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El control del PSOE por la CIA

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Fuente: POLITIKA


El interés del texto que sigue es doble: a) conocer la historia reciente de España, b) conocer el modelo de transición que fue integralmente copiado en Chile, incluyendo la compra por parte de la CIA y agentes alemanes de dirigentes de la Concertación, algunos de cuyos partidos no son ahora sino apéndices de la «inteligencia» estadounidense. Fragmento del libro de Alfredo Grimaldos «La CIA en España» publicado en Madrid.


Del libro La CIA en España de Alfredo Grimaldos


Sólo seis meses después de la Revolución de los Claveles, el 14 de octubre de 1974, se celebra en la ciudad de Suresnes, cercana a París, el XIII Congreso del PSOE, que va a llevar a un tal «Isidoro» hasta la cúpula de la organización. Desde el 14 de julio pasado, Franco sufre una complicada flebitis y se ha llegado a temer por su vida. La situación que se está creando en la península Ibérica resulta muy preocupante para los norteamericanos, se les ha ido de las manos el asunto portugués y van a impedir, a toda costa, que la historia se repita en España.

Felipe González es el joven abogado sevillano, casi desconocido incluso para algunos de sus compañeros, que se enmascara tras el nombre de guerra de «Isidoro». Consigue suceder como secretario general del partido al veterano militante socialista Rodolfo Llopis,[1], que no reconoce las resoluciones adoptadas en Suresnes. El congreso ha sido convocado por un grupo de jóvenes militantes desgajados de lo que, en adelante, se conocerá como PSOE (Histórico). En realidad, Nicolás Redondo era la figura menos discutida para acceder a la Secretaría General, pero el sindicalista vasco se niega a presentarse a la elección, a pesar de ser propuesto mayoritariamente para ocupar el cargo que está en liza.
González y otros miembros de la nueva dirección del partido han conseguido llegar a Francia gracias al apoyo prestado por el propio Servicio Central de Presidencia de Gobierno. Los oficiales del organismo de inteligencia creado por el almirante Carrero Blanco son los encargados de proporcionarles los pasaportes. «En un restaurante de la calle madrileña de Santa Engracia, [2] hablamos con González, en presencia de Enrique Múgica, para garantizarle su viaje a Suresnes», señala el entonces capitán del SECED Manuel Fernández Monzón.[3] «Otros compañeros se entrevistaron con Nicolás Redondo, y él entendió enseguida que debía ceder el puesto a un secretario general más joven y con otras características. Cuando Felipe González volvió de Francia, después de haber sido elegido, un comisario de Sevilla le detuvo, creyendo que había dado un pelotazo. Se llevó una bronca tremenda y tuvo que soltarle enseguida, claro.»

Otros dos miembros relevantes del SECED, Andrés Cassinello y José Faura, mantienen una larga entrevista con Felipe González y con Alfonso Guerra, inmediatamente después de que el clan sevillano se haga con los mandos del PSOE.

«Entre 1964 y 1975 estuve precisamente en la información del mundo universitario, muy estrechamente relacionado con la política entonces clandestina. Y lo que viví fue que, a partir de cierto momento, la dictadura propició el resurgir del PSOE, para ahogar al PCE», declara el comisarioManuel Ballesteros a la periodista Pilar Urbano.[4]

«A los socialistas no se les detenía, a los comunistas, sí. Estando yo en la Brigada Social, esa era una indicación de los mandos. Más aún: la policía no sólo miraba para otro lado, haciendo la vista gorda, sino que a veces ayudaba a pasar la valija con la propaganda y los documentos internos del partido que los de Rodolfo Llopis (el PSOE del exterior) enviaban de allá para acá.»

A finales de los setenta, con Adolfo Suárez como primer ministro, Ballesteros aparece detrás de algunas acciones criminales de guerra sucia contra ETA protagonizadas por el Batallón Vasco Español. Posteriormente, el Gobierno de Felipe González le recupera para nombrarle nada menos que jefe del MULC (Mando Unificado de Lucha Contraterrorista), durante la época de actuación de los GAL.

GAL
Gonzalez abrazando a Vera y despidiéndose de Barrionuevo en el momento de ingresar en prisión, condenados por su participación en la Organización Terrorista «GAL»

Meses antes de la celebración del Congreso de Suresnes —que se financia con fondos provenientes del Partido Socialdemócrata de Willy Brandt—, el comandante Miguel Paredes, del SECED, y el inspector Emi Mateos, destinado en la Jefatura Superior de Policía de Bilbao, ya han empezado a trabajar en lo que llaman Operación Primavera: una serie de contactos con algunos miembros del PSOE del interior, para ver cuáles son sus planteamientos políticos. Especialmente con Nicolás Redondo y Enrique Múgica.

