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Trotsky en 1905

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                                     Los dirigentes del Soviet esperando el juicio, al centro León Trotsky

Isaac Deutscher

A modo de presentación
Este texto es, íntegramente, el capítulo V del primer volumen de la célebre trilogía que Isaac Deutscher le dedicó a Trotsky y que tituló siguiendo una penetrante frase de Maquiavelo El profeta armado (1879-1921), que en España fue editada por Edició de Materials de Barcelona, en catalán (aunque creo recordar que también otra en castellano), aunque no pudo seguir con el segundo por problemas obvios con la censura. Esta editorial se la consideraba relacionada con los “músicos” (Movimiento Socialista de Catalunya, organización creada por antiguos poumistas a finales de los años cuarenta. Hemos utilizado empero la de Editorial ERA (México, 1966-1970, trd., del inglés por José Luis González), que editó la mayor parte de los libros de Deutscher así como de otros (ya) clásicos del pensamiento socialista como Ernest Mandel. Desdichadamente, ERA desapareció del mercado español a principios de los años ochenta, y sus fondos se encontraban por entonces en las librerías de segunda mano (y en las rebajas de El Corte Inglés), y actualmente resultan casi inencontrables. Por esta misma época, y a raíz de la edición de mi Conocer a Trotsky y su obra (Dopesa, Barcelona, 1979), mantuve conversaciones con responsables de editorial Bruguera para una edición de bolsillo, consecuente con la línea de la editorial que había editado íntegramente la Historia del marxismo (en 6 volúmenes) editada originariamente en Italia por Feltrenelli, sin embargo, la oleada conservadora cerró bruscamente esta expectativas así como un proyecto de biografía de Deustcher aceptado por Dopesa que cayó con todo el “Grupo Mundo”. Igualmente cabe lamentar que la no menos monumental (y más minuciosa) biografía de Trotsky escrita por Pierre Broué y editada por Fayard (París, 1988), no encontró editor a pesar de que, según nos comunicó su autor en el curso de las jornadas sobre Trotsky organizadas por la Fundación Andrés Nin en el Ateneo de Madrid, ya había llegado a un acuerdo editorial, lo que no ha ocurrido tampoco en América Latina, lo que significa una muestra más del declive coyuntural de este tipo de libros. Recordemos que mientras Deutscher casi pasa de puntillas sobre las relaciones de Trotsky con España, Broué como principal especialista sobre esta cuestión, le dedica un buen número de apretadas páginas. El lector interesado en Deustcher encontrará páginas muy penetrantes sobre él en las obra de Perry Anderson, Campos de batalla (Anagrama, Barcelona), pero sobre todo en el ensayo biográfico de Gregory Elliot, Perry Anderson. El laboratorio implacable de la historia (Universitat de Valencia, 2004, tr. Gustau Muñoz), y que consideró de un gran valor para aquellos y aquellas interesados sobre la historia y el marxismo…
Pepe Gutiérrez

En febrero Trotsky llegó a Kiev, y allí después de asumir la identidad de un tal Arbúzov, oficial separado del ejército, se ocultó mediante varias semanas. Kiev era entonces el eje de la organización clandestina, pero la policía estaba menos alerta allí que en San Petersburgo y Moscú. En Kiev, Trotsky conoció a Leonid Krasin, con el que habría de mantener estrechas relaciones durante el resto del año. Técnico eminente y próspero administrador industrial Krasin era también miembro del Comité Central, inferior sólo a Lenin en la jerarquía bolchevique el verdadero jefe local de la organización clandestina. Era, sin embargo, un “conciliador” deseoso de poner fin a la división en el Partido y, por lo tanto, opuesto a Lenin e este punto. Esto facilitó la cooperación entre él y Trotsky. y éste, que era el único escritor y creador de línea política socialista que entonces se haIlaba en Rusia, pronto se le hizo indispensable a Krasin. En la primavera, Krasin lo llevó a San Petersburgo.

Los demás dirigentes socialistas permanecieron en Europa occidental hasta bien entrado el año. En tiempos normales, cuando los acontecimientos se sucedían con lentitud, la organización clandestina podía permitirse consultar a los emigrados y esperar sus instrucciones. Pero ahora la gama de sus actividades se ampliaba a un ritmo febril.. Con frecuencia cada vez mayor el Partido tenía que actuar bajo la presión de los acontecimientos y las exigencias del momento. En consecuencia, los contactos rutinarios con los emigrados se hicieron demasiado inefectivos y lentos.

Habiendo regresado a Rusia con tanta oportunidad, Trotsky se encontró de inmediato en el centro mismo de la actividad clandestina. Esto determinó que su participación en la revolución de 1905 fuera mucho más destaca da que la de cualquiera de los dirigentes más viejos. Pero Trotsky habría de sobresalir también por otra razón: las dos tendencias en el Partido no se habían cristalizado en dos alas separadas y hostiles. Sin embargo la controversia había avanza lo bastante para absorber las mentes las energías de los dirigentes. La conmoción en Rusia se produjo demasiado tarde para que el Partido pudiera obrar con la iniciativa inmediata y el vigor unificado de un solo organismo. Pero también se produjo demasiado temprano, antes de que los dos partidos, el bolchevique y el menchevique, se hubieran separado y ganado una nueva libertad de movimientos. Más que nadie, Trotsky representaba esa actitud de indecisión y ese horror a la división que todavía era común a ambos sectores del Partido. En cierto sentido, él encarnaba la «inmadurez» del movimiento, en tanto que los «fanáticos del cisma» representaban mejor el futuro de éste. Trotsky representaba el sentimiento más fuerte del Partido contra la lógica todavía más fuerte de su desarrollo. Pero también encarnaba el más alto grado de “madurez» que el movimiento había alcanzado hasta entonces en sus aspiraciones más amplias: al formular los objetivos de la revolución, Trotsky iba más lejos que Martov y que Lenin, y estaba, en consecuencia, mejor preparado para desempeñar un papel activo en los acontecimientos. Un infalible instinto político lo había llevado, en los momentos oportunos, a los puntos neurálgicos y a los focos de la revolución, y había guiado sus pasos.

Durante Ios primeros meses después de su regreso, no pudo hacer mucho más que escribir e inspirar a Krasin y, a través de éste, a la organización. La agitación de enero y febrero había decaído y en la primavera el movimiento obrero se hallaba estancado. Las huelgas se habían agotado; la represión policíaca y las ejecuciones intimidaron a los obreros. La iniciativa pasó a manos de la clase media liberal. Una larga serie de congresos y convenciones, celebrados por industriales, comerciantes, banqueros, médicos, abogados, etc., plantearon la demanda de gobierno constitucional y reformas. No sería sino vanos meses más tarde, ese mismo año, después e a derrota de Tsushima, la rebelión de los tripulantes del Potemkin y el fin de la guerra con el Japón, cuando la iniciativa volvería a manos de los obreros.

Mientras tanto, Trotsky no podía presentarse en público, Aun en los círculos clandestinos de Petersburgo se movía cautelosamente como «Piotr Petrovich». El terreno que pisaba no era firme: la Ojrana tenía sus agentes provocadores en la organización. Pero desde sus escondrijos observaba el desarrollo de los acontecimientos políticos y producía una interminable serie de ensayos, estudios sociológicos, cartas a Iskra, volantes, folletos, andanadas polémicas y escritos sobre la estrategia y la táctica de la revolución. Se reafirmó en las ideas que había expuesto en unión de Parvus, y fue más lejos. Inmediatamente después de su regreso, escribió en Iskra que, fuera del Partido Socialdemócrata, «no hay nadie en el campo de batalla de la revolución» capaz de organizar una insurrección en escala nacional:

“Otros grupos en la población urbana desempeñarán su papel en la revolución sólo en la medida en que sigan al proletariado…Ni el campesinado, ni la clase media ni la intelectualidad pueden desempeñar un papel revolucionario independiente que equivalga en modo alguno al del proletariado…En consecuencia, la composición del Gobierno Provisional dependerá principalmente del proletariado. Si la insurrección termina con una victoria decisiva, quienes hayan dirigido a la clase obrera en el levantamiento conquistarán el Poder.(1)

En el extranjero, Parvus también abogaba por la insurrección armada, y Lenin, por supuesto haría lo mismo. Los mencheviques marcaban un compás de espera diciendo que un levantamiento armado, al igual que una revolución en general, no podía ser organizado, sino que se produciría naturalmente con el desarrollo de la rebelión popular. Detrás de esa actitud de expectativa menchevique había una convicción, cada vez más arraigada, de que la dirección de la revolución no le correspondía al socialismo sino al liberalismo. En el mismo número de Iskra en que Trotsky escribió que «fuera del Partido Socialdemócrata no hay nadie en el campo de batalla» capaz de asumir la dirección. Martov insistió en que las clases medias tenían la misión histórica de llevar a cabo una democratización radical de la sociedad rusa. “Tenemos derecho a esperar”, fueron las palabras de Martov, «que el cálculo político realista mueva a nuestra democracia burguesa a obrar de la misma forma que en el siglo pasado, obró la democracia burguesa en Europa occidental, bajo la inspiración del romanticismo revolucionario» (2).

