar al cien por ciento con la realidad de los hechos. Cualquiera sea el relato, inevitablemente tendrá influencias de percepción, interpretación, intereses, visión parcial, ideología o filtro cultural del autor. Una vez dicho lo anterior me acuso de ser protagonista y testigo de solo una parte de lo ocurrido con el Canto Popular en la década del setenta. Y, mi relato, será uno de tantos que se han escrito y que confío se continúen escribiendo, con omisiones o imprecisiones, dada la inmensa cantidad de experiencias vividas en todo el país, propios de una época convulsionada y de resistencia activa a la exclusión a que nos vimos enfrentados.
Parte I
Al iniciarse la década de los setenta el Canto Popular se encuentra en su periodo de mayor efervescencia y desarrollo. También conocido como Nueva Canción Chilena se venía incubando desde mediados de los sesenta y nace como una propuesta a otro movimiento que se iniciara exitosamente a fines del 50 y principios del 60, el Neo Folclor. La diferencia entre estos dos formatos, manteniendo ambos bases musicales inspirados en la misma raíz, radica en que el Neo folclor, en su temática principal prioriza las alabanzas al paisaje y a los aspectos cotidianos de la zona rural, en cambio el Canto Nuevo destaca en el centro de su creación, al hombre y su problemática, incorporando además la utilización de instrumentos con identidad latinoamericana. Una gran pionera en esto fue Violeta Parra al introducir el Cuatro Venezolano en alguna de sus creaciones. La Nueva Canción Chilena alcanza un enorme desarrollo con destacados exponentes y rápidamente ocupa un lugar primordial en la actividad musical de la época. Convoca, además, un numeroso contingente de cultores atraídos por esta nueva identidad latinoamericanista. Esto sucede porque se logra romper -en cierta medida- con la tradicional apatía de los medios de difusión radial y televisivo y, en parte, a la proliferación de actividades artísticas en las universidades y poblaciones. Pero todavía escaseaban los lugares fijos donde el público pudiera apreciar este quehacer. Podemos mencionar La Peña de Los Parra, en Carmen 340, La Peña Chile Ríe y Canta, en Alonso Ovalle 755 y La Peña Chilena, en calle Londres 69. Además de unos cuantos lugares diseminados en ciudades como Valparaíso, Chillán, Temuco y Antofagasta, entre otras. Sin embargo, a poco andar, de pronto se apagan las luces, se rompe un sueño y, con la llegada del régimen militar se pone fin al avance en el desarrollo integral de la Nueva Canción Chilena. Se cierran las puertas de los medios de difusión y se clausuran los locales donde se exponía. Algunos cultores continúan su desarrollo en forma exitosa en el exterior y los del interior quedan a merced de la ya tristemente conocida contingencia nacional.
Mientras que las radios bombardeaban a sus radioescuchas con lo que imponían los sellos extranjeros y una pizca de la Nueva ola y del Neo Folclor, en nosotros comienza a crecer la inquietud por reencontrar el camino. Los pocos que quedaban junto a la nueva camada de cantores que había empezado surgir en la época de esplendor intentan una y otra vez conseguir espacios físicos donde dar luz a una nueva etapa, para seguir creciendo, creando; es así como recuerdo las primeras actividades que a inicios del año 1974 realizamos en el Teatro Roma, de calle San Diego, y luego en el club Peruano, en calle Mac Iver. El hambre de cantar y también el de la subsistencia, nos hacia buscar y buscar al límite de la desesperanza pero nunca abatidos. Una noche que salíamos de la Federación de la Construcción ubicada en calle Vergara junto a Gustavo Ericksen, divisamos un Restorán en una casa antigua, recién refaccionada, de estilo criollo en el pasaje Dr. Moore 1910, a una cuadra de Alameda por Vergara, llamado “El Fogón”. Entramos y conversamos con los dueños Leiva-Martinez –luego de un tira y afloja- los convencimos de intentar poner música folclórica en vivo; a la semana estábamos cantándole a los parroquianos, al principio con la preocupación de los dueños pues no tenían en sus planes disponer de gasto en artistas. Pero, la recepción fue tan buena y, notando el aumento de público, se entusiasmaron, lo que se tradujo que al poco tiempo comenzamos a introducir sutilmente y de vez en cuando a otros cantores, entre ellos; Richard Rojas y Ester González, Nano Acevedo y Capri, Julio Serey. No obstante el público era demasiado heterogéneo y algunos clientes con influencia -proclives al régimen imperante- nos hicieron pasar más de algún mal rato en alguna oportunidad, llamando a las patrullas de militares para que nos detuvieran al interior del local, lo que se tradujo en una suerte de temor de los Leiva-Martínez que cambiaron rumbo estableciendo un show bailable y anulando nuestro proyecto y aspiraciones.
Ese lapso permitió dar impulso a otras iniciativas como la Peña Doña Javiera y La Picá, -a las que me referiré en forma independiente más adelante- pues al poco tiempo y por insistencia de la mayoría de los clientes asiduos al Fogón exigieron el retorno del folclor, por lo que me mandaron llamar, me ofrecieron la dirección artística y reinauguramos con bombos y platillos esta nueva etapa, cubriendo de lunes a viernes Gustavo Eriksen y yo. El contar con más recursos permitió crear una nueva fuente laboral para otros artistas y nuevos valores, los días viernes y sábado, dentro de los cuales se cuentan el Grupo Manantial, Richard Rojas y Ester González, Los Zunchos, Conjunto Yaguarkolla y un conjunto rancaguino que venía de ganar el Festival de la Canción del Cobre en Rancagua y el de San Javier de Loncomilla llamado Conjunto Tacora.