«En el SECED nos propusimos empezar a reunimos con ellos —recuerda el entonces comandante Paredes—, para ver hasta dónde llegaba su izquierdismo, su ímpetu revolucionario, su afán izquierdista… y tratar de acercarlos hacia posiciones más templadas, menos radicales, más en la línea de la moderación pragmática que les recomendaba Willy Brandt.»[5]

Los encuentros entre los agentes del SECED y los socialistas continúan, y a ellos se incorporan algunos militantes más.

«Después de cada encuentro redactábamos un informe para el Servicio», continúa Paredes su relato. «Nuestra impresión entonces era que el líder ideológico, el que pensaba más largo, más rápido y con más calado era Pablo Castellano. El mayor peso moral lo tenía Nicolás Redondo. Felipe González nos pareció un conversador ágil, brillante, con»charme»… Pero, de pronto, sacó un largo Cohiba, lo encendió con parsimonia y se lo fumó como un sibarita. A mí ese pequeño detalle me chocó, me extrañó. Era un trazo burgués que no encajaba con sus calzones vaqueros, ni con su camisa barata de cuadros, ni con su izquierdismo… En mi informe oficial no mencioné esa bobada del habano ni lo que me sugirió. Pero en mi agendaprivada de notas sí que escribí: «Felipe González, el sevillano, parece apasionado pero es frío. Hay en él algo falso, engañador. No me ha parecido un hombre de ideales, sino de ambiciones».

Y prosigue el antiguo agente del SECED: «El Ministerio de la Gobernación tenía entonces la facultad de conceder o denegar el pasaporte a un ciudadano. Ellos lo habían pedido muchas veces y siempre les habían dicho que no. Me dieron una lista en la que figuraban los nombres de Enrique Múgica, Eduardo López Albizu, Nicolás Redondo, Ramón Rubial, Alfonso Guerra, Pablo Castellano, Felipe González y otros dos militantes asturianos. El Gobierno lo dudó mucho, le dieron mil vueltas, que sí, que no… Al final se aceptó bajo la condición de que, al volver a España, devolvieran enseguida esos pasaportes. Y lo hicieron. Tardaron mucho pero los devolvieron. Aunque no todos: Felipe González se lo quedó. A Mugica, por el retraso, le hicimos pagar una «multa» especial: invitarnos a comer a base de bien. Y lo hizo. En la Panière Fleurie de Rentería».[6]

Los delegados que asisten al Congreso de Suresnes representan, oficialmente, a tres mil militantes del interior, pero, en realidad, esa cifra hay que rebajarla a menos de la mitad. Durante los últimos años del franquismo, el PSOE es poco más que una sigla. El mayor peso de la resistencia contra el régimen lo han llevado los comunistas. En definitiva, lo que se produce en 1974 es una refundación del partido creado por Pablo Iglesias, con el modelo portugués como telón de fondo. En el país vecino no existía ni siquiera un partido socialista histórico y hubo que inventar uno.

Su primer secretario general, Mário Soares, tenía contacto con la CIA desde los años sesenta. «Exiliado, en 1973 recibiría ayuda para fundar bajo el patrocinio del Gobierno de Bonn un «partido socialista portugués»», escribe Joan Garcés en su excelente libro Soberanos e intervenidos.[7]

«Derrocada la dictadura en 1974 por el MFA (Movimento das Forças Armadas), Soares regresaba a Portugal, donde pronto pediría y recibiría ayuda clandestina directa del Gobierno de Estados Unidos y sus aliados europeos (RFA, Reino Unido y Francia), e indirecta a través de empresas y fundaciones alemanas y de otros países.»

La escasa incidencia del PSOE en la realidad política española de los primeros años setenta la reconoce el propio Francisco Bustelo, uno de los militantes elegidos como miembros de la Comisión Ejecutiva del partido en Suresnes. Sin embargo, todo cambia a partir de ese congreso: Las embajadas en Madrid empezaron a recibir entonces instrucciones de que se pusieran en contacto con nosotros. Acompañé a González a visitar a algunos embajadores, entre ellos el estadounidense, y tuve que entrevistarme con otros funcionarios norteamericanos de menor categoría.

A los norteamericanos les causé buena impresión. Durante los años siguientes me solía llamar el consejero político de esa embajada, persona muy enterada de lo que sucedía en España, para que comiésemos juntos. [8]

En la dirección surgida de Suresnes hay tres grupos fundamentales: los vascos, con Redondo, López Albizu, Múgica y Benegas; los andaluces, con González, Guerra y Galeote, y los madrileños, con Castellano y Bustelo.