Trotsky replicó a la concepción de Martov con una crítica de la actitud liberal tal cual la expresaban organismos como la Asociación de Industriales de Moscú, las Industrias de Hierro y Acero de Petersburgo, los bancos provinciales, los empresarios de los Urales, los congresos nacionales de cirujanos, actores, criminólogos, etc. No negó que las clases medias estuvieran constreñidas por el régimen autocrático ni que su interés en el progreso económico y el comercio libre las indujera a exigir la libertad política. Dijo incluso que «el régimen liberal viene a ser una necesidad de clase para el capital» y que «el comerciante urbano ha demostrado no ser inferior, en la oposición, al terrateniente establecido” (3). Pero añadió que, en sus demandas, las clases media sólo se hacían eco de los obreros y estaban inhibidas por su temor a la revolución.. “Para el proletariado, la democracia es en todas las circunstancia una necesidad política; para la burguesía capitalista es en ciertas circunstancias una inevitabilidad política” (4). Los gestos de oposición de las clases medias les estaban dando un prestigio político que no dejaba de encerrar un peligro para la revolución. La intelectualidad, que hasta hacía poco, había mirado con desdén al industrial y al comerciante; ahora los aclamaban como los héroes de una causa popular; y a los portavoces liberales «sus propios discursos les parecen tan convincentes que esperan la rendición inmediata del enemigo (del zar). Pero Jericó todavía está en pie, y lo que es más, trama con maldad”.(5)

«Jericó», ciertamente, tramaba -a iniciativa de Bulygin, el ministro del zar- la convocatoria de un seudo-Parlamento: la llamada Duma de Bulygin. El 6 de agosto el zar anunció el plan en un Manifiesto. La Duma habría de ser su consejo consultivo, no una legislatura; en la elección, cada estrato social emitiría su voto separadamente; el voto se basaría en la propiedad; y el zar se reservaba el derecho de prorrogar o disolver la Duma. Las clases trabajadoras estaban virtualmente privadas del sufragio. Con todo, el Manifiesto creó cierta confusión en la oposición. Miliukov, eI gran historiador, que entonces estaba en vías de asumir la jefatura del liberalismo, acogió favorablemente el Manifiesto y lo describió como el cruce, por parte de Ia nación, del Rubicón del gobierno constitucional (6). La disposición liberal a contentarse con la migaja que le ofrecía el zar movió a Trotsky, que abogaba por el boicot a la Duma, a escribir una Carta Abierta al Profesor P. N. Mliukov.(7) De todas sus filípicas contra el liberalismo, esta fue la más incisiva y sutil, y circuló ampliamente en forma semisecreta. “Un Rubicón histórico”, escribió Trotsky, “se cruza verdaderamente sólo en el momento en que los recursos materiales del gobierno pasan de las manos del absolutismo a las del pueblo. Tales cosas, Profesor, nunca se logran firmando un pergamino; tienen lugar en la calle y se logran por medio de la lucha». Recordó cómo en la Revolución Francesa los grandes virajes no se produjeron con declaraciones de principios constitucionales sino con verdaderos desplazamientos del Poder. Trajo a colación además los acontecimientos de Alemania en 1848; como el liberalismo de la clase media se había contentado con la promesa de libertad del rey de Prusia; cómo había ayudado al autócrata a derrotar a la revolución; y como, a fin de cuentas, al sucumbir la revolución, el autócrata había derrotado y humillado al liberalismo:

“…Pero la historia no les enseña nada a los profesores de historia. Los errores y los crímenes del liberalismo son internacionales. Usted está repitiendo lo que sus predecesores hicieron en la misma situación hace medio siglo. Usted teme romper con la Duma porque este espejismo constitucional le parece real en el desierto seco y estéril que el liberalismo ruso viene atravesando hace más de una década…Usted, Profesor, no le dirá esto al pueblo. Pero nosotros sí se lo diremos. Y si usted trata de entrar en debate con nosotros, no en los banquetes liberales, sino en presencia de las masas, demostraremos que Con nuestro áspero y rudo lenguaje revolucionario podemos ser irrefutablemente convincentes y elocuentes…Si la revolución no retrocede, la burocracia se aferrará a usted como su baluarte; y si usted realmente trata de convertirse en su baluarte, la revolución victoriosa lo echará a usted por la borda…si, en cambio la revolución es derrotada, entonces el zarismo no tendrá ninguna necesidad del liberalismo. Usted propone no prestar atención a las voces de la derecha — a las voces de la izquierda… La revolución todavía no ha dicho su última palabra. Con poderosos y amplios movimientos acerca el filo de su cuchillo al cuello del absolutismo. Cuídense los sabelotodos del liberalismo de poner sus manos bajo la reluciente hoja de acero. Cuídense de ello!

El estilo era todo el hombre en esta «Carta Abierta», a un tiempo erudita, retórica e implacable. En su actitud frente al liberalismo, Trotsky no difería de Lenin. Pero Lenin no se inclinaba a enfrascarse en un diálogo ideológico directo con el liberalismo en tanto que Trotsky sentía la necesidad de una confrontación constante entre el socialismo revolucionario y el liberalismo. Ahora sostuvo ese diálogo, y seguiría sosteniendo hasta el final de su vida, no porque hubiera roto menos decisivamente que Lenin con el liberalismo burgués, sino en parte porque era más consciente de! Poder de atracción de éste. Lenin instruía y orientaba a sus seguidores y en cierto sentido predicaba a los conversos, mientras que Trotsky se dirigía directamente a los portavoces liberales y disecaba y refutaba sus argumentaciones ante auditorios numerosos e indecisos. El diálogo con el adversario, además se avenía mejor a su temperamento polémico y su estilo dialéctico. No en vano era la Carta Abierta su forma de expresión predilecta.

Así se dirigió directamente a los auditorios más diversos, hablándole a cada grupo social en su propio lenguaje, con extraordinaria facilidad y élan. En sus diatribas contra el liberalismo se volvía hacia la intelectualidad y los obreros avanzados. En su «Carta Abierta a Miliukov» le habló a un público académico. Poco después de su regreso a Rusia escribió proclamas campesinas, que Krasin publicó con la firma del Comité Central. En esas proclamas Trotsky tenía ante sí a una masa primitiva e iletrada de jornaleros agrícolas, como los que recordaba haber conocido en la granja de su padre, una multitud en la que unos cuantos individuos podrían leerles sus palabras en voz alta a los demás. Acuñó sus llamamientos en los términos más sencillos y con el ritmo de una rapsodia popular eslava, con característicos estribillos y evocaciones. Las palabras y el ritmo parecían concebidos para ser recitados por un semiagitador y semibardo en una aldea. Con todo, les hablaba a los muzhíks con la misma lógica y la misma amplitud con que se dirigía a su adversario académico. En toda la literatura revolucionaria escrita para o por los campesinos, hay muy pocos documentos, si alguno existe, que pueda compararse, en cuanto a lo popular del estilo y lo directo de la apelación, con una proclama en la que Trotsky les narraba a los campesinos la matanza de enero en Petersburgo. Describía cómo los obreros habían marchado «pacífica y tranquilamente» hacia el palacio del zar portando las efigies de éste, los iconos y estandartes eclesiásticos:

“¿Qué hizo el zar? ¿Cómo les contestó a los trabajadores de Petersburgo? Escuchad, escuchad, campesinos…
Así habló el zar con su pueblo…
Todas las tropas de Petersburgo fueron puestas en pie de guerra… Así se preparó el zar para hablar con sus súbditos….
200.000 trabajadores marcharon al palacio.
Vestían sus mejores ropas de domingo. los viejos de cabellos blancos y los jóvenes; y las mujeres acompañaban a sus maridos. Los padres y las madres llevaban a sus niños de la mano. Así acudió el pueblo ante el zar…
Escuchad. Escuchad, campesinos.
Que cada palabra se grabe en vuestros corazones…
Todas las calles y todas las plazas. por donde habrían de marchar los trabajadores. fueron ocupadas por las tropas.
–¡Dejadnos llegar hasta el zar!. suplicaban los trabajadores.
Los viejos se hincaron de rodillas.
–Las mujeres suplicaban y los niños suplicaban.
¡ Dejadnos llegar hasta el zar!. suplicaban los trabajadores.
¡Y entonces sucedió!
Los fusiles tronaron… La nieve se enrojeció con la sangre de los trabajadores…
¡Id y decid a todos en qué forma el zar ha tratado a los trabajadores de Petersburgo! . Recordad. campesinos rusos. cómo cada zar de Rusia ha repetido con orgullo «En mi país. yo soy el primer cortesano y el primer terrateniente»…Los zares de Rusia han convertido a los campesinos en una clase de siervos; han hecho de ellos. como si fueran perros. regalos para sus fieles servidores.
Campesinos: en vuestras reuniones decidles a los soldados. hijos del pueblo que viven del dinero del pueblo que no se atrevan a disparar contra el pueblo.“

Así. en palabras sencillas. sin debilitar por un momento su dominio sobre la imaginación del muzhik, Trotsky explicaba los fines que su partido perseguía y los medios que habría de emplear; y traducía el extraño término de «revolución» al lenguaje de los campesinos: «Campesinos» que se encienda ese fuego en toda Rusia al mismo tiempo y ninguna fuerza será capaz de apagarlo. Ese fuego que cubre a la nación entera se llama revolución” (8).
A los obreros se dirigía en forma diferente. Por ejemplo. cuando éstos no respondieron al llamado del Partido para manifestar el Primero de Mayo: «Os habéis asustado frente a los soldados del zar…Pero no os asusta entregar a vuestros hermanos al ejército del zar para que perezcan en el gran cementerio de Manchuria…No salisteis a manifestar ayer, pero lo haréis mañana o pasado mañana” (9). Una pequeña obra maestra de periodismo revolucionario fue un artículo muy breve: «Buenos días, portero de Petersburgo».(10) Trotsky lo escribió unos meses más tarde ese mismo año, después que el zar, en el llamado Manifiesto de Octubre, prometió una Constitución y libertades ciudadanas. Los porteros le habían servido habitualmente a la policía como delatores, pero ahora habían contraído el virus de la revolución. «El portero de Petersburgo despierta de la pesadilla policíaca», escribió Trotsky. «2,500 porteros se han reunido para discutir sus necesidades. Los porteros no quieren seguir siendo instrumentos de la violencia policíaca». Estos habían planteado sus demandas y se habían negado a firmar un mensaje de agradecimiento al zar porque en el Manifiesto de éste «‘la libertad había sido concedida, pero todavía no había sido demostrada». «Muchos pecados y crímenes», escribió Trotsky, «pesan sobre la conciencia de los porteros de Petersburgo. Más de una vez han maltratado, por órdenes de la policía, a obreros y estudiantes honrados…La policía los ha amedrentado y el pueblo ha llegado a odiarlos. Pero la hora del despertar general ha llegado. El portero de Petersburgo está abriendo los ojos. Buenos días, portero de Petersburgo».