El Fogón, si bien no era una Peña, podemos afirmar que se constituyo en la primera fuente laboral estable para los vetados artistas del Canto Nuevo. Con la excepción de Tito Fernández y Jorge Yáñez, dado que siendo sus temáticas universales y menos atingentes, fueron de los pocos que lograron ser solicitados en distintos locales de espectáculos a través de Chile. En esta primera etapa ni siquiera se salvaron los que no estaban vetados, los grupos de “Folklore de Salón” (es decir los de exportación) y el Neo Folklore, pues si bien disponían de una gran cantidad de locales con espectáculo, destinados al turismo, como restaurantes de hoteles 4 estrellas, El Pollo Dorado, La Taberna Capri y El Alero de los de Ramón, entre otros, existía el problema del toque de queda que les hizo mermar la afluencia de público.
Las invitaciones a cantar a las universidades, poblaciones o sindicatos solucionaban solo en parte la sed de creación y la necesidad de mostrarse. Los grupos cuyos integrantes eran jóvenes estudiantes o que disponían de otra fuente laboral, lograron adaptarse y continuar su desarrollo. Sin embargo para quienes vivían exclusivamente de este quehacer era una carga pesada puesto que la mayoría de estos actos eran solidarios –sin remuneración- y no lograban satisfacer la necesidad urgente de comer. Por tanto la búsqueda constante de un lugar adecuado y con un público propio se constituyo en el objetivo primordial. Buscábamos un público que fuera a disfrutar de la música y el canto y que concediera un lugar secundario a la satisfacción gastronómica. Esto fue muy difícil de conseguir pues no existían inversionistas a quienes entusiasmara la idea de instalarse con un local de esas características. Los escasos interesados dudaban que eso atrajera el público suficiente para sostener los gastos de funcionamiento, además del riesgo latente de ser clausurados. La solución partía entonces por encontrar algo que permitiera la autogestión.
Parte II
Renaciendo de las cenizas
Por un lado el anhelo creador seguía vivo, muchísima gente continuaba escribiendo y componiendo canciones y por otra parte, las condiciones que la Dictadura imponía al país eran una camisa de fuerza que nos asfixiaba. Y no fuimos pocos los que desplegábamos esfuerzos para desprendernos de las amarras represivas del sistema. Sentíamos en carne propia que atentaban contra la naturaleza misma del canto y veíamos –preocupados- que se nos estaba privando de algo tan primordial como la voz. La voz es todo lo que tiene un cantante. Resultaba imperioso disponer de escenarios y debíamos guardar las precauciones necesarias para no fallar al primer intento. Durante 1975 se realizaron incesantes esfuerzos, a distintos niveles, para crear un espacio para el canto; mientras en un lugar se formo una Cooperativa para abrir un restaurante-peña, por otro lado el canta autor Nano Acevedo lograba al fin llegar a un acuerdo comercial con el restaurante El Mundo, ubicado en San Diego, frente al teatro Caupolicán. La formula era simple: el restaurante vendía sus productos y los artistas recibían el importe de las entradas. La estrategia final consistió entonces en buscar restoranes que dispusieran de un espacio libre y que tuvieran poca clientela de forma tal que se motivaran por el aumento de los ingresos, sin verse obligados a efectuar una inversión extra. En el segundo piso disponían de un amplio espacio que llevaban tiempo sin utilizar: Ahí nació la primera peña post-golpe: Doña Javiera. Se armó un entusiasta equipo de trabajo, que poniendo manos a la obra, logró convertir aquello en un lugar íntimo y acogedor. Y, para efectos de imagen se le dio el nombre de “Casa Folklórica Doña Javiera”. Los cantores nos turnábamos semanalmente para formar parte de un elenco que se fue masificando con el tiempo. Recuerdo ahora, en el elenco estable, al propio Nano Acevedo, Capri, Mario Fontana, Isabel Aldunate, Pedro Yañez, Dúo Semilla, Conjunto Tradición, Alfredo Labbé y Carlos Arriagada. En forma esporádica al Barroco Andino, Los Curacas, Leo Vallejos, Margot Loyola, Gabriela Pizarro, Eduardo Peralta, etc.
La noticia rápidamente corrió de boca en boca y, de pronto, nos vimos inundados por un público ávido de recibir este alimento para el ánimo. Y comprobamos, sin pretender, que a la peña acudía un público diverso, variopinto, increíble. Entre los asiduos había estudiantes, trabajadores, intelectuales, y no faltaba el curadito perdido o la juventud curiosa y en buena onda del barrio alto que encontraba como aventurero ir a un lugar de esas características. Siempre recuerdo a dos hermosas y simpáticas hermanas, asiduas a la peña, que un día llegaron con una amiga que se entusiasmo con el ambiente y nos preguntó “si a la semana siguiente podía traer a su papá”. La respuesta era obvia: le dijimos que no había ningún inconveniente pues el espectáculo era tanto para jóvenes como adultos. A la semana siguiente aparecieron acompañadas del papá de la amiga justo en el momento que Nano Acevedo y yo habíamos subido a hacer una muestra de payas entre los dos, cuando miramos a la mesa nos dimos cuenta que era nada menos que Fernando Léniz, Ministro de Economía de la época, de modo que, con mucha soltura y valentía, los versos y bromas contenidos en las payas lo tuvieron de protagonista, con el cuidado eso si de no sobrepasarnos y comprometer la sobrevivencia de la casa que había logrado abrir un escenario disponible para tantos creadores y cultores.