«Los vascos, o mejor dicho, Redondo, que era su peso pesado, decidían, por tanto», señala Francisco Bustelo. «Si apoyaban a los andaluces, como hicieron en Suresnes, González tenía el poder asegurado. Redondo sabrá por qué lo hizo.» Felipe González controla el partido a partir de ese momento e, inmediatamente, pasa a convertirse en un personaje público de primer orden, con un papel estelar en la gran maniobra de actualización controlada del régimen franquista. Joan Garcés escribe:

«Una campaña subsiguiente introduciría ante la opinión pública nombres hasta entonces desconocidos que, a poco andar (1975-1976), aislaron y marginaron a los militares de la Unión Militar Democrática y, en general, a quienes eran reacios a que en España entraran la CEE y la OTAN sin condiciones.»[9]

Los servicios secretos norteamericanos y la socialdemocracia alemana se turnan celosamente en la dirección de la Transición española, con dos objetivos: impedir una revolución tras la muerte de Franco y aniquilar a la izquierda comunista. Este fino trabajo de construir un partido «de izquierdas», para impedir precisamente que la izquierda se haga con el poder en España, es obra de la CIA, en colaboración con la Internacional Socialista. El primer diseño de esta larga operación se remonta hasta la década de los sesenta, cuando el régimen empezaba ya a ceder, inevitablemente, bajo la presión de las luchas obreras y las reivindicaciones populares. El crecimiento espectacular del PCE y la desaparición de los sindicatos y partidos anteriores a la Guerra Civil, especialmente la UGT y el PSOE, hacen temer una supremacía comunista en la salida del franquismo. Los cerebros de la Transición comienzan a marcarse objetivos muy concretos.

En 1962, el PSOE y la UGT sólo cuentan con unos centenares de militantes en toda España, mientras que en el extranjero, un grupo de viejos socialistas, con Rodolfo Llopis al frente, intentan aparentar una presencia en escena que no va mucho más allá de la asistencia a «contubernios» como el de Munich. Convencidos de que este PSOE no logrará tener la suficiente implantación para competir con ventaja, frente a los comunistas españoles, al final del franquismo, los servicios de información norteamericanos y alemanes se ponen manos a la obra para construir un nuevo partido, más vistoso en lo externo y manejable en lo interno.

Confidentes espontáneos

Algunos socialistas no esperan a que la CIA llame a su puerta y son ellos mismos los que ofrecen espontáneamente sus servicios a los norteamericanos. Es el caso de Carlos Zayas Mariátegui, desde la ASU (Agrupación Socialista Universitaria), quien, según documenta Joan Garcés, «aparece informando asiduamente a la Embajada sobre personas de sensibilidad socialista susceptibles de sumarse a combatir al Partido Comunista si recibieran los apoyos materiales que buscaban. Zayas señalaba, entre otros, a Joan Raventós Carner en Barcelona, a José Federico de Carvajal y a Mariano Rubio, al tiempo que desvelaba como principal agente del Partido Comunista en Madrid a Federico Sánchez».

Zayas será diputado del PSOE por Huesca en 1977; Raventós, embajador en Francia, después de haber participado en la famosa comida de Lérida en la que el general Armada les cuenta a Enrique Múgica y a él sus planes golpistas; José Federico de Carvajal llegará a presidente del Senado y Mariano Rubio, a gobernador del Banco de España, cargo del que dimite tras ser condenado por sus prácticas delictivas. Federico Sánchez (alias de Jorge Semprún), convertido al anticomunismo, será ministro de Cultura con Felipe González entre 1988 y 1991.

Una de las claves de las operaciones secretas de la CIA para controlar los medios socialistas españoles en el exilio es la introducción en estos círculos de un antiguo dirigente del POUM, Julián Gorkin. A principios de los sesenta, Gorkin es uno de los personajes que impulsa el llamado «Congreso por la Libertad Cultural» y aparece al frente de distintas publicaciones financiadas por la CIA, como las revistas Cuadernos, editada en París; Examen, en México, y Encounter, en Gran Bretaña, dentro de un amplio esquema propagandístico de matiz netamente anticomunista diseñado desde Langley. Más tarde, dirige también la revista Visión, en la que defiende los puntos de vista de las sucesivas Administraciones norteamericanas en relación con Latinoamérica. El 13 de mayo de 1967, la propia Asamblea General del «Congreso por la Libertad Cultural» reconoce los estrechos vínculos financieros y políticos de este organismo con la CIA. Según Francés Stonor Saunders, el principal impulsor del congreso es el agente de la CIA Michael Josselson.[10]

Julián Gorkin aparece, además, al frente del llamado «Centro de Documentación y Estudios», que tiene su sede en París. Ocupa el cargo de vicepresidente, mientras Salvador de Madariaga ostenta, a título honorario, la presidencia. Las líneas generales del Boletín Informativo del centro están caracterizadas por las directrices de acción política clandestina de la CIA en ese momento: se intenta potenciar a la inexistente ASO (Alianza Sindical Obrera) y a la oposición monárquica y socialdemócrata. Gorkin entra pomposamente en el PSOE en el año 1973, en plena campaña interna de renovación del partido, que terminará con la sustitución de Llopis por Felipe González. Incluso ofrece una conferencia, el 22 de diciembre de ese año, en los locales de la UGT en París, bajo el título «Motivos de mi afiliación al Partido Socialista Obrero Español». En varios artículos del Boletín Informativo de Gorkin ya pueden verse los argumentos esenciales que serán utilizados por Felipe González y Alfonso Guerra en Suresnes. El primer número de ese boletín explica «la necesidad de una izquierda radical que compita, en el campo de la clase obrera, con el Partido Comunista de España, para restarle base y movilidad social».[11]