Así les hablaba Trotsky a todas las clases sociales, desde la más encumbrada hasta la más humilde, en el idioma de cada una pero siempre con su propia voz. La Revolución Rusa nunca tuvo, ni volvería a tener, otro portavoz con semejante variedad acento y tono.

Durante su estadía en Kiev, Trotsky pasó de un alojamiento secreto a otro, ocultando precariamente su identidad bajo la máscara del «oficial Arbúzov». El «oficial» tenía un aspecto respetable, y hasta elegante; pero era inusitadamente activo, recibía extraños visitantes con los que se encerraba horas enteras, o se embebía en la lectura de montones de periódicos, libros y manuscritos. Algunos de sus caseros se atemorizaban y él tenía que cambiar de vivienda. Otros le daban albergue con valentía y buen humor. En Mi vida cuenta cómo, fingiéndose enfermo encontró asilo en una clínica para enfermos de la vista. El médico director y algunos de sus ayudantes estaban en el secreto. Una enfermera que no sabía la verdad luchaba concienzuda y tiernamente con el extraño paciente, bañándole los pies y lavándole los ojos y vigilándolo para que no leyera y escribiera.

Cuando se trasladó a Petersburgo, Krasin le encontró alojamiento en casa del coronel Littkens, médico mayor de la Escuela de Artillería de Constantino, donde el propio Krasin se reunía secretamente con los miembros del movimiento clandestino. Los hijos del coronel también eran activistas de la clandestinidad, y el padre era un «simpatizante». En su hogar, Trotsky y Sedova vivieron haciéndose pasar por el matrimonio Vikéntiev, terratenientes, y durante algún tiempo escaparon a la atención de la Ojrana. Sedova, sin embargo, fue arrestada durante una manifestación del Primero de Mayo, y el agente provocador infiltrado en la organización clandestina empezó a rastrear a Trotsky. Este se trasladó apresuradamente a Finlandia, que entonces era parte del imperio zarista pero disfrutaba de mucha más libertad que Rusia. Entre los lagos y los pinares de la campiña finlandesa, en un hotel llamado Rauha (Descanso), Trotsky meditó, estudió, escribió y se mantuvo en contacto con Krassin, hasta que a mediados de octubre las noticias de una huelga general en Petersburgo le llegaron “como si un furioso huracán se precipitase al cuarto por la ventana abierta». El 14 de octubre o a más tardar el 15, se encontraba de regreso en la capital de Rusia.

La huelga había comenzado con un movimiento de los tipógrafos por menos horas de trabajo y salarios más altos; luego se propagó rápidamente a otras industrias y de Petersburgo a las provincias, cobrando un carácter marcadamente político y tomando por sorpresa a los dirigentes del movimiento socialista clandestino. Los obreros clamaban por la libertad constitucional al mismo tiempo que por mejores salarios y menos horas de trabajo. Como resultado del desarrollo de la huelga, surgió a la vida una institución nacida de la entraña misma de la Revolución Rusa: el primer Consejo, o Soviet, de Delegados de los Obreros. El Soviet no fue una invención bolchevique. Al contrario los bolcheviques encabezados en Petersburgo por Bogdanov y Knuniants-Radin, lo vieron con suspicacia como un rival del Partido. No fue hasta la primera semana de noviembre (la tercera según el nuevo calendario), después que el Soviet había alcanzado su misma fuerza e influencia, cuando Lenin desde Estocolmo, trató de inducir a sus partidarios a que se acercaran al Soviet en una actitud de mayor cooperación (11). El núcleo del Soviet lo constituían los huelguistas de cincuenta Imprentas, quienes eligieron delegados y les ordenaron que formaran un consejo. Poco después se unieron a ellos delegados de otros oficios. Paradójicamente, la idea misma había sido sugerida, indirecta e involuntariamente, por el zar, quien, después de los sucesos de enero, nombró una comisión encabezada por un tal senador Shidlovsky para que investigara las causas de los disturbios. La comisión ordenó a los obreros que eligieran a sus representantes en las fábricas para que plantearan sus quejas. Los huelguistas de octubre siguieron el precedente. Cuando el Soviet se reunió por primera vez, el 13 de octubre, sólo asistieron los delegados de un distrito (el del Neva) Hacía falta un estímulo para inducir a otros distritos a unirse al Soviet. Ese estímulo lo proporcionaron los mencheviques, que un día habrían de oponerse enconadamente a la institución que en sus primeros días apadrinaron. Los Soviets ganaron instantáneamente una autoridad extraordinaria. Este fue el primer cuerpo electivo que representó a las clases trabajadoras privadas hasta entonces del sufragio. Bajo un gobierno que miraba con supremo desdén el principio mismo de la representación popular, la primera institución que encarnaba ese principio tendió moralmente, enseguida, a eclipsar al gobierno existente. EI Soviet se convirtió de inmediato en un actor revolucionario de primera magnitud.

Trotsky se presento por primera vez en el Soviet, reunido en el Instituto Politécnico, el 15 de octubre, cuando regresó de Finlandia, o al día siguiente. Los delegados de varios distritos estaban presentes. Alrededor de 200,000 personas -más o menos el 50% de todos los obreros de la capital- habían participado en la elección. Más adelante, después de nuevas elecciones, el número de delegados aumentó y osciló entre 400 y 500. El Soviet acababa de aprobar la publicación de su propio periódico, lzvestia (Las Noticias), y negociaba con el consejo municipal la concesión de alojamiento y facilidades para trabajar. En los pasillos y corredores del Instituto Politécnico reinaba una atmósfera de febril agitación: los huelguistas iban y venían, deliberaban aguardaban instrucciones: un preludio del Soviet de 1917.

Los partidos y grupos socialistas, sin embargo, no estaban de acuerdo todavía en cuanto a su actitud frente al Soviet. Los mencheviques y los social-revolucionarios habían decidido enviar sus representantes inmediata mente. Los bolcheviques se mostraban renuentes a hacer lo mismo y exigían que el Soviet aceptara de antemano la orientación del Partido. Solo entonces ingresarían. Trotsky, invitado por Krasin a una reunión del Comité Central bolchevique, instó a sus miembros a unirse al Soviet sin ninguna condición previa.. Ningún partido o grupo, razonó, podía aspirar a la jefatura exclusiva. El Soviet debía ser un organismo representativo amplio que incluyera todos los matices de opinión de la clase obrera. pues solo así podría constituir una dirección unificada en la huelga general y en la situación revolucionaria que pudiera desarrollarse a partir de esta.

La discusión continuaba aun cuando el 17 de octubre el zar, atemorizado por la huelga general, publicó un Manifiesto en el que prometía una Constitución, libertades ciudadanas y sufragio universal. El Manifiesto fue redactado por el conde Witte, un Primer Ministro semiliberal. La Duma de Bulygin había sido enterrada antes de nacer, y el zar daba la impresión de que renunciaba al absolutismo que era tan antiguo como la dinastía k misma. Petersburgo primero se sintió anonadado, y después embargado por el júbilo. Multitudes regocijadas llenaron las calles y leyeron con asombro el Manifiesto. En el gobierno, sin embargo, los adversarios de las reformas seguían gozando de poder efectivo. El general Trépov, Ministro del Interior, dio a la policía la orden de: «¡No escatimar las balas!’; y esta orden fue reproducida en carteles que se pegaron en las paredes junto al Manifiesto del zar, como un comentario malicioso sobre la ‘nueva era’. Justamente antes de que el zar emitiera su proclama, la policía había hecho numerosas detenciones.

En la mañana del día 17 Trotsky se dirigió con una enorme y excitada multitud al Instituto Politécnico, donde el Soviet había estado reunido los días anteriores. Gendarmes a caballo cargaron sobre la multitud. La proclama de Trépov parecía advertir a todo el mundo que todavía era demasiado temprano para celebrar el triunfo. Con todo, la multitud, constituida principalmente por obreros y ciudadanos de clase media, se entregó al regocijo Los obreros, sin embargo, fueron los héroes del día, pues era su huelga la que había arrancado al zar la promesa de una Constitución y de libertades. Las casas fueron adornadas en un principio con la bandera roja, azul y blanca de la dinastía, pero jóvenes obreros arrancaron las franjas azules y blancas, las tiraron a la calle e izaron Ias angostas v rasgadas banderas rojas. La manifestación llegó hasta el Instituto Politécnico, pero allí fue detenida por una barrera de policías y gendarmes.

