por Mario Contreras
Resulta difícil hablar de la historia de los campesinos chilotes que sufrieron persecución, cárcel, exilio o muerte a partir del 11 de septiembre de 1973, si no nos referimos, aunque sea someramente, a los 4 siglos de opresión sufrida a manos de los colonos europeos a partir de 1567, fecha en que éstos se instalan entre nosotros.
A esa fecha, el archipiélago de Chiloé, como sabemos, estaba habitado desde larga data por dos grupos humanos diferentes: los weliche, situados entre Ancud y la costa sur de Dalcahue aproximadamente, dedicados a la pesca y la marisca, la crianza de algunos animales domésticos, además de la agricultura, y los chono, pueblo canoero que recorría de un punto a otro los canales en busca de su sustento, entre el área norte de Chonchi y Cailín por el sur, “el fin de la cristiandad”, aunque esporádicamente solían aventurarse más al sur o solían ser arrastrados por las corrientes marinas o las tempestades que los cogían en alta mar, toda vez que residían esencialmente sobre éste y solo tocaban tierra para cocer y ahumar sus mariscos y – o pescados y-o- para resguardarse de los temporales, aprovechando aquellos momentos para depositar en tierra las conchillas y cáscaras de los mariscos, que conservaban en sus bongos para no contaminar el mar, mientras se hallaban navegando. Fuera de la pesca y la obtención de mariscos o la caza de algunas aves o cuadrúpedos marinos, habían adquirido de sus vecinos, los weliche, un rudimentario conocimiento de la agricultura por lo cual solían sembrar papas y hasta maíz en escuálidas sementeras que permanecían largos meses sin el debido cuidado, en espera de su regreso de las largas e imprecisas jornadas marineras en busca de alimentos.
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