Desde este inicio y a futuro las peñas se transformarían en una fuente inagotable de cantores a la que recurrían dirigentes de organizaciones sociales, culturales, poblacionales y sindicales para sus eventos, quienes en forma anónima y lentamente iban germinando el renacer.
A los pocos días en otro lugar de Santiago se abría el Restorán-Peña “La Picá”. Era propiedad de una cooperativa que esperaba redituar su diseño estético y desde su inicio estuvo orientado a la captación de turistas. Mesas y sillas de madera, color quemado, con manteles rojos, cubremanteles blancos y velas. Ofrecía un espectáculo blanco, menos comprometido, aunque sus exponentes lo fueran. De modo que quienes venían de otras peñas debían modificar su pauta de canciones.
Parte de esta sociedad cooperativa era Marisa Pastor que había integrado el Grupo Rauquén quien toma la dirección artística en sus primeros años. Tal vez por problemas de ubicación geográfica o de organización interna no obtuvo el auge que se esperaba. A fines del año 76 y, aprovechando que me encontraba en un retiro obligado, me solicitaron tomar la dirección artística, la que desempeñe por algunos meses sin mayores resultados. Se continuó, por decisión de la cooperativa, con la política de mantener un elenco con cierta convocatoria asegurándoles un ingreso fijo, pero las finanzas deterioradas no permitieron la holgura necesaria para su funcionamiento. Sin embargo no dejó de ser un aporte a la difusión del folclor pues dentro del elenco que rotaba por el local se dio importancia a grupos de proyección folclórica como el Conjunto Alhué, el Grupo Folklórico La Rancha y el Grupo de Cantores y Bailarines Populares Paillal. Entre los solistas estaban Julio Serey, Jorge Yañez, Margot Loyola y el Negro Medel junto a muchos otros.
A los pocos meses y después de una gira por el sur de Chile, Alejandro González -que era el nombre artístico que usaba en ese tiempo aprovechando que me lo habían sugerido mis padres al momento de nacer- y el Conjunto Yaguarkolla, nos propusimos abrir un nuevo centro de difusión. Una peña situada en un lugar céntrico. Buscando y hablando con amigos que colaboraron con entusiasmo como Don Jorge Farias y Arturo San Martín, dimos con el Restaurante “El Hoyo de Arriba” ubicado en la Galería Pacífico en Monjitas con San Antonio. También contaba con un segundo piso sin uso y llegamos al mismo acuerdo comercial. Con el trabajo abnegado de muchos, pintamos las paredes de blanco, se armo un escenario amplio, colgamos una red de pescadores en la muralla, un yugo y se construye una réplica de la iglesia de Parinacota en una columna que se encontraba al medio del recinto hecha por los jóvenes pintores Pedro Sepúlveda, Pancho Sazo, Fernando Manríquez, Christina Benavente y Julio Jacob. Mención especial merece el sistema de iluminación que contó con el ingenio y creatividad de Héctor González que era nuestro fotógrafo oficial y hoy un gran exponente gráfico, el que con unos tarros de leche nido a los que se les soldó unas latas guías y papel celofán de distintos colores hizo los focos para el escenario. Lo más magistral fue una mesa de control hecha de madera la que contaba con un reostáto artesanal que consistía en 3 tarros aislados con goma de cámara de neumático, a los que se le ponía agua (antes de conectar el sistema) y, en el fondo, tenían un pedacito de hierro conectado a un cable a modo de polo eléctrico y por otro lado una tuerca también conectada a un cable a modo de otro polo eléctrico y se manejaba con un palo; cuando la tuerca estaba en la superficie del agua bajaba la intensidad de la luz y cuando la tuerca bajaba, acercándose al otro polo, subía la intensidad de los focos.
De este modo nace la segunda peña en el centro de Santiago, la llamamos Peña La Fragua. Y para efectos de promoción se le dio el nombre de “Centro de Difusión folclórica La Fragua”. Nos planteamos una estrategia publicitaría, visitamos algunos periódicos, hablamos de «una proyección folclórica de mayor relevancía» y, con la permanente colaboración de Miguel Davagnino de Radio Chilena, Sergio Campos de Radio Cooperativa y Jerko Kromic de Radio Carrera, invitamos a la inauguración de La Fragua.
Nuestro esfuerzo y entusiasmo se vio recompensado: desde el primer día un público numeroso y emocionado visito nuestro local, para alegría de quienes se cobijaron en este alero. Lamentablemente por un lado y afortunadamente por otro, a los dos meses dejamos el Hoyo por diferencias con el dueño del restorán y nos trasladamos al segundo piso de la Casa Colorada, en calle Merced. Que ofrecía más amplitud y mayor comodidad a los visitantes.