La multitud marchó entonces hacia la Universidad, donde se celebraron varias asambleas. El desfile, cada vez más numeroso y festivo arrastró consigo al joven que tanto había aguardado este momento, que lo había pronosticado y que ahora era presa de recelos y de un impaciente deseo de poner a la multitud en guardia contra el regocijo prematuro. La procesión invadió el patio de la Universidad. Desde un balcón, los oradores arengaban ya a la multitud. Lleno de aprensiones y contagiado por la emoción general, Trotsky se abrió paso entre la enorme y compacta multitud hasta llegar al balcón: ¡aquél era su lugar!. Los organizadores de la asamblea lo conocían como el hombre que, bajo el nombre de Yanovsky (el hombre de Yanosvka, se había presentado en el Soviet para representar a los mencheviques; algunos lo conocía como el Trotsky de Iskra (12). Recorrió con la mirada aquella masa de humanidad, mayor que todas las que había visto hasta entonces, y con una voz que le pareció extraña y remota a él mismo exclamó: ‘¡Ciudadanos! Ahora que hemos puesto nuestro pie sobre el cuello de la camarilla gobernante ésta nos promete libertad». .

Se interrumpió, como si pensara en la posibilidad de que el duchazo de agua helada que estaba a punto de dejar caer sobre el entusiasmo de la multitud pudiera congelarla; buscó las palabras que pudieran mostrarle al pueblo que él compartía su regocijo, pero al mismo tiempo lo pusiera en guardia contra su propia credulidad.

«Es al infatigable verdugo que ocupa el trono», continuó, «al que hemos obligado a prometernos libertad. iQué gran triunfo es éste!. Pero…no os apresuréis a celebrar la victoria, que todavía no es completa. ¿Pesa tanto un pagaré como el oro puro? ¿Es una promesa de libertad lo mismo que la libertad? Mirad en torno vuestro, ciudadanos. ¿Ha cambiado algo desde ayer? ¿Se han abierto las puertas de nuestras cárceles?. ¿Han regresado nuestros hermanos a sus hogares desde los yermos siberianos?…

«iAmnistía! iAmnistía!», respondió la multitud. Pero esto no era todavía lo que él quería hacer ver. Continuó para sugerir la siguiente consigna:

«…si el gobierno estuviera realmente resuelto a hacer las paces con el pueblo, habría concedido, en primer lugar, una amnistía. Pero, ciudadanos, ¿es eso todo? Hoy pueden ser puestos en libertad centenares de luchadores políticos, y mañana miles de ellos serán encarcelados. ¿ No se ha exhibido acaso la orden de ‘No escatimar las balas’ junto al manifiesto de libertad…? ¿No es el esbirro Trépov el amo y señor de Petersburgo?»

«iAbajo Trépov!», gritó la multitud.

«Abajo Trépov, sí!», resumió Trotsky. «Pero, ¿está solo Trépov?…El nos domina por medio del ejército. Su poder y su fuerza están en los guardias, manchados con la sangre del 9 de enero. A ellos les ordena él no escatimar balas para vuestros cuerpos y vuestras cabezas. No podemos vivir y no viviremos bajo los cañones de los fusiles».

La multitud respondió con la demanda de que se evacuaran las tropas de Petersburgo. Entonces el orador, como si se sintiera exasperado por la irrealidad de esta victoria popular y excitado por la reacción infalible de la muchedumbre y por su insospechado dominio sobre ella, concluyó:

«…ciudadanos! Nuestra fuerza está en nosotros mismos. Debemos defender la libertad espada en mano. El Manifiesto del zar, sin embargo…ivedlo!, es sólo un pedazo de papel».
Y con un ademán teatral mostró el Manifiesto ante la muchedumbre y lo estrujó en el puño:
«Hoy nos han dado y mañana nos la quitarán y la harán pedazos como yo lo estoy haciendo ahora, esta libertad de papel, ante vuestros propios ojos».(13)

Así escuchó por vez primera la capital de Rusia al orador de la revolución.

En ese discurso Trotsky indicó todas las debilidades fatales que habrían de frustrar la revolución. La confianza del zar en sí mismo había sido sacudida, pero no así su enorme aparato de poder. En las fuerzas armadas, especialmente en la Marina. Existía un fermento. Pero los cosacos, los guardias y las interminables filas de infantería formada por campesinos eran presas de la secular tradición de la obediencia ciega. Detrás del ejército se hallaba la Rusia rural, sumida en la apatía y la desesperanza. La revolución era todavía un movimiento puramente urbano. Y aun en las ciudades su triunfo se mezclaba con el temor. Las clases medias y sus dirigentes liberales, que creían ansiosamente en la promesa de libertad del zar y se resistían a pensar que le debían esa promesa a la huelga general de los trabajadores, estaban ansiosos por frenar la revolución. Se sentían acosados por el espectro de la «anarquía plebeya” y por el temor de que, si la revolución continuaba, el zar prestaría oídos a sus consejeros; que favorecían la opresión y no la concesión. «Si no ponéis fin a la lucha, argumentaban los liberales frente a los socialistas, “nuestra libertad recién conquistada resultará ilusoria”. “Pero esa libertad es ilusoria”, replicaban los socialistas. A la clase obrera el Manifiesto de Octubre le dio una sensación de fuerza más que de victoria, y creó en ella una impaciencia por utilizar esa fuerza para nuevos asaltos. Cada clase proponía diferentes metas para el movimiento. Las clases medias esperaban ganar lo más posible con una monarquía constitucional. Los obreros eran republicanos. Las primeras no deseaban nada más que libertad política. Los segundo planteaban además demandas sociales, dirigidas más contra las clases medias que contra el zarismo.

El fervor de la clase obrera, ardiente e impulsivo, superaba incluso al de los dirigentes socialistas. Estos contaban sus filas, hacían planes ya formulaban itinerarios de acción. Esperaban que la lucha habría de alcanzar su clímax el 9 de enero de 1906, aniversario de la marcha sobre el Palacio de Invierno.(14) Pero todas las fases y fechas se vieron inesperadamente adelantadas por el impetuoso estado de ánimo de las masas; fácilmente inflamadas por las provocaciones y empujadas a la acción precipitada. Con todo, la inermidad de las masas era tan grande como la confianza que tenía en sus propias fuerzas, y el resultado sólo podía ser desastroso. La clase obrera estaba desarmada, y no podía obtener armas en cantidades suficientes hasta que el propio ejército se rebelara. Aun en condiciones ideales para una revolución, hace falta tiempo para que la actitud de rebelión prevaleciente llegue hasta los cuarteles. La actitud del ejército ruso dependía de la actitud del campesinado. y no fue en1906 cuando la Rusia rural empezó a inquietarse seriamente. para entonces la revolución en las ciudades se había reducido a cenizas; y había sido apagada precisamente por los hijos uniformados de los campesinos, quienes, si el movimiento urbano hubiese sido menos precipitado, tal vez se habrían unido a él. La revolución dilapidó sus reservas de manera fragmentaria. La clase obrera carecía de experiencia insurreccional. Los partidos socialistas eran demasiado débiles para frenar la impaciencia de los trabajadores. Y el hecho funda mental detrás de todo ello era que el viejo orden no se hallaba todavía totalmente agotado; aún era capaz de dividir a las fuerzas que podrían haber convergido para su destrucción.

El Soviet de Petersburgo, eje de esta revolución condenada al fracaso, se encontró desde el primer momento en el centro de todas las corrientes encontradas y se vio desgarrado constantemente entre el arrojo y la cautela, entre el ardor volcánico del medio ambiente y su propio discernimiento político. El Soviet eligió su Comité Ejecutivo el 17 de octubre. En ese Ejecutivo participaban, entre otros, tres representantes bolcheviques, tres mencheviques y tres social-revolucionarios. Los principales portavoces bolcheviques eran Knuniants-Radin y Sverchkov, (Sverchkov escribió posteriormente una historia del Soviet)., Trotsky era el principal representante menchevique aun cuando en el extranjero se había separado del grupo. En el ínterin logrado arrastrar a la organización menchevique de Petersburgo y volverla contra los dirigentes emigrados.(15). En esa labor tuvo la ayuda de Zlydniov, un obrero que había venido a Petersburgo desde Nikoláiev y que anteriormente, ese mismo año, había representado a sus compañeros en la comisión del senador Shidlovsky. Por iniciativa de Trotsky, los comités bolcheviques y mencheviques en Petersburgo formaron un Consejo Federativo que de preparar la reunificación de los dos grupos y, mientras tanto, coordinaba sus actividades en el Soviet.(16). Los social-revolucionarios estaban encabezados por Avkséntiev, quien en 1917, como Ministro de Interior en el régimen de Kerensky, ordenaría el encarcelamiento de Trotsky. En 1905, sin embargo, los tres partidos cooperaron armoniosamente. Ninguno intentó imponer su voluntad a los otros, y todos convinieron en elegir como Presidente del Soviet a Jrustaliov-Nosar, un abogado que estaba al margen de los partidos y se había ganado la confianza de los obreros al litigar por ellos en los litigios laborales. (17)Ante el mundo exterior, el Soviet, Jrustaliov-Nosar representaba al Soviet y ganó gran celebridad. La línea política del Soviet, sin embargo, era formulada por los partidos, principalmente por los socialdemócratas y el papel de Jrustaliov en la revolución fue episódico. Políticamente, Trotsky, como lo atestiguan las actas y las memorias de los participantes, fue la fuerza impulsora del Soviet. En las ocasiones importantes hablaba tanto en nombre de los bolcheviques como de los mencheviques y de todo el Soviet. Redactó la mayor parte de los manifiestos y resoluciones del Soviet y dirigió su órgano, Izvestia. Tras bastidores se desenvolvía una rivalidad silenciosa entre le presidente formal del soviet y el espíritu rector de éste. (18)