Felipe Fraga
Manuel Fraga y Felipe González en le Congreso de los Diputados – 1977

Los intentos de los norteamericanos de conseguir que los socialistas acepten la Monarquía y la continuidad del franquismo renovado son múltiples y se realizan a través de las más diversas y curiosas fórmulas, algunas de las cuales resultan un completo fracaso, como el intento de creación de la ASO, que no pasa de ser una entelequia.Todos estos trajines no le pasan desapercibidos al propio Franco. Escribe Salgado Araujo:[12] Hablamos después de las actividades de la CIA en el mundo occidental y, en especial, en relación con España. La prensa internacional, digo al Caudillo, comenta las actividades de ese organismo. Su obsesión es conseguir que nuestro Estado tolere primero y legalice después la acción de dos partidos, uno de carácter socialista y otro democrático, que deberán tener su expresión en dualidad similar en el campo universitario y sindical. Para conseguirlo no vacilarán en financiar sistemáticamente a grupos de activistas (que han creado la ASO y la FUDE). Por ahora no se proponen como objetivo derribar el Estado, sino importunarlo, preocuparlo, no dejarlo en paz para que se arranque al Partido el compromiso de una coexistencia entre lo legal y lo ilegal, con aspiraciones de suceder al Régimen una vez desaparezcan. Estas objeciones, según la información que doy al Caudillo, las expone la CIA con toda tranquilidad, a la luz del día, financiando las huelgas de Asturias o los tumultos de Madrid y Barcelona. La CIA cree que con esas actividades cumple el deber de prever el futuro, pues, de lo contrario, al régimen débil sucedería el caos y a éste, el comunismo.

En el intento de creación de la ASO participa un personaje extraño:Josefina Arillaga, vinculada ya en ese momento a la Fundación Friedrich Ebert, del Partido Socialdemócrata alemán, y considerada, en los propios medios socialistas, como «buena amiga» del entonces jefe del Sindicato Vertical franquista, el falangista José Solís Ruiz. Arillaga, representante oficiosa en Madrid de Rodolfo Llopis durante varios años, hasta 1973, mantiene estrecho contacto con José Federico de Carvajal, un personaje muy bien relacionado con los norteamericanos, que llegará a presidente del Senado con el PSOE. La fase final del asalto al viejo y poco implantado Partido Socialista Obrero Español tiene lugar a partir de 1970, en una batalla en la que se combinan nombres como el de Willy Brandt, en ese momento secretario general del SPD; Max Diamant, asesor del Sindicato del Metal alemán; Enrique Múgica, y Hans Mattholfer, destacado sindicalista alemán que edita la revista Express Español en Alemania. El hombre de Hans Mattholfer en la UGT, Carlos Pardo, tiene también un interesante historial: en 1970 es detenido en Madrid por la Brigada Criminal, acusado de diversos delitos comunes, y se descubre que antes ya ha sido expulsado de Paraguay por estafa. Mattholfer tiene entonces que viajar personalmente a España y entrevistarse con el entonces director general de Seguridad, Carlos Arias Navarro, que pone en libertad a Pardo sin que se le incoe ningún procedimiento judicial. En una carta dirigida a un militante socialista madrileño, Rodolfo Llopis escribe: «Por si no lo sabes, Mattholfer protege y ayuda económicamente a los escisionistas del PSOE. Y ha encontrado en Pardo un lacayo a su medida». Otro personaje turbio que actúa en ese entorno es Manuel Simón, dirigente de las Juventudes Socialistas de Toulouse, que más adelante será nombrado responsable de Relaciones Internacionales de UGT. Simón, que tendrá un papel clave en el defenestramiento de Llopis, es expulsado de Portugal tras la revolución del 25 de abril, acusado de ser agente de la CIA.[13]

Dólares «fundacionales»

Una mujer clave en el complejo entramado financiero del renovado PSOE es Carmen García Bloise, que mantiene estrechos vínculos con los socialdemócratas germanos. Parte de los fondos que van llegando al partido se comienzan a canalizar a través de la recién creada Fundación Pablo Iglesias, sucursal de la alemana Friedrich Ebert, Pero los cauces de financiación son diversos. Por ejemplo, en 1979 se desvelará que la UGT ha recibido 200 millones de pesetas de los sindicatos amarillos de Estados Unidos para intentar ganar las elecciones sindicales.

