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Feminismo de barrio: Mujeres poderosas que defienden sus poblaciones

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EL DESCONCIERTO

Por Josefa Barraza Díaz /

Ilustración: Michel Contreras

Vilma, Dorys y Macarena, tienen una cosa en común: todas son pobladoras. Ninguna es experta en feminismo, pero la vida y la calle les enseñaron a luchar desde sus propias trincheras, dejando atrás el machismo, la violencia y el miedo. Aquí, los testimonios de tres mujeres empoderadas en sus barrios, que a pesar de todo, siguen luchando y dando cara.

Macarena: Desde la dictadura al estallido

Mi nombre es Macarena Núñez y nací en 1962 en Quinta Normal. Para el Golpe de Estado de 1973 yo era una cabra chica, no sabía lo que pasaba, aunque haya afectado indirectamente a mi familia. Años después entré a estudiar pedagogía en la Universidad de Playa Ancha en Valparaíso. Ahí me dí cuenta que pasaban cosas y me transformé en una de las primeras mujeres que salieron a las calles a protestar.

Viví los peores años de la dictadura. Sentí mucho miedo –porque ahí si que se sentía miedo–, debido a todo lo que pasaba y que al final me hizo abandonar mis estudios. Después ingresé a estudiar trabajo social, algo que siempre he hecho acá en la población San Joaquín, al ladito de la Población La Victoria, donde vivo hace 25 años. Esta población nació después de la toma de terrenos de La Victoria y vivía en un comienzo una gran cantidad de obreros. Aquí somos todos de una misma clase.

Soy madre de dos hijos: Un lolo de 29 y una lola de 24, que ya están egresados. Y también soy abuela. Cuando eran pequeños, para algunas actividades que me tocaba como dirigenta, siempre los traía conmigo. Ahora me apoyan en todo lo que hago, pero me piden que tenga cuidado. Para mí lo más importante es el trabajo en la población. Ser dirigenta es una cosa innata que lleva una.

Participé durante muchos años en la Junta de Vecinos N°4 de la población San Joaquín. Realizamos el primer aniversario, rescatando la memoria del barrio y recordando a sus dirigentes. También hemos organizado comités para el mejoramiento de las viviendas y hoy pertenezco a la Asamblea Popular en Lucha, donde se organizan todas las asambleas de la comuna.

No es fácil ser mujer en una población, sobre todo cuando una es dirigenta social y los hombres ven que uno levanta la voz, inmediatamente te atacan y te hacen callar. Pero, ¿sabes? Ahí está la fortaleza de la mujer, que con buenos argumentos puedes ir en contra de una postura. Ahí está el empoderamiento. Todas las mujeres hemos sido víctimas del machismo, especialmente las de más edad como yo.

Para el estallido social sentí miedo cuando los milicos volvieron a salir a la calle, aunque ahora estoy más atrevida. Hacemos las asambleas en las calles, para que vean en lo que estamos. A veces pasan autos y nos amedrentan, pero es parte de todo esto. Ya no me asustan, quizá sea porque tengo más años.

Pero eso no es lo único que hago. También soy parte de la radio Primero de Mayo, que partió en nuestra población y, por una cuestión legal, nos tuvimos que trasladar a La Victoria. Nacimos en el año 95, a raíz del estancamiento social, para hablar y denunciar lo que estaba pasando. Partimos en un departamento de manera muy clandestina y ahora somos una radio comunal.

Me acuerdo que El Mercurio nos denunció diciendo que “radios clandestinas llamaban a la subversión”, así que nos tuvimos que legalizar, para no arriesgamos a detenciones o que nos requisaran los equipos. La idea es que exista una comunicación entre la gente y las organizaciones sociales. Nuestro financiamiento es través de completadas, bingos, autogestión, porque no postulamos a proyectos del gobierno.

Después del 18 de octubre hemos recibido amenazas de muerte, allanamientos y robos. Ninguno de nosotros es periodista, pero todos nos consideramos comunicadores populares.

Mi lucha –nuestra lucha- es la justicia social, para que nunca más se violen los derechos humanos en Chile. No quiero ver más jóvenes sometidos a la droga, a las adicciones. Quiero una educación para mis hijos, para mis nietos, para todos los que vengan.

Dorys: sobreviviente y empoderada

Soy Dorys Rojas, tengo 50 años, y soy nacida y criada en La Victoria. Desde hace dos meses estoy organizando un taller de empoderamiento femenino en la población, porque presencié un hecho de violencia intrafamiliar afuera de mi casa, en una garita de colectivos. Pasó que la locutora que trabaja ahí me habló al WhatsApp y me dijo si podía cruzar, porque estaba asustada. Crucé al tiro y me dice: “tengo una niña encerrada en el baño porque está arrancando del pololo”. La cuestión es que yo entré, ví a la niña y le dije “¿qué vay a hacer?, llama a carabineros” y me dijo que no, porque estaba aterrada. Estuve con ella como 15 minutos y el tipo esperaba afuera. Yo lo saqué a empujones y le dije “pégame a mí po, yo me sé defender” y arrancó. Hablé con la niña y me dijo que tenía un hijo. Después de eso se me ocurrió hacer el taller, porque las cabras desde el pololeo sienten que la pareja tiene derecho a hacerles algo, porque las hacen sentir que hicieron algo malo. Y no es así.