El 19 de octubre, dos días después que el zar promulgó su Manifiesto, Trotsky exhortó al Soviet a decretar el cese de la huelga general. La continuación de ésta no ofrecía perspectivas de nuevos éxitos y podría llevar a un mayor derramamiento de sangre. El Soviet aprobó la proposición por unanimidad, y el 21 de octubre la huelga tocó a su fin. El Soviet anunció entonces que un sepelio solemne de los obreros que habían sido muertos durante la huelga tendría lugar el 23 de octubre. El 22 se supo que el general Trépov tenía preparada a la gendarmería para reprimir la manifestación y que la Ojrana planeaba un pogromo de judíos. Esa misma noche Trotsky se presentó ante el Soviet para argumentar en favor de la cancelación del sepelio. «El Soviet declara (decía una moción sometida por él) que el proletariado de Petersburgo no le dará al gobierno zarista la última batalla en una fecha por Trépov, sino cuando así le convenga al proletariado armado y organizado»(19). El Soviet se tragó su orgullo y canceló el sepelio de sus mártires. En esta humillación había un elemento de angustia: ¿podría el proletariado presentar batalla en la fecha elegida por el mismo con tal que se hubiese armado y organizado?. ¿Y ese como habría de armarse?. Ese mismo día el Soviet resolvió organizar grupos de choque, cuya tarea inmediata fue la de impedir el progromo. Más tarde durante el proceso contra el Soviet se presentó evidencia irrefutable de que el progromo efectivamente había sido planeado y que sólo la acción del Soviet lo había frustrado. Pero los grupos de choque, incluso el que protegía al Soviet, estaban armados a lo sumo con revólveres, y en la mayoría de los casos con garrotes y pedazos de hierro. Este llamamiento a las armas hubo de ser, sin embargo una de las acusaciones principales en el enjuiciamiento del Soviet.(20)

El Soviet, sin embargo, mantuvo una vigorosa iniciativa política. El Manifiesto de Octubre había prometido libertad de prensa; pero en Primer Ministro seudoliberal Witte ordenó que la censura funcionara igual que antes. Como respuesta, los cajistas y los prensistas, alentados por el Soviet, declararon que no formarían ni imprimirían periódicos y libros sometidos a los censores y así imponiendo su voluntad al gobierno, a los editores y a los escritores, hicieron posible para Rusia. por vez primera, el disfrute de una prensa libre, A continuación se elevó un clamor en favor de la jornada de ocho horas, y bajo los auspicios del Soviet los propios trabajadores empezaron a ponerla en .vigor en los centros de trabajo.. A fines de octubre el gobierno decretó un estado de sitio en Polonia, y el Petersburgo revolucionario se sintió ultrajado en sus sentimientos. El 1º de noviembre el Soviet organizó una recepción solemne para los «delegados de la Polonia oprimida».

La asamblea se enteró con desconcierto de que los hombres que venían a hablar en nombre de Polonia eran el conde Zamojski, el conde Krasinski, el príncipe Lubomirski, unos cuantos sacerdotes católicos y comerciantes, y sólo un campesino y un obrero. Ello no obstante, Trotsky dio una cálida bienvenida a la delegación y proclamó solemnemente el derecho de Polonia a decidir su propio destino. El Soviet llamó a una nueva huelga general en solidaridad con Polonia. El gobierno anunció al mismo tiempo que los marinos de Kronstadt que habían participado en la huelga de octubre serían juzgados por un tribunal de guerra, y el clamor por la liberación de los marinos se unió al grito a favor de la libertad de Polonia. (21)

Un estado de ánimo tan generoso y heroico no estuvo exento de cierto humor agresivo. El Primer Ministro Witte hizo público un llamamiento a los huelguistas: «Hermanos trabajadores: escuchad el consejo de un hombre que está animado de buenos deseos para todos vosotros». El llamamiento fue transmitido al Soviet en una sesión tormentosa y Trotsky propuso la siguiente respuesta inmediata (22).

«Los proletarios no son parientes del conde Witte…el conde Witte nos exhorta a tener compasión de nuestras esposas e hijos. El Soviet…exhorta…a los trabajadores a contar y ver cómo ha crecido el número de viudas y huérfanos en la clase obrera desde el día en que Witte asumió su cargo. El conde Witte habla de las generosas consideraciones del zar para con el pueblo trabajador. El Soviet recuerda…el Domingo Rojo del 9 de enero. El conde Witte nos suplica que le demos ‘tiempo’ y promete hacer ‘todo lo posible’…El Soviet sabe que Witte ya ha encontrado tiempo para entregar a Polonia a los esbirros militares, y el Soviet no abriga dudas de que hará ‘todo lo posible’ para estrangular al proletariado revolucionario. El conde Witte …tiene buenos deseos para nosotros. El Soviet declara que no necesita los buenos deseos de los servidores del zar. Exige representación popular sobre la base del sufragio universal, igual, directo y secreto.(23)

Los liberales en sus gabinetes, los estudiantes y profesores en sus aulas y los trabajadores en sus expendios de té rieron a carcajadas, y según se dice, el propio Witte sufrió un ataque de nervios cuando leyó la respuesta del Soviet.(24)

El de noviembre Trotsky, hablando en el Soviet a nombre de todo el Comité Ejecutivo, propuso poner término a la segunda huelga general. El gobierno acababa de anunciar que los marinos de Kronstadt se rían juzgados por tribunales militares ordinarios, no por tribunales de guerra. El Soviet podía replegarse, no con una victoria, en verdad, pero sí con honor. De todos modos, se trataba de un repliegue, especialmente en vista de que los obreros en las provincias iban dando muestras de fatiga. “Los acontecimientos trabajan a nuestro favor y no tenemos necesidad de forzar su desarrollo dijo Trotsky: «Debemos prolongar lo más posible el período de preparación para la acción tal vez un mes o dos, hasta que podamos presentarnos como un ejército tan compacto y organizado como sea posible”. Una huelga general no podía sostenerse indefinidamente. Su secuela debía ser la insurrección, pero el Soviet aún no estaba listo para tal cosa. Un día, cuando los ferroviarios y los trabajadores de correos y telégrafos se unieran al movimiento, “podrían unificar con el acero de los rieles y los alambres del telégrafo, todos los baluartes revolucionarios del país. Esto nos permitiría cuando fuera necesario, poner en pie a toda Rusia en un término de veinticuatro horas».

Aun mientras trataba de controlar el rugiente elemento de la rebelión, Trotsky se presentaba ante el Soviet como la personificación del desafío, apasionado y sombrío. En aquellos días narró una conversación que había sostenido con un prominente liberal que le aconsejaba moderación:

“Le recordé un incidente de la Revolución Francesa, cuando la Convención votó que «el pueblo francés no parlamentará con el enemigo en su propio territorio». Uno de los miembros de la Convención interrumpió: «¿Habéis firmado un pacto con la victoria?». y le respondieron: «No, hemos firmado un pacto con la muerte”. Camaradas, cuando la burguesía liberal, como si hiciera alarde de su traición, nos dice: “Estáis solos ¿Creéis que podéis seguir luchando sin nosotros? ¿Habéis firmado un pacto con la victoria?», nosotros le lanzamos nuestra respuesta a la cara: “No, hemos firmado un pacto con la muerte». (25)

Unos cuantos días más tarde tuvo que volver a recordarle al Soviet Su propia debilidad e instarlo a que suspendiera la aplicación de la jornada de ocho horas, pues los patronos habían replicado dejando sin trabajo a más de 100,000 obreros. El Soviet se dividió, y una minoría exigió la huelga general; pero Trotsky, apoyado por los obreros metalúrgicos, ganó la mayoría. Estas señales de debilidad se estaban haciendo demasiado frecuentes, pero el impulso popular hacia la acción las hacía inevitables. Lo que resultaba sorprendente era que la debilidad del Soviet no se revelara con resultados más desastrosos especialmente en vista de que el principal inspirador del Soviet era un joven que nunca había encabezado ni participado en un movimiento de masas de cualquier amplitud. Cuando se consideran todas las desventajas contra las que tuvo que luchar esta revolución, las tácticas del Soviet, concebidas para hostigar al enemigo sin empeñarse en una batalla general con él, parecen casi impecables; y sus resultados, la autoridad sin mengua mantenida por el Soviet y las concesiones que logró arrancar, deben reconocerse como triunfos impresionantes. No fue sino veinte años más tarde, durante la lucha entre Stalin y Trotsky, cuando a éste se le echó en cara su «moderación” en 1905, Durante esos cuatro lustros nunca se escuchó tal reproche y los bolcheviques presentaron el historial del Soviet como un capítulo glorioso en los anales de la revolución. (26) Los bolcheviques nunca le propusieron al Soviet una línea de conducta diferente, ni siquiera como simple sugestión. En la literatura política sobre el tema, el fracaso de la revolución de 1905 se atribuyó a los lineamientos «objetivos” generales. en el país, nunca a los errores de algún dirigente, y mucho menos de Trotsky. (27)

