EL BLOG SALMÓN
Algunos creían que lo habíamos visto todo en el terrible escándalo de la crisis de opiáceos de Estados Unidos, y que el asunto iba simplemente a quedar zanjado con oportunistas acuerdos extra-judiciales (que están trayendo quiebras de farmaceúticas), que echasen arena (o más bien billetes) encima de la hoguera de uno de los mayores bochornos socioeconómicos de las útlimas décadas.
Pero no. En esta vida lamentablemente muchas veces lo peor está por ver. Y en este asunto de paraísos artificiales e infiernos terrenales, aún hay mucho margen para escandalizarnos incluso más de lo que ya lo estamos actualmente, para lo que teníamos motivos de sobra.
Ahora no sólo tenemos que soportar ver cómo ciertas compañías farmaceúticas se han hecho de oro con el «pequeño efecto secundario» de estar inoculando el riesgo mayúsculo de una futura adicción con los temibles analgésicos opiáceos. Es que además asistimos a cómo los mismos individuos que ganaron millones de dólares a costa de la salud y las vidas de millones de estadounidenses son los que ahora pretenden volver a hacer dinero de ellos, vendiéndoles el tratamiento para esa adicción a los opiáceos que esos mismos individuos contribuyeron a extender masivamente.
De la crisis de opiáceos al negocio de los anti-opiáceos
Los límites de las posibilidades de hacer negocios mayormente deben (o más bien, deberían) ser el no vulnerar el bien común, incluyendo en ello por supuesto a la legislación vigente. Ya vimos cómo este ético límite saltó por lo aires en el bochornoso escándalo de la crisis de opiáceos de EEUU que tantas vidas a truncado y tanto sufrimiento ha originado, y que persiguió lucrarse (y mucho) a costa de la salud y la vida de una multitud de pacientes convertidos inconscientemente en drogodependientes, tras la estela de todo un complejo entramado compartido de reponsabilidades, lobbies, asistencia sanitaria, y permisividad política que ya analizamos detalladamente en el pasado.
Una de las farmaceúticas más involucradas en esta epidemia ha sido la funesta Purdue Pharma. Esta compañía ya ha estado (y sigue estando) bajo procedimientos judiciales, y como demostración indiscutible de su evidente responsabilidad en los demanes cometidos, está el hecho de que dicha compañía está llegando a acuerdos extrajudiciales millonarios con afectados, ciudades y demás sufridores con tal de poder acabar zanjando este asunto antes de que pase a mayores, pero que ya están teniendo severas consecuencias financieras sobre un sector en el que algunas farmaceúticas ya empiezan a entrar een bancarrota.
Y sospechosamente, otras tantas farmaceúticas están adheriéndose oportunistamente a los acuerdos ya firmados por Purdue. Pero una (mala) fama paralela a la de Purdue Pharma es la de la familia propietaria de este entramado farmaceútico, los Sackler, que no es la primera vez que se ven involucrados en un escándalo. De hecho, hace unos pocos meses ya escandalizaron una vez más a todo Estados Unidos con la noticia de que los Sacker estaban desviando miles de millones de dólares desde la compañía farmaceútica a cuentas radicadas en Suiza.
Pero no se vayan todavía, aún hay más. Tras esta retahíla de escándalos, el reguero de vidas destrozadas, y los flujos de miles de millones de dólares hacia cuentas de puertos francos en países-refugio bancarios, los controvertidos Sackler reventaron de nuevo titulares con otra polémica noticia que pasó desapercibida en su momento, pero que, tras todo el serial judicial y la demostración de los hechos, toma ahora una especial relevancia. Y es que en su momento les ya les fue concedida la patente sobre un antídoto contra la adicción a los opiáceos. Y como en el clásico chiste, aquí hay dos noticias: una buena y una mala. Como esto no es interactivo y no me pueden elegir cuál quieren oir primero, elegiré yo por ustedes contándoles la buena primero.
La buena es que parece que, para muchos afectados que siguen padeciendo una adicción a los opiáceos, por fin parece que hay una luz al final del túnel, y hay ya un tratamiento en el mercado que facilita el también traúma de salir de la adicción sin padecer en toda su intensidad el insufrible «mono» o síndrome de abstinencia. De hecho, como habrán leído en el enlace anterior, ya, en 2017, el medicamento bajo el que se comercializa el principio activo experimentó unas ventas de 877 millones de dólares sólo en Estados Unidos. Una cifra nada desdeñable para un medicamento con esta relativamente corta línea de vida. La mala noticia es que los Sackler optaron en su momento por acudir a la oficina de patentes a iniciar el proceso y patentar el antídoto para la epidemia que ellos mismos contribuyeron definitivamente a crear, y que finalmente ya les fue oficialmente concedida a finales de 2018.
Y el objetivo de obtener una patente no puede ser otro más que ése: tener la propiedad legítima de la explotación comercial del mismo. Pero el verdadero objetivo de escribir en diferido sobre este asunto, cuya patente recuerden que ya se concedió hace un año largo, también era poder analizar sin prejuzgar ni anticipar acontecimientos, y así dar un margen de tiempo a acusado y autoridades para ver qué pasaba y qué hacían. Y hasta donde yo sé, no ha pasado nada (pero nada de nada)… O en realidad ha dejado de pasar mucho. De hecho, han tenido ya más de un año para hacer alguna filantrópica demostración con la patente, y, por ahora, hasta donde un servidor sabe, ni se le conoce ni se le espera.