El ex agente de la CIA Philip Agee declara a la revista Zona Cero, en marzo de 1987:[14]

«Dentro del «Programa Democracia», elaborado por la Agencia, se cuida con especial atención a las fundaciones de los partidos políticos alemanes, principalmente a la Friedrich Ebert Stiftung, del Partido Socialdemócrata, y la Konrad Adenauer Stiftung, de los democristianos. Estas fundaciones habían sido establecidas por los partidos alemanes en los años cincuenta y se utilizaron para canalizar el dinero de la CIA hacia esas organizaciones, como parte de las operaciones de «construcción de la democracia», tras la Segunda Guerra Mundial. Después, en los sesenta, las fundaciones alemanas empezaron a apoyar a los partidos hermanos y a otras organizaciones en el exterior y crearon nuevos canales para el dinero de la CIA. Hacia 1980, las fundaciones alemanas tienen programas en funcionamiento en unos sesenta países y están gastando cerca de 150 millones de dólares. Operan en un secreto casi total». «Las operaciones de la Friedrich Ebert Stiftung (Fundación), del SPD, fascinan a los norteamericanos, especialmente sus programas de formación y las subvenciones que hicieron llegar a los socialdemócratas de Grecia, España y Portugal, poco antes de que cayeran las dictaduras en esos países e inmediatamente después», continúa Agee. «En Portugal, por ejemplo, cuando el régimen de Salazar, que había durado cincuenta años, fue derrocado en 1974, el Partido Socialista completo apenas habría bastado para una partida de poker y se localizaba en París, sin seguidores en Portugal. Pero con más de 10 millones de dólares de la Ebert Stiftung, y algunas otras remesas de la CIA, el Partido Socialista Portugués creció rápidamente y en poco tiempo se convirtió en el partido gobernante.»

Las fundaciones políticas germanooccidentales proporcionan el modelo que el «Programa Democracia» acaba adoptando para resolver uno de los principales dilemas de la política exterior norteamericana: cómo «ayudar» a los partidos e instituciones «democráticos y pluralistas» en países gobernados por dictadores que son aliados y clientes de Estados Unidos. «Resultaba a menudo muy obvio que la única oposición real a las dictaduras la representaban los comunistas y otros revolucionarios, las únicas fuerzas políticas organizadas, capaces y dispuestas a tomar el poder en un eventual colapso de las dictaduras», señala Agee. «La experiencia de la intervención germanooccidental en Portugal y en otros países resultaba llamativa para los norteamericanos e intentaron repetirla, estableciendo un sistema de instituciones privadas de apoyo a los «amigos en el exterior». El apoyo de Estados Unidos a las dictaduras podría continuar mientras los «amigos» se preparaban para la «transición del autoritarismo a la democracia». Así, los norteamericanos podrían buscar de antemano el control de todas las fuerzas políticas y neutralizar todo lo que se sitúa a la izquierda de los socialdemócratas.»

El presidente Ronald Reagan es uno de los más entusiastas defensores del «Programa Democracia». En junio de 1982, ante el Parlamento británico, describe sus objetivos: «Este nuevo programa construirá una infraestructura de libertad y democracia que dejará al marxismo-leninismo en el estercolero de la Historia».También alaba los «abiertos» programas germanooccidentales, que, en realidad, están envueltos en el mayor de los secretos y se les ocultan incluso a los propios miembros del SPD.

¿Cómo se utiliza el dinero de la CIA en estos programas? Cada uno de los principales destinatarios ha descrito previamente sus necesidades y tiene que actuar de acuerdo con las líneas centrales diseñadas en el programa correspondiente, que se resume en una consigna: «Contribuir al desarrollo de acciones políticas en el extranjero para enfrentar el»desafío ideológico global soviético»». Las actividades proyectadas cubren todo el espectro de objetivos de las organizaciones «democráticas» en el exterior: gobiernos, partidos políticos, sociedades profesionales, medios de información, universidades, cooperativas, sindicatos, asociaciones de empleados, cámaras de comercio e industria, iglesias, organizaciones de mujeres y estudiantes… En suma, todos los blancos tradicionales de la CIA. Otro propósito establecido es el de promover la «disidencia» en los países socialistas, siguiendo el ejemplo del apoyo de la CIA a Solidaridad, en Polonia.

El ejemplo de la Friedrich Ebert Stiftung también es seguido como modelo en Centroamérica y el Caribe durante los años setenta y ochenta. Constantine Menges, «oficial nacional de la CIA para América», es quien teoriza la receta de Estados Unidos para esta región. Menges señala dos niveles de actividades gubernamentales y privadas «provechosas», mediante las cuales Estados Unidos «puede socorrer a las fuerzas democráticas y debilitar aquellas que quieren polarizar el hemisferio en regímenes comunistas y regímenes autoritarios».[15]»

Dentro del primer nivel se entra en juego mediante medios «discretos», como información, comunicación y programas de intercambio cultural, para formar sistemáticamente «grupos democráticos». El segundo nivel de acción está previsto para concentrar la atención en países «de especial interés», con los que hay que intentar «colaborar» a través de organismos semiautónomos, siguiendo el ejemplo de la Friedrich Ebert Stiftung y la Konrad Adenauer Stiftung germanoocidentales, manteniendo «una relación de total independencia con nuestra representación diplomática oficial».