Aparte de nosotros inicialmente formaban parte del elenco de rotación semanal, el Conjunto Manantial, Los Zunchos, El Duo Lonqui de Richard Rojas, Julio Serey, El Piojo Salinas, el Duo Humanaya, Los Crismas, el Conjunto Fumol y Angelica Capra; luego se fueron integrando más y mas cantores, que a decir verdad era una suerte de posta entre las peñas, pues estaban una semana acá y otra semana allá, el Tio Roberto Parra, Catalina Rojas, Dióscoro Rojas, Tilusa, Gastón Guzmán Quelentaro, Lilia Santo, Nora Blanco, Ana Maria Miranda, El Tio Lalo Parra, Gabriela Pizarro, Rolando Escobar, Ricardo Larenas, Leo Vallejos, Leo Sequeida, Clara Dominguez, Cesar Palacios, Nelson Álvarez “El Canela” y Jack Brown, un viejo hermoso, que nos deleitaba con melodias brasileiras y el ritmo del foxtrox que salía de su vieja guitarra. Desde la primera semana hubo una respuesta masiva a los espectáculos. Lo mismo ocurría en Doña Javiera, y en las distintas peñas que nacerían posteriormente. Pues la canción comenzó a cumplir una funciona aglutinadora y de reencuentro entre la gente golpeada por los acontecimientos diarios en el país, necesitando un momento de desahogo y también de identificación en un ambiente de intereses comunes.
El fin de una temporada
Hoy, transcurridos más de treinta cinco años, es de todos conocido que también existía otro tipo de público. Eran “clientes asiduos”, encargados de informar al régimen de nuestras actividades. Y un día ocurrió lo inevitable. Entre en contacto con la cara oculta del régimen. Sucedió un sábado a fines de Julio del 76. Invitado por el Liceo Darío Salas concurrí a un acto artístico Cultural que se efectuaría en el Aula Magna de la Escuela de Artes y Oficios de la Universidad Técnica. Casi al término del evento llegaron 4 micros de carabineros, y procedieron a detener a todos los asistentes. Para mí reservaban un tratamiento especial. Me aislaron en un radio patrulla; sindicado como el más peligroso. A llegar la madrugada –sin mediar ningún interrogatorio- me pusieron en libertad. El día lunes siguiente, al entrar como de costumbre a la Peña, reconocí –parados a cada lado de la puerta de ingreso- a dos de los civiles que me habían detenido la noche del sábado. Subí a las dependencias del local, intuyendo lo que se venía, me preocupe de entregar algunas instrucciones. Me encontraba en eso cuando aparecen por las escaleras y en cuestión de segundos me arrestan, me colocan una cinta adhesiva sobre los párpados y me vendan. Me llevaron a un centro de reclusión clandestino, donde permaneci esposado a una cama día y noche. Me interrogaban sobre ciertas canciones -no eran las que había cantado en el acto de la universidad- se trataba de temas que solía interpretar en la Peña. Ahí caí en cuenta que estaba detenido no por el acto cultural, sino por mis labores en la Peña. Demostraban tener muchísimo conocimiento de mis actividades, la cual había sido recolectada por esos “clientes asiduos”, a quienes en más de una ocasión estreche la mano. Me preocupaba saber cuál sería mi destino, pues solo dos semanas atrás, los organismos de inteligencia había detenido a Darío Miranda, encargado del Depto. Cultural de la CUT Juvenil y a Jorge Solovera, Concertista Clásico de Guitarra,- ambos aun desaparecidos– y junto a quienes integre un equipo de trabajo cultural a fines del 73, un equipo al que además pertenecían: Patricio Solovera, Leticia Carvajal, Pedro Yañez, Nano Acevedo y Gustavo Ericksen y cuyo propósito era llevar el canto y la música a los sindicatos alicaídos de las Federaciones de la Construcción, Minera, del Metal y Ranquil. Afortunadamente ciertas discrepancias o rivalidades entre los organismos de seguridad -tal vez- me salvaron la vida. Sucedió que al tercer día me solicitaron desde Villa Grimaldi –un centro según se sabe hoy del que muy pocos salieron con vida- Pero mis captores me enviaron a Cuatro Álamos. En ese lugar permanecí incomunicado 11 días más, antes de que me trasladaran en libre plática a Tres Álamos. Donde fui recibido con el grito de ¡¡Recepción!! El primer abrazo fue de mi amigo Manuel Guerrero quien me invitó a integrarme a su “carreta” a la que pertenecí hasta el 18 de Septiembre, fecha en que fui liberado por amnistía junto a una cincuentena de presos. Otros que también vivieron amedrentamiento del gobierno, aunque sin reclusión, fueron Nano Tamayo también en la época de La Fragua y Nano Acevedo quien fue “citado” al Ministerio de Defensa y , al final de la entrevista un Coronel le dijo: “Mira p’a que no hablen más de detenidos desaparecidos vamos a dejar a los muertos en la Alameda con el carné de identidad metido en el hocico”… ¡¡Plop!!
A la semana siguiente de salir libre retomé mis actividades en La Fragua, pero a los dos meses, noté por casualidad, que me habían puesto un punto fijo, abajo a la entrada del local. El “agente” al saberse “descubierto” subió patudamente, se identificó, y nos informó cual era su misión. A partir de ese momento se transformó en un cliente cotidiano, que además recibía las atenciones -sumisas y temerosas- de los dueños del restorán: lo atendían gratuitamente. Entonces decidí terminar con mi permanencia en la peña, y retirarme de la actividad, para no exponer al público asistente que ignoraba esta situación.