El Soviet se había convertido en el foco principal de la revolución con tal rapidez, que los grupos y facciones ni siquiera tenían tiempo para ponderar su importancia o para adaptarse ellos mismos a la nueva institución. A mediados de noviembre todos los jefes partidarios habían regresado por fin de Europa occidental, y observaron con asombro y sorpresa aquel foro que tanto se asemejaba a una Convención rusa. Pero el aspecto de emigrados de todos ellos era demasiado marcado para que pudieran hacerse de una posición dentro del Soviet. Fue Trotsky quien en nombre del proletariado de Petersburgo rindió un homenaje en el Soviet al martirio y el heroísmo de los veteranos de exilio.(28) Cuando a principios del año se despidió de los emigrados para regresar a Rusia, éstos todavía lo trataban con la mezcla de admiración y condescendencia que suele dispensársele al niño prodigio. Ahora lo vieron con nuevo respeto, observaron su actitud dominante en la tribuna y leyeron en los rostros duros y graves de los delegados obreros la autoridad y la devoción que se había ganado. Lunacharsky recuerda que cuando Lenin, después de su regreso el 8 o el 10 de noviembre, se enteró de que «el hombre fuerte en el Soviet es Trotsky», su semblante se ensombreció un poco, pero dijo: «Bueno, Trotsky se ha ganado con su trabajo excelente e infatigable». Su semblante se ensombreció, pues los ofensivos epítetos que Trotsky le había endilgado deben de haber pasado por su mente. Los epítetos habían dolido: poco antes, Lenin había precisamente atacado a Parvus por su asociación con Trotsky a quien llamó «campana hueca”, “hablador” y «Balalaikin». (29) Con todo, ahora reconoció con justicia los meritos y los logros de Trotsky.

Había además otra razón que parecía reivindicar a Trotsky frente a sus antiguos adversarios. Tanto Lenin como Martov admitían ahora que sus apasionadas controversias habían sido meras tormentas en sendos vasos de agua del exilio. Las disputas sobre las prerrogativas del Comité Central y las condiciones de afiliación se habían referido al tipo de organización clandestina. El Partido, mientras tanto, había salido de la clandestinidad y realizaba sus actividades a la luz del día. Por primera vez sus miembros podían votar y elegir sus organismos dirigentes sin temor a la Ojrana. Lenin, no menos que Martov, deseaba que los comités fueran elegidos desde abajo y no nombrados desde arriba.(30) Los mencheviques, por su parte sintieron también tambalearse su creencia en la misión revolucionaria- de la clase media, creencia que resultaba difícil de conciliar con los hechos. La militancia menchevique en Petersburgo había quedado tan claramente bajo la influencia del radicalismo, que los dirigentes emigrados tenían que tolerar la situación. Todas las diferencias pues, parecieron haberse desvanecido; y antes de que el año terminara la reunificación de las dos facciones, completa con la fusión de sus Comités Centrales, estaba en vías de realizarse. Los fanáticos del cisma, por lo visto, se habían equivocado, y el predicador de la unidad había tenido razón. (31)

La fuerza de la personalidad y las ideas de Trotsky se dejaba sentir en aquellos días mucho mas allá del Soviet y de los partidos socialistas. En 1906, cuando la revolución se hallaba ya en retirada, Miliukov se defendió de los ataques de la derecha en la siguiente forma: «Quienes ahora acusan a nuestro Partido (el Demócrata Constitucional) de que entonces no protestó…contra las ilusiones revolucionarias del trotskismo…sencillamente no entienden o no recuerdan el estado de ánimo que entonces prevalecía en el público democrático en las asamblea”. Aquellos que en1905 hubiesen tratado de protestar contra las “ilusiones del trotskismo», dijo Miliukov, no habrían hecho más que desprestigiarse.(32) Esto era tanto más significativo cuanto el “público democrático” que tenía en mente Miliukov, profesionales y comerciantes politizados, no se hallaban directamente dentro de la órbita de la actividad de Trotsky. Sólo en muy contadas ocasiones salió éste del Soviet plebeyo para comparecer ante un público burgués, y aun en esas ocasiones lo hizo como emisario del Soviet. En su crónica de 1905 Trotsky relata cómo, durante la huelga de noviembre, se presentó en casa de la baronesa Uexküll von Hildebrandt para asistir a una importante reunión política. “El mayordomo esperó por mi tarjeta de visita, pero, pobre de mí, ¿qué tarjeta de visita podía presentar un hombre que vivía bajo un nombre falso?. En el salón de recepción apareció primero un estudiante, después un conferenciante radical, después el director de un periódico `sólido´, y por último la propia baronesa. Todos ellos evidentemente esperaban encontrarse con una personalidad más impresionante salida `de entre los obreros´”. Incidentalmente, en aquel año turbulento Trotsky tenía un aspecto tan burgués y vestía impecablemente que algunos de sus amigos socialitas se sentían molestos. (33) En todo caso, las personas reunidas en casa de la baronesa se vieron privadas de la emoción de codearse con un rudo demagogo revolucionario. «Mencioné mi nombre y me hicieron pasar amablemente. Al retirar el cortinaje, vi una reunión de sesenta o setenta personas…a un lado del pasillo, treinta militares de alto rango, entre ellos algunos resplandecientes oficiales de la Guardia; al otro lado se sentaban las señoras. En primer plano había un grupo de levitas negras», las lumbreras del liberalismo. Piotr Struve, el ex-marxista, exhortaba en esos momentos a los oficiales de la Guardia a que defendieran el Manifiesto de Octubre del zar contra los ataques de la derecha y de la izquierda; y, mientras escuchaba a Struve, Trotsky recordó las palabras escritas por éste hacía apenas siete años: ‘»Mientras más hacia el este avanzamos en Europa, más servil, cobarde y mezquina es la conducta política de la burguesía”. Entonces le tocó a Trotsky dirigirse a los oficiales. Les dijo que la clase obrera, y con ella la libertad misma, estaba desarmada. Ellos, los oficiales, tenían las llaves de los arsenales de la nación. Era su deber en el momento decisivo, entregar esas llaves a quienes por derecho pertenecían, al pueblo. (34)El hecho de que oficiales de alto rango de la Guardia escucharan siquIera tales palabras era una muestra de la inestabilidad política prevaleciente. Ello no obstante, la exhortación de Trotsky debe haberles parecido una broma desesperada. La pirámide del zarismo podía ser destruida, si ello fuera posible, desde su base y no desde su cúspide.

De las asambleas, Trotsky pasaba apresuradamente a sus escritorios en las oficinas de redacción, pues dirigía y codirigía tres periódicos. El Izvestia del Soviet aparecía a intervalos irregulares y era producido con ingenua valentía. Cada número era compuesto en la imprenta de otro periódico de extrema derecha, requisada para tal fin por un grupo de choque del Soviet. Además, Trotsky logró, con la ayuda de Parvus, que se había establecido en Petersburgo, obtener el control del diario liberal Rússkaya Gazeta (La Gaceta Rusa) que transformó en un órgano popular del. socialismo militante. Poco después fundo, con Parvus y Martov, un diario de gran circulación: Nachalo (El Comienzo), que nominalmente era el portavoz del menchevismo. En realidad, Nachalo era primordialmente el periódico de Trotsky, pues él le había dictado sus condiciones a los mencheviques: periódico defendería la “revolución permanente” por la que abogaban él y Parvus y no transigiría con los demócratas constitucionalistas (liberales). “Tendremos que aceptar”, le escribió Martov a Axelrod, «la propaganda de una idea bastante peligrosa, sin ninguna crítica por nuestra parte”. (35) En la lista de colaboradores del diario figuraban los grandes nombres del socialismo europeo: Victor Adler, August Bebel Karl Kautsky, Rosa Luxemburgo, Franz Mehring y Klara Zetkin; y Trotsky pudo gozar la dulce venganza de abrir las columnas de Nachalo a Plejanov, que apenas un año antes había considerado moralmente repugnante colaborar junto con Trosky en Iskra. Los periódicos de Trotsky tenían mucho más éxito que Nóvaya Zhizn bolchevique, dirigido por Lenin, Gorki, Lunacharsky y Bogdánov. Esto no puede sorprender a nadie que revise las colecciones de, los periódicos y los. compare: los diarios de Trotsky tenían mucho más brío y fuerza de expresión. (36). Pese a toda su rivalidad periodística, los diarios se apoyaban entre sí políticamente y respaldaban en forma conjunta el Soviet.

Este florecimiento de la libertad plebeya, con el Soviet, los partidos y la prensa socialistas laborando abiertamente, no hubo de durar mucho. El gobierno logró aplastar revueltas esporádicas en el ejército. La clase obrera empezó a sucumbir en parte al agotamiento y en parte a dejarse arrastrar por las ansias de empuñar las armas. El conde Witte restableció la censura de la prensa. El Soviet se resistió: “!Defended la palabra libre¡”, exclamó Trotsky. «Para los obreros la palabra libre es pan y aire. El gobierno le teme como se teme a un cuchillo afilado”. (37) El siguiente golpe cayó sobre el propio Soviet. El 22 de noviembre, Jrustaliov y otros cuantos dirigentes fueron arrestados. El gobierno esperó ver qué hacía el Soviet. Una vez más el Soviet se vio frente al dilema habitual. Los social-revolucionarios propusieron que se tomaran represalias contra los ministros del zar. Otros preferían contestar con una huelga general. Los social-demócratas se oponían, por principio, a las represalias terroristas, y eran contrarios a llamar a otra huelga general. Una vez más le tocó al exuberante Trotsky abogar en favor de la serenidad y de una nueva posposición del enfrentamiento final. Sometió una moción en la que proponía que “el Soviet de Delegados de los Obreros elija provisionalmente un nuevo Presidente y continúe preparándose para un levantamiento armado”.