«goodbye» marxismo

El 17 de mayo de 1979, durante la celebración del XXVIII Congreso del PSOE, Felipe González impone que desaparezca el término «marxismo» de los estatutos del partido. Los militares norteamericanos que tanto preguntaban por este asunto a los oficiales españoles, durante los cursos de formación realizados en Estados Unidos, ya pueden quedarse completamente tranquilos. Justo de la Cueva, miembro de la comisión mixta de reunificación del PSOE madrileño (proviene del sector histórico), desalentado, deja la militancia en ese momento y declara: «El PSOE va donde diga la CIA a través de Willy Brandt. Hasta en el propio Bundestag alemán se acaba de denunciar que la Fundación Friedrich Ebert del SPD recibe dinero directamente de la CIA».[16] Los jóvenes que dieron el golpe de Estado dentro del PSOE en Suresnes, comandados por González, van cumpliendo al pie de la letra el guión que les han preparado. El poder está cada vez más cerca.

El papel que el PSOE tiene que interpretar en la Transición está escrito desde bastante antes de la muerte de Franco, pero se termina de pulir en 1974. El giro a la izquierda de la Revolución de los Claveles coincide con los primeros pasos en público de la Junta Democrática, constituida por iniciativa de Antonio García Trevijano y auspiciada por el PCE. Desde el principio, Felipe González hace todo lo posible para hundir este organismo unitario que reclama amnistía total, la formación de un Gobierno provisional y la celebración de una consulta para elegir la forma de Estado: Monarquía o República. «Cuando se produce la hegemonía del Partido Comunista Portugués en el proceso político que se vive en el país vecino, el secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger, se alarma aún más y viaja a Alemania para entrevistarse primero con el canciller Helmut Schmidt, y después con Willy Brandt,[17] que continúa teniendo una enorme influencia en la Internacional Socialista. Les insiste en que apoyen decididamente al PSOE», señala García Trevijano.[18] Por eso Felipe González no entra en la Junta, porque se siente respaldado por una potencia superior, por los alemanes y los norteamericanos. Una vez que está seguro de ese apoyo, se traslada a Madrid, donde tiene una entrevista con el Rey y con altos mandos del Ejército, y ahí establecen la estrategia de que hay que ir gradualmente hacia las libertades en España para evitar una radicalización de la situación. Felipe González es el más interesado en mantener a los comunistas en la ilegalidad. A mí me advierte de esta operación nada menos que Claude Cheysson, que luego sería ministro de Exteriores con Mitterrand y entonces era comisario en Bruselas del Mercado Común. Teníamos mucha amistad. El era miembro del Partido Socialista Francés y estaba bien informado de todo esto. Ahí fue cuando cedimos y constituimos la Platajunta, a sabiendas de que se estaba haciendo para que entrara en ella el PSOE, que sería el traidor. Pero más traidor sería si estaba fuera. Y me di cuenta de que Santiago Carrillo, que era muy listo para olfatear por dónde venían los aires políticos, quería seguir completamente la política del PSOE.

En octubre de 1982, Felipe González consigue su objetivo y gana las elecciones por mayoría absoluta. Un año después,José Mario Armero le dedica un elogioso artículo en el que repasa, de forma muy elocuente, los logros del Gobierno del PSOE. Armero era abogado en España de las más importantes multinacionales norteamericanas y un hombre con muchos contactos en el Departamento de Estado. También intervino, como mediador, en las conversaciones que condujeron a la legalización del PCE, después de negociar con Santiago Carrillo la aceptación de la Monarquía. El 20 de octubre de 1983 escribe: La realidad demuestra que hoy en España gobierna un partido socialdemócrata, europeo, occidentalista, pronorteamericano y decididamente atlantista. En un año de gobierno, los hombres del PSOE han cumplido un papel realmente singular: la casi destrucción de la izquierda tradicional española, en buena parte marxista y revolucionaria, que seguía una tradición muy distinta a los nuevos derroteros que han tomado los jóvenes dirigentes socialistas. Realmente nada tienen que ver con Pablo Iglesias, ni con Francisco Largo Caballero, ni siquiera con Rodolfo Llopis.Y han conseguido sustituir lo que siempre se ha considerado como izquierda por una socialdemocracia, que es un amplio fenómeno donde cabe la libre empresa, la propiedad privada, los europeos, los norteamericanos y la OTAN.