El Canto Nuevo III
También sucede a partir de ese periodo –y continuara en los años siguientes-, que se intensifica el hostigamiento hacia las peñas y/o a los cantores como con el cantautor y payador Pedro Yáñez que, al igual que antes con Nano Acevedo, recibe una citación para presentarse al Ministerio de Defensa donde es amenazado de muerte por burlarse de la autoridad. Y en los días siguientes comienzan a producirse distintas formas de amedrentamiento como el apedreo de los ventanales de la peña Doña Javiera; la irrupción con lanzamiento de elementos químicos en la Peña El Cantor y una bomba instalada y explosionada en las puertas de la Casona de San Isidro en su segundo domicilio de Av. España. Lo mismo sucedería a la Peña Kamarundi, poco después. Es fácil comprender que esto tenía un impacto y traía consecuencias. No era menor el pánico que causaba entre el público asistente; presenciar estos sucesos. Entre los cantores y conjuntos engendraba cierto temor, pero eran el signo de los tiempos que corrían y ese era el costo que se debía pagar, así lo apreciaban en una suerte de valentía romántica para algunos y conciencia consecuente para otros. El asunto es que a pesar del temor continuaban subiéndose a los escenarios y continuaban cantando; defendían el derecho a expresarse, a crear y, a exponer sus creaciones o interpretaciones, todo esto con el agravante además de las precarias condiciones técnicas de que se disponía. No obstante es en este periodo 1976-1980 en que este canto comienza a recibir el nombre de “Canto Nuevo” luego que Ricardo García acuñara tal título para referirse a lo que ya se vislumbraba como un movimiento. Cabe señalar, no obstante, que ya existía una peña y un grupo musical con ese nombre.
Estaba también por un lado -a medida que transcurría el tiempo-, la demanda de un vasto público que perdía el temor y se atrevía a más, de modo que la gente que acudía a las peñas iba en constante aumento. Existía un hambre de estas instancias y, por otro lado, había también cada día mas cantores y grupos dispuestos a mostrar su trabajo. Y a todos estos factores debemos agregar la necesidad de satisfacer sus requerimientos básicos de supervivencia: Este era el motor que conducía a multiplicar la oferta y es así como un ala de La Fragua, al cambiarse a la Casa Colorada, se desprendió y formó otro centro que se ubicaría en la calle Teatinos 657 con el nombre de “Peña La Parra”. Al inicio se forma a modo de colectivo de autogestión que asume las responsabilidades musicales y de servicios y cuya dirección artística queda en manos de Pancho Caucamán, cantautor, quien a la vez era director del Grupo Manantial. La arquitectura de la vieja casa ayudaba a crear un clima muy íntimo, casi como secreto pues además ese sector de Teatinos era un tanto oscuro y solitario lo que otorgaba una ambiente especial desde la llegada. En su interior el silencio era roto solo por el canto y la poesía que también estuvo presente. En ese lugar se podía escuchar las voces del Grupo Manantial, Lucho Roa, Néstor Yaikin, Antonio Cadima, Daniel Tillerías. Tomás Figueroa, Conjunto Los Melódicos, Claudia Céspedes, Hernán Macpherson, Antonio Ibarra, Conjunto Huentelauquen, Arcel Angulo, Luis Sepúlveda, Leo Sequeida, Alejandro Hermosilla y Rebeca Godoy que fue “descubierta” por Caucamán en la Peña La Siembra.
Algunos meses más tarde -dificultades y diferencias internas de la organización- rompieron el esquema inicial y provocaron el alejamiento de Pancho Caucamán, lo que dio origen a una nueva versión llamada “Peña La Casa del Cantor”, comandada en un principio por Toño Cadima – quien era cofundador de la peña original- La nueva Casa del Cantor funcionó hasta que fue clausurada por el Depto de Salud de la Municipalidad, entonces gracias a la oportuna intervención de Jaime Cavada –un entusiasta amigo del folclor- que invirtió recursos económicos para su reapertura y funcionamiento dejando a Nano Tamayo en la dirección artística. Esta peña tampoco estuvo a salvo de ataques y agresiones; cierta noche que el espectáculo funcionaba normalmente de pronto las puertas de la calle se abren con gran estrepito y lanzan una bomba de olor, con vapores químicos que se dispersan en el aire oscuro e íntimo del local. Quienes salen primero a la calle alcanzan a distinguir un grupo de muchachos jóvenes que se alejaban en un vehículo cuya patente pertenecía a la Municipalidad de Las Condes.
Aquel mismo año y con el mismo esquema de entrada/consumo, en San Isidro con Alameda se abría la “Peña El Yugo”, en los bajos del Restaurante “El Fortín” dirigida por Julián del Valle, con quien casualmente me pillara el año 1973 hasta el 11 de Septiembre, formando un dúo con el que cantábamos en El Restaurante La Paila que quedaba en Av. Macul, Algunos participantes del elenco eran: Lautaro Parra, Gala Torres, Gabriela Pizarro, Ricardo Larenas, Tomas Figueroa, Esta Peña funcionó solo algunos meses pues aprovechando una inundación del subterráneo el atemorizado dueño decide dar por terminado el acuerdo.