Era claro que los días del Soviet estaban contados, y de ese momento en adelante su actividad tuvo un carácter principalmente demostrativo, dirigido a familiarizar al pueblo con los principios y los métodos de la revolución. Cuando Trotsky le propuso al Soviet el cese de la aplicación de la jornada de ocho horas, declaró: «No hemos conquistado la jornada de ocho horas para la clase obrera, pero hemos conquistado a la clase obrera para la jornada de ocho horas” Y, en verdad, poco tiempo antes la demanda de la jornada le habría parecido irreal al obrero ruso y aun al de Europa occidental. Pero desde ahora hasta 1917, esa demanda habría de encabezar la lista de reivindicaciones de los obreros rusos. De manera similar, el destino de Trotsky en 1905 no consistió en ganar una insurrección proletaria sino en ganar al proletariado ara la insurrección. En todo momento explicó por qué una huelga genera, en la que algunos ponían sus esperanzas para el milagroso derrocamiento del zarismo, no podía lograr ningún cambio fundamental a menos que desembocara en la insurrección; y a continuación explicó lo que hacía falta para asegurar el triunfo de la insurrección. Esta lección le daría aun desde el banquillo de los acusados y los acontecimientos de los meses y años subsiguientes habrían de ayudar a que el pueblo la entendiera. Quienes conciben una revolución como una conspiración ingeniosamente preparada y no ven detrás de ella la prolongada y lenta acumulación de agravios, experiencias e ideas tácticas en la mente del pueblo, podrán desdeñar tal pedagogía revolucionaria; podrán considerar las resoluciones insurreccionales del Soviet como amenazas huecas, y no fueron otra cosa si se juzgan a la luz de sus resultados inmediatos. Pero la prueba del método del Soviet y de Trotsky pertenecía al futuro. La revolución de febrero de 1917 llevaría a la práctica la idea heredada de1905. Su primer acto habría de ser una combinación de huelga general e insurrección armada, llevada al triunfo por los mismos obreros de Petersburgo a los que Trotsky se había dirigido en1905, y por sus hijos.

El último gesto del Soviet fue la proclamación de un boicot económico contra el zar. El Soviet llamó al pueblo a suspender el pago de los impuestos, a aceptar sólo monedas de oro y no billetes, ya retirar los depósitos de los bancos.(38) El «Manifiesto Económico», redactado por Parvus, denunciaba la corrupción del régimen, la bancarrota de sus finanzas, sus estados de cuenta falsificados y, sobre todo su carácter no representativo. «El temor al control popular que expondría ante el mundo entero la insolvencia del gobierno, mueve al régimen a descartar la convocatoria de una representación popular…La autocracia no ha tenido jamás la confianza del pueblo , ni ha recibido de éste mandato alguno. En la actualidad el gobierno impera sobre su propio país como sobre un territorio conquistado”. El Manifiesto declaraba que el pueblo ruso no pagaría las del zar, advertencia ésta que el gobierno soviético recordaría un día a los acreedores europeos del zar. Los argumentos morales y políticos del Manifiesto parecían convincentes; sin embargo, como acto de política práctica, el boicot sólo sirvió para precipitar el choque que el Soviet había deseado posponer. Ambos bandos vieron en él, y no sin razón, un sustituto de la insurrección. El Soviet recurrió al boicot precisamente porque era incapaz de la acción armada. «Hay sólo una salida…una manera de derrocar al gobierno; negarlo…negarle sus ingresos», declaraba el Manifiesto, contradiciendo obviamente la idea, expuesta con tanta frecuencia, de que la «única manera» de derrocar el zarismo era por medio de un levantamiento armado. El gobierno, por su parte, tal vez habría resentido una huelga de contribuyentes tanto como una insurrección, y tuvo que actuar instantáneamente. (39).

En la tarde del 3 de diciembre; Trotsky presidió una reunión del Comité Ejecutivo que debía preparar el temario para una sesión plenaria del Soviet que estaba a punto de iniciarse. Informó sobre los últimos movimientos del gobierno: los gobernadores de las provincias habían sido autorizados a declarar el estado de sitio, y en algunos lugares ya lo habían hecho; los huelguistas habían sido amenazados con graves sanciones; los periódicos que publicaron el «Manifiesto Económico» habían sido clausurados; y el Ministro del Interior se disponía a poner en vigor nuevamente la prohibición que pesaba sobre los partidos socialistas ya encarcelar a sus dirigentes. Esta vez, tanto los mencheviques como los bolcheviques propusieron una huelga general. En mitad de la discusión llegó la noticia de que era inminente una incursión policíaca en la sede del Soviet. El Ejecutivo decidió continuar la sesión, no sin antes hacer salir a unos cuantos miembros que, en caso de que el Soviet fuera encarcelado, continuarían actuando en su representación. Los elegidos para retirarse salieron para regresar en seguida: el edificio ya estaba rodeado por los guardias, cosacos, gendarmes y policías. El Ejecutivo decidió entonces por unanimidad mantenerse firme pero sin ofrecer resistencia armada en circunstancias tan desfavorables, y continuó deliberando. El ruido de botas y de sables se dejó sentir más cerca. Desde el salón en la planta baja, donde los delegados se habían reunido para la sesión plenaria, llegaron airadas voces de protesta. Desde un balcón, Trotsky les gritó a los delegados: «¡Camaradas, no presentéis resistencia! iDeclaramos de antemano que sólo un agente provocador o un policía hará un disparo aquí!». Ordenó a los delegados que inutilizaran sus pistolas antes de entregarlas a la policía, Y volvió a ocupar su lugar en la mesa de conferencias del Ejecutivo.

Un representante sindical estaba dando a conocer la disposición de su sindicato a unirse a la huelga general, cuando un destacamento de soldados y policías ocupó los corredores. Un oficial de policía entró en la pieza donde el Comité Ejecutivo se hallaba reunido Y empezó a dar lectura a una orden de arresto. Ahora sólo se trataba de ver si el Soviet podría sobrellevar su debilidad Y su humillación con dignidad. La resistencia estaba descartada. Pero, ¿deberían rendirse sumisamente, cariacontecidos, sin un solo gesto de desafío? El orgullo de Trotsky Y su sentido de las apariencias no le permitían presidir una escena tan insulsa y desalentadora, pero como no podía darse el lujo de presentar ningún desafío en serio, sólo podía despejar lo sombrío de la situación con un rasgo de humor. y así convirtió la última escena de aquel espectáculo en la ingeniosa parodia de un desplante audaz. Cuando el oficial de policía, enfrentándose al Ejecutivo, empezó a leer la orden de arresto, Trotsky lo interrumpió secamente: «Tenga la bondad de no importunar al orador. Si desea hacer uso de la palabra, debe dar su nombre y yo preguntaré a la asamblea si desea escucharlo».

El desconcertado oficial, no sabiendo si se burlaban de él o si debía esperar resistencia armada, esperó a que el delegado sindical terminara su discurso. Entonces Trotsky se dirigió gravemente al Ejecutivo para preguntarle si debía permitirle el uso de la palabra al oficial «a título de información». El oficial leyó la orden y Trotsky propuso que el Ejecutivo tomara nota de ella y pasara al siguiente punto del temario. Otro orador se levantó.

«Dispense usted», el oficial de policía, confundido por este comporta miento inaudito, tartamudeó y se volvió hacia Trotsky, como en solicitud de ayuda.
«Haga el favor de no importunar», le respondió bruscamente Trotsky. «Usted ha hecho uso de la palabra; ha dicho lo que tenía que decir; hemos tomado nota de ello. ¿ Desea la asamblea seguir escuchando al policía?»

«¡No!»

«Entonces tenga usted la bondad de abandonar la sala».

El oficial arrastró los pies, farfulló unas palabras y salió. Trotsky pidió entonces a los miembros del Ejecutivo que destruyeran todos los documentos y no revelaran sus nombres a la policía. Desde el salón en la planta baja llegó el ruido de las pistolas al ser inutilizadas: los delegados cumplían la orden de Trotsky.

El oficial de policía regresó, esta vez a la cabeza de un pelotón de soldados. Un miembro del Ejecutivo se puso de pie y se dirigió a éstos. El zar dijo, estaba violando en aquellos precisos momentos la promesa del Manifiesto de Octubre; y ellos, los soldados, se estaban dejando usar com instrumento del zar contra el pueblo. El oficial, temeroso del efecto d aquellas palabras, sacó apresuradamente a sus hombres al corredor y cerrar la puerta tras ellos. «Aun a través de las puertas cerradas», elevó el ton de su voz el orador, «el llamado fraternal de los trabajadores llegará hasta los soldados».

Por último un numeroso destacamento de soldados entró en la sala y Trotsky dio por «terminada la sesión del Ejecutivo».