Y efectivamente, del «OTAN, de entrada, no» se pasa al «Así, sí», y enseguida, al ingreso en la Alianza «en interés de España».[19]

OTAN, de cabeza, sí

El programa aprobado en el XXVII Congreso del PSOE, celebrado en diciembre de 1976, cuando la «reforma política» está ya en marcha, propugna «la liquidación de todas las bases extranjeras en nuestro suelo», y añade que «no cabe aceptar ningún tratado de alianza o relación militar que no cuente con la aprobación expresa del pueblo español». El programa preconiza, igualmente, la «independencia frente a los bloques militares» y la adopción progresiva de «una política de neutralidad activa». Durante algún tiempo, los representantes del PSOE han llegado incluso a postular un tipo de defensa neutralista, análoga a la de Suecia, Suiza o Yugoslavia. En la declaración de diciembre de 1976 se subraya que «el ingreso en la OTAN conllevaría el riesgo de vernos implicados en una guerra de efectos destructivos incalculables si uno de los países miembros entra en guerra». También se llama la atención sobre el aumento de los gastos militares que se derivaría de la presencia española en la Alianza Atlántica.[20]

Pero con el paso de los años, y en la medida que el PSOE se va configurando como una «alternativa gubernamental», los dirigentes del partido van puliendo las aristas más cortantes de su política. Hay que alejarse rápidamente del «OTAN, de entrada, no» y olvidar que votaron en contra del ingreso en la Alianza, enfrentados con el Gobierno de Calvo Sotelo, quien consiguió sacar adelante su propuesta en las Cortes. La radicalidad inicial del discurso de Felipe González resulta delirante si se observa el desarrollo posterior de su política internacional. Comienzan a aparecer frecuentemente a su lado mentores como Bettino Craxi, Carlos Andrés Pérez, e incluso el portugués Mário Soares. Los dos políticos europeos son atlantistas practicantes y el venezolano mantiene muy estrechos vínculos con Estados Unidos. La ruptura con el marxismo de 1979 es un guiño a Washington y Bruselas para que le permitan, de momento, mantener el rechazo a la OTAN como algo aún necesario para ganar las elecciones. Cuando González llega al Gobierno, sus propósitos reales se conocen enseguida.

Pero sólo un mes antes de las elecciones generales de octubre de 1982, González todavía declara a Interviú:[21] «Yo creo que nosotros tendríamos que plantearnos seriamente el tema de la OTAN, sobre todo porque para España no hay ningún interés defensivo real e inmediato en la integración en el Pacto Atlántico, y lo veo desde el punto estrictamente nacional. Uno puede comprender que Alemania esté en la OTAN y le cuesta creer que un país que no tiene problemas de defensa en la misma dirección que Alemania esté en la OTAN y esté, además, integrado sin ninguna contrapartida, como han hecho los protagonistas españoles».

Durante la dictadura franquista, el Gobierno de Estados Unidos presiona para que España se incorpore a la OTAN, pero tropieza con la oposición de los socios europeos, como consecuencia de la naturaleza autocrática del régímen. Y también cuando Calvo Sotelo hace aprobar la entrada de España en la OTAN, varios gobiernos socialistas europeos ofrecen a Felipe González, con especial interés, el veto a la adhesión, lo que habría producido el rechazo de España, al ser precisa la unanimidad de los socios. El secretario general del PSOE declina estos ofrecimientos, que habrían trascendido, lógicamente, de forma que se le consideraría el inspirador de esa maniobra. Se niega, pues, consciente de que ello le ocasionaría el rechazo de la mayoría del Ejército.Y del rey. «Cuando González nombra ministro de Asuntos Exteriores a Morán, y a Narcís Serra para la cartera de Defensa, tiene ya comprometido con la Corona la permanencia en la
estructura de la OTAN», señala Pablo Castellano.[22]

La actitud de González en relación con la Alianza se hace explícita durante su primer viaje a Alemania, el 3 de mayo de 1983. El presidente de Gobierno socialista, sin contar con su ministro de Asuntos Exteriores, Fernando Morán, que no está informado del viraje derechista que se ha dado, y rompiendo incluso con sus benefactores socíaldemócratas alemanes, presentes en el acto, afirma públicamente en Bonn su «consideración y solidaridad» con la estrategia de Reagan, Margaret Thatcher y la derecha cristianodemócrata alemana de instalar en el teatro bélico europeo 572 misiles Pershing y Cruise.

Por fin, en 1986, González convoca y celebra un referéndum sobre la permanencia de España en la OTAN, después de innumerables manifestaciones populares contra la Alianza. Pero no apoya la salida de esa estructura militar: reclama el voto a favor de la permanencia en ella. Ha mentido en la campaña electoral que le llevó al Gobierno, incumple el programa del PSOE, trampea las resoluciones del congreso de su partido y engaña a los ciudadanos. «Cuando Felipe González se lanza a la aventura del referéndum de la OTAN, y ante los sondeos que arrojaban un resultado favorable al «No», el consejero político de la embajada estadounidense en Madrid me llamó para hablar de lo que ocurriría en el PSOE si González perdía la consulta», relata Francisco Bustelo.[23] «Me preguntó que, en el caso de que pasaran a dirigir otras personas el PSOE y, por lo tanto, a ocupar, aunque fuera provisionalmente el Gobierno, cuál sería la política exterior, en particular respecto a Estados Unidos.»