En los años venideros continuo la proliferación de peñas y en vista del numeroso público que convocaban hubo gente dispuesta a invertir mayores recursos que permitían contar con local propio. Es el caso de “La Casona de San Isidro” creada por una sociedad entre Pedro Gaéte y Manuel Acuña, en calle San Isidro 53. Se trataba de una antigua casona muy amplia, con un segundo piso que disponía de habitaciones que serían ofrecidas para salas de ensayo y funcionamiento de agrupaciones, con un pasillo en “U” que tenia vista al escenario central ubicado en el primer piso. Al poco tiempo de abrir la sociedad me encargan la responsabilidad de la dirección artística y comienza una nueva etapa con espectáculos de lunes a sábados con la excepción del día jueves que se instala una jornada de presentación de un solo número artístico llamado “El Recital de los Jueves”. Los primeros recitales se hicieron con Gastón Guzmán Quelentaro, Jorge Yáñez, Conjunto Aymará, Trío Lonqui, Los Zunchos, Piojo Salinas, Margot Loyola, etc. continuo al año siguiente en Av. España 115, donde sufrió un atentado con una bomba que destruyo la puerta de entrada.
La Peña esta vez quedo bajo la dirección artística de Maria Eugenia Zúñiga, y finalmente reapareció en la primera cuadra de Alameda bajo la dirección directa de Pedro Gaéte. El gran número de integrantes del elenco que rotó semanalmente en los escenarios de sus distintas ubicaciones estuvo integrado entre otros por: Conjunto Aymará, Rebeca Godoy, Margot Loyola, Genaro Sandoval, Víctor “Kiko” Carrasco, Alejandro Hermosilla, Voces del Trumao, María Eugenia Zúñiga, Norma Lezama, Dúo formado por Arturo San Martin y Piojo Salinas, Francisco Villa, Floppy, Lilia Santos, Mauricio Redolés, Rosario Segovia, Julio Serey, Dúo Contracanto de los Hermanos Valencia, Jorge Yáñez, Clarita Parra, Cesar Palacios, Arack Pacha, Manka Saya, Trío Lonqui, Patricio Liberona, Jorge Cartes, Quelentaro, Olivia Oñate, Inés Llambias, Grupo Kal, Voces del Trumao, Nora Blanco y Kollahuara.
Manuel Escobar “Tilusa”, Luego de iniciar su actividad peñística en La Fragua, al retornar al país desde el Perú y gracias al éxito alcanzado con su muñeca Alejandrina y sus historias de humor triste, comenzó a ser solicitado por varias peñas más hasta que tuvo la oportunidad –con la ayuda de familiares y amigos- de crear su propio lugar en calle Arturo Prat 935; La “Peña Kamarundi” en Abril de 1979. Este lugar se convirtió en otro espacio para nuevos y viejos exponentes del Canto Nuevo, entre ellos podemos destacar a NéstorYaikin, Pancho Caucamán, Grupo Kal, Lucho Roa y Tilusa.
Luis Poncho Venegas (autor y compositor ganador de festivales de la canción) era un amante del folclor y gran amigo del canto popular al punto que decide instalarse en una casa antigua, de esas de adobe, cuyos muros fueron pintados de blanco coronados con tejas coloniales, ubicada en Concha y Toro 802 a la entrada de la comuna aún semi rural de Puente Alto. Un enorme yugo en la entrada, bien iluminado, alegre y alhajado de acuerdo a su visión le confería un aspecto y un ambiente campesino de acuerdo a cómo debía ser una peña. Y la bautiza con el nombre de La Yunta. Al lugar concurrían númerosos oriundos de la zona que en forma muy respetuosa disfrutaban de la comida típica y el espectáculo, que en un principio estaba integrado por dos o tres números entre ellos Gastón Guzmán Quelentaro, Alejandro Masmar y un artista o conjunto de la zona. Al poco tiempo, con mucho entusiasmo decide trasladarla a Santiago haciendo una gran inversión al arrendar un edificio en San Diego 1240 que diseñó y transformó en un complejo moderno y lujoso de tres niveles. Al entrar uno se encontraba con una gran cocina bien equipada y separada del pasillo por grandes ventanas que la dejaban a la vista del público y de ahí se dividía de acuerdo a la opción del cliente: el primer nivel ubicado en bajo nivel correspondía a la zona de restaurante, el segundo nivel a fuente de soda y el tercer nivel en altura correspondía a la peña la que contaba con un equipo de amplificación e iluminación de última generación. Creo que por primera vez se disponía de tantos recursos técnicos para el canto popular en esa época, lo que indudablemente permitía elevar el nivel de cada presentación, pero el alto costo operacional de este complejo obligaba a mantener un listado de precio que excluía a la masa popular habitué de las otras peñas. Encargándome un tiempo de la programación artística pasaron por ese escenario una infinidad de artistas como Gastón Guzmán, Benedicto “Piojo” Salinas, Jorge Yáñez, Conjunto Aymará, La Estudiantina de la Chimba, Rebeca Godoy, Natacha Jorquera y Manka Saya,
Carmen Pavín, mujer inquieta, activa y positiva, que fuera dueña de la Peña Chilena clausurada el 73, con el ímpetu que siempre la ha caracterizado se instala con un peña en la calle Agustinas pero al poco tiempo encuentra una casa antigua y grande en el sector de Independencia en calle Gamero 1492 y da forma a una Peña-Restaurante que denomina “La Chingana del 900” la que habilita con una escenografía de época, como indica el nombre. Le da un giro más blanco por temor a las clausura y logra mantener un buen espacio para los cantores, en las noches chinganeras se podía escuchar entre otros al Dúo Lonqui, Alejandro Masmar, Piojo Salinas, Dúo Chahual, Voces del Trumao, Julio Serey etc.
