María Castro.
Decenas de miles de personas salen a las calles
El triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales ha provocado una profunda conmoción dentro y fuera de EEUU. La misma noche de las elecciones, nada más conocerse el resultado, decenas de miles de personas en Oakland, Las Vegas, Chicago, Portland, Boston, Filadelfia, Seattle, Nueva York o Los Ángeles salieron a las calles para expresar su oposición a las ideas reaccionarias y racistas de Trump.
El protagonismo de este movimiento de masas está siendo de la juventud, la misma que acompañó a Sanders en las primarias. Tras su claudicación ante el aparato demócrata y el apoyo a Clinton muchos esperaban que este movimiento desapareciera, pero las protestas que se han sucedido tras las elecciones, y que continúan hasta la fecha, confirman que más allá de la figura de Sanders, la radicalización de los jóvenes y un sector importante de trabajadores es un proceso que sigue profundizándose.
Las manifestaciones y concentraciones frente a las empresas de Donald Trump son diarias. Miles de estudiantes han paralizado institutos y universidades durante más de dos semanas para participar en las protestas. Ahora el objetivo es el próximo 20 de enero, mientras Trump se convierte en el presidente de la nación más poderosa del planeta, se espera que decenas de miles de personas participen en las protestas convocadas con el lema “No a Donald Trump”. Sólo hay dos precedentes de algo así: las investiduras de Nixon en 1973, en plenas protestas contra la guerra de Vietnam, y la de George W. Bush en el año 2001.
La administración más ultraderechista de la historia
Si la victoria de Trump fue impactante, los futuros miembros de su gobierno provocan escalofríos. Sin lugar a dudas será la administración más ultraderechista de la historia de EEUU. El cargo de Fiscal General será para Jeff Sessions, un conocido opositor a los derechos civiles que estará a cargo de la ¡división de Derechos Civiles! del Departamento de Justicia y del FBI. Se ha mostrado como uno de los más entusiastas defensores de la construcción del muro en la frontera con México y de la deportación de los inmigrantes ilegales. El futuro director de la CIA será Mike Pompeo, que está favor del espionaje ilegal a los ciudadanos. Este individuo es, además, un miembro declarado del Tea Party y de la Asociación Nacional del Rifle, y activista contra el aborto. El asesor de Seguridad Nacional será Michael Flynn, cesado por Obama por su fanatismo antimusulmán y que apoya la eliminación de todas las restricciones a la tortura. Otro de los cargos decisivos será el de secretario de Defensa, el elegido es el general retirado James Mattis, responsable del brutal ataque a Faluya (Iraq) en el año 2004. Y para el departamento de Interior el candidato es David Clarke, un sheriff que durante estas últimas protestas contra Trump ha defendido el uso del ejército y la declaración del estado de emergencia en todo el país.
El nombramiento más significativo, que demuestra con absoluta claridad la ideología del futuro gobierno, es el de jefe de gabinete, y el elegido ha sido Stephen Bannon. En su juventud fue un conocido activista contra los derechos civiles de la población negra y las mujeres, ahora son de dominio público sus lazos directos con organizaciones fascistas y supremacistas blancas, entre ellas el Ku Klux Klan. Nada más conocerse su designación declaró que su objetivo es “construir un movimiento político completamente nuevo” para defender el nacionalismo económico y que será necesario reprimir todo tipo de luchas en interés de la “nación”.
El apoyo obtenido por Donald Trump en las elecciones es un reflejo de la polarización social y política en EEUU. Sin duda, Trump y su programa profundamente reaccionario tiene un sólido punto de apoyo en sectores de la clase dominante. Sin embargo, otros ven los peligros que implica la actuación de un personaje cada vez más odiado y que puede acelerar todavía más el proceso de movilización, organización y radicalización de la clase obrera en EEUU. De hecho, en las últimas semanas se han intensificado los intentos para impedir que Trump llegue a la presidencia. Un grupo de senadores republicanos ha iniciado los trámites para un proceso de impeachment (destitución) contra Trump por la incompatibilidad que representan sus negocios personales con el cargo de presidente. Será un proceso largo y no impediría su nombramiento en enero.
Confrontación social en aumento
El otro problema para Trump es la solicitud de recuento de votos en tres estados, Michigan, Wisconsin y Pennsylvania. En el primero aún no se conocen los resultados de las elecciones y en los otros dos ganó por un estrecho margen. A nivel nacional Hillary Clinton fue la ganadora del voto popular con casi dos millones de votos más que Trump, pero éste consiguió más delegados electorales y sus resultados en estos tres estados resultaron decisivos. Aunque la dirección demócrata no quiso saber nada de un nuevo recuento, ahora Clinton ha cambiado de parecer después de que varios expertos denunciaran fallos de seguridad en estos tres estados. Los resultados del nuevo recuento en Wisconsin, solicitado por la candidata del Partido Verde, muestra más de 5.000 votos falsos a Trump y que el número de votantes supera el censo electoral. De prosperar el recuento y demostrarse el fraude a favor de Trump, podría dar la victoria a Clinton, esta posibilidad está provocando tanto nerviosismo en Trump que en uno de sus habituales despropósitos en las redes sociales ha dicho, para consternación de sus asesores, que “el recuento de votos es malgastar el dinero y el tiempo, al fin y al cabo todos saben que hay millones de votos ilegales”. Al margen de si tienen éxito o no, estas maniobras reflejan el miedo de un sector de la burguesía a las consecuencias políticas que tendrá la presidencia de Donald Trump.
Ningún sector de la burguesía defiende otro programa que no sea seguir con los recortes y que la clase obrera pague con las consecuencias de la crisis capitalista. Sin embargo, el perfil abiertamente reaccionario y provocador de Trump puede acelerar y agudizar una confrontación social que puede acabar haciendo tambalear todo el sistema.
Aún no es presidente y ya es considerado por una parte importante de la población como un presidente ilegítimo que, además de perder el voto popular, ha sido elegido por menos de una cuarta parte de la población con derecho a voto. Algunos piensan que la victoria de Trump representa un giro a la derecha de la sociedad o que provocará la parálisis en la clase obrera, pero la reacción inmediata de miles de jóvenes y trabajadores a la victoria de Trump, las importantísimas manifestaciones, en la que los marxistas de Socialist Alternative han jugado un papel fundamental, pronostican uno de los periodos más convulsos de la lucha de clases en EEUU.