Porque está por ver si finalmente pudieran acabar cediendo la patente a ONGs, organizaciones sin ánimo de lucro, o al mundo entero como muestra de su hasta ahora tan sólo «aparente» y «figurativa» filantropía, habiendo sido uno de los principales donantes a instituciones del mundo del arte de EEUU y Reino Unido. A pesar de que el tiempo pasa y la noticia no llega, siguen estando a tiempo de aprovechar una ocasión de oro para hacer todo un alarde de filantropía (de la de verdad) con su flamante patente anti-opiáceos, pero lo cierto es que, si ése fuese el verdadero objetivo, había otras formas de hacerlo desde el principio, y de conseguir que el antídoto llegase de forma mucho más directa y rápida a las organizaciones que pueden paliar mejor el daño hecho a la socioeconomía y, en última instancia, a todos los afectados con nombres y apellidos. Son esas personas más allá de los números de las estadísticas de afectados los que tan acuciantemente lo necesitan, antes de llegar a sufrir una sobredosis el día menos pensado. Definitivamente, el camino elegido pues apunta a que los Sackler probablemente pretendían hacer dinero (y pretenden seguir haciéndolo) también con este antídoto anti-opiáceos.
Las farmaceúticas no son ONGs, pero tampoco pueden ser ser «agentes patógenos cancerosos» en epidemias como la de opiáceos y salir indemnes
Nadie puede ser obligado a ser una ONG, y el desarrollo de cualquier medicamente tiene unos costes muy importantes, pero la justicia debe procurar que los culpables de toda índole hagan todo lo posible por reparar el terrible daño que muchas veces producen, y que a veces, como en este caso, supera en varios órdenes de magnitud la capacidad financiera incluso de todo el sector en su conjunto. Puede haber casos en los que sea imposible subsanar todos los desastres cometidos, pero lo que ya gira claramente en otra órbita (estratosférica) es que esa reparación sea parcialmente posible, pero que, lejos de tratar de facilitarla a todos los perjudicados, ahora se pretenda sacarles los pocos cuartos que el caballo les deja disponibles en los bolsillos para curar el mismo mal que en la inmensa mayoría de los casos de casos se les inoculó.
Para mayor gravedad, esto ocurre al tiempo que los responsables eran (y son) plenamente conscientes del desastre que podían acabar creando. Y el desastre efectivamente ha resultado ser mayúsculo, incluida la dimensión socioeconómica, además de la absoluta devastación en la dimensión más personal. Se mire por donde se mire este asunto, no es que sea lamentable: es absolutamente desolador.
No sólo estos dólares de algunos jugadores del sector farmaceútico están manchados de una mezcla de sangre y polvo marrón de heroína, sino que deberían ser literalmente confiscados por algún poder legislativo o ejecutivo que obligase a los despiadados culpables a lavar esos billetes con soluciones que esterilizasen el estupefacto ambiente, al menos para que la estupefacción se tornase en límpida curación de lo que ha sido una auténtica lacra de putrefacción socioeconómica. Es otra forma más de luchar contra el destructivo sentimiento anti-sistema imperante, de devolver el sistema a la gente, y de catalizar esa refundación del capitalismo que tan necesaria consideramos desde estas líneas, y además dando con esta confiscación (o como se quiera articular legalmente) un claro y preventivo aviso a navegantes.
No dar este tipo de «avisos», no hace sino traer las peores consecuencias de la probada teoría de los cristales rotos que ya analizamos cómo aplicaba también a la corrupción, y que conste que estas dinámicas como la epidemia de opiáceos pueden llegar a ser interpretadas como un tipo de corrupción (o al menos perversión) empresarial. Dicha teoría demostró hace décadas cómo, en cualquier ámbito, la psicología social hace que aquello (físico, virtual o conceptual) que se deja abandonado, acaba siendo destruído por ciertas naturalezas sociales o socioeconómicas. Los diferentes ámbitos del mundo empresarial no son sino otro de estos escenarios en los que es esencial demostrar que hay alguien cuidando del patio, y que si alguien la hace, el daño se repara y además el que la hace la paga. No es sino simple y llana naturaleza humana (de algunos).
Obligar a ceder esta patente o sus réditos a asociaciones u organizaciones que puedan llevar sus beneficios eficazmente a los afectados sería un justo y ejemplar castigo, además de un mínimo resarcimiento a los devastados afectados. Se debería forzar a que esos dólares fuesen por fin bien utilizados, y qué mejor que hacerlo paliando y reparando en la medida de lo posible todo lo que se destruyó coscientemente al ganarlos tan bochornosamente. Un dólar siempre será un dólar a la hora de usarlo, pero a la hora de ganarlo hay dólares que valen el esfuerzo de haberlos ingresado honradamente, y hay dólares que valen menos que la conciencia de sus censurables recaudadores.