Existieron en la década del 70 otras peñas con distinta característica dentro de las cuales se puede nombrar a la Peña “El Canto Nuevo” creada por Dióscoro Rojas en el paradero 1 y ½ de Gran Avenida y la “Peña de Pepe” de José Ortega en calle Agustinas 540. A la par en provincia lentamente se hacia sentir este movimiento, es así como nace en la Quinta Región la Peña Magisterio en Villa Alemana , actividades esporádicas en el Instituto Chileno-Francés de Valparaíso, La Peña de La Rayen en Temuco y en 1978 comenzaba sus primeros pasos el Dúo Schwenke y Nilo haciendo furor en la Peña de la Universidad Austral de Valdivia.
Al comenzar la década de los 80 y con el camino ya abonado en los 70, continuó el desarrollo de otras modalidades con características distintas a las peñas como es el caso del Café del Cerro ubicado en Ernesto Pinto Lagarrigue en el naciente sector bohemio capitalino Barrio Bellavista. Administrado por Mario Navarro, tenía la modalidad de Café Concert y estaba orientado no al público masivo o popular como el de las peñas sino a un nivel considerado más de elite. Por su escenario pasarían Eduardo Peralta, Cecilia Echenique, Wampara, Congreso, Felo, Huara, Santiago del Nuevo Extremo, Conjunto Chamal, Schwenke & Nilo, Ortiga, Los Curacas, Isabel Aldúnate, Carmen Prieto, etc. En el mismo estilo funcionó el Café Ulm y El Rincón de Azocar.
Finalmente el año 1984 se produce el esperado retorno a Chile Rene Largo Farias. A los pocos meses es detenido en la Casa del Escritor de calle Almirante Simpson y deportado. Vuelve a regresar, nuevamente es detenido y, ante la negativa de abandonar el país, es relegado a la Comuna de Cochrane en la Región de Aysén. Donde poco a poco, se gana la simpatía del pueblo, gracias a su trabajo con la comunidad y los niños, creando además la primera radio comunal de Cochrane. En 1987 regresa a Santiago y realiza con el apoyo de Luis Hernán Oliveros las primeras funciones de La Peña Chile Rie y Canta solicitando un espacio en el Centro Cultural Mapocho que quedaba en Lastarria con Victoria Subercaseaux (cerca del Cerro Santa Lucia) mientras se adecuaba el local que sería su domicilio definitivo. La primera función se programó con Sol y Lluvia y posteriormente con Duo Lonqui, Los Mirleños, Paloma Rodriguez y el Conjunto Chilhué, hasta que al final se traslada definitivamente a San Isidro 366 donde comienza una larga jornada de años con funciones diarias en la noche y en el día, el local también ofrece almuerzos a oficinistas y trabajadores. Chile Rie y Canta pasa a ser una Peña emblemática por toda la labor desarrollada en la época anterior a la dictadura y a finales de la década de los 80. A su alrededor giró una gran cantidad de exponentes del canto nuevo y del folclor, su escenario se llenaba con las voces tanto de protesta como de proyección folclórica, entre ellos: Conjunto Palomar, Ana Maria Miranda, Rebeca Godoy, José Santos Rubio, Alfonso Rubio, Paúl Haute, Lito Méndez, Grupo Mensaje, Raúl Acevedo, Bigote Villalobos, Alejandro Masmar, Jorge Cartes, Jorge Venegas, Lilia Santos, Paloma Rodríguez, Carmen Llancavil, Julio Serey, Lucho Roa, Cesar Palacios, Arack Pacha, Dúo Lonqui, Eduardo Yáñez, Fernando Yáñez, Floppy, Conjunto Aymará, Gabriela Pizarro, Margot Loyola, Francisco Villa, Isabel Urbina, Nora Blanco, y Ricardo Poblete.
Externamente a las peñas, cada grupo musical o cantor tenía su propia agenda o lugares comunes de presentación vinculados a diversos actores sociales como centros culturales de poblaciones y sindicatos; Recitales y peñas esporádicas en la Universidades de Chile y de Santiago (Ex U. Técnica del Estado); en las Vicarias zonales y de la solidaridad. Así al finalizar la década de los setenta y, a pesar de las vicisitudes experimentadas por el Canto Nuevo, el panorama que se puede apreciar es bastante más alentador. En la Universidad de Chile surge La Agrupación Cultural Universitaria (ACU), La Vicaria Sur que cobija grupos musicales como El Conjunto Aymara; las Vicarías Pastoral Juvenil y de la Solidaridad organizan festivales y ciclos culturales; los Encuentros de Juventud y Canto (Parroquia Universitaria y Productora Canto Joven); Y, tanto en el Instituto Chileno-Francés de Cultura como en el Goethe Institut se realizan obras poético-musicales con actores como Mario Lorca, Gabriela Medina, Cesar Arredondo, Soledad de los Reyes en conjunto con músicos y cantores populares.