González y los suyos movilizan a los medios de comunicación, a intelectuales orgánicos y a adjuntos al poder de las más variadas especies para apoyar la permanencia en la OTAN. Con la idea de conseguir una atractiva imagen pública de la campaña, intenta atraer a su terreno también a personajes del mundo de la cultura y el espectáculo. Fernando Fernán Gómez relataba en cierta ocasión su visita a La Bodeguilla de La Moncloa, invitado por González, junto con otros profesionales del cine y la cultura, durante las fechas previas a la celebración de la consulta. En un determinado momento de la reunión, González les dijo: «He cambiado de opinión porque, cuando llegué a la Moncloa, Suárez me enseñó la «caja de los truenos» y había muchos misiles soviéticos apuntando a España». Manuel Gutiérrez Aragón le llamó cínico.

Los servicios de inteligencia norteamericanos siguen muy de cerca toda la campaña a favor del «Sí» y despliegan, en apoyo del Gobierno socialista, su compleja red de influencias. El propio Julio Feo, en ese momento secretario del presidente González, ilustra muy gráficamente la preocupación de la CIA, en 1986, con motivo de la consulta en las urnas: «En la embajada americana en Madrid cundía el nerviosismo. Enders se apresuró a solicitar una entrevista con el presidente, que lo recibió el 7 de febrero. Por su parte, «Sam», el jefe de estación de la CIA, que había sustituido a «Walter», incrementó sus llamadas y visitas, en las que me solicitaba información sobre la marcha del referéndum».[24]

«El referéndum fue un modelo antológico de pucherazo, pero a muy pocos políticos les interesaba cuestionar el resultado, conscientes de que la victoria del «No» habría repercutido no sólo en la adhesión europea, sino hasta en nuestro propio devenir político», escribe Pablo Castellano, veterano militante socialista que hizo campaña contra la OTAN. «González echaba un pulso a la ciudadanía tras haber ganado todos los pulsos a su partido y salía otra vez vencedor y exultante de las urnas. Sin embargo, a partir de ese momento sería rehén de las políticas más derechistas que le exigían los que, ayudándole descaradamente a ganar el referéndum, le permitían gobernar en el estricto marco de actuación pactado para la ordenada alternancia de los partidos del sistema, no para abrir la puerta a imprevisibles sorpresas de un auténtico e incondicionado sistema de partidos. El Pentágono tomó nota de quiénes eran de verdad sus amigos. A buenas horas se le iba a escapar a la privilegiada mente conocedora de todos los entresijos del 23-F, del GAL y de Filesa un referéndum así.»

Pablo Castellano continúa: «El Estado español, de la mano de un Gobierno socialista, revalidó y reforzó su condición de socio del Imperio. El esfuerzo del PSOE en este terreno ha sido tan valorado que uno de los más destacados paladines en la defensa del «OTAN, de entrada no», Javier Solana, en premio a su ejemplar rectificación, ha acabado siendo secretario general de la Alianza y, más tarde, encargado de las cuestiones de defensa europea. Siempre, en todo caso, embajador de los intereses castrenses estadounidenses… Más que caerse del caballo camino de Damasco, se subió tranquilamente al carro de combate o a la superfortaleza volante, medios más seguros y rápidos en la carrera».

Después de ser uno de los dirigentes del PSOE que participa en mayor número de actos públicos en contra de la integración de España en laOTAN Javier Solana se convierte, en 1995, en secretario general de la Alianza. Un buen ejemplo individual que sintetiza la trayectoria de su partido. Permanece en el cargo cuatro años y durante su mandato se producen los bombardeos norteamericanos sobre Yugoslavia, en marzo de 1999. A finales de ese año cesa en su cargo de máximo dirigente de la OTAN y toma posesión de un puesto recién creado: alto responsable de la Política Exterior y de Seguridad Común. Ya tenemos Mister PESC.[25]

NOTAS

1. Rodolfo Llopis (1895-1983). Político y pedagogo socialista español. Durante la II República ocupó diversos cargos, primero en la Enseñanza y más tarde como secretario de Presidencia de Francisco Largo Caballero. En el exilio ocupó la dirección del PSOE. No reconoció la autoridad del Congreso de Suresnes (1974), en el que Felipe González fue elegido secretario general, y reivindicó las siglas del PSOE hasta la Transición, cuando se vio obligado a legalizar su partido con la denominación de «PSOE (Histórico)».
2. En aquel momento la calle tenía todavía el nombre de Joaquín García Morato.
3. Entrevista personal con el general Manuel Fernández Monzón.
4. Pilar Urbano, Yo entré en el CESID, Plaza & Janés, Barcelona, 1997.
5. Ibid.
6. Ibid.
7. Joan Garcés, Soberanos e intervenidos, Siglo XXI, Madrid, 1996. Este autor señala que «el financiamiento personal oculto a Mario Soares, su origen y caudales, fueron desvelados en 1996 por el funcionario del Partido Socialista portugués Rui Mauro, miembro de la Comisión Trilateral, en Contos prohibidos. Memorias de un P.S. desconhecido. Lisboa. Don Quixote».
8. Francisco Bustelo, La izquierda imperfecta, Planeta, Barcelona, 1996.

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