Soy así de empoderada porque soy una sobreviviente. A los 18 tuve a mi hija, la Marcela, y a los 19 años me casé. Era súper chica. Luché harto tiempo por mi casa propia, porque no quería y no me gustaba vivir de allegada, así que nos salió un departamento en Lo Valledor. Me quedaba súper cerca de La Victoria, así que estaba todo el día aquí, iba a puro dormir al departamento. Ahí viví 12 años, después volvimos a vivir a la población, y ahí comenzó a venirse a pique mi familia. Mi marido se metió en las drogas, en el alcohol, y empezaron los hechos más brígidos de violencia.

Un día, le miré las caras a mis tres hijos, y me di cuenta que esta cuestión no podía seguir. Tenía que terminar. Así que llamé a carabineros y les pedí que lo sacaran. Él se fue de la casa, pero me empezó a amenazar de muerte. Y para poder mantener a los chiquillos, me puse a vender rifas en la feria, y en caso de que mi marido apareciera o me hiciera algo, llevaba un cuchillo escondido en el banano, donde guardaba la plata de la rifa. Pero nunca más volvió a aparecer.

Además de las rifas, me puse a vender pasteles de choclos, humitas, empanadas, de todo. Hasta nos pusimos con un carrito de comida rápida. Y también soy pastelera profesional, así que pude sacar a mis hijos adelante.

Desde el empoderamiento trato de ayudar a las demás mujeres, sobre todo aquí en la población. Yo no tolero que un hombre agreda a una mujer delante de mí, porque yo aprendí a defenderme de todas las formas posibles. Veo un problema y yo me voy a meter, los chiquillos (hijos) me dicen que no me meta, pero yo lo hago igual. La idea de este taller es que la mujeres de la población se empoderen y aprendan defensa personal con entrenadores, también habrá una psicóloga, una socióloga y una terapeuta familiar, para que las ayude.

Pero aparte de eso, acá también organizo cosas sociales, porque La Victoria está muriendo por culpa del narcotráfico y el consumismo. Aquí ves más marcas que en París o en Londres. Es muy poca la gente que sale a manifestarse, así que por eso he organizado pasacalles y marchas. Es súper lamentable. Pero mi cumpleaños (27 de febrero) lo pasé en una cicletada que organizamos con los chiquillos de Revolución Ciclista, y fue harta gente. Fue muy bonito. Para la marcha del 8M, me conseguí un bus para que fueran todas las mujeres que quisieran de la población. De aquí no me muevo hasta que me muera.

El megáfono de Vilma: Las calles son nuestras

Soy Vilma Álvarez, soy cajera de un supermercado en La Dehesa, dirigenta vecinal y granjina de corazón. En el 2005 di una de mis grandes peleas: luchamos con un grupo de vecinos contra la construcción de la Autopista Acceso Sur, debido al daño ambiental que provocaron en el sector. Nos cortaron mil árboles y ninguno fue repuesto. Sólo nos dieron una compensación económica, la que sinceramente considero miserable, porque no solucionó el daño que tenemos hoy.

Pero mi historia empieza hace muchos años atrás. Cuando era niña viví en Conchalí y desde mi adolescencia me interesó ser dirigenta, debido a mi madre, quien fue militante del partido socialista y participaba en la JAP, que era la Junta de Abastecimiento y Control de Precios durante la Unidad Popular. En la UP, cuando tenía 14 y 15 años, fui dirigenta juvenil de un grupo llamado Pioneros, donde participaban los hijos e hijas de militantes. Tengo seis hermanos, pero a ninguno le interesó seguir los pasos de mi madre. Sólo yo continué con su legado.

Durante los años 1977 y 1989, fui parte de las Juventudes Socialistas y luché contra la Dictadura de Augusto Pinochet. Fue una experiencia dura pero hermosa. Muy decepcionante con lo del plebiscito y recién ahora se reacciona. Después me expulsaron del partido porque no quise apoyar la candidatura de Patricio Aylwin, ya que con otros militantes consideraba que era una traición a la clase trabajadora unirse a los golpistas.

La década del 90 fue muy importante porque fui mamá de dos hijos: Natalia y Lautaro. Y fui electa como presidenta sindical de Calderón Confecciones, la que contaba con 1.500 trabajadores, entre ellos 1.200 mujeres. Fue una experiencia hermosa y sufrida, porque tuve que luchar contra los prejuicios de la gente, especialmente la familia de mi ex marido, que no veían con buenos ojos mi rol de lideresa.

Vivo hace 29 años en la Villa Comercio, la que está en la zona sur de La Granja, casi en el límite con La Pintana. Soy dirigenta vecinal, inclusive tengo mi propio megáfono que ocupó en marchas o protestas por la comuna. Y aunque haga hartas cosas por el sector, igual he sido víctima de machismo, de parte de otros dirigentes y vecinas. Yo creo que eso se debe a una baja autoestima y la ignorancia de esta sociedad de consumo e individualista.

Menos mal que ahora tengo el apoyo de los vecinos. Es cuestión de tiempo ganarse la confianza que es como el mar: va y viene. Cada lucha que he encabezado, cuesta convencer a los vecinos y vecinas, pero luego se animan. No hemos logrado nada. Falta más compromiso, más organización, más confianza en nuestras fuerzas. El estallido social lo pasé encabezando marchas por la comuna con mi megáfono en mano. Fue emocionante como la gente salía a la calle. Éramos poquitos, luego cientos. El toque de queda nadie lo respetó, incluso lo esperábamos en las calles. Los militares pasaban y no hacían nada. Las calles eran nuestras.

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