Dentro de todo este acontecer, es necesario destacar la imprescindible labor de grandes músicos e instrumentistas que estuvieron presentes acompañando a distintos cantores o formando parte de recitales musicales y/o poéticos, que también se la jugaron y vivieron los mismos embates, sueños y penurias de la época, entre ellos: Jorge Solovera, Guitarra (Detenido Desaparecido); Patricio Solovera, Violín, piano y creador musical; Alexis Cordero, Guitarra; Roberto Hurtado, Guitarra; Cesar Palacios, Charanguista; Osvaldo Torres, Charanguista; Pato Valdivia, Músico compositor y poeta; Carlos Arenas, Guitarra; Sergio Silva, Guitarra; Jovani Vacani Palma, Guitarra; Rubén Cortés, Violín; y Sergio Barría, Acordeón.
A modo de epilogo
A partir de la década del cincuenta el desarrollo alcanzado por la Nueva Canción Chilena había abierto las puertas de los sellos de grabación de RCA, Phillips y Emi Odeón Además en 1967 se crea el sello DICAP (Discoteca del cantar popular) orientada a difundir a los artistas del canto contestatario que formaban parte de la Nueva Canción Chilena. Al llegar la dictadura prohíbe la difusión de los artistas de la Nueva Canción, clausura el sello DICAP y los sellos multinacionales acatan las prohibiciones establecidas y orientan sus operaciones de acuerdo a lo exigido por los intereses de las compañías trasnacionales.
Sin embargo en 1975 -el periodista y locutor de radio- Ricardo García crea el Sello Alerce orientado principalmente a estos dos movimientos, lo que va a permitir disponer de una amplia discografía al reeditar artistas que habían sido prohibidos como Quilapayún, Patricio Manns, Ángel Parra y Víctor Jara y, a la vez, apoyar a los que seguían en la brecha como Tito Fernández, Barroco Andino, Congreso, Los Curacas y Pedro Yáñez.
En 1976 Alerce realiza un gran espectáculo en el Teatro Caupolicán con lleno total y con la colaboración gratuita de los artistas Chamal, Ortiga, Los Zunchos, Pedro Yáñez, Nano Acevedo, Tito Fernández, Huampara, Isabel Aldunate, Los Curacas y varios más. El Programa Nuestro Canto de Radio Chilena dirigido por Miguel Davagnino trasmitió posteriormente un resumen de este acto.
Otros artistas seguían auspiciados por el aun existente Sello Emi Odeón como era el caso de Quelentaro. Este Sello había comenzado sus serie folclórica por los años 50 con Violeta Parra, luego agregó a Cuncumen, Millaray, Jorge Yáñez y Los Moros posteriormente en los principios de la Nueva Canción tuvo a Víctor Jara, Quilapayún e Inti Illimani. Respecto al trato discriminatorio que recibían los artistas populares me gustaría recordar que un día caminando por el centro de Santiago con Gastón Guzmán (Quelentaro) me pidió que pasáramos un momento a las oficinas del Sello, en calle San Antonio; justo cuando íbamos entrando venia llegando de imprenta una gran cantidad de trípticos y afiches promocionando un disco del “Pollo” Fuentes. Esto enojó mucho a Gastón porque él había solicitado lo mismo meses atrás. Indignado se dirigió a la oficina del Director de Promoción a decirle que como era posible que para él no hubiese el mismo trato. El Director le respondió “Es que tu no lo necesitas porque por cada 10.000 copias que vende el Pollo con esa publicidad tu vendes cuatro veces más sin ella”, ocultando de esa forma que en realidad tenía prohibido hacerle promoción.
Por otra parte y ante la necesidad de contar con una productora confiable que lograra hacer eventos abiertos en distintos lugares, Miguel Davagnino y John Smith formarían posteriormente la Productora “Nuestro Canto”. En el aspecto de la difusión de los temas se agregaba la Radio Umbral, que tuvo el merito propio de ser la única que en plenitud estaba orientada al Canto Nuevo, con Pedro Henríquez en la locución mayor y el programa “Hecho en Chile” de radio Galaxia conducido por Sergio Pirincho Cárcamo.
Me gustaría destacar que en este articulo me he preocupado –especialmente- de señalar la mayor cantidad de actores de la década, con la intención de rendirles el reconocimiento y homenaje que se merecen. Y pido disculpas a todos quienes el tiempo me ha arrancado de la memoria y no fueron mencionados.
En esta década, sin responder a ningún plan ni política orgánica alguna, y a pesar de las restricciones del régimen y escaso apoyo de los medios, las peñas jugaron un rol preponderante en la transición entre la Nueva Canción Chilena y el Canto Nuevo. En ellas comienzan a gestarse una nueva propuesta estética que involucra una gran variedad rítmica, temática, instrumental y creativa. Abarcaba desde un lenguaje directo o metafórico en las de denuncia, de amor o de lucha, las alegres o melancólicas, las de remembranzas o esperanzadoras, profundas o sarcásticas.
Por otro lado, las peñas del 70 tienen un valor histórico mayor al que se le ha reconocido, trascendiendo incluso lo musical, donde la canción en dichos lugares pasó a cumplir una función aglutinadora y de reencuentro entre la gente, que golpeada por los acontecimientos diarios en el país, necesitaba espacios para desahogarse y, para vivir en un ambiente de intereses comunes, momentos revitalizadores y motivadores, que ayudaban a llenarse de la energía y el coraje que hicieron posible avanzar por el arduo camino de recuperar la democracia.