Así, al cabo de cincuenta días, toco a su fin la epopeya del primer Soviet en la historia.(40)

Notas
1. Iskra, nª 93, 17 de marzo de 1905.
2 Ibid.
3 L. Trotsky, Obras (ed. rusa)» vol. II» libro I, pp. 71″ 79.
4 Ibid., p. 91.
5 Ibid., pp. 98-99.
6. *La confusión superó las diferencias partidarias: en desacuerdo con Miliukov, muchos liberales se dispusieron a boicotear la Duma, los mencheviques estuvieron durante algún tiempo contra el boicot, y los bolcheviques lo favorecieron. Véase L. Martov, Istoria Ross. Sots. Dem., p. 126.
7. L. Trotsky, Obras (ed. rusa), vol. II, libro, 1, pp. 196-205. Iskra, núm. 93″ 17 de marzo de 1905.
8. Iskra, núm. 90″ 3 de marzo de 1905. Obras (ed. rusa), vol. II» libro 1″ pp. 217-224. El manuscrito de esta proclama fue haIlado después de 1917, en los archivos de la gendarmería de Kiev. Había sido capturado durante una incursión en la imprenta de Krasin.
9. L. Trotsky, Obras (ed. rusa), vol. II, libro 1. pp. 241-245. Esta proclama, firmada por el Comité Central, fue hallada también en los archivos de la gendarmería de Kiev después de 1917. 10. Rússkaya Gazeta, 15 de noviembre de 1905; Obras ( ed. rusa) , volumen II, libro 1, pp. 300-301.
11. Lenin le escribió una carta en este sentido al periódico bolchevique Nóvaya Zhizn (Nueva Vida), que salía en Petersburgo, pero la carta no fue publicada: vio la luz por primera vez en Pravda treinta y cinco años más tarde, el 5 de noviembre de 1940.
12. Pérvaya Rússkaya Revolutsia v Peterburgo 1905, vol. I, p. 63; vol. II, p. 68.
13. L. Trotsky, Die Russische Revolution 1905, pp. 93-96.
14. En su carta desde Estocolmo que ya hemos citado y que permaneció inédita hasta que Pravda la publicó en 1940, Lenin escribió: «Que en el aniversario del gran día del 9 de enero no que en Rusia ni un vestigio de las instituciones del zarismo”. Lenin, Obras, (ed. rusa, vº. nº X; p. 1. Otros no contaban con resucitados tan rápidos y radicales. En otra ocasión Lenin escribió que convendría posponer la insurrección hasta la primavera de 1906. (lbid., vº XXXIV, p, 311).
15. L. Martov, Isloria Russ. Sois. Dem., pp. 141-142.
16. El acuerdo fue publicado, con la firma de Trotsky, en Izvestia, núm. : también Martov, loc. cit.
17. Jrustaliov-Nosar, sin embargo, se unió más tarde a los socialdemócrata mencheviques) .
18. La leyenda de Jrustaliov-Nosar fue cruelmente destruida cuando, hallándose en el exilio, fue arrestado por la policía francesa y acusado de delitos financieros. En 1917 se presentó en el Soviet de Petrogrado para exigir admisión en su calidad de antiguo Presidente, pero fue rechazado con desdén. Durante la guerra 1918-19 surgió como jefe de una pequeña república, la llamada república de Jrustaliov en una de las provincias del sur de Rusia, y poco después fue muerto. Sobre las controversias de Jrustaliov con Trotsky, véase L. Trotsky, Obras (ed. rusa), vol. VIII, pp. 190-197, y vol. II, libro 1, pp. 110-111, 508-509; N. Sujánov, Zapiski o Revolutsii, vol. I, pp. 126, 129.
19. L. Trotsky, Obras ( ed. rusa) , vol. II, libro I, p. 284.
20. Véase el Capítulo VI, y Sverchkov, Na Zarié Revolutsii, p. 200.
21. El discurso de bienvenida de Trotsky a los polacos apareció en Izvestia, núm. 5 (3 de noviembre}.
22. Sverchkov relata que el Soviet lo había comisionado a él para que redactara la respuesta, pero como no se le ocurría nada, le pidió a Trotsky, que acababa de llegar, que la escribiera. Trotsky preparó la respuesta al instante y la leyó entre el aplauso general. Sverchkov, Na Zarié Revolutsii, p. 28.
23 .L. Trotsky, Obras (ed rusa}, vol. II, libro I, p. 287.
24. De que Trotsky no trató injustamente al conde Witte, da pruebas Miliukov. En esos mismos días Miliukov visitó a Witte y expresó su opinión de que el zar debía promulgar una Constitución inmediatamente» sin esperar por la Duma. Witte le contestó que el zar no quería ninguna Constitución y que el Manifiesto de Octubre había sido publicado en un «arranque»‘. El propio Witte tampoco quería una Constitución; sólo le interesaba el constitucionalismo simulado. Miliukov, Istoria Vtoroi Rússkoi Revolutsii, vol. I, libro l» pp. 18.19.
25 El discurso apareció en Izvestia, núm. 7, 7 de noviembre de 1905; Obras (ed. rusa)» vol. II, libro l, pp. 290-293.
26. Los bolcheviques, sin embargo, cultivaron con sentimientos más cálidos el recuerdo del levantamiento de Moscú en diciembre de 1905, encabezado por miembros de su grupo.
27. Lenin, Obras (ed. rusa), vol. XXlII2 pp. 228-246; Pérvaya Rússkaya Revolutsia v Peterburgue 1905, vols. I y II. En el siguiente Congreso del Partido no se manifestaron diferencias respecto a las tácticas del Soviet. Véase Piatyi Syezd RSDRP, y Sverchkov, op. cit. No fue sino hasta 1926 cuando los historiadores del Partido (Liadov y Pokrovsky) empezaron gradualmente a «revisar» esta actitud, hasta que la Historia del PCUS. de Stalin afirmó categóricamente que, bajo la influencia de Trotsky y otros mencheviques, el Soviet estuvo «contra los preparativos para un levantamiento” .
28. Veánse las memorias de F. Mijailov en Pérvoya Rússkaya Revolutsia v Petersburge 1905, vol,. I, p. 128; L. Trotsky, Mi vida, Tomo I, capítulo “1905”.
29 Balalaikin: personaje satírico de Saltikov-Shchedrín, parlanchín calculador y pagado de sí, y abogado. Así pagó Lenin, en la misma moneda, el epíteto de «abogado chapucero» que Trotsky le había endilgado.
30 Lenin, Obras (ed. rusa), vol. X, pp. 12-21. . El propio Lenin reconoció esto más tarde. En mayo de 1917, aun antes de que Trotsky se uniera al Partido bolchevique, Lenin propuso que éste fuera nombrado redactor en jefe del diario popular bolchevique, y recordó la excelente calidad de la Gaceta Rusa que Trotsky había dirigido en 1905 La proposición de Lenin, sin embargo, fue rechazada. Krásnaya Létopis, núm. 3 (14), 1923.
31. L. Martov, Istoria Russ. Sots. Dem., pp. 141-151. Véanse las memorias de F. Mijailov en 2 vol, I, p. 128; L. Trotsky, Mi vida, tomo I, capítulo «1905».
32. P. Miliukov, Kak Proshlí Vuíbary va Vtoruyu Gos. Dumu, pp. 91-92.
33. A. Lunacharsky, Revalutsionnie Silueti; A. Ziv. ap. cit., pp. 50-52.
34 .L, Trotsky, Obras (ed. rusa), vol. II, libro 2, p. 73.
35. Pisma Axelroda i Mártova, pp. 145-146.
36.El propio Lenin reconoció esto más tarde. En mayo de 1917, aún antes de que Trotsky se uniera al Partido Bolchevique, Lenin propuso que éste fuera nombrado redactor en jefe del diario popular bolchevique, y recordó la excelente calidad de la Gaceta Rusa que Trotsky había dirigido en 1905. La proposición de Lenin, sin embargo, fue rechazada. Krásnaya Létopis, núm.3 (14), 1923.
37. Rússkaya Gazeta, 17 de noviembre de 1905; L. Trotsky, Obras ( ed. rusa) , vol. II, libro 2, pp. 301-303.
38. La iniciativa de este boicot no provino del Soviet, sino de la más moderada Asociación de Campesinos de Toda Rusia, con la que el Soviet cooperaba estrechamente. El Manifiesto Económico fue firmado por el Soviet, la Asociación de Campesinos de Toda Rusia, ambas facciones del Partido Socialdemócrata, el Partido Social-Revolucionario y el Partido Socialista Polaco (P.P.S.) .
39. Siete meses después, cuando, después de la derrota de los socialistas, el zar decidió saldar cuentas con los liberales y disolvió la segunda Duma, en la que predominaban los liberales, éstos pidieron, en su famoso Manifiesto de Viborg, un boicot económico. Lo hicieron casi en los mismos términos en que el Soviet había proclamado su boicot, e igualmente en vano. El Manifiesto de Viborg también exhortaba al pueblo a negarle reclutas al ejército del zar.
40. Sverchkov, Na Zarié Revolutsii, pp. 163-165; L. Trotsky, Die Russische Revolution 1905, pp. 177-179. Parte del material para este capítulo ha sido tomado, inter alia, de V. Voitinsky, Godi Pobied i Porazhenii, libro 1, pp. 184, 222-223 et passim; Garvi, Vospominánia Sotsial Demo’krata; y S. Yu. Witte, Vospominánia, vol. II.

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